La reciprocidad antropológica, como relación intersubjetiva, crea una situación “contradictoria” entre los interlocutores (por ejemplo, en la reciprocidad de los dones, el donante también se convierte en donatario y el donatario también se convierte en donante). La relativización de la conciencia de uno por la conciencia del otro da lugar a un Tercero inmaterial, de naturaleza afectiva. Este Tercero atribuye al don un valor de referencia común.
El principio de no contradicción de la lógica clásica reduce la reciprocidad antropológica a una reciprocidad formal, una regla de simetría entre dos contenidos considerados equivalentes que no crea ninguna afectividad compartida entre los interlocutores : por ejemplo, un intercambio.
En el intercambio, la noción de valor se reduce a la de las mercancías intercambiadas en función del interés propio de cada uno ; el intercambio no permite que la conciencia de uno sea relativizada por la conciencia del otro y excluye, por tanto, la producción de cualquier valor intersubjetivo.
Para concebir la génesis del valor, la reciprocidad antropológica nos obliga a reintroducir al Tercero en la lógica, abandonando el principio de contradicción y adoptando el Tercero en sí mismo contradictorio (Lupasco).