Publicado en Ecología y reciprocidad, (Con)vivir Bien desde contextos andinos, Koen de Munter, Jacqueline Michaux y Gilberto Pauwels, plural editores, La Paz, 2017.
Hace más de dos mil años, los primeros filósofos de la tradición occidental edifican la economía política sobre la reciprocidad de benevolencia, no sólo porque satisface las necesidades de unos y otros, sino también porque engendra un sentimiento común que no preexiste en la naturaleza como preexisten las necesidades básicas : este sentimiento es la philia, término circunscrito al lenguaje filosófico, y que en los países de lengua latina se traduce por “amistad” [1]. La philia proporciona un primer contenido de naturaleza ética a la vida buena.
La reciprocidad de benevolencia crea un valor humano de referencia, pero aún es preciso poder ser benevolente : ¿cómo construir felicidad si no se tiene de qué vivir ? He aquí que la vida buena exige previamente la preservación de los bienes dados por la naturaleza, y la producción necesaria a la existencia. Todos los humanos tienen como mínimo el derecho a lo que la naturaleza les proporcionaba, y la economía de estos bienes primordiales es fundada sobre su propiedad común [2] observa que las comunidades de origen practican la reciprocidad sólo en los límites de sus relaciones de parentesco, que constituyen una frontera más allá de la cual sus relaciones con las demás comunidades se basan en el trueque [3]. El trueque satisface los intereses de los unos y los otros sin prejuzgar de las necesidades del otro. No hace intervenir la benevolencia, tampoco la amistad, y no crea valores humanos.
La diferenciación de las actividades de los unos y de los otros condujo a sobrepasar los límites del parentesco. Entonces la benevolencia mutua se tornó producción para el otro por reciprocidad y complementariedad. Los estatus sociales decididos por la Asamblea determinan el valor del trabajo, y es necesario entonces asegurar la parte de cada uno. El compartir conduce a las equivalencias de reciprocidad que autorizan su intercambio. Entonces el intercambio es integrado a la economía cuando respeta las equivalencias establecidas por el compartir y la costumbre (el precio justo). Desmultiplica las relaciones de reciprocidad. De ahí el mercado, tal cual se practica tradicionalmente, que asocia la reciprocidad de productores y el intercambio (el intercambio de reciprocidad). La economía política de la vida buena generaliza la reciprocidad intracomunitaria a las relaciones intercomunitarias : el mercado de reciprocidad a larga distancia y el comercio de reciprocidad [4].
La vida buena requiere entonces de la organización de la ciudad a partir del principio de reciprocidad de benevolencia, y gracias al compartir, al intercambio y al mercado [5] El derecho el más fundamental de todos es la reciprocidad [6].
Sin embargo, si se establece la reciprocidad únicamente a partir de la benevolencia, cada uno adquiere reconocimiento del otro sólo si participa a la reciprocidad por su generosidad ; reconocimiento que se traduce por el prestigio. Tenemos que limitarnos aquí en recordar que el imaginario del prestigio no sólo permite representarse el valor sino también fetichizarlo en el objeto que atestigua de ello (el oro, por ejemplo). Pero la competencia por la posesión de este objeto simbólico conduce al poder de dominación de los unos sobre los otros, a la esclavitud de aquellos que ya no tienen los medios para participar de la lucha por el prestigio, al saqueo, a la guerra.
Por otro lado, promover la economía política a partir de la sola benevolencia implica omitir el hecho de que la violencia existe en la naturaleza y que la competencia también hace parte de la vida humana. Pero es posible controlar la violencia por la reciprocidad : la reciprocidad de venganza (el talión) crea un sentimiento de dignidad entre los enemigos, que se representa en el imaginario guerrero, el honor [7]. La reciprocidad negativa resulta ser entonces otra fuente de la economía [8]. En el mercado, cada uno puede imponer un precio al otro como para vengarse de un primer intercambio presumiblemente desigual. La palabra rescate revela el impacto de la reciprocidad negativa en el mercado. Aquí también la fetichización del valor en el rescate conduce a la acumulación y a la competencia por su posesión y la acumulación del poder que representa.
¿Cómo escapar a esta influencia del poder sobre la vida buena ? Se trata de descubrir una matriz del sentimiento humano que relativiza el imaginario de la reciprocidad positiva y aquel de la reciprocidad negativa, o al menos les impide imponerse como encarnación del valor. Ahora bien, esta reciprocidad existe desde los orígenes : la reciprocidad primordial – llamada simétrica – equilibra el deseo de la amistad de otro por el temor de su enemistad, creando la buena distancia entre los unos y los otros. Esta reciprocidad es la matriz del respeto [9], mediante lo cual la libertad de los unos empieza ahí donde empieza la libertad de los otros. Entonces todo el mundo puede crear las condiciones de la vida buena.
Sabemos que cada una de las estructuras de base que satisfacen la reciprocidad simétrica engendra un valor específico, la amistad, la responsabilidad, la justicia, la confianza, la solidaridad [10]. Por lo tanto, el sentimiento de los unos es diferente de aquel de los otros cuando es producido por estructuras de reciprocidad distintas. Sin embargo, sea cual sea, se expresa de manera imperativa porque es de naturaleza afectiva, y se impone entonces bajo la forma de mandamientos (la Ley). Por consiguiente, la dimensión absoluta que caracteriza la afectividad es la primera causa de la violencia, la violencia de lo simbólico.
¿Cómo contrarrestarla ? Si la reciprocidad crea un sentimiento común que se representa en un significante objetivo (la moneda), éste libera al sujeto de su afectividad y relativiza su libertad a la posesión de su símbolo. La libertad se concibe ella misma de manera objetiva desde el momento en que el intercambio permite representarla en la moneda.
Así el hombre puede liberarse de la sujeción que le impone el carácter absoluto de toda obligación moral. Entiende al menos apoyarse en la razón porque ésta le asegura una representación objetiva y en consecuencia universal del valor. Pero no queda menos confrontado a la tentación del poder. Cada uno puede efectivamente dar preferencia al imaginario sobre lo simbólico, fetichizar el valor en el dinero y acumularlo. El individualista utiliza la libertad de manera arbitraria en función de su identidad propia. Somete la razón a su interés, privatiza la propiedad, desliga el intercambio de la reciprocidad y la somete a la especulación. A la reciprocidad, sustituye una relación de fuerza, la competencia. El goce del poder se propone como nueva definición de la felicidad. Por consiguiente, la definición de la vida buena cambia del todo. Ya no es política. La privatización de la propiedad y la individualización [11] de la libertad se vuelven los objetivos de una nueva economía que rechaza la vida buena en la vida del egoísta.
Sin embargo, el liberalismo reserva la cuestión de la felicidad al individuo no sólo porque condiciona su libertad a la posesión de los medios del poder, sino porque todo sentimiento es absoluto y en definitiva irreducible, hágase lo que se haga para que corresponda a aquel del otro. Y este argumento parece decisivo. He aquí que se debe proceder a un análisis más profundo : la individuación verdadera, aquella de la consciencia humana, no resulta de la diferenciación última de la vida de los individuos, sino de la consciencia reflejada en ella misma que nace de la reciprocidad entre los humanos.
Ya se sabe, el primer sentimiento que motiva el vivir juntos es la amistad, y esta amistad es el producto de una relación de reciprocidad entre la benevolencia de los unos y la benevolencia de los otros. Pero no es todo. El principio de reciprocidad se realiza al origen de dos maneras distintas : por alianza y por filiación. La filiación hace intervenir un número indeterminado de miembros, todos relacionados entre sí por una estructura ternaria [12]. En esta configuración, el sujeto no puede reconocerse objetivamente en el espejo del otro como donador y donatario, porque sólo conoce la expresión de su donador de un lado y aquella de su donatario del otro. Tiene que reconocerse entonces a sí mismo como otro [13] es decir sin espejo. Es por lo tanto esta estructura ternaria que produce la individuación del sujeto, y no así la diferenciación biológica.
Hay que precisar que el sujeto puede sentir tal consciencia de sí sólo si la reciprocidad ternaria que la engendra sigue vigente. Puede definirse a sí-mismo únicamente si el otro es parte de la estructura de reciprocidad. Entonces tiene que responder de cualquier otro como si fuese sí-mismo : es el sentimiento de responsabilidad [14].
Nos encontramos entonces frente a dos opciones contrarias : El individualismo indiferente a la suerte de la humanidad en nombre de una libertad arbitraria enfeudada al goce del poder, y la individuación del sujeto sinónimo de responsabilidad hacia el otro y del “mundo que viene”.
La nueva Constitución, que fue debatida largamente por el pueblo boliviano de julio de 2006 a diciembre de 2007, fue un momento extraordinario al medio del caos amenazante. Beneficiándose de la convergencia de tres grandes dinámicas sociales – la reciprocidad de las comunidades amerindias, la sensibilidad ecológica y la crítica marxista de la explotación del hombre por el hombre –, el pueblo ha refutado el liberalismo económico. Se pronunció por el desarrollo comunitario, definió la propiedad por su función social, y sometió la producción y el consumo a los equilibrios de la naturaleza. Nombró el objetivo del vivir bien y de la actividad económica : la vida buena en reemplazo del crecimiento del capital. Hoy, busca otros criterios que el provecho para integrar la calidad de la vida buena a los objetivos de la economía.
Este debate moviliza a todos aquellos que pretenden disponer de una consciencia del bien o de la felicidad. Sin embargo, como se dijo, todo valor que representa la consciencia afectiva es absoluto y sólo puede imponerse al otro. He aquí el drama de nuestro tiempo : todos los hombres sueñan con la vida buena, pero, por un lado, aquellos que viven en una comunidad de reciprocidad obedecen a su consciencia afectiva desconociendo la teoría que les permitiría relativizar la violencia de lo simbólico, y por otro lado, aquellos que viven del libre-intercambio someten la razón a su interés que excluye la reciprocidad y los sentimientos que las estructuras de reciprocidad producen.
La solución es referirse a la teoría de la reciprocidad que revela cuáles son las estructuras de producción de los valores humanos. Y como la razón permite construir la ética de manera racional, cada uno puede honrar el valor de su elección en los límites del respeto hacia el otro. Así, todos pueden contribuir razonablemente a construir la felicidad, y la armonía es posible entre todos para crear la paz universal.
[1] En la tradición filosófica antigua, la philia, habitualmente traducida por “amistad”, abarca un radio de relaciones más amplio, en particular familiares y económicas.
[2] D. Temple (2015) “Propriété privée, propriété inaliénable” (Propiedad privada, propiedad inalienable) ; y Commun et réciprocité (Común y reciprocidad) publicado en francés en la Collection “Réciprocité”, n°1, 2017.
En la familia, la propiedad, la producción y la redistribución son comunes, y la amistad producida por la comunidad es la fraternidad. Pero ¿cómo se organiza el paso de la comunidad familiar hacia la ciudad ? Al inicio de la economía política, Aristóteles[[Aristóteles, Política. “Economía política” viene del griego : oikos casa ; nomos lo que es distribuido compartiendo, y por extensión costumbre, ley, de ahí oikonomia = la administración de la casa ; y polis la ciudad.
[3] De ahí la distinción del trueque (allagé) y del compartir (métadosis).
[4] Karl Polanyi y Conrad Arensberg, Economies in History and Theory, Trade and market in the Early Empires (1957).
[5] En la economía “humana”, Aristóteles distingue entonces la puesta en común (koinônia), el compartir (métadosis), el trueque (allagé) y el intercambio (metabletiké). Véase D. Temple, La economía de reciprocidad, publicado en Teoría de la Reciprocidad (2003) ; y Apologie du marché (Apología del mercado), publicado en la Coll. “Réciprocité”, n°14, 2018.
[6] El Principio de reciprocidad : La reciprocidad reproduce en sentido inverso la situación del uno en relación con la del otro, y así la percepción de cada uno es redoblada de aquella (opuesta) del otro. De la relativización de estas dos percepciones antagonistas nace una conciencia común de naturaleza afectiva que tiene sentido para el uno como para el otro. Desde los orígenes, toda comunidad humana es constituida a partir del principio de reciprocidad, de tal manera que la identidad de unos y otros sea relativizada por su diferencia, y que se cree entre ellos la “buena distancia” donde la conciencia universal logre expresarse en su justo medio (la mediedad) por la palabra, y a nombrarse : “Nosotros los humanos”.
[7] Cf. Bartomeu Melià y Dominique Temple, El don, la venganza y otras formas de economía guaraní, Centro de estudios paraguayos “Antonio Guasch”, Asunción, 2004 ; y D. Temple, “La reciprocidad negativa o la dialéctica de la venganza”, en Teoría de la reciprocidad (2003).
[8] Cf. D. Temple, “El mercado de la reciprocidad negativa”, en Teoría de la reciprocidad (2003).
[9] D. Temple “Raison et naissance de la réciprocité symétrique” (2009) (Razón y nacimiento de la reciprocidad simétrica) ; y “Les trois origines de la réciprocité symétrique” (2006) (Los tres orígenes de la reciprocidad simétrica). Leer también “La reciprocidad simétrica en la Grecia antigua”, en Teoría de la Reciprocidad (2003).
[10] D. Temple, “Los orígenes antropológicos de la reciprocidad”, en Teoría de la Reciprocidad(2003).
[11] Que no se puede confundir con la individuación del sentimiento de humanidad producido par la generalización de la reciprocidad.
[12] Desde el origen, con la filiación aparece una relación de reciprocidad donde cada uno es intermediario entre dos otros, padeciendo de un lado y actuando del otro : la reciprocidad ternaria es llamada entonces unilateral. Al igual que en la reciprocidad binaria, las dos operaciones antagonistas (dar y recibir por ejemplo) engendran una resultante que da sentido a las dos operaciones, pero cada participante de esta relación se encuentra sin nadie al frente que le mandase una imagen de su propio sentimiento : cada uno debe responder de todos porque el ciclo no puede ser interrumpido. El sentimiento de humanidad producido se traduce entonces por la responsabilidad. La consciencia, que se reconoce a partir de su experiencia como consciente de sí misma sin apoyo externo, está sola para volverse, mediante la Palabra, un Sujeto en el ser : la individuación.
[13] La expresión es de Paul Ricœur, Si mismo como otro, Madrid, Siglo XXI, 1996
[14] No hay contradicción entre la obligación moral que somete a los miembros de la alianza al sentimiento común de la amistad y la libertad soberana del sujeto porque la individuación del sujeto no borra el carácter vinculante de la afectividad común pero la interioriza en el sentimiento de responsabilidad.