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janvier 2009

1. El origen del Mercado de reciprocidad negativa

Dominique TEMPLE

Hemos discutido acerca del mercado desde la perspectiva de los dones recíprocos, pero no hemos discutido sobre el mercado, desde la perspectiva de la competencia. En un sistema de reciprocidad de dones, sin duda, más valdría hablar de emulación antes que de competencia, ya que ésta es un resorte esencial de la máquina productiva capitalista. En el sistema de reciprocidad del que hemos hablado hasta ahora, la emulación está ordenada según el bien común. Cuando los hombres descubren las condiciones de su libertad, no paran, en efecto, de reproducirlas y luchan entre sí para ser los primeros en esta producción. Ganan autoridad moral y prestigio social.

Si embargo, la cuestión de la competencia no está zanjada con la emulación, ya que el hombre no está siempre en situación de ser competitivo para ser el mayor donador. Aún es necesario que tenga los medios de producir y, por tanto, de donar. No se puede, entonces, pasar por alto la cuestión de la rareza que invoca la teoría liberal para justificar la fábula de la guerra de todos contra todos (es necesario, en efecto, que algo sea raro para que sea codiciado por unos y otros). Así, los partidarios de esta tesis presumen que, desde el origen, algunas cosas eran raras en relación a la demanda, de donde la codicia de unos y otros y una violencia generalizada a la cual el intercambio hubiera puesto fin.

Pero ello es ignorar, sin embargo, que en todas las sociedades humanas la violencia también fue dominada por la reciprocidad. La parte agredida constataba fácilmente que disponía de un equivalente virtual del bien perdido, un sentimiento de venganza del que también podía constatar fácilmente que desaparecía una vez que la venganza se cumplía. Y bien, la reciprocidad permite a dos adversarios reconocerse como dos detentores de una conciencia que es tanto la del agresor como la del agredido, y la cuestión viene de elegir entre este reconocimiento de un valor común, nacido de la confrontación entre dos violencias dominadas, y el no reconocimiento de este valor, con la guerra sin otro objetivo que el de aniquilar al enemigo para conservar el dominio de los bienes.

En la reciprocidad, que relativiza la violencia de cada uno por la del otro, aparece un sentimiento común, como en la reciprocidad de los dones, que permitirá a cada uno llamarse, para el otro como para sí mismo, un “hombre prestigioso”. Los hombres, en todas partes, eligieron inscribir la violencia en la reciprocidad. El que domina la violencia por la reciprocidad es incluso reconocido como un héroe, es decir, libre de todo tributo a la naturaleza primitiva. Son incontables las comunidades humanas que se refieren a un héroe fundador de ese tipo.

Para empezar, reinaba el cazador, que afrontaba la naturaleza bajo el modo de la predación. El cazador ignoraba la acumulación o la propiedad. En cambio, no ignoraba la reciprocidad bajo una forma precisa : el compartir. Se dice a menudo que el cazador no puede consumir su presa. La dona a los otros mientras que recibe una parte de la caza de ellos. Ese tabú sobre su propia caza indica que el hombre se llama hombre por la institución de la reciprocidad, contra la ley de la naturaleza, ya que las bestias consumen su propia presa. ¡Siempre la misma antinomia entre la reciprocidad y el interés privado ! Esa es una de las grandes lecciones del cazador : ¡la de la prohibición del incesto de comida, al nivel de los alimentos, a nivel de los víveres !

Pero ya el cazador interpelaba la naturaleza como partícipe de la reciprocidad negativa. En América, los Enawene Nawe, pueblo indígena de Mato Grosso brasileño, nos cuenta B. Melià, imaginaban que antes los peces devoraban a uno de los suyos, a su primer hijo bien amado, y que así fueron habilitados para la venganza… desde esos tiempos, cada año, construyen sobre un río afluente del Amazonas un gran dique, atravesado por agujeros, en los que disponen las redes. Cuando los peces vuelven de desovar, quedan atrapados en las redes. Una venganza de todos modos relativa, ya que cuando la pesca es suficiente, se destruye el dique y se destruyen las redes... Se hacen secar a los peces pescados. Entonces el ritual es admirable : cada pescador da un pez con una mano a un pescador y con la otra mano a otro pescador hasta que todos los pescadores hayan dado un pez a cada pescador y recibido un pez de cada pescador. Los niños llevan los peces dados por su padre y vuelven con los peces ofrecidos por los otros.

Esta pesca, que dura dos meses, moviliza la mitad del pueblo, y cuando esta mitad vuelve a casa, sus miembros se disfrazan con máscaras de follaje. Así se convierten en espíritus de la floresta o espíritus de venganza, ya que vuelven de una guerra con los peces, regida por la reciprocidad negativa. La otra mitad del pueblo se figura que es asaltada, saca las lanzas y simula aceptar un combate, pero los asaltantes muestran los peces secos y los ofrecen, mientras los otros deponen las lanzas y van a buscar calabazas llenas de vino de mandioca.

Con la naturaleza, la violencia fue convertida en reciprocidad negativa : los hombres no toman los peces, sino porque un pez comió uno de los suyos, pero enseguida esta reciprocidad negativa se convierte en reciprocidad positiva cuando los pescadores, disfrazados de espíritus de venganza retornan al pueblo y ofrecen los peces. Inmediatamente, la reciprocidad positiva reemplaza a la reciprocidad negativa.

Ese ritual da sentido a lo real, ya que los peces acumulados servirán de alimento hasta el próximo año, con cada familia ofreciendo dicho alimento a todas las otras, cada una a su vez. En esta comunidad no es posible comer de su propia producción de forma egoísta : ya que eso, es incesto de comida.

Tomo esta alusión a las tradiciones de los Enawene Nawe para disipar el error muy frecuente que consiste en confundir el intercambio y la reciprocidad. Con cada uno que ha recibido un pez del otro y habiéndole dado a su vez un pez, se podría decir : he ahí el principio del intercambio que los Enawene Nawe aprenden, y poco importa que sea con pez por pez o pez por mandioca. Recordemos, pues, el principio del intercambio : está regido por la codicia de lo que el otro posee. Pero si el otro sólo posee algo idéntico a lo que uno posee, el hecho de que lo posea añade a esto un carácter esencial : es de él. Y es de esta posesión de la que se puede estar celoso.

Nada autoriza esta interpretación, en el ritual : los pescados están escondidos bajo las máscaras de follaje, las calabazas de cerveza están bajo los techos de malocas e incluso los hombres están disfrazados de espíritus de la floresta.

Lévi-Strauss fundó el intercambio en estos celos, al observar ese mecanismo en los niños que, en un estado precoz, dicen “todo es mío”. Y el antropólogo concluyó : « Lo que es desesperadamente deseado, sólo lo es porque alguien lo posee ». Luego, siempre según Lévi-Strauss, ante la resistencia del otro, el niño aprendería a satisfacerse con una igualdad que lo conduciría a alcanzar su turno mediante la siguiente reflexión : “si no puedo ser supremo, debemos ser iguales”. En otros términos, prosigue Lévi-Strauss,

« La igualdad es el más pequeño común denominador de todos esos deseos y de todos esos temores contradictorios » [1].

El intercambio se convertiría entonces en el principio según el cual se puede obtener algo del otro evitando el enfrentamiento. La necesidad de seguridad sería la razón por la cual cada individuo consentiría al intercambio con otro. En esta perspectiva, ninguna creación tiene valor humano.

A ello podemos oponer que el niño que dice “todo es mío” dice pronto, y muy pronto : “¡Toma !” y así aprende a donar para ver lo que produce donar. Y bien, el niño se desinteresa del objeto que dona para repetir incansablemente el gesto de donar hasta vaciar vuestros cajones de todos los cubiertos y vuestros armarios de sus vajillas porque siente que en el acto de donar y recibir hay más que en el objeto dado. ¿Qué es este más ? Es eso lo que nos importa, pues es por lo menos el sentimiento de integrarse a un orden de relaciones que pertenecen a la socialización del que sus padres testimonian por la palabra, ya que en el seno de esta reiteración de donar y recibir aparece inmediatamente el campo de la palabra que nombra el sí mismo y el otro mediante las dos primeras personas del verbo dar luego nombra las cosas que están comprometidas en el don.

Las cosas donadas son percibidas por los sentidos que recibirán, al ser donadas y recibidas, un sentido nuevo en relación a su uso y que es de orden simbólico. Esta relación de reciprocidad es, pues, la matriz del lenguaje. No es nada, y allá no estamos en una relación de intercambio, sino en una relación diferente, o antinómica, a la del intercambio, y que hay que llamar de otra forma, so pena de confusiones interminables…

El ritual de los Enawene Nawe es incluso explícito al respecto. Son los niños los encargados de llevar los pescados de los unos a los otros. Son así introducidos en el campo de la reciprocidad. Pero la respuesta social, a la que están invitados a participar, no es, como lo pretende Lévi-Strauss, el deseo de poseer (« el deseo de poseer es primero y sobre todo una respuesta social. Y este respuesta debe ser comprendida en términos de poder o más bien de impotencia », dice Lévi-Strauss, que explica que los celos responden « a una necesidad primitiva : la necesidad de seguridad ». [2])

Nada de ello : el niño tiene seguridad cerca de su padre y cada vez que recibe un pez, recibe también una designación de aquel a quien debe darlo, lo contrario de apropiárselo y, si aprende a donar, es para aprender a hablar.

Uno puede interrogarse, entonces, sobre aquello en que se convierte la reciprocidad de venganza cuando está situada en el nivel del lenguaje y sus circunstancias ya no son la vida entera de los unos y los otros, sino solamente sus riquezas materiales o simbólicas… Es aquí que interviene entonces lo que llamo el mercado de reciprocidad negativa.

En todo los mercados, o casi, se observan competiciones que parecen asemejarse a la concurrencia, ya que están ordenadas a partir de la adquisición de bienes. En algunos mercados tiene lugar, después del regateo entre compradores y vendedores que no parecen preocuparse por la necesidad del otro, sino por la propia, el que cada uno trata de obtener del otro las condiciones más favorables aunque, a veces, llega a ser solamente un juego lo que es una forma de reciprocidad negativa sublimada. Entonces, no se puede invocar la preocupación por el interés del otro como el motor de la transacción. Parece que sería el interés propio el que motiva las discusiones. Es necesario, pues, considerar lo que está en juego en esas discusiones.

Observo, primero, que los precios expuestos en los mercados de reciprocidad negativa son diferentes que los precios de venta reales, y que el comprador compara el precio anunciado con el precio que paga después de la palabre. Y bien, en los mercados capitalistas, la oferta y la demanda inducen a la comparación de precios expuestos de manera que la elección tiende inmediatamente hacia la solución más apropiada para el comprador. ¿Cómo comprender esta diferencia ?

Bartomeu Melià lo examinó en América [3]. En Paraguay, constata él, los amerindios guaraníes practicaban antes la reciprocidad positiva pero también la reciprocidad negativa, la reciprocidad de venganza. Y bien, hoy en día, la palabra tepy significa “pago” y “venganza”.

« Los ejemplos que ilustran la semántica del término giran en torno de los significados de “rescate” y “liberación”. Transferida hacia la cultura cristiana, la palabra tomará una significación como la siguiente, traducida por A. R. de Montoya así : “Ñande Jára guguy pypé ñande repy” = “Nuestro Señor nos redimió, rescató, libró con su sangre” [4]. Esta venganza es el pago de un precio y es el precio en sí : “ahepy enói” = “dale su precio” ; “Hepy mirï” = “tiene poco precio”. La misma palabra significará también venta, de la cual se traen ejemplos, inscritos ya en el contexto colonial (…).
 
De hecho, en el guaraní paraguayo, lengua indígena que es hoy expresión de una sociedad no indígena que desde hace siglos ha adoptado la economía de mercado, el término “tepy” pasó a significar “precio” y “mercadería”. “Hepy eterei” = “es muy caro, tiene mucho precio”, que retrotraído al significado antiguo vendría a significar “su venganza es muy grande”.
 
Si el “tepy” como venganza lo aplicaron también a paga, a precio y a venta, es porque hay una analogía fundamental en el campo de lo que hoy llamamos economía. El que se venga es como el que pone precio, el que rescata, y el que libera mediante paga. Quien paga un precio acepta la venganza del otro, pero dispuesto a cobrarse a su vez su propia venganza » [5].

La observación de B. Melià permite aprehender el comercio, la demanda, la oferta e incluso la acumulación de forma completamente diferente de aquella cuya economía política la considera desde la costumbre adoptada más bien en las sociedades capitalistas. El acto de venta y el de compra aparecen, en efecto, como una relación de tomar (la compra) y de ceder (la venta) - donde la demanda precede a la oferta - como una agresión inmediatamente redoblada por la venganza de aquel que cede : esta venganza es el precio.

El que sufre la primera injuria dispone de un “alma de venganza” y puede instaurar el rescate. De ahí la queja eventual de aquel que está sometido a este rescate cuando éste es considerado muy alto. Al pagar el precio, en efecto, se convierte, a su vez, en agredido y adquiere, a su vez, un “alma de venganza” que le permite reivindicar el tomar ventaja y de ahí la discusión, que tiende entonces al equilibrio de la reciprocidad, hacia la reciprocidad equilibrada. ¿Pero no se está aquí en lo que llamábamos la palabre, el regateo, es decir, el juego de una demanda y de una oferta entre dos interlocutores ?

El precio final aparece entonces como el valor creado por la relación de reciprocidad negativa. Se convierte en el símbolo de esta relación. El “palabreo” parece ser la interlocución por la cual se trasciende la reciprocidad negativa en lo real (rapto y contra-rapto), para instituir la reciprocidad en el lenguaje.

La reciprocidad negativa instituye un lazo privilegiado entre el comprador y el vendedor que obliga al vendedor, a su vez, a ser el comprador de su comprador. La relación de reciprocidad acopla entonces a cada comprador a su vendedor, y la variación del precio pagado en relación al precio anunciado, conduce a construir un precio aceptado (y la desigualdad, si la hay, será a su vez revertida, como dice Melià, cuando el comprador se convierta en vendedor : la relación de reciprocidad negativa implica, en efecto, que cuando el vendedor se convierta en comprador de una mercancía, de que su comprador es su depositario, se dirige, por preferencia a él bajo pena de falta moral).

La discusión tiene por objeto una palabra que expresa el sentimiento nacido de la reciprocidad entre el vendedor y el comprador. Más precisamente, la reciprocidad negativa engendra un sentimiento mutuo que sitúa a los protagonistas como sede de una palabra que busca su verdad (el precio justo). Se imagina entonces cómo está tejido el mercado de la reciprocidad negativa : mercado de relaciones personalizadas, creadoras de valores éticos y no tributario de la ley del más fuerte.

La reciprocidad negativa induce a una teoría del precio, ya que desde que se instaura entre el comprador y el vendedor, lo que tiene lugar, en su discusión, tiende a un equilibrio en el que el interés está sometido a un valor reconocido por los dos participantes como el sentido mismo de la transacción. La transacción puede tener por objeto la satisfacción de las necesidades de uno u otro de los asociados, la satisfacción de uno será sentida como una obligación moral por uno y otro asociado. Basta imaginar que cada asociado compra y vende a un asociado diferente para encontrar la estructura del mercado que ya hemos encontrado, con la reciprocidad positiva de tipo ternario, lo que implica que la discusión sea pública, condición realizada en los mercados. En el mercado de reciprocidad negativa, es la reciprocidad la que crea el precio justo.

En un imaginario común, la transacción de reciprocidad negativa determina un precio para una mercadería M, pero es el mismo procedimiento el que determina el precio de cada mercadería, de suerte que se pueden igualar las mercaderías entre sí : M = A = M’. En un procedimiento semejante, la moneda deber ser considerada como un instrumento de medida, como una unidad de cuenta. El interés privado no prima sobre la obligación de reconocer la necesidad del otro como la razón social de la transacción y es la razón, la razón práctica diría el filósofo, la que dicta finalmente su conclusión a la discusión, incluso si esta solución tiene en cuenta la superioridad de uno u otro, o del imaginario al que cada uno recurre y que pueden no ser necesariamente compatibles entre sí, ya que, en ese caso, la reciprocidad invertirá las posiciones en otra transacción en la que el vendedor será el comprador y el vendedor el comprador.

Pero basta imaginar que cada socio compre y venda a un socio diferente para reencontrar la estructura del mercado que ya hemos encontrado con la reciprocidad de tipo ternario. El mercado, decía J.-P. Guingane, es el lugar en donde nace y se alimenta la palabra : y por lo tanto el precio justo, que se obtiene en una relación de reciprocidad, binaria o ternaria, positiva o negativa, entre el comprador y el vendedor.

Si queremos escribir en términos marxistas la ley del mercado de reciprocidad negativa, tenemos que formularla así : el comerciante que compra una mercadería la revende con un precio de venganza (A-M-A’), pero cuando comprará de su comprador la mercadería de ese, aceptará el precio de ese, A” (su venganza). Para ese último, la fórmula es entonces : A’-M’-A’’. Pues hay que tomar en cuenta la reciprocidad subrayada por Melià : « Quien paga un precio acepta la venganza del otro, pero está dispuesto a cobrar a su vez su propia venganza... ». La diferencia A’-A tiene que ser igual a la diferencia A”-A’, de tal manera que la fórmula del mercado de reciprocidad sea una relación de igualdad : A-M-A’-A’ = A’-M’-A”.

Vemos, sin embargo, que basta romper la reciprocidad e instaurar una frontera de propiedad, para que la formula (A-M-A’/A’-M’-A”) pueda ser cortada en dos (A-M-A’) (A’-M’-A”). Y cada una de estas fórmulas siendo independiente de la otra, alcanza entonces aquella del Capital (A-M-A’), La competencia capitalista se substituye enseguida a la reciprocidad negativa.

¿Qué significa esta ruptura ? Significa el fin de la reciprocidad y en consecuencia la suspensión de la génesis del valor, cuya matriz es la reciprocidad, y de su expresión en el precio justo. Pero, en cambio, inicia la libertad de cada uno hacia los demás y le permite imaginar el crecimiento de su beneficio en su solo interés, aún en desmedro del interés ajeno : el provecho.

Si la relación de compra y venta es reciproca, se debe hablar de reciprocidad negativa. Este comercio no parece reducible a aquel de la economía capitalista, ni tampoco al librecambio. Insisto en esta diferencia porque los investigadores que reconocen que el intercambio no puede provenir de la reciprocidad de dones podrán imaginar que el intercambio proviene de la reciprocidad negativa. En mi opinión, esta idea es tan falsa como la idea de hacer proceder el intercambio de la reciprocidad de dones. Pues no es lo mismo contar como botín para acrecentar su capital los raptos o robos perpetrados hacia otros, que contar las venganzas de tales raptos o robos cuando están destinado a establecer o restablecer el sentimiento de ser reconocido por el otro como concurrente de reciprocidad o como miembro de una misma comunidad.

Las redes mercantiles de reciprocidad negativa tiene otra finalidad que la sola acumulación de las riquezas. Primero establecen valores humanos, tal como lo hacen los mercados de reciprocidad positiva. Y se empeñan luego en transformar la reciprocidad negativa practicada con el exterior en reciprocidad positiva dentro de la comunidad. ¡Son Enawene Nawe ! Por lo cual podemos hablar de “pueblos comerciantes”...

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Notes

[1] LÉVI-STRAUSS, C. Les structures élémentaires de la parenté, Paris, Mouton, (1947), 1967.

[2] Ibíd.

[3] MELIÀ, Bartomeu. El Guaraní conquistado y reducido, Ensayo de etnohistoria. Biblioteca Paraguaya de Antropología, vol. 5. Asunción, Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica, 1986, 2da edición, 1988.

[4] MONTOYA, Antonio Ruiz (de) Tesoro de la lengua guaraní, Madrid, 1639 (ed. facsim. por Julio Platzmann, Leipzig, 1876), f. 381v-382.

[5] MELIÀ, Bartomeu y TEMPLE, Dominique. El don, la venganza y otras formas de economía guaraní, Centro de Estudios Paraguayos “Antonio Guasch”, Asunción del Paraguay, 2004, p. 144.


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