Las relaciones de reciprocidad que incitan al ser humano a producir para dar son el motor de una economía llamada “de reciprocidad”, no motivada por la supervivencia alimenticia de un pueblo sino por la creación y la transmisión de valores éticos
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La economía de reciprocidad suprime pues a priori la pobreza y la desigualdad ya que satisface primero las necesidades del más desheredado, pero no permite un aprovechamiento privado y prohibe la acumulación capitalista.
Autoriza la inversión con arreglo a criterios éticos y promueve un crecimiento razonable por el consenso democrático, más motivado por la felicidad que por el disfrute.