Glosario

Superior

El Quid-pro-quo histórico La Paz, Aruwiyiri, 1997.

Reed. en Teoría de la Reciprocidad, La Paz, Padep-gtz, 2003.

1. El Quid pro quo entre los Caribes

1. La contradicción de los sistemas

Dominique Temple | 1992

El 12 de octubre de 1492, en la segunda hora después de la media noche, la tripulación colombina avistó tierra. Llegados a la costa, vieron árboles verdes y mucha agua y frutas de diversas especies. El Almirante llamó a sus capitanes y a Rodrigo de Escovedo, notario de toda la armada, y les pidió rendirle fe y testimonio de que él, antes que nadie, tomaba posesión de dicha isla en el nombre del Rey y de la Reina sus señores... Enseguida se reunió allí mucha gente de la isla. Lo que sigue son las propias palabras del Almirante :

« Yo, dijo, afín de que ellos nos tengan en gran amistad y porque he conocido que eran gente de entregarse y convertirse mucho mejor a nuestra Santa Fe por amor más que por fuerza, les he dado a algunos de ellos algunos bonetes rojos y algunas perlas de vidrio que han colgado al cuello, y muchas otras cosas de poco valor que les produjeron gran placer : y ellos se volvieron tan nuestros que fue maravilloso. Luego vinieron, nadando hacia las chalupas de los navíos en los que estábamos y nos trajeron loros, hilo de algodón en ovillos, azagayas y muchas otras cosas que intercambiaron con otras que nosotros les dábamos, tales como perlas de vidrio y cascabeles. En fin, tomaban y daban lo que tenían, todo de buena voluntad » [1].

En la isla, Colón no encontró más que un poco de oro, pero los indios le dijeron con gestos que encontraría mayor cantidad más lejos. Enseguida, levó anclas y partió hacia el oro prometido. Y he aquí que, en la isla nueva, se produce el encuentro : los indígenas se precipitan, se lanzan al mar para saludar a los dioses que vienen del cielo, y les llevan ofrendas, ovillos de lana virgen, loros multicolores, azagayas, collares de flores y vituallas. Suben audazmente a las carabelas, ofrecen lo más precioso que poseen y se contentan con cualquier cosa que atestigüe su contacto con los extraños.

Cuando no puedan obtenerlo de los marineros, porque son muy numerosos, lo toman del puente del navío, aunque no sea más que un pedazo de madera, se zambullen y huyen a nado. La escena se renueva todos los días, porque en ninguna parte Colón encuentra el oro. Gracias al relato de cada uno de esos encuentros, tenemos hoy en día un documento extraordinario sobre el Quid pro quo que destruirá la civilización amerindia. Colón observa, anota, pero ninguna de sus reflexiones le satisface, como si no consiguiera llegar a agotar el significado de esas ofrendas. De isla en isla, sin embargo, él profundiza su interpretación ; nunca la realidad del Nuevo Mundo fue mejor descrita. Vale, pues, la pena leer al Almirante línea por línea.

Salta a la vista que la primera ofrenda de los indios es una manera de desear la bienvenida a los extraños, a la cual Colón responde de igual manera ; pero en su interior todos esos gestos de benevolencia están, de una y de otra parte, subordinados a la preocupación de sacar partido del prójimo en función de un interés egoísta. Colón da, pero inscribe esta ofrenda en la intención de fomentar intercambios fructíferos. El pretende solamente establecer auspicios favorables para el comercio y atribuye esta misma intención a los indios. Se observará que no duda de que los indios sean hombres e inclusive iguales a los españoles, porque los cree motivados por el mismo objetivo : el interés.

Sin embargo, al día siguiente del primer día, observa ya :

« Ellos traían ovillos de algodón hilado, azagayas y otras cosas pequeñas que sería engorroso enumerar. Lo daban todo por cualquier cosa que uno les ofreciera. Yo estaba atento y me ocupaba de averiguar si había oro ».

Que “den todo por cualquier cosa”, he aquí algo que no escapó tampoco a su tripulación...

« (…) todo lo que tienen, lo dan por no importa qué baratija uno les ofrezca, al punto que toman en intercambio hasta pedazos de escudillas y de tazas de vidrio rotas, y que he visto dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceutis de Portugal [2] que valen un blanco de Castilla ».

Colón impone a sus hombres no aceptar ningún regalo sin dar nada, porque tal acción es, aún para él, la clave de toda empresa : si se quiere que los indios estén bien dispuestos para intercambiar el oro, no hay que abusar de su confianza. Colón cree que la explotación de la generosidad india puede poner en duda la amistad con la que él cuenta para instituir intercambios productivos. Exige que un testimonio de reconocimiento sea concedido a los donadores para mantener su ilusión.

El 22 de diciembre, renueva la amonestación del segundo día :

« Hoy día, antes de partir, envió seis hombres a tres leguas de allí hacia el Oeste, a un gran pueblo cuyo señor había venido a verlo la noche anterior y que decía que tenia algunos pedazos de oro. Cuando los cristianos llegaron allá, el señor tomó de la mano al notario de la armada, que era uno de ellos y que el almirante había enviado para que pueda oponerse a que los otros tratasen a los indios de manera indebida, porque ellos no eran más que simpleza y los españoles tenían tanta codicia y desmesura que no les bastaba que los indios les dieran todo lo que quisiesen por un herrete de aguja, un trozo de vidrio, de yeso o menos aún, sino que querían tenerlo todo y tomar sin darles nada. Esto, el Almirante había prohibido siempre ».

Sin embargo, Colón no ignora el efecto característico del don :

« Le di algunos cascabeles y algunas pequeñas cuentas de vidrio y se puso contento por ello y muy alegre. Para que la amistad crezca aún más y para asociarlos también, le hice pedir agua, y ellos, después que regresé a la nave, fueron a la playa con sus calabazas llenas de agua y se regocijaron mucho de dárnosla ».

No solamente el presente regocija a aquel que lo recibe, sino que regocija al que lo da. Ahora bien, él reconoce esta dicha en el indio que da y se acostumbra a la idea que aquel pueda dar en un principio por la dicha de dar. La percepción de una nueva dinámica, además de aquella del interés, está en marcha.

Sin embargo, entre los españoles la fiebre del oro aumenta y cualquier gesto indígena es interpretado como el anuncio próximo de minas de oro. El 12 de noviembre, se pretende que “según habían expresado con señales, allá los habitantes recogían el oro de la playa, a la luz de antorchas, luego, con martillo, hacían con él lingotes”.

Pero el tiempo pasa, el oro sigue sin ser encontrado. El lunes 3 de diciembre, Colón encontró una banda armada :

« (…) me acerqué a ellos, les di algunos bocados de pan, luego les pedí azagayas y, en intercambio, les di a unos un pequeño cascabel, a otros un anillo de latón, a otros algunas perlas de vidrio, de suerte que todos se apaciguaron, vinieron a los barcos y pusieron todo lo que tenían por lo que uno tuviera a bien darles. Los marinos habían matado una tortuga, cuyo caparazón estaba en pedazos en el barco. Los grumetes les daban pedazos del tamaño de una uña a los indios que entregaban a cambio un puñado de azagayas. Son, decía el Almirante, gente parecida a los indios de los cuales ya he hablado, de la misma fe, que como los otros, creen que venimos del cielo, y por cualquier cosa que uno les dé, sin decir nunca que es demasiado poco, dan inmediatamente lo que poseen. Y creo que harían lo mismo con las especias y con el oro si los tuvieran ».

“Sin decir nunca que es demasiado poco”, he aquí como se refuta la primera idea de Colón, cuando veía en esos dones la carnada para un intercambio interesado. Pero la observación precedente es más decisiva. Poco importa el objeto entregado a los indios, puede ser un pedazo del tamaño de la uña de un caparazón de tortuga indígena, lo interesante es que éste reviste una importancia excepcional, desde el momento en que es dado por un español. No es el valor propio, el valor intrínseco del objeto dado, el que interesa al indígena, sino, como diría Lévi-Strauss, su posición en una estructura ; el hecho que pueda significar lo otro, que pueda testimoniar la alianza realizada con el extranjero. Y es por esa señal del otro, que se da entonces todo.

El 13 de diciembre, Colón describe una vez más la hospitalidad
de los indios :

« Todos venían cerca de los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, lo que es señal de gran respeto y de amistad... Los cristianos dicen que después que los temores de los indios fueron apaciguados, aquellos entraban en sus casas y les llevaban lo que tenían para comer... Y ellos daban todo lo que se les pedía sin querer nada a cambio… »

Colón se da cuenta, esta vez, que el don expresa una intención diferente para unos y para otros : para los españoles, aquella del intercambio y, para los indios, aquella de otra prestación, aún enigmática.

El día 18, observa que sus propios dones son tratados de forma
excepcional :

« Un marino dice que había encontrado en su camino y que había visto que todos los objetos que le había dado el Almirante eran llevados delante de él, cada uno por un hombre, que le había parecido escogido entre los más notables ».

Los dones del Almirante son llevados en “procesión”.

Algunos días más tarde, el 23 de diciembre :

« Finalmente el cacique vino con ellos, y todo el pueblo, que contaba más de dos mil hombres ; se reunió en la plaza que estaba bien limpia. Ese rey colmó de honores a la gente de los navíos, y los de su pueblo llevaron algo de comer y de beber… La gente del pueblo daba a los marinos esos mismos tejidos y otros objetos de sus casas, a cambio de las más pequeñas cosas que uno les daba y de las cuales se veía, por la manera en la cual las recibían, que las tenían por reliquias ».

“Reliquia”. Los indios quieren probar entonces que ellos han establecido una alianza con los dioses extranjeros, del mismo modo como los españoles mismos dan significado a su relación con su propio dios, venerando las reliquias de los santos católicos. El indio da testimonio, con ostentación, de la amistad sellada con el español.

Pronto el Almirante cede a la evidencia. No hay ninguna concupiscencia, ninguna idea de provecho en el comportamiento indio ; únicamente la preocupación de dar, para crear amistad. El don indio le parece tan espontáneo que no ve otra motivación en él. El don indio quiere inducir la reciprocidad, de la cual surgirá la amistad. Es al ser común, producido por el reconocimiento del otro, que está dispuesta la ofrenda. También está dedicada a conformarse con los deseos del huésped :

« Tanto los hombres, como las mujeres y los niños, haciendo mil demostraciones, corrían los unos por aquí, los otros por allá, para traernos de ese pan de “niames”, que ellos llaman “ajes”, que es muy blanco y muy bueno ; también agua en calabazas y en cántaros de tierra, a la manera de aquellos de Castilla. Nos traían todo lo que tenían en el mundo y lo que sabían que el Almirante deseaba. Y todo aquello de tan buen corazón y con tanta dicha que era una maravilla ».
 
« Y que no se diga, dice el Almirante, que daban liberalmente, porque, lo que daban, valía poco ; pues aquellos que daban pedazos de oro y aquellos que daban la calabaza de agua, actuaban de igual manera y también liberalmente. Y es cosa fácil, añade, de saber, cuando una cosa es dada, que ella es dada de corazón ».

Estamos a 21 de diciembre :

« Finalmente, el Almirante dice que no puede creer que un hombre haya visto ya gente de un corazón tan bueno, tan generoso y tan temeroso, pues todos se deshacían de lo que tenían para darlo a los cristianos, corriendo apenas los veían llegar, para traerles todo ».

Colón observó también que dar es el fundamento del prestigio social. No es solamente por aumentar el ser de la alianza, que interesa dar, sino para ser grande ante sus allegados. La imaginación india asocia el ser de la alianza a la calidad del don, de suerte que mientras más da uno, más acrecienta su renombre y su propio valor. Esta proporción introduce una jerarquía. La noción de “poder de prestigio” aparece cuando Colón se da cuenta que los indios no solamente buscan dar, tanto como él mismo acepte, sino que luchan entre sí para dar más.

« Cuando vieron que el Almirante había recibido todo lo que le habían llevado, todos los indios, o la mayor parte, corrieron hacia su aldea, que debía estar bastante próxima, para traer más vituallas aún, loros y otras cosas más que tenían, de tan buen corazón, que era una maravilla ».

Que los españoles que desembarcan buscan las especias y el oro, no hay ninguna duda. Que su preocupación sea el provecho, excepto tal vez para el mismo Colón, que lo enfeudaría con mucho gusto al éxito de sus utopías, eso tampoco crea duda. Colón confió a Isabel la Católica su deseo de encontrar montones de oro para conducir los ejércitos de España a la reconquista de Jerusalén. Pero los hombres de la tripulación entrevén la posibilidad de emanciparse y volverse ricos. Sueñan con instaurar su ley sobre los pueblos proclamados dóciles y primitivos. Una vez llegados a tierras americanas no obedecen más a nadie. No tienen otro objetivo que el oro.

Desde el primer viaje, Pinzón, capitán de la “Pinta”, se separa y parte a la búsqueda del oro por su propia cuenta. En su segundo viaje, Colón constata que la colonización ya no puede hacerse por la paz y decide que se hará por la fuerza : ordena someter a los indios y envía los prisioneros a España como esclavos. Cuando regresa por segunda vez a España, los españoles se levantan con un aventurero a la cabeza, Roldón, quien instaura la "repartición" de indios, entre sus tropas, para obligarlos a producir la riqueza lavando la arena de los ríos. A su regreso, Colón debe inclinarse ante Roldón. Tendrá el tiempo justo para controlar una rebelión más grave aún, antes de ser definitivamente vencido. Colón es enviado a España con cadenas en los pies. El nuevo gobernador, Bobadilla, autoriza la colonización individual. Cada quien puede, en lo sucesivo, acumular el oro por cuenta propia y por cualquier medio. Esclavitud y matanza suceden en adelante sin ningún límite.

El capitalismo no nació, en Inglaterra o en Francia, por relaciones comerciales establecidas con países lejanos o de la toma del poder por la burguesía ; nació en 1492, cuando hombres, sin fe ni ley, no tuvieron otro medio, para establecer un orden social mínimo y evitar el caos, que erigir, como referencia y medida de su poder, el valor de intercambio. El oro es el dios de la colonización. El encuentro de dos mundos no es la confrontación de dos civilizaciones, pues el sistema occidental, que se instaura en América, no reina aún en Europa, donde el comercio es practicado por mercaderes que no tienen ningún derecho a las decisiones políticas. Se trata, más bien, del enfrentamiento de dos sistemas económicos, de los cuales, uno : el de intercambio, aparece por primera vez en la historia humana, libre de toda obligación frente a todo valor ético o la tradición. En el continente americano, entre los colonos, el valor de intercambio se antepone a todos los demás valores : religiosos, políticos y morales.

Ahora bien, las dos economías, la del don y la de la acumulación, la del prestigio y la del provecho, son antagónicas. Valor de prestigio contra valor de intercambio : la contradicción de los dos sistemas es radical. El indio ve su imagen en la compostura del otro, cuya belleza presume ser la de la alianza nueva ; el español mide su ventaja en la posesión de bienes materiales. El primero busca la expansión del ser por medio del reconocimiento del prójimo, el segundo la extensión de su poder por medio de la eliminación del otro.

Las dos sociedades, que se encuentran, son animadas por dialécticas inversas. Para unos, el don es un gesto de reconocimiento del prójimo ; esta relación genera la amistad. Para los otros, todo esto es bagatela y no tiene sentido más que para introducir su contrario : el intercambio para la acumulación, el saqueo de riquezas y la introducción de la explotación del trabajo indígena.

El descubrimiento de otras sociedades del Nuevo Mundo confirmará esta observación.

De Alaska a la Patagonia, el sistema amerindio está completamente ordenado alrededor de estos dos principios fundamentales :

  1. La reciprocidad de los dones es generadora de un valor de amistad, superior al valor propio de cada una de las contrapartes.
  2. Cuanto más se da al prójimo, tanto más prestigio se tiene.

Por lo contrario, el sistema de los occidentales está fundado en el interés y en la propiedad. Los occidentales reciben, toman, saquean sin medida. Su objetivo es la acumulación del valor de intercambio y su ley el provecho.

El prestigio es lo contrario del provecho, puesto que se lo adquiere distribuyendo y no acumulando. Ahora bien, los dos sistemas aúnan sus efectos hacia un mismo resultado : la transferencia de toda la riqueza material, de manos indígenas a manos occidentales.

La colonización no se reduce a una sola dinámica, aquella del fuerte contra el débil, sino a un par de fuerzas antagónicas, que lejos de neutralizarse, se refuerzan. La colonización no estriba solamente en el hecho de que los españoles toman, sino, igualmente, en el hecho de que los indios dan. La colonización no es solamente el robo, por parte de los españoles, es también la puja del don, por parte de los mismos indios.

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Notas

[1] COLOMB, C. La découverte de l’Amérique, tomo I. “Le journal de bord 1492-1493”, tomo II. “Relations de voyage 1493-1504”, Paris, La Découverte, 1989.

[2] Una de las más ínfimas monedas españolas de la época.