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janvier 2009

El Quid pro quo Histórico entre los Aztecas

Dominique Temple

La llegada de los dioses

Un año doce, casa, del calendario azteca, 1517 de nuestra era, y un año trece, conejo, 1518, la expedición de Hernández de Córdoba y la de Juan de Grijalva, a la búsqueda de las ciudades del oro, reconocieron las costas de México.

En esos tiempos, los Aztecas de México creían en el retorno de Queltzalcoatl, Dios de las artes y de la cultura que protegía a la antigua ciudad de Tula cuando los hombres sacrificaban frutos y animales y fue expulsado por Tezcatlipoca, Dios de los guerreros que le exigía el sacrificio de prisioneros.

Y bien, ellos ven acercarse a las tierras de México, venidos desde más allá de las puertas del cielo, sobre colinas flotantes, a seres desconocidos. Unos son totalmente negros, los otros blancos. Rodeados de jaguares celestes, y llevados por corzos gigantes, esos seres matan con una muerte que nadie ve venir, una muerte a distancia. Dominan el rayo y el relámpago. Están protegidos por mantas de hierro invulnerables.

Aztecas intrépidos montan, sin embargo, a bordo de las naves y, luego, van a informar de su descubrimiento al emperador Moctezuma :

« Oh Señor nuestro, mi honorable Joven Hombre, tomad nuestra vida, ya que aquí lo que hemos visto, lo que hemos hecho : ya que allá donde están tus antepasados ellos montan guardia por ti, ante el agua divina, nosotros hemos ido a ver a nuestros señores, los Dioses, en el seno del agua » [1]

Inmediatamente, Moctezuma ordena preparar la recepción de los Dioses :

« Luego, los cinco fueron llamados y Moctezuma se despidió de ellos, diciéndoles : “Id, ¡no tardéis ! Adorad a nuestro señor el Dios, decidle : He aquí que nos envía tu gobernador Moctezuma, he aquí lo que te ofrece, ya que has llegado a su hogar en México” » [2]

Cuando a su vez Fernando Cortés se acerca a las tierras de México, recibe a bordo a altos dignatarios encargados de las ofrendas de Moctezuma : los adornos y los sellos de los Dioses del nuevo mundo.

« Así eran los adornos de Quetzalcoatl : una máscara de serpiente trabajada con turquesas, una armadura de desfile en plumas de quetzal, un collar de jade trenzado en el medio del cual hay un disco de oro, enmarcado en plumas de quetzal y de una banderola en plumas de quetzal y un espejo dorsal adornado con plumas de quetzal, pero ese espejo dorsal está hecho como de un bucle de turquesas, incrustado con turquesas, tapizado de turquesas pegadas, y rosarios de jade con cascabeles en oro ; luego está el propulsor en turquesa, únicamente una turquesa entera, con una especie de cabeza de serpiente, con una cabeza de serpiente y después sandalias de obsidiana.
 
En segundo lugar ofreció el atavío de Tezcalipoca : una cabellera en plumas, dorada-amarilla con estrellas de oro, y un collar de conchas y un largo collar de conchas con un borde deshilachado, y un chaquete completamente pintado, con los bordes ocelados y emplumados, y un manto atado trabado en azul turquesa que se llama “pregonero” y del que se toman las esquinas para ceñirlo, también hay un espejo dorsal y todavía algo más : cascabeles de oro que se atan a las pantorrillas y otra cosa aún : sandalias blancas.
 
En tercer lugar, la que era el tocador del señor de Tlalocan : la cofia de plumas de garza, únicamente en plumas de quetzal, completamente en plumas de quetzal, como si fuera verde, como si estuviera envuelta por el verde, luego un ornamento cruzado de conchas de oro, también hay un espejo dorsal como se dijo, igualmente con campanillas, el manto con los bordes de anillos rojos para atárselo, cascabeles de oro para los tobillos, y su vara en forma de serpiente, trabajada con turquesas.
 
En cuarto lugar, también estaba el atavío de Quetzalcoatl con otra cosa aún : una mitra en piel de jaguar con plumas de faisán, con una gran pieza de jade puesta en la punta, y aretes en turquesa, redondos, de donde penden conchas en oro abombadas, y un collar en jade trenzado en el medio del que hay un disco de oro, y un manto de bordes rojos para anudarlo, y también los cascabeles de oro necesarios para los tobillos, y un escudo que lleva un disco de oro al medio, con plumas de quetzal desplegadas en los bordes y también con una banderola de plumas de quetzal, y el bastón curvo de viento doblado en la punta con piedras de jade blancas como estrellas ; y sus sandalias de espuma.
 
Tales eran esas cosas que se llamaban los trajes de los dioses, sus atavíos y que llevaban los mensajeros y encima llevaban muchas más cosas como signos de bienvenida : una corona de oro en forma de caracol de mar con plumas de loro amarillo suspendidas, una mitra de oro” » [3].

¿Espera Moctezuma que el dios se revele por la elección de su adorno ? ¿Quetzacoatl o Tezcatlipoca ? A esta alternativa, el emperador añade una tercera posibilidad : Tecuhtli. Ese dios, honrado por los pueblos de la selva aliados de los aztecas, había sido integrado a su panteón después de su victoria sobre los Mayas como igual al Dios Sol Uitzilopochtli, del que Moctezuma guarda naturalmente las armas, ya que es su descendiente directo.

La hospitalidad de los Aztecas y la busca del oro de los españoles

Cortés no se pregunta sobre la significación de todos esos adornos. Comerciante instalado en Cuba, ha construido una fortuna basada en la esclavitud de negros, después de haber participado en el genocidio de los indios del Caribe. Pero la producción de sus tierras está lejos de satisfacerle. Cuando se entera de que los Aztecas llevan joyas de oro, convierte todos sus bienes en barcos. Sus reclutas son trescientos mercenarios blancos y seiscientos esclavos negros. Esos aventureros ya no reconocen los valores de su patria española. Sólo reconocen el oro. Pero son esperados como los Dioses. ¿Pero qué pasaba pues en España ? ¿Todas las sociedades del mundo no están basadas en el principio de reciprocidad, todas las economías del mundo no son tributarias de la reciprocidad de los dones ?

España está a la encrucijada de los caminos. El sistema de reciprocidad y redistribución está desde tiempo en un callejón sin salida. Antes, los unos producían para dar (laboratores), los otros se pegaban para vengar las injurias (bellatores), por fin los últimos expresaban los valores producidos por la reciprocidad (oratores). Pero la propiedad hizo su entrada, subrepticiamente, solidificando el valor en el imaginario de cada uno. Los responsables religiosos ya no son elegidos por la asamblea sino nombrados por su magisterio, los belicosos no se eligen aún más sino son designados por la herencia. Los caballeros, los clérigos y el pueblo son presos de imaginarios que se “fetichizan”. En las fronteras del sistema, la propiedad se anuncio al descubierto con los negociantes y como fuerza de liberación de los privilegios, de los clérigos y del nobles. Se pretende universal y desafía cualquiera pretende atribuirse lo de manera exclusiva. Los negociantes en los burgos y los puertos, hacen fortuna. Armaron las naves de Colón, prestan a los reyes, crean un nuevo poder que rompe con los valores insertados en la tradición, un poder que tiene por referencia un valor objetivo, el valor de intercambio.

Los Occidentales que embarcaron en las carabelas rompen toda lealtad. Generalmente delincuentes sin fe ni ley, aventureros que eligieron la libertad, hacen valer por la propiedad, su individualidad en frente de cualquiera. Son una vanguardia de una nueva sociedad. Pronto, Cervantes estigmatizara la contradicción entre la tradición y el nuevo orden por la “locura” del caballero a la triste figura que protege el honor de los opresos, da a todos por amistad, y la “sensatez” de Sancho Panza colgado al proverbio de la burguesía naciente : “Tanto valgo cuanto tengo”. En América, no hay más tradición, más Historia, más instituciones, incluso no hay interfaz entre el sistema de reciprocidad y el sistema de intercambio. Los Españoles eligieron a su nuevo amo : el Oro. No sabrán o no querrán conocer nada de los valores aztecas.

Aún, antes de desembarcar en las tierras de México, reciben testimonios de lo que les espera :

« Luego, comieron galletas de maíz blancas, de maíz desgranado, huevos de pavo, pavos y también toda clase de frutas chirimoyas, mameys, zapotes amarillos, zapotes negros, y patatas dulces, patatas de madera, patatas dulces color herrumbre, patatas dulces malvas, patatas dulces rojas, raíces dulces de jicama, ciruelas de monte, ciruelas de río, huajalotes, guayabas, paltas, algarrobos, ciruelas de tejote, cerezas del campo, higos amarillos de nopal, moras, higos de nopal blancos, higos de nopal rojos, higos de nopal zapotillero, higos de nopal de agua…
Y cuando llegaron a tierra seca, cuando al fin vinieron, cuando avanzaron, se pusieron en camino, tomaron su camino, fueron atendidos grandemente, fueron considerados con gran estima. Es sólo guiados por sus manos que vinieron, que siguieron su camino. Se hizo gran cosa por ellos » [4].

Entonces, comienza lo que llamo el Quid pro quo histórico. Del lado azteca frente al extranjero, la hospitalidad, el don. Del lado occidental, la obsesión por el oro, la acumulación. Por una parte se asegura su dignidad, su valor, mostrándose generoso. Por el otro, se ignora todo de ese valor creado por el don, se busca, se toma, se acumula el oro.

Apenas en tierra, los hombres de Cortés se lanzan sobre las obras de arte o de culto, sacan el oro que sólo cuenta por su peso. Masacran inmediatamente a los primeros pobladores aztecas que encuentran para quitarles el oro o las vestimentas.

Moctezuma, ante esas nuevas ¿deduce que el dios Tezcatlipoca estaba ávido de sangre humana ? Envía otra embajada con prisioneros para inmolarlos a los pies de Cortés, pero este también mata a los sacrificadores.

Y el “Dios” alcanza la ciudad de Cholula, ciudad santa del Imperio en la que los dignatarios religiosos se reunieron en gran ceremonia :

« De creer a Cortés, la ciudad misma era muy impresionante cuando hizo su entrada en ella : “(…) esta ciudad de Cholula está establecida en una planicie, y cuenta con hasta veinte mil casas en el centro de la ciudad y otras tantas en los suburbios…” Por otra parte Cholula, ciudad religiosa, ofrecía el panorama deslumbrante de una multitud de templos espectaculares que habían impresionado mucho a Cortés : “garantizo a Vuestra Alteza que he contado, desde lo alto de un templo cuatrocientos y pico torres en esta ciudad, y todas pertenecían a templos” » [5].

Pero cuando todos los sacerdotes están reunidos, prosternados, los españoles cierran las puertas del templo y masacran. Luego reúnen el oro y se fugan :

« Inmediatamente, entonces, se ha aplastado, asesinado, golpeado (…) No es con flechas que ellos fueron al encuentro de los españoles. Simplemente fueron masacrados a traición. Simplemente fueron aniquilados con engaño. Simplemente, sin saberlo, se los mató… » [6].

Cholula, ciudad mártir, es el símbolo de la conquista : una pasión religiosa comienza cuando los Aztecas prisioneros de los templos son asesinados.

El Quid pro quo histórico inmovilizado por la Tradición azteca

El Emperador está perplejo, los comentarios traicionan su desconcierto. Por consejo de Cacama, rey de Texcoco, Moctezuma propone una entrevista para establecer la paz. Su embajada aporta ricos presentes en oro que dispone bajo los estandartes imperiales decorados con oro.

El historiador describe la sorpresa de los Aztecas ante el comportamiento de los españoles :

« Y cuando les dieron esto o aquello, es como si hubiesen sonreído, como si se hubieran alegrado, como si tuvieran un placer ardiente. Es como monos de cola larga que cogieron de todo lado el oro. Es como si, allá, se sentaran, como si se aclarara blanco, como si se refrescara su corazón. Ya que es muy cierto que tenían mucha sed, que se atiborraban, que morían de hambre, que querían, como puercos, el oro » [7].

De un lado como del otro, la ideología se trasforma en fetichismo : para los occidentales, no hay otro valor que el oro ; para los amerindios, las plumas de quetzal…

Entonces, como los adornos de los Dioses, efigies y talismanes no tienen ningún efecto sobre los recién venidos, el Emperador se dirige hacia los magos que detentan el poder de embrujar al enemigo.

« Pero en ninguna parte hicieron nada, en ninguna parte vieron nada, no llegaron a nada de nada, no hicieron nada de lo que sea, no fueron competentes » [8].

Las narraciones aztecas pretenden que los sacerdotes anunciaban, desde hace algún tiempo, una catástrofe inminente.

« Antes de que vengan los españoles, diez años antes, apareció un presagio de desgracia por primera vez en el cielo, como una llama, como una hoja de fuego, como una aurora. Parecían llover pequeñas gotas, como atravesando el cielo ; se agrandaba en la base, se afilaba en la punta, hasta en la bella mitad del cielo, hasta al corazón del cielo iba, hasta el más profundo corazón del cielo llegaba. De esta forma, se la veía, allá abajo en el oriente se mostraba, brotaba en medio de la noche, parecía hacer el día y, más tarde, al levantarse, la borraba el sol » [9].

Entonces los sacerdotes predicen el fin del mundo. Interpretan su encuentro con un fugitivo aterrorizado como la aparición de Tezcatlipoca mismo :

« Él les ha dicho : “¿Por qué pues habéis venido en vano aquí ? Ya nunca más habrá México. Con todo lo que llega, ya pasado enteramente. ¡Iros ! ¡Fuera de aquí ! ¡No se queden ahí ! ¡Vuélvanse ! Miren a México, como si ya hubiera pasado, como que ya está pasando”. Entonces se volvieron, dieron media vuelta y vieron que se quemaban todos los templos, las casas de los barrios, los colegios religiosos y todas las casas de México, y era como si ya se hubiera combatido. Y, una vez que los adivinos hubieron visto eso, fue como si su corazón hubiera partido a otra parte… »
 
« Moctezuma, una vez que hubo escuchado, simplemente bajó la cabeza. Se quedó simplemente así, con la cabeza gacha (…) como si estuviera completamente anonadado » [10].

El conflicto entre los tradicionalistas y los revolucionarios aztecas

La leyenda colonial, a la gloria de los españoles, dice que el español tuvo la habilidad de explotar las divisiones fratricidas de los Aztecas aliándose a poblaciones fronterizas hartas de llevar tributos a México.

El Codex Ramírez cuenta, en efecto, que Ixtlilxochitl, hijo del rey Texcoco se alió muy rápido a Cortés ya que había sido alejado del trono, destinado a su hermano Cacama, protegido de Moctezuma.

Pero el Codex Ramírez precisa también que Ixtlilxochitl y Cacama se encontraban pacíficamente en el tiempo de Moctezuma. Ixtlilxochitl se negará siempre ante Cortés a marchar contra su hermano y le reprochará vehementemente su asesinato, al jefe español.

Que los españoles hayan dispuesto de ejércitos aztecas se explica menos por el genio estratégico de Cortés que por la lógica del quid pro quo : cada ciudad azteca rivaliza con las otras por ofrecer más a los extranjeros. Los unos eligen honrarlos, porque esperan de ellos protección y redistribución. Los otros a través dones considerables, tratan de someterlos a sus dioses. Pero todos ofrecen la alianza a los españoles.

El Codex Ramírez va más lejos : son los Aztecas los que asumirán la mayor responsabilidad de la conquista, por lo menos aquellos que percibieron los límites de la religión tradicional.

Los textos señalan la contradicción de los dos hermanos Ixtlilxochitl y Cacama, el uno que encarna la tradición, el otro que se rebela contra ella. Los términos de la contradicción son religiosos. Es Cacama el que le aconseja al emperador que reciba a Cortés a pesar de la masacre de Cholula : el emperador, ya que es la más grande encarnación del más grande los Dioses, no puede sustraerse a la obligación del don y de la hospitalidad, sin perder la cara.

« Informado de lo que ocurría, Moctezuma hizo venir a su sobrino Cacama, a su hermano Cuitlahucatzin y los otros señores y les propuso una larga discusión para saber si había que recibir a los cristianos y de qué manera. Cuitlahucatzin respondió que de ninguna manera, Cacama fue de la opinión contraria : parecería poco valiente no dejarlos entrar mientras que estaban a las puertas y no convenía a un gran señor como su tío no recibir a los embajadores que un príncipe tan importante enviaba » [11].

Ixtlilxochitl, por su parte, renunciará a la tradición. Adoptará la religión cristiana, no para complacer a Cortés, sino porque descubre una religión que juzga superior a la suya. Por otra parte, debe forzar la decisión de los españoles poco apresurados en verlo reivindicar el título de hijo de Dios. Como los merovingios de Clovis, Ixtlilxochitl organiza la ceremonia de bautismo y toma el nombre del rey de España, Don Hernando. Conducirá la conquista por cuenta de los españoles a la cabeza de tropas aztecas.

« Revestidos con sus trajes reales, Ixtilxochitl y su hermano Cohuanacotzin recibieron las premisas de la ley evangélica. El primero tuvo a Cortés como padrino y fue bautizado Hernando como nuestro rey católico (…) Se fue de ahí bautizado veinte millars si hubiera sido posible. Ixtilxochitl fue luego a contar a su madre Yacotzin lo que había pasado y decirle que iba a buscarla para conducirla al bautismo. Ella le preguntó si no había perdido su espíritu y le reprochó de haberse dejado convencer en tan poco tiempo por un puñado de bárbaros » [12].

La conquista es una revolución religiosa, una pasión para los que tienen la tradición azteca, la muerte de una teocracia de la que Moctezuma será el mártir. Moctezuma va, además, por delante al sacrificio. Ofrece a los conquistadores el reino de México.

« Arreglaron en vasos de calabaza flores preciosas, heliantros, flores del corazón, magnolias en el medio de las que se pusieron flores de maíz quemado, flores amarillas de tabaco, flores de cacao, coronas de flores, guirnaldas de flores. Y llevaban collares de oro, collares de varia filas, collares trenzados. Y entonces, es ahí, en Uitillan, que Moctezuma los encontró. De entrada, les distribuyó sus regalos al Capitán, al que mandaba a los guerreros. Le ofreció las flores, le puso en el cuello un collar, le puso alrededor del cuello flores, lo cubrió de flores, lo coronó de flores. Luego, entonces, antes sus ojos, desplegó los collares de oro, todos los obsequios destinados a llegar a alguno… »

Y el narrador atribuye estas palabras al imperador :

« No solo estoy soñando, no veo esto solamente en mi sueño, no hago más que soñar en ti, ahora te veo frente a frente…
 
Y ahora eso ha llegado : has venido. Has sufrido muchas fatigas, estás cansado, acércate a la tierra, reposa, anda a conocer tu palacio, descansa tu cuerpo, que se acerquen entonces a la tierra nuestros señores » [13].

El emperador condujo a Cortés de la mano por las terrazas de México y le hizo contemplar los esplendores de la ciudad. Los españoles, pasmados, recorrieron los palacios :

« Y cuando llegaron a la cámara secreta de los tesoros, el lugar llamado Teocalco, inmediatamente sacaron afuera, mezclados, todos los trenzados en tejidos preciosos, las armaduras de desfiles en plumas de quetzal, las armas, los bucles, los discos de oro, los collares de demonios, las medialunas de oro para adornar la nariz, las perneras de oro, los brazaletes de oro, las cintas de la frente de oro. Inmediatamente, entonces, se arrancó el oro de los bucles y de todas las armas. Y cuando se arrancó todo el oro, entonces pusieron fuego, hicieron quemar, destruyeron todos los objetos preciosos. Quemaron todo. Y el oro lo convirtieron en lingotes, los españoles… » [14].

Los saqueadores quemaron los valores aztecas para sacar sus propios valores. Los Aztecas continúan ofreciendo hasta el sacrificio. Moctezuma les ofrece a los españoles los tesoros de Uitzilpochtli, Dios sol, guardados en sus apartamentos personales.


Entonces comienza el sacrificio. Moctezuma acepta celebrar la fiesta de Uitzilpochtli que Cortés le pide. Este espera que todo el oro de los adornos aztecas sea reunido para esta celebración. Pero aun no es la época del ritual. Cortés suplica, Moctezuma consiente. Le es imposible rehusarse. Asume el desafío del don, aunque éste deba conducirlo hasta la muerte. Ordena que se construya la estatua de su dios. El pueblo vacila, refunfuña, luego se somete. Los sobrevivientes de Cholula interpelan al Emperador. Él responde que, ya que ofrece la paz, un nueva masacre es imposible, ya que es el garante supremo. Pero :

« (…) ya cuando se celebraba la fiesta, ya cuando se danzaba y se cantaba, ya cuando canto y danza se mezclaban y que el canto era como un estruendo de vagas brisas, entonces cuando les pareció a los españoles que había llegado el momento de masacrar, entonces aparecieron. Estaban preparados para la guerra.
Llegaron a cerrar todas las partes por donde se podía salir, por donde se podía entrar : la puerta del águila, el costado al pie del palacio, el costado del Puente de Caña y la Puerta del espejo de serpientes. Y cuando los encerraron, por todas partes se apostaron. Nadie más podría salir. Y hecho eso, entonces, entraron en el patio del templo para masacrar a la gente. Aquellos que tenían la necesidad venían simplemente a pie, con su escudo de cuero, otro con su escudo tachonado y su espada de metal ; enseguida, entonces, rodearon a los que danzaban, enseguida, entonces, fueron donde estaban los tamborilleros, enseguida golpearon las manos de los tocadores de tambor, vinieron a cortar las palmas de sus manos, las dos ; luego, cortaron sus cuellos, y sus cuellos cayeron lejos. Enseguida, entonces, todos ellos asaltaron a la gente con lanzas de metal. Algunos fueron lanceados por la espalda, y sus tripas se dispersaron. A algunos les rompieron la cabeza en pedazos, les trituraron la cabeza, redujeron su cabeza a polvo. A otros los golpearon en los hombros, vinieron a agujerear, vinieron a hender los cuerpos. A otros los golpearon varias veces en las piernas, a otros los golpearon en el vientre e inmediatamente sus tripas se dispersaron. Y es vano que corrían. No hacían más que andar de cuatro patas, agarrando sus entrañas. Era como si los tomaron de los pies si querían huir. No se podía ir a ninguna parte. Y a algunos querían salir, venían a golpearlos, venían a acribillarlos a golpes… » [15].

Los españoles, con el botín amasado, se hacen fuertes en el palacio. En las puertas, emboscan sus arcabuses y llaman a su auxilio a Ixtilxochitl, que no puede imaginar la realidad. Pero como ellos no podrían impedir que su liberador se entere pronto de la realidad, aprovechando de una noche lluviosa, se fugan. Antes de abandonar México, ejecutan a Moctezuma.

« Viéndose con más novecientos españoles y numerosos amigos, Cortés decidió algo que se ha tratado de travestir, pero Dios conoce bien la verdad y fue que en el cuarto de la mañana se encontró muerto al desgraciado Moctezuma, que en la víspera se había hecho salir a una terraza baja para que hable a los hombres, detrás de un pequeño parapeto y se cuenta que comenzaron a tirarle piedras, y que uno lo alcanzó. Pero aunque todo eso sea cierto, esta piedra no podía hacerleningún mal porque hace ya cinco horas que estaba muerto. Algunos precisan incluso que, para que no se pueda ver la herida, se le había hundido la espada por el fundamento » [16].

Durante más de un año, México resistirá un sitio despiadado. Pero la ciudad será diezmada por las epidemias. Utilizando piezas de tejido que mojan con el humores y sangre de los hombres enfermos, las ofrecen a sus adversarios mediante embajadas. Los españoles utilizan las primeras armas bacteriológicas.

El Codex Ramírez dice que, en el último asalto, Don Hernando (Ixtlilxochitl) subió las escaleras del palacio, llegó a la estatua de Uitzilipochtli y la decapitó.

« Llegado al pie del templo, Don Hernando comenzó a subir las escaleras, acompañado de su tío Don Andrés Achacatzin, famoso capitán de Chiyautla que mandaba a cincuenta mil hombres (…) Don Hernando atrapó por los cabellos al ídolo que antes adoraba y lo decapitó. Teniendo la cabeza con la mano, la mostró a los mexicanos diciéndoles con una voz vibrante : “Ved a vuestro Dios y su poco poder, reconoced vuestra derrota y recibid la ley del Dios único y verdadero”. Les tiraban andanadas de piedras y Don Andrés tuvo que proteger a su sobrino Cortés con su escudo, ya que los dos famoso capitanes estaban al descubierto. Luego tomó el ídolo… » [17].

La riada de los españoles por el oro y el martirio de los Aztecas

Los españoles están tan apurados por convertir su victoria en oro que despojan a los cadáveres protegiéndose « con telas muy finas, ya que tenían náuseas a causa de los muertos que olían mal » [18].

Arrancan los ornamentos labiales, los aretes de las orejas, los collares, los pectorales, recogen mitras y cascos, brazaletes.

Luego torturan a los sobrevivientes con la esperanza de que revelen el escondite de un oro secreto.

Cortés forzó a Cautemoc, el último emperador azteca, a caminar con los pies quemados para que indique eventuales subterráneos en lo que se ocultaría el oro.

Los Aztecas, que esperaban que su sangre se metamorfosearía un día en el calor del sol, son colgados o devorados por los perros.

« Ahí abajo, colgaron al soberano de Uitzilopocho, Macuilcochitzin. Inmediatamente luego, al soberano de Colhuacan, Pitzotzin ; los dos fueron colgados ahí abajo. Y al tlacateccatl de Quauhtitlan y al tlillancalqui los hizo devorar por los perros. Luego, enseguida, la gente de Xochinulco fue también librada a los perros para ser devorada, y Ecamextlatzin de Texcoco fue librado a los perros para ser devorado »  [19].

Se acaba ultimando a los heridos de un pueblo que había abierto las puertas de sus casas porque creía recibir Dioses.

Como quiera, el pueblo mexicano, gracias a uno de los suyos, se liberó del fetichismo solar. Se liberó de un imaginario del que no llegaba sobrepasar los límites.

Numerosas son las sociedades de Nuevo Mundo que, ellas mismas, precipitaron la ruina de sus ciudades porque creían poder contar con el extranjero para denunciar el fetichismo religioso. Desencadenaron, sin embargo, fuerzas imprevistas que llevaron al caos hasta los fundamentos mismos de su civilización.

Etnólogos, historiadores y economistas se preguntan todavía por qué imperios tan potentes, los aztecas, incas, se hundieron en algunas horas ante pequeñas bandas de aventureros. Pero el enigma se desvanece si uno se da cuenta de que los amerindios ignoraban que el Dios extranjero no practicara el don recíproco y únicamente el intercambio interesado. En cuanto a los extranjeros, ignoran el principio de reciprocidad. Como uno dona, mientras el otro recibe, la caída de las ciudades es inmediata y total. Uno ofrece para establecer o aumentar su prestigio o acrecentar su autoridad, mientras que el otro toma, acumula, privatiza para asegurar su ganancia y su poder. Pero cada uno imagina que el otro pertenece a su sistema ; cada uno se ilusiona sobre la humanidad del otro, la que nace del don, para los unos, y que, para los otros, nace de la propiedad. El buscador de oro ignora que el don crea la autoridad de quien dona. A sus ojos la gratuidad del don no engendra ningún valor. Interpreta el don del azteca como un gesto de simplicidad. O, asimismo, ve en el don la propuesta de un trueque.

Se felicita, en ese caso, de recibir mucho al menor costo, y concluye en la incompetencia del amerindio. El amerindio no imagina que el extranjero no participa de ninguna humanidad fundada en la reciprocidad. Cree que el otro respetará su prestigio e incluso que redistribuirá las riquezas, cuando le llegue el turno de merecer la gloria a la que pretende.

Los dos mecanismos, del don y de la acumulación pertenecen a sistemas antagónicos ; pero, articulados uno sobre el otro, aumentan sus efectos en un solo sentido : todas las riquezas materiales pasan, sin retorno, de una sociedad a la otra.

Las comunidades de reciprocidad de la Amazonía, en estado disperso, algunas de las cuales aún hoy viven en la selva y que siempre ofrecen hospitalidad a los recién llegados, no hacen otra cosa diferente que los emperadores aztecas o incas que dieron su imperio a los primeros colonos. El humilde, como el poderoso, se suicida cuando abren sus puertas a aquellos que rinden culto al tener. Y esos sólo tienen que instaurar la privatización, como principio de derecho, para convertirse en los dueños del nuevo mundo.

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Notes

[1] Códice de Florencia, cap. 2, p. 52, en Récits aztèques de la Conquête, Textos reunidos y presentados por Georges Baudot y Tzvetan Todorov, traducidos del nahuatl por Georges Baudot y del español por Pedro de Córdoba, Paris, éd. Seuil, 1983.


« El Códice de Florencia es una enciclopedia del mundo azteca realizada bajo la dirección del franciscano Sahagún, y comporta un texto en náhuatl, un texto español e ilustraciones. La historia de la conquista ocupa el libro XII, cuya parte náhuatl también está traducida aquí » (p. 9).
« Incluso si no es la más temprana, puesto que lo esencial de la historia fue puesta en forma en 1550-1555, el libro XII del Códice de Florencia merece ampliamente ser propuesto como primero tanto por sus dimensiones como por la calidad de su texto. Es incontestablemente la más importante de las historias de la conquista en lengua nahuatl de la que disponemos hoy en día » (p. 18).

[2] Ibíd, cap. 4, p. 56.

[3] Ibíd, cap. 4, pp. 54-56.

[4] Ibíd, cap. 4, p. 63.

[5] Ibíd., nota 35 del cap. 11, p. 388.

[6] Ibíd., cap. 11, p. 69.

[7] Ibíd., cap. 12, p. 71.

[8] Ibíd., cap. 13, p. 73.

[9] Ibíd., cap. 1, p. 49.

[10] Ibíd., cap. 13, p. 73.

[11] Ibíd., Fragmentos adicionales al capítulo 3, p. 182, en anexo Nº 2 al Codex Ramírez propiamente dicho, es decir a la “Relación del origen de los indios que viven en esta Nueva España según sus historia”.

[12] Ibíd., cap. 3, p. 181.

[13] Códice de Florencia, cap. 16, p. 81.

[14] Ibíd., cap. 17, p. 84.

[15] Ibíd., cap. 20, p. 91.

[16] Codex Ramírez, cap. 9, p. 189.

[17] Ibíd., cap. 14, p. 193.

[18] Códice de Florencia, cap. 40, p. 147.

[19] “Anales históricos de Tlatelcoco”, citado in Récits aztèques de la Conquête, Textos reunidos y presentados por Georges BAUDOT y Tzvetan TODOROV, traducidos del nahuatl por Georges Baudot y del español por Pedro de Córdoba, Paris, éd. Seuil, 1983, p. 166.


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