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2. El mercado de reciprocidad positiva

1. El origen del mercado de reciprocidad positiva

Dominique TEMPLE | 2001

La extrapolación peligrosa de Adam Smith

Adam Smith dice :

« En casi todas las especies animales, cada individuo que llega a su crecimiento pleno es del todo independiente y, mientras queda en su estado natural, puede prescindir de la ayuda de toda criatura viviente. Pero el hombre casi continuamente tiene necesidad de sus semejantes y sería vano que esperara algo de su sola benevolencia. Estaría más seguro de tener éxito si se dirigiese a su interés personal y los persuadiera de que su propia ventaja les ordena hacer lo que él quiere de ellos. Es eso lo que hace el que propone a otro un negocio cualquiera ; el sentido de su proposición es este : “Dadme lo que necesito y obtendreis de mí lo que vosotros mismos necesiteis”. La mayor parte de esos buenos oficios que son necesarios se obtienen de esta forma. No es la bondad del carnicero, del mercader o del cervecero que esperamos nuestra comida, sino del cuidado con que cuidan sus intereses. No nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoísmo y nunca es de nuestras necesidades que hablamos, sino de sus ventajas » [1].

Ciertamente no tiene sentido discutir la opinión de A. Smith : describe su sociedad, la de la clase burguesa en la Inglaterra de su siglo.

Sin embargo, postula una continuidad entre los hechos observados y aquellos de los orígenes. Y, sin duda, a falta de información sobre el tema, extrapola :

« Como resulta que es, por tratado, trueque o compra, que obtenemos de los otros la mayor parte de los buenos oficios que nos son mutuamente necesarios, es esta misma disposición para traficar la que originalmente habría dado origen a la división del trabajo. Por ejemplo, en una tribu de cazadores o pastores, un individuo hace arcos y flechas con más celeridad y habilidad que otro. Trocará esos objetos con sus compañeros frecuentemente por ganado o caza, y no tardará en darse cuenta de que, por este medio, podrá procurarse más ganado o caza que si él mismo iría a cazar. Por cálculo de intereses, entonces, hace de los arcos y las flechas su principal ocupación y helo ahí convertido en una especie de armero. Otros es bueno para construir las pequeñas chozas o cabañas móviles ; sus vecinos se acostumbran a emplearlo para este menester y a darle en recompensa ganado o caza, de manera que, al final, él encuentra que va en interés suyo dedicarse exclusivamente a esta necesidad y de hacerse de alguna forma carpintero y constructor. Un tercero se convierte de la misma forma en herrero o carbonero ; un cuarto es el teñidor o el curtidor de pieles y de cueros que forman el principal vestido de los salvajes... » [2].

Pero ¿en qué parte del mundo encontraría Adam Smith una comunidad de cazadores que truequen su arco ? En todas partes, el arco vive y muere con el cazador o se transmite de padres a hijos o de tíos a sobrinos.

En “¿Tiene necesidad el África de un programa de ajuste estructural ?”, el sociólogo africano Daniel Etounga Manguelle [3], citando a Robert Dimi  [4], dice cómo el arco obliga a su heredero al respeto de las costumbres de su primer dueño. Si el padre tenía la costumbre de cazar al alba o al crepúsculo, el hijo no podrá cazar a ninguna otra hora y deberá servirse del arco del padre toda su vida a despecho de otras técnicas que podría utilizar :

« La milenaria sabiduría africana, a imagen de la sabiduría Boulou (sur del Camerún) es una sabiduría de la conservación de lo que hay, de la fijeza y de la in-usabilidad de las esencias. Es una sabiduría que excluye lo nuevo y lo inédito hasta tal punto que los mismos Boulous, cuando uno hereda un arco, que está considerado como indisolublemente ligado a su antiguo propietario, ocurre que el uso de este arco no puede hacerse sino en las condiciones y circunstancias análogas en las cuales lo usaba su precedente dueño. Si el difunto iba de caza únicamente al caer la noche, el heredero debe hacer lo mismo » [5].

También Etounga-Manguelle considera la herencia del arco como un mecanismo anti-económico en una economía de tipo occidental.

En otra economía, sobre todo en una economía de reciprocidad, el uso en cuestión esta dictado, sin embargo, por cierta performance : es al alba o al crepúsculo que cazar es más conveniente, y si el arco es preferido a otros instrumentos más eficaces, es porque le permite al cazador tener acceso a la presa allá donde otros crearían desigualdades, destruirían la reciprocidad o provocarían la extinción de las presas.

¿Le va mejor a Adam Smith con el ejemplo de los constructores y techadores de pequeñas chozas ?

En su libro El gesto Ruanda, el antropólogo africano Edouard Gasarabwe [6] dice :

« Sobre una colina de Ruanda, hace algunos años, antes de las divisiones étnicas y la cristianización, cada habitante podía contar con todos los otros : los trabajos de importancia, que amenazaban con durar mucho tiempo, unían a todos los hombres válidos para construir, incluso cultivar.
 
Se instala un “rugo” y se añade un “umuhana” a la colectividad. El “umuhana” se analiza de la siguiente manera :
“umu” : indicador de clase
“ha” : donar
“na” : “y”... partícula que expresa la reciprocidad al final de los verbos ; la asociación entre los términos independientes.
El “umuhana”, como dice su nombre, significa entonces el asociado, aquel con quien se intercambian dones ».

Una reciprocidad de la que hay que tomar la medida : ella no liga a cada asociado al otro a cargo de desquite, sino a cada uno con todos los otros. Dejemos hablar al autor para expresar este matiz :

« La construcción - entre los Ruandeses - es en verdad un pacto. Como los compañeros de guerra que se juran asistencia y fidelidad en todas las circunstancias, en casa como en el extranjero, intercambiando su sangre simbólicamente, los habitantes de una colina concluyen un pacto tácito para la cooperación del que acabamos de señalar los rasgos esenciales ».

Es justo definir una categoría que dé cuenta de esta fusión del espíritu del don de los unos y los otros. Esta forma de reciprocidad, es el compartir.

El ejemplo del techador de paja sirve entonces mucho mejor para la tesis “africana” que para la tesis “inglesa”.

Se podría continuar así, ya que el ser herrero en África es un estatuto que obliga a suministrar sistemáticamente la azada a todos los cultivadores de la ciudad, por ejemplo, entre los balantes.

Y, si se fuese más lejos, el ejemplo del curtido de la piel para el vestido contra el frío, también sería desafortunado para Adam Smith.

Se diría que el autor inglés fue a tomar sistemáticamente contra-ejemplos para construir un mito de origen que satisfaga su prejuicio : la idea de que todas las sociedades del mundo están construidas sobre el mismo principio : el interés privado.

Karl Marx  [7] no se privaba de ironizar sobre esas fantásticas imaginaciones :

« El cazador y el pescador individuales y aislados, por los que comienzan Adam Smith y Ricardo, hacen parte de las bastas ficciones del siglo XVIII. (…) Se trata, en realidad, de una anticipación de la “sociedad burguesa”, dice desde la primera página de la Introducción a la economía política, que se preparaba desde el siglo XVI y que, en el XVIII, marchaba a pasos de gigante hacia su madurez. En esta sociedad en la que reina la libre competencia, el individuo aparece despegado de los lazos naturales, etc., que hacían de él, en épocas anteriores, un elemento de un conglomerado humano determinado y delimitado. Para los profetas del siglo XVIII - Smith y Ricardo todavía se sitúan completamente en sus posiciones - este individuo del siglo XVIII - producto, por una parte, de la descomposición de las formas de sociedad feudales ; por otra, de las nuevas formas de producción que se desarrollaron desde el siglo XVI - aparece como un ideal que habría existido en el pasado (subrayado por Marx). Ven en él no un resultado histórico, sino el punto de partida de la historia, ya que consideran a este individuo como algo natural, conforme a su concepción de la naturaleza humana, no como un producto de la historia, sino como un dato de la naturaleza. Esta ilusión ha sido, hasta ahora, compartida por toda la edad moderna » [8].

Lo sigue siendo. Incluso el redescubrimiento del antagonismo entre la economía de los Melanesios y la economía anglosajona por B. Malinowski  [9] ; incluso el descubrimiento del antagonismo de la economía de todas las sociedades del mundo y de la economía de la sociedad occidental por M. Mauss  [10], a principios del siglo veinte, no pudieron modificarla. Lévi-Strauss  [11] mismo anula la perspectiva abierta por sus predecesores cuando trata de arrimar la reciprocidad a una relación de intercambio, ya se trate de las mujeres, reducidas entonces a un estado de objetos o se trate de las palabras las que, como valores, habrían sido cosas preciosas que las primeras comunidades habrían intercambiado con precaución y respeto hasta que la fuerza de la costumbre impuso su uso.

No imagina que el sentido de la palabra pueda resplandecer como el valor ético de una relación de reciprocidad y que se pueda constituir como el nuevo sujeto de los individuos, nuevo en relación al sujeto biológico, nuevo en tanto expresión propia de humanidad. Más grave aún, los teóricos no dejaron de tratar de interpretar la reciprocidad como un intercambio primitivo para fundamentar la especulación de los economistas occidentales sobre el origen. Mauss mismo se demandaba cuál era la regla de interés que explicaría que los intercambios se presenten bajo la forma de dones y contra-dones. Del valor, que constataba que era lo que estaba en juego en el don y el contra-don, hacía no el producto de la relación, sino una propiedad del donador, una experiencia que comprometía en el juego de los dones como una inversión de la que el donador esperaría un interés.

Karl Marx observaba, sin embargo :

« No es sino en el siglo XVIII, en la “sociedad burguesa”, que las diferentes formas del conjunto social se presentan al individuo como un simple medio de realizar sus fines particulares, como una necesidad exterior. Pero la época que engendra este tipo de punto de vista, la del individuo aislado, es precisamente aquella en la que las relaciones sociales (que desde ese punto de vista revisten un carácter general) alcanzaron el mayor desarrollo que hayan conocido. El hombre es, en el sentido más literal, un “zoon politikon” (animal político), no solamente un animal social, sino un animal que no puede aislarse sino en la sociedad. La producción realizada fuera de la sociedad por el individuo aislado - hecho excepcional que puede a un civilizado transportado por azar a un lugar desierto y que ya posee en potencia las formas propias a la sociedad - es algo tan absurdo como lo sería el desarrollo del lenguaje sin la presencia de individuos vivientes y que hablan juntos (subraya Marx). Inútil detenerse más en ello. No hay ninguna razón para abordar ese punto, si esa tontería, que tenía un sentido y una razón de ser en la gente del siglo XVIII, no hubiera sido reintroducida muy seriamente por Bastiat, Carey, Proudhon, etc., en plena economía política moderna » [12].

Pero ¿qué quiere decir “conjunto” ? La pregunta queda abierta. ¡Conjunto, ciertamente, no quiere decir conjunto de individuos aislados ! ¿Cuál es entonces la estructura o las estructuras que les permiten a los hombres estar juntos y hablar comprendiéndose mutuamente, ya que se trata primero de eso : de comprenderse ? ¿Cuál es el origen de esta sociabilidad primordial, en la que cada uno que reconoce en el otro la humanidad a la cual aspira, se preocupa de crear las condiciones de existencia de los unos y los otros en la paz y la seguridad, gracias a lo que se llama el mercado ? ¿Sería la aptitud para traficar e intercambiar como lo propone A. Smith ? ¿O bien la capacidad humana para inventar una nueva relación en la naturaleza, la reciprocidad ? ¿Cuál es el origen de los “mercados” : el intercambio entre intereses privados o la reciprocidad ?

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Notas

[1] SMITH, A. Recherches sur la nature et les causes de la richesse des nations, trad. C. Debyser, Paris, Gallimard, Idées, 1976.

[2] SMITH, A., op. cit.

[3] MANGUELLE, E. ¿Tiene necesidad el África de un programa de ajuste estructural ?, Dakar (Senegal), Editions Nouvelles du Sud, 1991.

[4] DIMI, R. Sagesse Boulou et Philosophie, Paris, Silex, 1982.

[5] Ibíd

[6] GASARABWE, E. Le geste Rwanda, Paris, Union Générale d’Editions 10/18, 1978.

[7] MARX, K. Œuvres, Paris, La Pléiade, 1965.

[8] Ibíd.

[9] MALINOWSKI, B. Les Argonautes du Pacifique occidental, Paris, Gallimard, 1963.

[10] MAUSS, M. “Essai sur le don. Forme et Raison de l’échange dans les sociétés archaïques”, L’année sociologique, (1923-1924), seconde série, t. 1., réed. Sociologie et anthropologie, Paris, PUF, (1951), 1991.

[11] LÉVI-STRAUSS, C. La vie familiale et sociale des indiens Nambikwara, Paris, Société des Américanistes, 1948 ; - “Introduction a l’œuvre de Marcel Mauss”, Sociologie et Anthropologie, Paris, PUF (1950), 1991 ; - Les structures élémentaires de la parenté, Paris, Mouton (1947), 1967 ; - Anthropologie structurale, Paris, Plon (1958), 1974 ; - Le regard éloigné, Plon, 1983 ; - Paroles données, Plon, 1984.

[12] MARX, K., op. cit.