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juin 2010

1. El mercado y la reciprocidad generalizada

Dominique TEMPLE

Me parece que las civilizaciones construidas sobre la reciprocidad disponen de dos modos principales de organización económica, social y política que dependen, la una, de lo que Lévi-Strauss llama el principio de oposición y, la otra, de lo que propongo llamar principio de unión. Estos dos principios parecen tan importantes el uno como el otro : si se tomasen fotos desde el avión de una aldea o pueblo en las sociedades de reciprocidad, se los vería escritos en el suelo. El principio de oposición : por la disposición cuadrangular de las casas, que se colocan frente a frente. El principio de unión, por la disposición concéntrica de las mismas casas, pero alrededor de un palacio, de un templo o de una iglesia central. Los dos principios podrían manifestarse, a veces lado a lado, otras superpuestos.

Pero las cosas se complican con la reciprocidad ternaria. Los antropólogos hablan de sociedades segmentadas o dispersas. De prójimo en prójimo, todas las familias de la sociedad tienen entonces los mismos referentes éticos : hemos visto, en efecto, que la libertad era, en esta estructura, sinónimo de responsabilidad individual, ya que la individuación da la palabra a cada uno. Sin embargo, las familias no quedan dispersadas, ya que nada impide que cada una establezca varias relaciones de tipo ternario y llegamos así a una nueva forma de reciprocidad : la reciprocidad ternaria generalizada.

El lugar de encuentro de todos y cada uno, para establecer el máximo de relaciones, se convierte en el mercado de reciprocidad. Los hombres se encuentran y las mercaderías circulan, sea en redes de reciprocidad de parentesco preestablecidas o sea, al contrario, creando en el caso nuevas relaciones de reciprocidad. Se puede decir, incluso, que la calidad de una persona se cuenta por el número de alianzas de reciprocidad que ella puede ofrecer.

La reciprocidad, vista en los servicios que satisfacen las necesidades de los otros, se traduce por equivalencias y, a veces, esas equivalencias se cambian por monedas. La moneda, aquí, es un símbolo en sentido estricto ; es decir, es la prenda de la alianza creada por un don que exige la reciprocidad.

Esos mercados son tributarios de valores respetados por todos, por tanto, pues, de una cultura e, incluso, de un imaginario preciso : el de la comunidad de reciprocidad. Los equivalentes de una comunidad no son necesariamente reductibles los unos a los otros : su significación depende de un código ético.

Por ejemplo el cauris, uno de los equivalentes más célebres de reciprocidad, significará, aquí, una relación de alianza matrimonial y, allá, una relación de mercado. Según el país, será el signo de una devolución de ganado o de cereales o de otros valores de uso, incluso, de diferentes servicios, si no de obligaciones religiosas.

El respeto del valor de la moneda es el respeto del valor de referencia, pero también de la naturaleza de las relaciones de reciprocidad constitutivas de las relaciones sociales de una comunidad dada.

Los mercados de reciprocidad están en vigor en el mundo entero, a pesar de los esfuerzos por destruirlos del sistema capitalista y el libre intercambio. No me asombraría, aunque no trataría de defender la tesis, que esos mercados estén actualmente en expansión, contrariamente a lo que se cree.

Igualmente, la reciprocidad negativa hace nacer el comercio y la competición entre comunidades. No hablaré de ello, ya que ustedes mismos encontrarán análisis sobre el tema del mercado de reciprocidad positiva y del mercado de reciprocidad negativa.

Comercio tradicional o comercio de reciprocidad negativa, mercado tradicional o mercado de reciprocidad positiva, son las bases de la ciudad. El mercado, y aquí hablo de la plaza del mercado de reciprocidad, es, en efecto, el lugar en el que se desarrollan las ciudades. La concentración urbana permite la instalación de servicios o de actividades que requieren la concentración de cierta clientela para disponer de los equivalentes necesarios a su existencia. Ciertamente, hacen falta pocos habitantes para justificar un farmacéutico, pero harán falta muchos para justificar un servicio de reanimación cardiaca. Si el pueblo concentra entonces a mucha gente, pueden instalarse nuevos servicios y, con ellos, artesanos cada vez más especializados. Así, la ciudad es un lugar de diferenciación, de invención y de organización de las actividades humanas por reciprocidad cumplementaria.

El otro principio es el de la redistribución. Aquí, hay un centro y una organización piramidal más o menos jerarquizada en función de la diferenciación de los estatus. Todo converge hacia el palacio que redistribuye. Se conocen bien los sistemas de redistribución que han logrado a imponer su empresa en vastos territorios : por ejemplo los incas, los aztecas, los mayas en América. Tampoco hablaré de ellos, ya que son sistemas de una fragilidad extrema, a los que basta decapitar para que se derrumben, y los occidentales los decapitaron a todos ellos.

El libre intercambio y la destrucción de las estructuras de reciprocidad

Como se sabe, la elección de los hombres, por lo menos en Occidente, ha recaído en favor del intercambio ; no de la reciprocidad.

Las ventajas del intercambio son demasiado conocidas como para insistir en ellas. Explico sólo una, que bastaría para explicar la supremacía del Occidente : la supresión de toda connotación simbólica de las cosas, permite que todas sean tratadas de manera objetiva, es decir, por su sólo valor de uso y, por tanto, se las puede organizar entre sí en función de su lógica : la lógica de la no contradicción.

El respeto de esta lógica tiene por consecuencia la eficacia máxima de sus dispositivos y de sus interacciones : la rueda más la palanca, observaba Pascal, y tenemos la carretilla…

Así, como se sabe, desde que el trabajo humano puede ser, a su vez, reificado como valor de uso, gracias a su intercambio, la economía puede usar el trabajo asalariado y construir el capital.

El capital toma el relevo de la ciudad : es la condición de la diferenciación de las actividades humanas. La teoría liberal dice, desde Adam Smith, que aquel que construye un palacio de maravillas provoca que sus obreros se conviertan en obreros especializados, en buenos terapeutas y artistas.

El desarrollo de la competencia, pacificado por los intercambios más o menos recíprocos, permite a los que tienen capacidades el desarrollarse los unos por los otros, si no a los unos para los otros. Resultaría de ello, según esta teoría, que el mundo encontraría su sitio, siempre y cuando el sistema tenga la fuerza necesaria para acelerar, cuando esté amenazado por las crisis provocadas por aquellos que se sienten demasiado presionados por las exigencias de los accionistas del capital.

Inversamente, cuando las cosas se inscriben en la reciprocidad, deben someterse a imperativos simbólicos que retardan su eficacia.

Con todo, la reciprocidad tiene dos ventajas respecto al intercambio : la de suprimir inmediatamente la desigualdad y la pobreza y la de producir valores humanos a voluntad.

Que se eche una mirada rápida a las sociedades de África, Asia u Oceanía, donde son muy numerosas las comunidades cuyas relaciones de base son relaciones de reciprocidad, pocas sin embargo dominan a la reciprocidad simétrica. La alienación en el imanginario de la reciprocidad positiva o de la reciprocidad negativa puede tener una amplitud tan grande que el intercambio puede aparecer como una liberación. Así los grandes sistemas de redistribución han desaparecido todos, destruidos por el sistema de libre intercambio. La estructura ternaria centralizada ya no existe, sino en tanto que componente de sistemas complejos, por ejemplo, como estructura familiar en ciertas sociedades o, aún, como campo de la palabra religiosa. Los grandes sistemas de redistribución han desaparecido, pero las estructuras comunitarias de base siguen omnipresentes.

Ahora bien, el sistema de libre intercambio no destruyó a esas sociedades por simple seducción. China fue forzada a adoptar el libre intercambio. El Japón fue forzado al libre intercambio. No hablemos ya de los sistemas de redistribución americanos y africanos ; contra ellos se ejerció, además, el genocidio y la esclavitud. Hoy en día, la liquidación de los últimos sistemas de redistribución tiene lugar bajo nuestros ojos, incluso sangrientamente : pienso en Ruanda o Burundi. Y siempre : la fuerza es el brazo ejecutor del liberalismo. Y tal vez eso, merece una reflexión más.

Antes de abordar esta cuestión, quisiera contribuir a aclarar por qué los grandes sistemas de reciprocidad y de redistribución se derrumban cuando entran en contacto con el libre intercambio.

Una de las razones del derrumbe masivo de todos los sistemas de redistribución de América, es la superioridad de la técnica objetiva sobre la técnica simbólica. No volveré a ello, ahora.

Una segunda razón, que analicé en varios ensayos, es lo que llamé el quid pro quo histórico  (lire la définition) . Tampoco me extenderé sobre ello ahora.

Uno podría preguntarse si la razón más profunda ¿no estriba en que sería más humano romper con la matriz de reciprocidad ? En el fondo, se trata de definir el estatuto de la libertad.

La reciprocidad en el imaginario

Numerosas tradiciones imaginaron una primera Tierra, luego una segunda Tierra. Sobre la primera reinan los valores éticos, pero la Perfección, es decir, la adecuación del sentimiento y de la acción es tal que la Palabra no tiene todavía razón de ser. No existe todavía.

En la segunda Tierra, la Palabra da testimonio de una imperfección que es presentada, según las Tradiciones, bien como un sobrepasamiento de la Perfección o, por el contrario, como una herida hecha a la Perfección y que yo interpreto como la herida que lo no-contradictorio hace a lo contradictorio, el conocimiento a la conciencia afectiva, el “primer drama de la humanidad”.

Pero, a partir de esta herida o de esta amenaza, el hombre tiene la palabra y se encuentra ante la elección de crear los valores éticos o de no hacerlo. Dicho de otra forma, si ha de haber reciprocidad, ella deberá ser querida por el hombre y no ser sufrida por sus condiciones primitivas, tales como las relaciones elementales del parentesco.

Retomaré esta cuestión a partir del momento en que la Palabra tome el relevo de la conciencia afectiva, a partir del momento en que ella signifique claramente para el otro, un sentimiento compartido por todos. La Palabra traduce entonces la energía de un sentimiento en una actualización no contradictoria : la palabra de oposición, “yo-tu”, por ejemplo, o la palabra de unión “él”, por ejemplo.

Por tanto, se debe aceptar entonces la lógica del significante (que es similar a la de la no-contradicción de las fuerzas puestas en juego en la reciprocidad), es decir, la lógica de la no-contradicción.

Sabemos, además, gracias al principio de antagonismo, que esas palabras pueden ser aureoladas por imágenes del mundo, cada vez que la relación con el mundo se instaura, ya que, a partir de entonces, esas palabras son también la expresión de las conciencias elementales de las fuerzas del mundo movilizadas por la reciprocidad. Y el hecho de que las conciencias elementales estén ligadas por una conjunción de contradicción con las fuerzas reales comprometidas en la reciprocidad, tiene como consecuencia el que haya una correspondencia estrecha entre esas imágenes y lo que permitió construir un sentimiento dado.

El ver, el escuchar, el tocar, etc., tienen desde el origen dos estatutos : son sentidos naturales, pero también son los sentidos de lo sobre-natural, lo que quiere decir que ciertos significantes se reportan, a la vez, a un valor espiritual y a una realidad, a un referente material.

Entre un objeto mental que tiende hacia lo no-contradictorio y un objeto mental que tiende hacia lo contradictorio, vimos que son posibles todos los intermediarios, lo que significa que la imagen puede resbalar de una significación que reenvía al referente (la polaridad no contradictoria) o al sentimiento que se acrecienta cuando lo contradictorio es dominante (en cuyo caso, la imagen no sirve más que de écran o de transparencia a ese sentimiento).

El calor puesto en juego en una relación física permitirá una sensación, pero en una relación de reciprocidad, su imagen puede ser un significante, para decir un sentimiento. Si la vista es deslumbrada por la luz, este deslumbramiento puede servir para significar también la revelación. Si el sol aclara las cosas del mundo, su imagen podrá servir de significante para la iluminación de las imágenes espirituales.

El cuerpo, sede de lo que se ha llamado la carne, está inmediatamente comprometido del todo como significante primero, ya que está comprometido en relaciones de reciprocidad, y hemos visto con la transfiguración, que se convierte en el significante de sentimientos sobre-naturales.

Ocurre, pues, lo mismo con el cuerpo extendido, quiero decir con la naturaleza que forma el entorno. El imaginario de los Inuit no será entonces el mismo que el de los Twa.

Entonces, a partir del momento en el que el reflejo de las cosas entra bajo forma de imagen en el lenguaje, adquiere igualmente un cierta eficiencia : las palabras que se refieren a él inducen no solamente a nuevas relaciones de reciprocidad, de las que ahora tiene el secreto, sino que estas palabras no son necesariamente distintas de los dinamismos que las engendraron si el imaginario les impone su carga. Es lo que he querido decir al expresar que el don es una orden de donar.

En el caso contrario, esas nuevas estructuras podrán construir sentido entre sí sin ser sobre-determinadas por la naturaleza, es decir, por las fuerzas biológicas y sus conciencias elementales puestas en juego en la reciprocidad primitiva. La orden es entonces, y sin duda ahora se la comprende mejor, una orden para reproducir una relacion de reciprocidad sin referente. La orden puede, pues, ordenar la reproducción de la reciprocidad teniendo por referente el don, pero la orden no obliga necesariamente a donar : la orden espiritual, desprendida, si se puede decirlo, de su imaginario, es la de reciprocar.

Así puede pasarse de una estructura de reciprocidad a otra estructura de reciprocidad, por ejemplo, de una estructura de reciprocidad de venganza a una estructura de reciprocidad de dones y, sobre todo, a formas de reciprocidad que parecen obedecer a órdenes espirituales ; ejemplo : “no matarás”.

Este mandamiento : “no matarás”, suena incluso paradójico, ya que parece prohibir la reproducción de una reciprocidad negativa. Pero que uno no se equivoque. En todas las sociedades arcaicas, la reciprocidad negativa comienza por la interdicción del asesinato. En efecto, hay que haber sido asesinado para disponer de un alma de venganza y no haber asesinado. Dicho de otra forma, el punto de partida de la reciprocidad negativa, “ser asesinado”, significa que el primer asesinato no tiene sentido.

La ley del talión : “ojo por ojo, diente por diente”, instala la reciprocidad negativa después de haber sufrido el primer asesinato. Es evidente, en efecto, que si el otro actúa solo como asesino, solo es posible reconocerlo como tal, y que hay que aceptar construir la conciencia que permite elevarse por sobre la naturaleza en los términos que él impone, es decir, con su referente el asesinato : la lucha que también hemos llamado el agôn . El sentimiento creado en esta reciprocidad antagonística o de venganza se representa entonces en un imaginario preciso : el honor. El honor da derecho al imaginario guerrero, al imaginario de Aquiles.

Lo que queda, pues, como la Ley, que resulta de todas maneras de esta reciprocidad, es que el primer asesinato no tiene sentido (lo que quiere decir “No matarás). Es así que puedo comprender la paradoja de un Dios que promete la venganza al pueblo de Israel, la promesa de matar a todos los primogénitos de los egipcios, que exige el recuerdo de la venganza por el sacrificio del primer nacido de todos los rebaños como signo de alianza y que, sin embargo, puede afirmar : “No matarás”.

Pero el primer mandamiento no está siempre en relación con la función puesta en juego por la reciprocidad. Ya que el primer mandamiento es producido por la reciprocidad más pura, el principio de reciprocidad, si se quiere. El fruto de esta reciprocidad, el sentimiento de humanidad que resulta de ella, estará expresado en la Ley y en un imaginario “transparente”.

De tal suerte que en numerosas Tradiciones (por ejemplo africanas), el mandamiento autoriza, e incluso ordena, la sustitución de una función por otra : el reemplazo de la venganza por ejemplo, por la alianza matrimonial o por el don.

Y eso, a mi parecer, es de cierta importancia hoy mismo, sobre todo en África, ya que en una sociedad de reciprocidad, dominada por el imaginario de la venganza, se puede escapar muy pronto al destino de la venganza, mediante la invención de estructuras de reciprocidad nuevas (positivas o mejor simétricas) que hacen triunfar la voluntad humana y la paz.

Todos los valores éticos son el fruto de esta reciprocidad pura que hemos llamado la reciprocidad simétrica.

Entonces ¿en qué queda mi pregunta : es más humano romper con la matriz primitiva de los valores éticos o quedar sujeto a ellos ?

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