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juin 2010

2. Las polaridades no-contradictorias de la Palabra

Dominique TEMPLE

Sea la palabra de unión o sea la palabra de oposición, lo cierto es que la palabra, ya de antes, está ligada a sus condiciones de nacimiento. Y, en ello, por cierto, hay una sujeción.

Ahora bien, los hombres han tratado de romper esta sujeción : reemplazaron el sistema de reciprocidad, el sistema de parentesco, las relaciones de alianza y filiación, de guerra y de asesinato, reproduciendo la reciprocidad en la esfera de un imaginario que no dependa ya de la naturaleza, sino que sea el reflejo de su trabajo : nos las habemos, por tanto, en el escenario de la segunda Tierra.

Los significantes impuestos, han sido sustituidos por significantes inventados. Creo que el don da testimonio de esta sustitución. La prenda de una relación de parentesco se ha convertido en un don, y los dones se convirtieron en equivalentes de todas las relaciones de reciprocidad y, finalmente, el equivalente general de reciprocidad, la moneda, permitió generalizar el mercado de reciprocidad. El mercado de reciprocidad es un lugar de encuentro para las invenciones de los hombres y para la repartición del producto de su trabajo : primero el ganado y los frutos de la agricultura.

Creo que la sed de valores humanos acarrea entonces una confrontación entre dos pasiones : una, por la eficiencia de lo simbólico y, la otra, por la génesis de lo simbólico.

Si quiero engendrar el valor, tengo que multiplicar las alianzas productivas de este valor : llamo a ese comportamiento Génesis. Si quiero identificarme con la eficiencia del valor, es necesario que me identifique con la palabra que expresa este valor : la Ley.

El enfrentamiento se efectuará entre los testigos de la Ley (los sacerdotes, los jefes) y los hombres que producen las condiciones de existencia de la ciudad, donde la Ley puede constituirse. Los primeros van a discutirle naturalmente a los segundos que ya están allí, su autoridad, y les discutirán a razón más fuerte todo derecho de control sobre su propia autoridad. A partir de entonces, estarán, pues, los sacerdotes tentados de dar una importancia considerable a la lógica de no-contradicción del significante de la palabra y, en seguida, estarán tentados de confiar à la palabra misma el origen de la omnipotencia de la función simbólica, origen que esté en un lugar entonces por fuera de la naturaleza. Postulan que la realidad de su Dios es no-contradictoria siendo definida por el vector lógico de la palabra de unión, es decir, de la misma esencia lógica que la de las polaridades de la naturaleza de las que piensan que están ubicadas en el lugar opuesto al de su Dios !Pero he aquí que los sacerdotes tienen buenas razones para ello : el sentimiento en el origen de la palabra es tan absoluto que se confunde fácilmente este mismo absoluto con una no-contradicción lógica. Efectivamente, la palabra que vehicula este absoluto es realmente no-contradictoria. Finalmente, si subsiste lo contradictorio en el interior de la palabra, es como reabsorbido por la polaridad específica de la palabra de unión.

Esta vez, no hay que entender el fuera de la naturaleza como fuera de la naturaleza biológica y de la naturaleza física, ya que está situada entre la una y la otra, sino precisamente fuera de toda instancia situada entre la naturaleza biológica y física.

Se trata, por tanto, de un nuevo principio : la no-reciprocidad que está situado en una trascendencia radical. Se dirá que Dios es el creador del mundo. Se dará al verbo crear el sentido de definir a voluntad la naturaleza a partir de la nada, pero se atribuirá esta facultad a una entidad exterior a la creación.

Los espíritus religiosos definirán entonces esta polaridad no-contradictoria de la palabra como el Bien. Resulta de ello que nombrarán también al Mal como aquello que se le opone (lo que viene de la naturaleza o todo aquello que altera o, incluso, relativiza la no-contradicción de Dios).

Los testigos de esta palabra religiosa consideran todo lo que da cuenta de lo que anteriormente llamé génesis, como antagonista de este nuevo origen, de ese nuevo principio no-contradictorio.

Aquellos que osen recordar a los sacerdotes cuáles son las condiciones originarias de la autoridad espiritual, es decir : la reciprocidad, serán condenados como los ángeles del Mal.

Para ilustrar ese tema, voy a oponer aquí dos visiones, a partir de dos interpretaciones de textos fundacionales. Lo que pongo frente a frente no son los textos mismos, que eso quede claro, sino sus interpretaciones.

He aquí cómo Peter Sloterdijk interpreta el principio del génesis bíblico.

« Sólo a la segunda mirada se revela una imagen un poco menos autoritaria de la relación entre el sujeto creador y su obra insuflada. Comprendemos ahora que entre el inspirador y el inspirado no puede existir un desnivel ontológico tan agudo como entre un maestro animado y su útil inanimado. Allá donde entre en vigor el pacto pneumático entre aquel que da el soplo (insuflación) y el que la recibe ; es decir, allá donde se insinúa la alianza comunicativa y comunional, se forma una interioridad bipolar que no puede tener nada en común con la disposición autoritaria que se tiene sobre un sujeto por el atajo de una masa objetiva manipulable. El insuflante y el insuflado bien pueden venir en primero o en segundo lugar, desde un punto de vista temporal, pero ello no quita que, desde que se ha cumplido el derramamiento del soplo vital en la otra forma, androide, se establece una relación recíproca, sincronizada y tendida de una parte a otra, entre los dos polos de la insuflación en función. Ello parece constituir la parte esencial del artificio divino : en el momento de la insuflación, se toma inmediatamente en cuenta la contra-insuflación. Se podría decir sin vueltas que lo que se llama existencia de un creador no preexiste a la obra pneumática, pues se engendra en sincronización con esta misma obra, como un frente a frente íntimo con su semejante. (...) El soplo revela entonces, y de entrada, la conspiración, la respiración, la inspiración ; desde que hay respiración, se respira entre dos. Ya que los dos están presentes al principio, sería absurdo arrancar a la fuerza una indicación sobre aquel de los polos que comenzó en el interior de esta dualidad. Por cierto, el mito debe darse por objeto el decir cómo comenzó todo y lo que fue primero – aquí como en todas partes. Pero, en la medida en que trata de hacerlo seriamente, debe, desde entonces, hablar de un va y viene original, para el cual no puede existir un primer polo. Tal es el sentido del discurso bíblico sobre la creación del hombre a la imagen de Dios. No significa que el creador haya sido un misterioso androide solitario que, en un momento dado, en una salida de humor, se haya puesto a recopiar su apariencia sobre cuerpos terrestres ; sería del todo absurdo imaginar que Dios podría haber deseado la compañía de figuras de arcilla no iguales a él, pero presentando una similitud formal con él. No es la muñeca humana hueca que designa la creación de la subjetividad y la animación recíproca. El hecho de ser “a su imagen” no es sino una expresión rígidamente óptica y extraída del lenguaje de los artesanos, para designar una relación de reciprocidad pneumática. La facultad íntima de comunicar en el seno de una dualidad primaria : he ahí la marca de Dios. Ella no implica tanto una similitud visualmente perceptible entre la imagen original y la reproducción, cuanto el complemento original aportado a Dios por su Adán, y a Adán por su Dios. La ciencia del soplo no puede iniciarse sino bajo la forma de una teoría de las parejas » [1].

Sloterdijk concibe el nacimiento del hombre a partir de una relación de reciprocidad. Si la palabra del autor del Génesis debe pagar un pesado tributo al carácter no-contradictorio de los significantes de la palabra, todos esos esfuerzos están orientados en el mismo sentido : escapar a esta maldición para hacer sentir de lo que se trata : que el soplo mismo de la palabra, la inspiración o el sentimiento que hace que los hombres sean hombres, ese soplo, nace de una relación de reciprocidad.

Anteriormente, Sloterdijk había mostrado que es a partir de la greda y del oficio de ceramista, de la función del artesano, que se construyen los primeros cuerpos, como si el movimiento del génesis no dejara de movilizar desde el comienzo a toda la naturaleza : el agua, la tierra y el fuego.

Sloterdijk muestra, luego, que, en la embriogénesis, es como si toda la experiencia humana recomenzara el génesis de nuevo. Es en una reciprocidad fundamental y acústica que el niño comienza, en efecto, a discutir en el estadio de feto con su madre, en el agua de la cueva amniótica.

La pérdida de la placenta para los pueblos andinos es quizás un poco como la pérdida del paraíso : la alteridad es desde ahora como una pérdida irremplazable, y que nadie podrá llenar, es decir se tratará de una necesidad irreductible. Eso quiere decir que la alteridad es requerida como condición sine qua non de la reciprocidad en la palabra : como la condición de interlocución.

Muestra enseguida cómo la placenta es el otro y cómo es universalmente reconocido como significante de la alteridad. Se podría añadir aquí las observaciones de Jacqueline Michaux sobre los Aymara, que muestran que la placenta es celebrada por hombres y mujeres de las comunidades andinas como el hermano gemelo del recién nacido y que es luego considerado como el hermano perdido, pérdida que instaura entonces una falla definitiva, una alteridad irremplazable. Se puede uno imaginar el horror de las mujeres de esas comunidades cuando son conducidas al hospital para alumbrar y se enteran de la suerte que los occidentales reservan a la placenta.

Uno tampoco se asombrará, pues, de la celebración de los gemelos y de ciertos rituales destinados a decir que esta alteridad no debiera ser anulada nunca.

La polaridad no-contradictoria de la Palabra de unión

Sloterdijk interpreta lo que yo trato de hacer aparecer a partir de una visión que llamo génesis.

En sentido inverso, he aquí cómo es percibido el rol de la palabra cuando es hurtada de su polaridad no-contradictoria. Esta interpretación es la del filósofo Michel Henry en su obra Palabras de Cristo :

« Estamos, ahora, en condiciones de comprender lo que entraña la contestación radical de la reciprocidad. Es porque, en las relaciones humanas, ella no hace intervenir otra cosa que los términos mismos de esta relación, a saber, los hombres ; es por ello, que la reciprocidad es descartada con tanta vehemencia. Fundada en la reciprocidad y explicada por ella, la relación inter humana aparece autónoma, auto suficiente, Existe por ella misma ; es decir, por los hombres entre los cuales ella se instaura. Se explica igualmente por sí misma, por la naturaleza humana de estos últimos. La pretendida autonomía de la relación humana, que reposa sobre la reciprocidad que en todas partes pone a hombres, mujeres, niños, parientes, al principio de esta relación, omite nada menos que la relación interna del hombre con Dios ; una relación desplegada en el secreto y de la que veremos que funda, tanto la existencia del hombre como su inteligibilidad. Es la verdad de la condición humana y, consecuentemente, la del conjunto de lazos que los seres humanos son susceptibles de mantener entre sí, los que son totalmente ocultados.
 
¿Cómo denuncia Cristo la reciprocidad que forma el tejido de las relaciones humanas más habituales, confiriéndoles ese carácter “natural” gracias al cual, a los ojos de todos, tiene su justificación ; digo, esta reciprocidad que hace que, movidos como por una fuerza invencible, amemos a quienes nos aman ? ¿Por qué, para nuestro estupor, Cristo blande la espada que viene a cortar los lazos familiares en los que la vida busca y encuentra su realización y su alegría ?. ¿Cómo ? Por una afirmación radical de no-reciprocidad. ¿ Por qué esta afirmación ? Porque la no-reciprocidad es el rasgo decisivo de la nueva relación fundamental que acabamos de descubrir ; la relación interior y escondida del hombre con Dios, más exactamente de Dios con el hombre »  [2].

Celebra así la no-reciprocidad :

« La no-reciprocidad de la relación interior que nos liga a Dios significa la intervención de otra relación que aquella que se instaura entre los hombres, tomando su punto de partida en nosotros, encontrando en ellos el principio de sus vicisitudes. La no-reciprocidad designa la generación inmanente de nuestra vida finita en la vida infinita de Dios. No adquiere su sentido sino referida al proceso interno de esta vida absoluta e infinita de Dios mismo. Ya que en el proceso interno de esta vida infinita cada viviente es traído a la vida, de suerte que la relación entre ese viviente y la Vida que lo hace vivir, ignore, en efecto, toda reciprocidad ».

La anti-reciprocidad : En un reciente coloquio en Montpellier  [3] se ha escuchado esta fórmula : “La reciprocidad del amor es la marca de la nada”, dicha por un orador venido expresamente de la Universidad de Latran. Y se puede decir que la fórmula es legítima ya que para la lógica de no-contradicción en la cual está atrapada la palabra religiosa (que no es otra que la palabra de unión convertida en principio) lo contradictorio, en efecto, es la nada.

Y en este mismo coloquio la eficiencia de la función simbólica fue presentada como la instancia por excelencia de la no-reciprocidad.

Entre la no-reciprocidad de Dios y la reciprocidad de los hombre, el combate fue descrito en él en términos explícitos, tomados esencialmente de los Evangelios, si bien dichos préstamos me hayan parecido recortados, por no decir falsos.

Pero entonces ¿qué hacer del mandamiento que se encuentra desde el origen en todas las Tradiciones : el mandamiento de reciprocidad o, mejor aún, el mandamiento del amor recíproco ? Este mandamiento, del que hemos dicho que es el secreto arrastrado por la palabra a partir de su nacimiento, como la condición de su fecundidad, de su renacimiento y, por tanto, de lo que llamaría la resurrección ¡Ya que si la matriz de lo divino es invisible, ¡el mandamiento, a su vez, es deslumbrante !

Según Michel Henry :

« Es a la luz de la bondad que la relación de Dios con el hombre fue formulada por Lucas, esta bondad que Mateo también invoca : “ya que él hace brillar el sol sobre malos y buenos”. Pensada a la luz de esta bondad, la palabra parece reducirse a una prescripción ética, indicando en efecto cómo conducirse respecto a los otros. Ya no según la ley espontánea natural de la reciprocidad, devolviendo el bien con el bien, pero también el mal con el mal, la hostilidad o la venganza por el insulto o el daño sufrido. Devolver el bien por el mal, según la palabra nueva, es hacer de suerte que las relaciones que se dicen naturales sean destruidas y la ley antigua (“Ojo por ojo, diente por diente”) revertida. Solamente la palabra dice algo de más, que la reversión de las relaciones humanas, por muy importantes que sean éstas. Ella lo arrastra, sembrando la división y la discordia allá donde reinaba el entendimiento y el amor recíproco, ya que ella trastorna primero la condición humana. La razón es que ésta última no se define ya sobre el plan humano, por el sistema de relaciones recíprocas entre los seres humanos, sino por la relación interior de cada uno de ellos con Dios. Es porque la condición humana ha sido constituida por relación con Dios, que la relación de los hombres entre sí, ya no puede obedecer a criterios y a prescripciones humanas que extraen su origen de una pretendida naturaleza humana que ya no existe más. Este cambio de naturaleza, esta transubstanciación de una naturaleza humana en una naturaleza generada en Dios, divina en su principio y cuyas acciones ya no pueden desprenderse sino de ese principio y de este origen divino, es eso lo que se encuentra expresado en un pasaje de una extrema densidad : “Haced el bien y prestad sin esperar devolución y seréis los hijos del Altísimo”. »

“Sin esperar devolución”, pero he aquí que éste es, justamente, el principio de todo valor ético que nace de una matriz de reciprocidad. El valor no tiene condición, la generosidad no tiene condición, la hospitalidad no tiene condición, la justicia no tiene condición, la responsabilidad no tiene condición. Pero aún es necesario que las conciencias afectivas sean no como la carne del mundo entre los quarks o entre las ondas y las partículas, sino como la conciencia afectiva que nace entre los hombres.

Desde ahora está abierta la lucha entre la no-reciprocidad, interpretada como la marca de la omnipotencia divina, y la reciprocidad humana que, por ser su contraria, es, según Henry, la marca de la nada.

« El fundamento de todo amor, el fundamento de la vida se escabulle, cuando se lo demanda sucesivamente a realidades, ya sean estas simétricas, de las cuales ninguna se basta a sí misma, ninguna lleva su fundamento en sí. La reciprocidad es aquí la marca de la nada. Este absurdo de la relación humana reducida a sí misma ; este absurdo no es otro que la negación de Dios y que constituye la blasfemia, solivianta la cólera de Cristo. Las paradojas de las Bienaventuranzas son el equivalente de la declaración apasionada : ¡Abbah, Padre !” »  [4].

La no-reciprocidad se convierte en una proclamación de fe ; en el límite : en una declaración de guerra :

« Sin embargo, esta disolución de los lazos familiares, a primera vista tan chocante, hace posible la división entre los miembros de una misma familia de la que Cristo, en un pasaje ya citado, afirmaba que su misión era. “No he venido a traer la paz sino la espada, a separar el hombre de su padre, a la hija de su madre” » [5].

A falta de reconocerse como el fruto de la reciprocidad, el mandamiento divino de amarse los unos a los otros, se convierte en una palabra incluida en la no-reciprocidad, ella es el secreto de la palabra, pero un secreto escondido en el fondo de la no-contradicción de la palabra para la cual Henry inventa el concepto de interioridad recíproca.

« ¿Cómo no observar entonces que la no-reciprocidad entre la vida absoluta de Dios y la vida de cada uno de los vivientes a los cuales ella da vida — puesto que es la vida — crea entre estos últimos una nueva reciprocidad ? Esta no resulta más del hecho de que los hombres, entre los cuales ella se establece, tienen una misma naturaleza, otra naturaleza humana. Ella, la nueva reciprocidad, resulta de la relación interior de cada viviente con la Vida en la cual vive ; de esta forma, de la relación interior que tiene, con cada uno de los otros vivientes que extraen su propia vida en esta misma Vida, que es la suya y que es la de ellos, que es la vida de todos. Esta relación interior de todos los vivientes entre sí en la misma vida, en la cual cada uno vive y que vive en él, no es otra que la nueva reciprocidad fundada por Cristo, aquella que hace de cada hombre y de cada mujer un hermano y una hermana para su hermano y su hermana » [6].

La no-reciprocidad, que opone a la naturaleza humana una ley de reciprocidad divina, se convierte en una proclamación de fe (religiosa) de la no-reciprocidad.

« La afirmación apasionada de la no-reciprocidad, que caracteriza la relación del hombre con Dios — buena para los ingratos y los malvados — va acompañada de la afirmación incondicional de esta relación. Por tanto, lejos de ser autónoma, la condición humana consiste en esta relación interior a Dios ; no existe sino en ella, no se explica sino por ella. Esto es lo que significa la no-reciprocidad… » [7].

Se comprende fácilmente que la pasión del autor lo conducirá a desvalorizar la reciprocidad humana, reduciéndola a una lucha de intereses triviales, para mejor reservar a la naturaleza de Dios el ser una reciprocidad pura.

« Si se relee, en Marco y Mateo, la lista de los males salidos del corazón, es chocante constatar que todos estos se inscriben en lo que hemos llamado “el sistema humano” y que, en verdad, es un sistema egoísta. Cada uno de ellos, en efecto, asesinatos, adulterios, robos, falsos testimonios, difamaciones… entra en la ronda de la reciprocidad, de la que se ha visto que no posee en sí misma ningún valor, puesto que ella también es la reciprocidad del odio, del resentimiento o de la envidia como aquella de la bondad o del amor. ¿ Por qué, sin embargo, todas las modalidades de la existencia, citadas en esos pasajes, dan cuenta del mal ? Es lo que el análisis de la subversión del corazón humano nos ha enseñado. Al tener por nada la relación interior a la vida, en la cual se ha engendrado, el yo se toma por este ego-sujeto que subsiste por sí mismo y no debe nada a nadie” » [8].

¡En fin ! Definir la reciprocidad humana por el egoísmo, será el último tour de force de esa reversión, como dice el autor, que ahora atribuye la reciprocidad a la vida interior de Dios.

Pero en esta reversión, no se distingue sino muy bien lo que se impone al razonamiento del filósofo y lo condena a la impotencia : la inflexibilidad de la lógica de la no-contradicción, desde el comienzo, le impone el no interpretar la reciprocidad humana sino como una relación de fuerzas, es decir en definitiva, un intercambio, y lo obliga a interpretar la reciprocidad en Dios como lo que él llama Vida, es decir, un don unilateral que se engendra a sí mismo.

Esta pasión filosófica por la no-contradicción se entiende como la pasión de liberar la palabra simbólica de todas las connotaciones que velarían la transparencia, que alterarían la pureza ; es más, que disminuirían la eficacia. ¡Pero a qué precio ! Al precio de ignorar no sólo al Árbol que lleva los verdaderos frutos, sino ignorar sobre todo sus raíces ¡Al precio del Árbol de la vida, al cual se ha sustituido con otro Árbol, el del conocimiento del bien y el mal y que se pretende declarar como aquel de la reciprocidad, en lo que, tal vez, está ¡toda la habilidad de la serpiente !

Una pasión tal ha sido llamada también el “pecado del ángel”  (voir ce texte) .

El árbol del conocimiento del bien y del mal :

El significante primero el nombre de la madre está dado por la naturaleza, es un significante perfecto (el cielo). El significante segundo el nombre del padre está inventado por el hombre con el sudor de su frente (la tierra).

En el cielo, la mujer es el significante primero, es por tanto la mujer la que está puesta a prueba.

La confusión del otro con lo idéntico por la posesión o el tener, es el error de la Eva bíblica que exclama “yo he caïnado de Dios”, lo que se entiende como “yo he adquirido de Dios”. Eva llama a su hijo “lo adquirido” (Caïn). [9]

Eva pone el fruto de la reciprocidad bajo la tutela de una palabra de unión cuya polaridad no-contradictoria absorbe el acontecimiento por sí solo ; no siendo la adquisición en ningún caso una co-producción, sino el reconocimiento de la Omni-Potencia de la función simbólica en una palabra que se da unilateralmente (la Vida).

La serpiente no está lejos : la noción del Mal aparece, en efecto, en el árbol del conocimiento del bien y el mal, de un Dios cuyo principio sería la no-contradicción, en el hombre, una palabra redonda como una manzana, la palabra de unión.

La serpiente dice : “al comer este fruto serás como los dioses que conocen el bien y el mal” (lo que cuenta en la expresión es el “como” (= como si el Dios fuera reducible a lo idéntico) [10]

¡Sigamos ! ya que la interpretación es libre… Es curioso que el filósofo católico no haya tenido en la memoria que el Dios bíblico detiene el brazo de Abraham cuando éste va dar prueba de su fe en lo absoluto mediante el sacrificio de aquel que es manifiestamente el fruto de la reciprocidad de alianza y no de una relación biológica, Isaac.

Lo que se rechaza manifiestamente aquí con la interdicción del sacrificio, es la empresa de la palabra de unión sobre lo contradictorio, e incluso podría decirse que lo que es condenado es la idolatría monoteísta !

¿Qué decir de esta confrontación, entre esas dos visiones de dos filósofos que traspasan la crónica hoy día, sino que siguen dando testimonio de un antagonismo, que no será sobrepasado, mientras uno de ellos se contente con analizar con la lógica de la no-contradicción cosas que manifiestamente dan cuenta de la lógica de lo contradictorio ?

La polaridad no-contradictoria de la Palabra de oposición

Se podría tomar otros ejemplos, sea para la palabra de unión, por ejemplo en el Islam, sea para la palabra de oposición, y mostrar cómo una palabra polarizada por la diferenciación podría volverse así contra la reciprocidad e imponerse a ella en nombre del interés de cada individuo, un interés superior, cierto, ya que tendría como secreto el expresar un imperativo categórico (la regla de oro) en nombre de la singularidad irreductible de cada uno en una diferencia absoluta.

La palabra de la diferencia individual se dice también el origen, ya que es dinamizada por la lógica no-contradictoria de su significante, dando el primado al individuo.

Ella destruye inmediatamente la reciprocidad que entraba su actualización y considera todo valor ético, producido por esta reciprocidad, todo valor ético característico de una comunidad o de una cultura constituida sobre la base de la reciprocidad, como paralizando la eficacia de aquello que promueve, sobre todo, en el plano económico.

Resta imponer, enseguida, la regla de oro como regla de derecho o como principio del contrato social… del mismo modo como el filósofo religioso impone el amor fraternal a partir de la no-contradicción de la palabra de unión.

Las abominaciones que resultan de ese fetichismo bien valen por las de los fanatismos religiosos.

¿Deberíamos comentar acerca de la contradicción de la palabra política y de la palabra religiosa, así definidas por su polaridad no-contradictoria ? La actualidad nos ofrecería la ocasión para ello. Pero pasemos.

No es con ejemplos sujetos a polémica que deseo comentar. No tengo tampoco la pretensión de interpretar textos religiosos o políticos prestigiosos. Deseo comprender las cosas desde un punto de vista teórico a partir de la tesis que he tratado de defender.

Me parece que con una lógica de no-contradicción no es posible afirmar, simultáneamente, que la naturaleza participa en la génesis de los valores éticos por intermedio de la reciprocidad y que la ética es el imperativo categórico de una palabra de origen sobrenatural (o aún de afirmar simultáneamente que la función simbólica emerge de una matriz que sería la reciprocidad y que la omnipotencia de la función simbólica no se debe sino a sí misma). Según una lógica de no-contradicción, una de esas proposiciones es falsa, ya que son contradictorias entre sí. Lo que, sin duda, es el error de base, es pretender tratar ese tipo de cuestión con una lógica de no-contradicción.

La no-reciprocidad y el poder

No abriré la cuestión apasionante de saber cuál es el porvenir de la palabra que escaparía a la empresa de la no-contradicción, ya que será eso lo que estará en juego en otro seminario, aunque diría lo que pienso de una palabra que se constituye como actualización no-contradictoria y que se justifica en la objetividad de la polaridad no-contradictoria que le da forma.

Mi última reflexión tratará entonces de la naturaleza del poder.

Cada una de estas dos Palabras, por el mismo hecho de ser una actualización de una polaridad no-contradictoria, conduce a definir objetivamente el Bien y el Mal en función de esta polaridad no-contradictoria.

La eficiencia del simbolismo está entonces encadenada a esta polaridad. Ella ya no es la eficiencia de la razón ética sino aquella que le confiere esta polaridad ; llamo entonces a su eficiencia el poder. La eficiencia de la función simbólica es, desde ahora, el poder que se puede ejercer sobre otro ; el poder de definir a uno como el Bien y a su contrario como el Mal.

Como se ha comprendido, la antinomia del poder y de la libertad, de la que he dicho que es el fruto de la reciprocidad ; ésta antinomia comienza con la Historia de los Hombres, ya que comienza con la palabra, una Historia que es, a la vez, historia del poder de los unos sobre los otros pero también una historia de amor de los unos por los otros.

Así, he vuelto al principio de reciprocidad como matriz, si bien, ahora, de otro sentimiento : el de la libertad, pero una matriz que sigue engendrando lo contradictorio y, por tanto, a las primeras palabras de este seminario. Les propongo detenerme aquí y cerrar, con ello, mi contribución.

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Notes

[1] SLOTERDIJK, Peter. Bulles, Sphères I, Paris, éd. Pauvert-Fayard, 2002, pp. 45-46

[2] HENRY, Michel. Paroles du Christ, Paris, Seuil, 2002.

[3] Coloquio Internacional Michel Henry, del 3 al 5 de diciembre del 2003.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Cf. SIBONY, Daniel. “Premier meurtre”, Écrits sur le racisme, Paris, Christian Bourgeois éditeur, 1986, pp. 225-227.

[10] Cf. BALMARY, Marie. Le sacrifice interdit, Paris, Grasset, 1986, pp. 260-261.


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