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janvier 2009

1. El Quid pro quo político : el don de los víveres

Dominique TEMPLE

El Quid pro quo colonial

En 1500, el portugués Alvarez Cabral, conduce trece naves y mil doscientos hombres en la ruta de las Indias abierta por Vasco de Gama ; descubre el Brasil, toma simbólicamente posesión del territorio, pero prosigue su ruta. Diez y seis años más tarde, el español Díaz de Solís explora el río de La Plata [1].

Ulrico Schmidl, soldado alemán, participa de las expediciones que atraviesan el continente para llegar al Perú. De regreso a su país, describe a las naciones encontradas y el recibimiento que les depararan : por doquier la hospitalidad, en todo lugar el don, siempre la alianza [2] :

« Allí, sobre esa tierra, hemos encontrado unos indios que se llaman Querandíes, unos tres mil hombres con sus mujeres e hijos, y nos trajeron pescados y carne para que comiéramos » [3].

No se trata, pues, de una hospitalidad simbólica, sino de una hospitalidad bien real e incondicional, casi excesiva y muy onerosa, pues los recién llegados son nada menos que dos mil seiscientos cincuenta españoles  [4].

Los españoles deben resolver lo más pronto posible el problema de su aprovisionamiento de víveres. En el momento en que los indios no les ofrezcan más hospitalidad, se apoderarán de sus cosechas y se instalarán en sus poblados :

« Dios Todopoderoso, con su ayuda nos permitió vencer a los Querandíes y ocupamos el lugar donde estaban (...). Allí permanecimos durantes tres días : después volvimos a nuestro campamento, dejando de guardia a unos cien hombres, pues hay en ese paraje buenas aguas de pesca. También hicimos pescar, utilizando las redes de los indios, para tener pescado suficiente como para mantener la gente (...) » [5].

Los españoles no se ocuparon de sacar partida de los recursos del país, pues lo que querían era llegar al Perú lo más antes posible. Así, bien pronto :

« Fue tal la pena y el desastre del hambre, que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas ; hasta los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido » [6].

No sólo eso, llegaron hasta el canibalismo :

« (...) algunos otros españoles cortaron los muslos y otros pedazos del cuerpo de los ahorcados, se los llevaron a sus casas y allí los comieron. También ocurrió entonces que un español se comió a su propio hermano que había muerto » [7].

Si bien el motivo principal de la conquista es el oro, de momento, es por la comida que los españoles buscan la alianza con los indios : Pedro de Mendoza no puede dar de comer a su gente. Decide, pues, enviar trescientos cincuenta hombres río arriba sobre el Paraná :

« … y navegamos aguas arriba por el Paraná a buscar indios, para lograr alimentos y provisiones » [8].

Pero la expedición es un desastre. Los indios, en efecto, informados de los sucedido entre los Querandíes, huyen y destruyen sus poblados y sus cosechas :

« Pero cuando los indios nos veían, huían ante nosotros y nos hicieron la mala jugada de quemar y destruir sus alimentos : éste es su modo de hacer la guerra. De ese modo no encontramos nada que comer, ni mucho ni poco ; apenas se nos daba a cada uno, cada día, tres medias onzas de bizcocho. En este viaje murió de hambre la mitad de nuestra gente » [9].

Pedro de Mendoza deja el mando a Juan Ayolas :

« Dispuso entonces nuestro capitán Juan Ayolas que los marineros aprestaran ocho bergantines y bateles o botes, porque quería navegar aguas arriba del Paraná y buscar una nación que se llama Timbú para obtener provisiones y mantener a la gente » [10].

Así, pues, los españoles abandonan Buenos Aires y remontan el Paraná. Después de dos meses de navegación, encuentran a los Timbús que los reciben magníficamente.

« Nuestro capitán regaló entonces al indio principal de los Timbús, que se llamaba Cheraguazú, una camisa y un birrete rojo, un hacha y otras cosas más de “rescate” » [11].
 
« El tal Cheraguazú nos condujo a su pueblo y nos dieron carne y pescado hasta hartarnos » [12].

Donde los Timbús, la hospitalidad dura tres años. Cuando reemprenden la conquista, son recibidos por los Corondas :

« … y ellos compartieron con nosotros su escasez de carne y pescado y cueros y otras cosas más » [13].

Después vienen los Quiloazas : « … también participamos su escasez ». Luego los Mocoretás : « Los Mocoretás nos recibieron muy bien, a su manera, y nos dieron la carne y pescado que precisábamos durante los cuatro días que con ellos nos quedamos » [14]. Después los Chanas... Pero he aquí que los españoles tuvieron que enfrentarse a los Mapeníes, sin que Schmidl nos refiera los motivos :

« Nos recibieron belicosamente. Había en el río más de quinientas canoas. Pero, dichos Mapeníes no consiguieron gran cosa y con nuestros arcabuces herimos y dimos muerte a muchos... » [15].

En cambio, fueron bien recibidos por los Curé-Maguás :

« Así los dichos Curé-Maguás nos dieron todo lo que entonces necesitábamos y se pusieron mucho a nuestra disposición » [16].

Pero,

« … cuando llegamos a estos Agaces, éstos se pusieron a la defensa e intentaron combatirnos y no quisieron dejarnos pasar adelante » [17].

Pronto llegaron donde los Guaraníes-Carios. Delante de Lambaré, un poblado fuertemente protegido, Juan Ayolas decide avanzar en orden de batalla :

« (Los Carios) dijeron a nuestro capitán general Juan Ayolas que nos volviéramos a nuestros bergantines y que ellos nos proveerían de bastimentos y todo lo que necesitaremos » [18].

He aquí que los indios ya no invitan a los españoles a sus aldeas, si bien todavía les ofrecen víveres.

Mientras tanto, río arriba, aquellos que no escucharon todavía nada respecto a los recién llegados, rivalizan todavía en el asalto de los dones.

« Una vez, llegamos a una nación que se llaman ellos mismos Jerús, cuyo rey, cuando supo de nuestra llegada, vino a nuestro encuentro, recorriendo un largo camino, con gran majestad y esplendor ; y delante de él venían sus músicos, pero detrás de él una incontable muchedumbre de personas caminando, todas desnudas. Este rey nos recibió muy espléndidamente y dejó que todos nos albergáramos en ciertas casas, pero al capitán lo llevó con él a su propia mansión. Hizo asar venados u otras piezas de caza para deleitarnos » [19].

Sin embargo, pronto la hospitalidad se transformará en rechazo y luego en enfrentamiento.
Schmidl ofrece algunos indicios de esta evolución : con los Querandíes del Río de la Plata, por ejemplo :

« Los susodichos Querandíes nos trajeron alimentos diariamente a nuestro campamento, durante catorce días y compartieron con nosotros su escasez en pescado y carne y solamente un día dejaron de venir. Entonces nuestro capitán don Pedro de Mendoza envió enseguida un alcalde de nombre Juan Pavón, y con él dos soldados, al lugar donde estaban los indios (...) Cuando llegaron donde ellos estaban, el alcalde y los soldados se condujeron de tal modo que los indios los molieron a palos y después los dejaron volver a nuestro campamento » [20].

La manera, pues, como se condujeron los españoles provoca la indignación de los donadores, una indignación de momento mesurada. Inmediatamente los españoles reaccionan con una violencia increíble y sin medida con el mal humor de sus anfitriones :

« Cuando el dicho alcalde volvió al campamento, tanto dijo y tanto hizo, que el capitán don Pedro de Mendoza envió a su hermano carnal don Jorge Mendoza con trescientos lansquenetes y treinta jinetes bien pertrechados ; yo estuve en ese asunto. Dispuso y mandó nuestro capitán general don Pedro de Mendoza, juntamente con nosotros, matara, destruyera y cautivara a los nombrados Querandíes » [21].

La reciprocidad de parentesco

Bajo la presión del hambre, los españoles ¿no consideran acaso que lo que les es ofrecido, les es debido ? Incapaces de comprender la reciprocidad, interpretan el don como el reconocimiento indio de su superioridad natural. De esta manera, incluso antes de que les sea donado, los españoles toman lo que codician. Schmidl lo precisa en otra ocasión :

« El principal del Paiyonos se nos acercó pacíficamente con su gente y pidió a nuestro capitán que no entrásemos a su pueblo, sino que se quedara allí donde estaba. Pero ni nuestro capitán ni nosotros quisimos hacer eso, sino que marchamos directamente a la aldea, les gustase o no a los indios. Allí encontramos carne en abundancia, pues había gallinas, gansos, venados, ovejas, avestruces, papagayos y conejos » [22].

Puede ser que los Mapeníes o los Agaces, que se enfrentaron a los españoles desde su llegada, hayan sido sorprendidos en el río durante una de sus expediciones guerreras ; es posible incluso que ellos se hayan rehusado reconocer a los españoles la superioridad de la que alardeaban, después que fuesen avisados de su comportamiento, pero Schmidl añade otra explicación cuando relata el encuentro con los Carios :

« (Los Carios) Dijeron a nuestro capitán Juan Ayolas que nos volviéramos a nuestros bergantines y que ellos nos proveerían de bastimentos y todos lo que necesitáremos, alejándonos de allí, porque si no serían nuestros enemigos. Pero nosotros y nuestro capitán general Juan Ayolas no quisimos retroceder de nuevo, pues la gente y la tierra nos parecieron muy convenientes, especialmente los alimentos ; pues en cuatro años no habíamos comido pan sino solamente con pescados y carnes nos habíamos alimentado (...) hicimos disparar nuestros arcabuces, y cuando los oyeron y vieron que su gente caía y no veían ni flecha alguna sino un agujero en los cuerpos, no pudieron mantenerse y huyeron, cayendo los unos sobre los otros como perros, mientras huían hacia su pueblo » [23].

Los indios Carios resistieron frente a su aldea durante dos días.

« Más cuando vieron que no podrían sostenerlo más y temieron por sus mujeres e hijos, pues los tenían a su lado, vinieron dichos Carios y pidieron perdón y que ellos harían todo cuanto nosotros quisiéramos. También trajeron y regalaron a nuestro capitán Juan Ayolas seis muchachitas, la mayor como de dieciocho años de edad, también le hicieron un presente de siete venados y otra carne de caza. Pidieron que nos quedáramos con ellos y regalaron a cada hombre de guerra dos mujeres, para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y atendieran a todo cuanto más nos hiciera falta. También nos dieron comida, de la que bien necesitábamos en aquella ocasión. Con esto quedo la paz con los Carios » [24].

Veamos, en primer lugar, los Carios les propusieron a los españoles de proveerles de todo lo necesario con la condición de que se quedasen lejos de la aldea. La primera observación de Schmidl : « … pero nosotros no quisimos retroceder de nuevo, pues la gente y la tierra nos parecieron muy convenientes, especialmente los alimentos », confirma el hecho de que los españoles compran, y no buscan una relación de dones mutuos. Ahora bien, visto que los Carios les ofrecen a los españoles todo lo que desean, a condición de que se queden en sus naves o, por lo menos, lejos de sus aldeas, ¿por qué es que quieren apoderarse de sus casas ?

No es solamente el hambre que retuerce las entrañas de los españoles. Las condiciones de la paz con los Carios arrojan cierta luz sobre esta pregunta : dos mujeres por soldado. Schmidl lo relata con cierta concupiscencia : « … a nuestro capitán Juan Ayolas le ofrecieron seis muchachitas, la mayor como de dieciocho años de edad ».

En otros lugares, Schmidl se expresa sobre la hospitalidad de parentesco con pudor. Recomienda a los lectores que quisieran saber al respecto de embarcarse hacia América.

« Estas mujeres (se trata de los Mbayás) se quedan en casa y no van a trabajar en los campos, pues es el hombre quien busca los alimentos ; ellas hilan y tejen el algodón, hacen la comida y dan placer a su marido y a los amigos de éste que lo pidan ; sobre esto no he de decir nada más por ahora. Quien no lo crea o quiera verlo que haga el viaje » [25].

Refiriéndose a los Jerús, añade :

« Las mujeres son bellas a su manera y van completamente desnudas. Pecan llegado el caso ; pero yo no quiero hablar demasiado de eso en esta ocasión » [26].

Los españoles se quedaron sólo un día en esta comunidad de los Jerús. Con otras palabras, la reciprocidad de parentesco es inmediata y generalizada. Cuando al día siguiente los españoles fueron recibidos por el “rey” de los Jerús, Schmidl precisa :

« Estas mujeres son muy hermosas, grandes amantes, afectuosas y de cuerpo ardiente, según mi parecer » [27].

Por otro lado, la reciprocidad de parentesco es, obviamente, una iniciativa india que se inscribe en las reglas de la hospitalidad :

« … cuando estábamos a una legua de camino de esa localidad, vino a nuestro encuentro el propio rey de los Jerús, con doce mil hombres, más bien más que menos, y nos esperaron pacíficamente sobre un llano. Y el camino sobre el que íbamos era de un ancho como de ocho pasos y en este camino no había ni pajas, ni palos ni piedras sino que estaba cubierto de flores y hierbas, así hasta llegar a la aldea. El rey tenia su música, que es como la que usan los señores allá en Alemania. También había ordenado el rey que ambos lados del camino se cazaran venados y otros animales salvajes, de modo que habían cazado cerca de treinta venados y veinte avestruces o ñandúes, cosa que merecía la pena de verse » [28].

Se adivina pues lo que sucede después de Buenos Aires : los españoles que no tienen mujer quieren entrar a las aldeas para aprovecharse de la relación de parentesco. Los indios los reciben con el don de víveres y la reciprocidad de parentesco que significa que los extranjeros son integrados en su sociedad como cuñados, lo que les otorga inmediatamente derecho a tener a las jóvenes como esposas. Ellas mismas acuerdan esta alianza ; también pueden ser ofrecidas por las autoridades. La reciprocidad de parentesco es una alianza matrimonial no solamente individual sino también de comunidad a comunidad.

Ignorando el significado de las relaciones de parentesco entre los indios, los españoles no tratan a las mujeres como esposas, sino que las utilizan para su placer, las abandonan pronto o las intercambian según sus necesidades, como lo atestigua esta increíble confesión de Schmidl :

« También (los Mbayás) regalaron a nuestro capitán tres hermosas mujeres jóvenes. (...) Hacia la media noche, cuando todos estaban descansando, nuestro capitán perdió a sus tres muchachas ; tal vez fuese que no pudo satisfacer a las tres juntas, porque era ya un hombre de sesenta años y estaba viejo ; si en cambio hubiera dejado a las mocitas entre los soldados, es seguro que no se hubieran escapado. En definitiva, hubo por ello un gran escándalo en el campamento… » [29].

He aquí la razón por la cual las mujeres indígenas se escapan y por qué los indios están dispuestos a alimentar bien al extranjero a condición, empero, de que acampe fuera de sus muros : es porque es incapaz de comprender el sentido de la reciprocidad de parentesco, de conducirse como cuñado, en la medida que ha sido honrado con este título, incluso cuando él no puede estar acompañado de hijas o hermanas que podrían casarse con los Guaraníes.

Esclavitud o genocidio

Las muchachas no son el único objeto de codicia de los soldados ; también las madres y sus niños. Cuando tuvo lugar su enfrentamiento con los Agaces (« Habían hecho huir a sus mujeres e hijos, y ocultado de tal manera que no pudimos quitárselos) », Schmidl revela que los Agaces estaban informados acerca de las exigencias de los colonos, de otro modo no hubieran podido prevenir su ataque ; pero también que los niños y las mujeres se pusieron en juego entre los dos protagonistas :

« Más cuando vieron que no podrían sostenerlo más y temieron por sus mujeres e hijos, pues los tenían a su lado, vinieron dichos Carios y pidieron perdón » [30].

Para los Carios se trata de salvar a sus mujeres. Para los españoles, la razón de esta disputa aparece más nítidamente cuando Schmidl cuenta la primera rebelión de Tabaré :

« Acampamos allí durante tres días, y en el cuarto, poco antes de hacerse el día, asaltamos la aldea y entramos en ella y matamos cuantos encontramos y cautivamos muchas de sus mujeres, lo que fue una gran ayuda » [31].

¿Qué ayuda ? Cuando relata la segunda rebelión (1546) Schmidl precisa :

« Antes de atacar, ordenó nuestro capitán que no matáramos mujeres ni niños, sino que los cautiváramos ; cumplimos la orden y así fue : cautivamos las mujeres y los niños y solamente matamos a los hombres que pudimos (...) Después de ocurrir todo eso, vinieron al campamento Tabaré y otros principales de los Carios, y pidieron perdón a nuestro capitán, rogando que les devolviesen sus mujeres e hijos » [32].

Se trataba, pues, de doblegar a los indios, tornado de rehenes a sus mujeres e hijos.

Schmidl precisa que aquello que él llama alianza militar, en realidad, ha sido conseguida por chantaje bajo amenaza de exterminio. « Hicimos entonces una alianza con los Carios por si querían marchar con nosotros contra los Agaces y combatirlos ». En cuanto a aquellos que no se esperaba someter, se los extermina :

« ... y marchamos, por agua y por tierra, por treinta leguas, hasta donde viven los Agaces ; que vosotros habéis sabido ya cómo nos habían tratado. Los hallamos en el antiguo lugar donde los habíamos dejado antes, entre las tres y las cuatro de la mañana, durmiendo en sus casas, sin sentir nada, porque antes los Carios los habían espiado, y dimos muerte a los hombres, las mujeres y aún a los niños. Los Carios son un pueblo así, que matan a cuantos encuentran en la guerra frente a ellos, sin tener compasión con ningún ser humano » [33].

Aparentemente, son los Carios los que ejecutan a los Agaces tanto como los colonos que les comandan. En este contexto no se precisa más. Pero después de la revuelta de los Carios, el genocidio es asumido más claramente por los españoles :

« Cuando todo estuvo aprestado, entre las dos y las tres, atacamos a los Carios. Antes de haber pasado tres horas, ya habíamos destruido y ganado las tres palizadas y entramos en el pueblo y matamos mucha gente, hombres, mujeres y niños » [34].

Cuando la toma de rehenes no es necesaria, los españoles siempre exterminan mujeres y niños. Con los Mbayás :

« En el tercer día encontramos un grupo de Mbayás, hombres, mujeres y niños, reunidos en un bosque ; ellos ni sabían que nosotros allí estábamos, pues no eran los Mbayás que nos habían combatido, sino otros que habían huido. Se dice que muchas veces el justo paga por el pecador ; así sucedió aquí, pues en este combate murieron y quedaron prisioneros, más de tres mil, entre hombres, mujeres y niños. (...) Allí conquisté para mí, como botín, diecinueve personas, hombres y mujeres jóvenes » [35].

Cuando llegan a la región que actualmente es Bolivia, los españoles se sorprenden de encontrar indios que ya hablan su lenguaje y que les informan que el país del oro esta en manos de Pizarro. Regresan donde los Corotoquíes que los habían recibido con temor pero de los que Schmidl había descrito su buena voluntad :

« Cuando nos vieron a todos juntos, nos mostraron buena voluntad ; no podían hacer otra cosa pues temían por sus mujeres e hijos y por su pueblo. Nos trajeron así mucha carne de venado, gansos, gallinas, ovejas, avestruces, antas, conejos y toda otra clase de caza, tanto que no puedo describirla. También nos trajeron trigo turco y raíces de las que hay allí gran abundancia » [36].

A pesar de estabuena voluntad, los Corotoquíes son exterminados, incluidos los niños.

« Entonces regresamos nuevamente al pueblo de los Corotoquíes. Cuando allí llegamos, éstos habían huido ante nosotros con sus mujeres e hijos, pues temían que les fuéramos una carga y que les hiciéramos daño. Cuando llegamos a media legua del lugar donde dichos Corotoquis estaban, vimos que habían hecho su campamento entre dos cerros con bosques en las laderas para poder huir por ellos si acaso los derrotábamos. Pero los cerros no les sirvieron para gran cosa : los que no dejaron allí el pellejo, quedaron esclavos nuestros. En esa sola escaramuza ganamos como mil esclavos, aparte de los hombres, mujeres y niños que matamos » [37].

La alternativa es clara : esclavitud o genocidio ; entre los dos, chantaje a los rehenes. Genocidio y no exterminio de los enemigos, pues éstos no son sólo enemigos, en cuyo caso son destruidos sin remisión, sino todos los indios, tanto si son amigos como si son enemigos, por la sencilla razón de que son indios. A propósito de una expedición hacia el Paraguay, los españoles se encuentran con los Surucusis :

« … nos trataron muy bien. Los hombres llevan colgando de la oreja un disquillo redondo de madera, del tamaño de una ficha de damas ; las mujeres llevan una piedra de cristal gris en el labio, del tamaño, en largo y grueso, de un dedo. Los Surucusis viven muy regularmente, cada uno con sus mujeres e hijos. Las mujeres son muy hermosas y no se rapan parte alguna de su cuerpo, pues andan desnudas tal como su madre las echó al mundo. Tienen maíz, mandioca, maní, batatas y otras raíces, pescado y carne, todo en abundancia. Permanecimos entre ellos durante catorce días » [38].

Los Surucusis anudan una relación de alianza e incluso de amistad con los recién llegados. Entre tanto la expedición, comandada por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, se enfanga rápidamente en el pantano. Entonces Alvar Núñez Cabeza de Vaca decide regresar a Asunción. Más, para no regresar con las manos vacías :

« Cuando los buques estuvieron listos, mandó nuestro capitán general que cuatro bergantines con ciento cincuenta hombres y dos mil carios viajaran hacia una isla situada a unas cuatro leguas de camino de dónde estábamos, y al llegar a esa isla, debíamos matar y cautivar a los Surucusis, matando a todos los varones adultos. Cumplimos el mandato de nuestro capitán y así lo hicimos ; cuando hablé antes de los Surucusis habéis visto cómo nos habían recibido, y ahora veis cómo nosotros les dábamos las gracias » [39].

Schmidl se siente mal : « Esto fue una mala acción ». Es el hecho de matar amigos y anfitriones lo que, a sus ojos, se constituye en una mala acción y las condiciones en las cuales fue perpetrado el crimen, puesto que si bien la orden de genocidio y de esclavitud vino de arriba, los ejecutores decidieron las condiciones que, igualmente, son abominables :

« Cuando llegamos hasta los Surucusis con toda nuestra gente, éstos salieron desprevenidos de sus casas y se nos acercaron sin armas, sin arco ni flechas, en forma pacifica. En esto empezó una discusión entre Surucusis y Carios. Cuando oímos eso, disparamos nuestros arcabuces, matamos a cuantos encontramos y cautivamos como dos mil entre hombres, mujeres, muchachos y chicos, y luego quemamos su aldea y tomamos cuanto allí había, tal como podéis pensar vosotros que siempre ocurre en tales casos » [40].

Genocidio y esclavitud en la conciencia de los jefes españoles, pero también en la práctica de cada uno de los soldados que no combaten a un enemigo por un ideal o una causa aunque fuere injusta, sino para procurarse esclavos y matar a aquellos que no pueden reducir a esclavitud. Las condiciones en que se perpetra la muerte no respetan ninguna ley de guerra o ninguna moral. La preocupación de los españoles, de todos los españoles, es la eficacia en la instauración de un orden social donde ellos son los únicos beneficiarios.

Recibidos de manera triunfal, sobre caminos de flores, entre montones de vituallas, honrados por músicos y danzantes « Cuando nosotros veíamos bailar esas mujeres, nos quedábamos con la boca abierta » [41], tratados como novios o jóvenes esposos, según los ritos indios ; en fin, esta celebración de bienvenida del extranjero, tiene como respuesta :

« Este viaje (de regreso) duró un año y medio y estuvimos guerreando continuamente durante todo el viaje y en el camino ganamos como doce mil esclavos, entre hombres, mujeres y niños ; por mi parte conseguí unos cincuenta, entre hombres, mujeres y niños » [42].

Schmidl testimonia que, efectivamente, los españoles fueron invitados como cuñados o sobrinos, pero que esta relación no fue comprendida como reciprocidad de parentesco ; no entendieron que los dones de víveres y de hospitalidad implicaban el deber de reciprocidad. En fin, que ellos se beneficiaron de protección y alianzas militares, pero que en realidad lo único que querían eran esclavos, guías y mercenarios.

A la hospitalidad, a la fiesta, a la invitación, a la reciprocidad india, respondieron con el robo de los víveres, la ocupación del territorio y de las aldeas, el abuso de las mujeres y en definitiva, la alternativa de la esclavitud o el genocidio.

La antropofagia ritual

Hasta el canibalismo, que se imputa a los indios para calificarlos de primitivos, es una práctica de los colonos. Ahora bien, si los indios festejan con motivo del sacrificio de sus prisioneros, o llevan las cabezas de los vencidos, no es para satisfacer necesidades fisiológicas, sino para cumplir los rituales de la reciprocidad negativa. En efecto, fuera de la reciprocidad no es posible un reconocimiento mutuo, como pertenecientes, los unos y los otros, a la humanidad. Fuera de la reciprocidad, la guerra sería total y el hombre no se distinguiría de las bestias feroces. Lo propio de la humanidad, que es referencia para los unos como para los otros, es lo que se celebra en los ritos de comunión de la antropofagia.

No es a Schmidl al que hay que pedir que nos cuente los usos y costumbres de los amerindios, concernientes a la reciprocidad negativa, sino a otro alemán, Hans Staden [43]. Sin embargo, Schmidl nos refiere lo siguiente :

« Cuando estos Carios hacen la guerra contra sus enemigos, entonces ceban a los prisioneros, sea hombre o mujer, sea joven o vieja, o sea niño, como se ceba un cerdo en Alemania ; pero si la mujer es algo hermosa, la guardan durante uno o tres años. Cuando ya están cansada de ella, entonces la matan y la comen, y hacen una gran fiesta, como en un banquete de un casamiento allá en Alemania ; si es un hombre viejo o una mujer vieja, se los hace trabajar, a aquel en la tierra y a esta en preparar la comida para su amo... » [44].

Schmidl no se asombra que estos prisioneros, destinados al sacrificio, no se escapen durante los años de tregua. Pero observa que el sacrificio está ligado a una fiesta, comparable a una fiesta alemana de bodas. En efecto, son unas bodas las que se preparan ; bodas sacrificiales para fundar una religión e instaurar, para todos los hombres : amigos o enemigos, una referencia espiritual común ; un sacrificio en el cual todavía no ha sido substituido el hombre por el animal, pero que, en cualquier caso, se encuentra en las antípodas del canibalismo español. Si la matanza fuese el objetivo de las guerras indias, los guerreros, ¿se molestarían acaso en cargar las armas descritas por Schmidl y en cortar y llevar las cabezas enemigas en el campo de batalla ?

« Sus armas son dardos, largos como media flecha, aún cuando no tan gruesos, que en la punta llevan un filo de pedernal. También llevan en el cinto un palo que termina en una porra ; cada uno lleva además un numero cualquiera, diez o doce, de unos palitos, de un jeme de largo, que en la punta llevan el diente de un pescado, parecido a la tenca y que en español se llama palometa. Este diente corta como una navaja de afeitar. Ven ahora lo que hacen con esos palitos. Primero pelean con sus dardos y cuando han vencido a sus enemigos y los han puesto en fuga, dejan los dardos y corren tras sus enemigos hasta que los alcanzan, y entonces los hacen caer con golpe de su porra. Si está muerto o medio muerto, que lo mismo les da, con el referido diente de pescado le cortan la cabeza ; y luego lo vuelven a guardar en el cinturón o en lo que tengan en derredor del cuerpo. Estos indios cortan las cabezas con una velocidad increíble (...) Cuando ha terminado la batalla y hay entonces tiempo, de día o de noche, toma el indio la cabeza y la desuella cortando en derredor de la frente y de las orejas ; desprende la piel con pelo y todo y la reseca cuidadosamente. Cuando está reseca la coloca sobre un palo en la puerta de su casa como recuerdo ; tal como aquí en esta tierra se acostumbra que los capitanes u otros guerreros pongan pendones en la iglesia. En esa misma forma es que esos indios guardan la referida piel » [45].

La avidez de los indios Yapirus y Guatatas por las cabezas del enemigo, Schmidl la describe con fuerza, pero el mismo texto testimonia que esta avidez no tiene por finalidad apoderarse del bien de otro ni de matar por matar. Los indios no buscan la aniquilación del otro, ni hacer pillaje. Se arman para tomar la ventaja, tumbar al adversario, hacerlo prisionero o quitarle la cabeza.

Schmidl, con cierta bonhomia, reconoce el significado de reducir las cabezas : producir renombre. Las cabezas son como estandartes, como pendones. Su percepción es correcta en la medida que precisa : « como los pendones que nuestros capitanes ponen en las iglesias ». No se le ha pasado inadvertida la dimensión religiosa del ritual indio. El renombre en cuestión no es solamente el del coraje ; es el de una elevación espiritual de naturaleza religiosa. ¿Cómo pueden convertirse en símbolos de la gracia divina los pendones cubiertos de sangre o las cabezas del adversario ? La cuestión pone en juego la muerte, más que el homicidio. La muerte sufrida está íntimamente ligada al homicidio donado [46]. Pero Schmidl no percibe que el ritual guerrero indio está centrado en la alternancia de venganzas o de incursiones y que, en cualquier caso, es tributario de la reciprocidad. Así, pues, a pesar de su prodigiosa intuición no logrará comprender a los pueblos guaraníes.

La cabeza del enemigo es un receptáculo del espíritu, para los guerreros, del espíritu de venganza, y en la medida que el vencedor domine este espíritu, gracias a los ritos chamánicos, se asegurará la inmortalidad del alma y la paz espiritual. Las cabezas son colocadas sobre las empalizadas que rodean las aldeas como signos y señales de esta invencibilidad de la vida sobrenatural [47].

Se comprenderá entonces la avidez de los indios por recoger cabezas en el campo de batalla. Sin embargo, la idea que el genocidio podría ser imputado a esta avidez de los indios, interpretada como impasibilidad afectiva, no tiene sentido. Una vez cumplida la incursión de venganza los indios tienen que esperar recíprocamente lo propio y, por lo tanto, les es absolutamente extraña la idea de aniquilación del enemigo.

Schmidl precisa que la determinación de los indios y su impasibilidad, concierne únicamente a la muerte de aquellos que han sido designados como enemigos. Ahora bien, esta impasibilidad no hay que atribuirla a la “naturaleza” india, sino todo lo contrario, tiene que ver con una obligación de orden ético. El asesinato del enemigo es programado por el principio de reciprocidad de manera independiente a la cualidad del enemigo, mujer, niño e incluso si el niño es hijo de una mujer de su propia comunidad (niños de prisioneros) o adoptado y particularmente amado por sus padres adoptivos. Según Staden, que observó esta ceremonia, no ocurría sin el llanto de los mismos que consintieron su sacrificio.

El sistema de parentesco guaraní

Si resumimos la información de Schmidl, nos percatamos que lo primero que quieren los españoles son víveres, luego informadores sobre los medios para atravesar el continente ; finalmente, aliados para enfrentar a las poblaciones guerreras que se les crucen en su camino hacia el Perú. Su objetivo más importante, sin embargo, es la riqueza, el oro o la plata :

« El rey preguntó entonces a nuestro capitán sobre su deseo o intención, a lo que éste contestó que deseaba buscar oro y plata. El rey de los Jerús le dio entonces una corona de plata que pesaba un marco y medio, y también una planchita de oro larga como un jeme y medio y ancha de medio jeme ; también le dio un brazalete y otras cosas de plata. El rey de los Jerús dijo entonces a nuestro capitán que él no tenía más oro ni más plata » [48].

Ahora bien, para los Guaraníes, la alianza política y militar, así como la redistribución de víveres y riqueza, está ligada al sistema de parentesco, sistema de parentesco que reposa sobre la reciprocidad de alianzas matrimoniales que la etnología suele llamar intercambio de mujeres [49], un lenguaje de parentesco que dicta a cada uno su estatus social y que regula los deberes y servicios incluida la redistribución de bienes. Y puesto que los españoles no tienen mujeres y son demandantes de ellas, es que, a través del sistema de parentesco guaraní, se anuda la primera alianza entre unos y otros...

En el sistema de parentesco guaraní, la filiación es patrilineal y el matrimonio esprescrito entre primos cruzados (hijos de hermanos de diferente sexo), con preferencia para la hija del tío materno [50]. Sin embargo, otro principio compite con este sistema de matrimonio matrilateral. Las diversas familias emparentadas se agrupan alrededor de hombres más prestigiosos que los otros los tubicha, los mburivicha, que los españoles llamaron « caciques ». Los hombres más prestigiosos, por ser grandes donadores e igualmente grandes guerreros, son los más buscados en términos de alianza. El prestigio merecido a fuerza de dones funda la poligamia  [51]. En todos los casos se trata de una obligación moral, para la familia de la mujer, el servir a la familia aliada.

En fin, los mburivicha tienen la costumbre de donar a una de sus mujeres a otros caciques para sellar alianzas políticas. Este don no es totalmente idéntico al matrimonio de una hermana o de una hija. No es una alianza matrimonial directa, sino don de una alianza matrimonial, que enfeuda la familia de la mujer a su nueva contraparte. El donador, al contrario, se beneficia del prestigio que le vale tal don. De este modo, los mburivicha parecen disponer de las mujeres, lo que puede prestarse a confusión. Pero en realidad les confían un rol importante : la génesis de la nueva alianza. La mujer recibe la orden de fundar una humanidad superior.

Los españoles reciben, pues, como mujeres a las hijas y a las hermanas de los Guaraníes que buscan establecer alianzas de parentesco. Para los indios, lo importante es integrar al otro en una relación de reciprocidad e incrementar el ser social. El español debe poder ser cuñado al precio que sea. Así mismo, los jefes indios tratan de practicar con los jefes españoles el don de las mujeres, pues el mérito de tal don les debe retornar como el prestigio de todo don y, en principio, los españoles que lo acepten deberían reconocer su autoridad.

Por su parte, los españoles, para procurarse la simpatía de los Guaraníes, distribuyen útiles de hierro. Los Guaraníes ven en esas riquezas dones y, según la lógica de su sistema económico, responden, al instante, a los españoles con la hospitalidad y la alianza militar.

Sin embargo, a los ojos de los Guaraníes, el don confiere prestigio a su autor, pero a condición que sea un verdadero don. Ahora bien, en realidad los dones de los españoles son interesados. No están en el rango del prestigio ni de la amistad ; no son más que una concesión para crear un clima de confianza que favorezca las relaciones de intercambio. Schmidl lo dice claramente :

« El principal de los Ortuces dio a nuestro capitán cuatro planchas de oro y cuatro argollas, de esas que se colocan en los brazos, hechas de plata. Los indios llevan esas planchas en la frente como adorno, en la misma forma que aquí en el país un gran señor lleva una cadena de oro. Nuestro capitán dio al principal de los Ortuces, a cambio de las planchas y argollas, unas hachas, cuchillos, rosarios, tijeras, y otras cosas que habíamos traído de Nuremberg para hacer estos rescates...  » [52].

Apenas si es necesario resaltar los términos que utiliza Schmidl para los indios : donar y honrar ; para los españoles : intercambiar y comprar. Don de valores de prestigio, contra acumulación de valores de intercambio.

Los españoles no buscan fundar su poder sobre el prestigio sino sobre la propiedad de bienes materiales.

« Quedamos cuatro días con dichos Jerús, y allí estaba el rey, y nos trató muy bien, ordenando a sus vasallos que nos dieran comida en abundancia, y todo lo que precisábamos. Así fue que cada uno de nosotros logró en este viaje un valor como de doscientos duros en mantas, algodón y plata que habíamos comprado a los indios sin que nada se enterara, a cambio de cuchillos, rosarios, espejos y otras cosillas » [53].

Así, pues, el “don” de unos y otros se integra en estructuras inversas ; la reciprocidad para los unos, y el intercambio para los otros, con dos finalidades opuestas, el prestigio y el provecho. El sistema económico y social indio se basa en dos principios :

- La reciprocidad de dones engendra el lazo social.
- La dialéctica del don engendra una jerarquía de prestigio. El prestigio es directamente proporcional a la generosidad : mientras más se dona, más prestigioso se es.

Así, los Guaraníes tratan de donar lo más que pueden, cada uno sobrepujando al otro para no dejarse ganar en renombre o para asegurarse una alianza con el extranjero, al que consideran como su contraparte de reciprocidad. Los españoles reciben y se felicitan de la generosidad de sus anfitriones, pero lo interpretan como una prueba de irracionalidad [54]. Desconocen que en el espíritu de los Guaraníes, acumular, sólo es aceptable para donar, a menos que se acepte perder la cara, quedar mal, y renunciar a toda autoridad política y moral. Cada uno se equivoca sobre la realidad del otro. He aquí lo que se puede llamar el “Quid pro quo histórico”.

El Quid pro quo revelado

Los españoles aceptan el ofrecimiento de mujeres y el servicio de sus familias, pero no reconocen la autoridad de los jefes guaraníes. Domingo Martínez de Irala, en su relato de 1541, manifiesta así este equívoco :

« Tenemos de paz con vasallos de su majestad los indios Guaraníes siquier Carios que viven 30 leguas al rededor de aquel puerto, los cuales sirven a los cristianos así con sus personas como con sus mujeres en todas las cosas del servicio necesarias, y han dado para el servicio de los cristianos setecientas mujeres para que les sirvan en sus casas y en sus rozas » [55].

Los españoles, al casarse con mujeres guaraníes, heredan un estatuto de parentesco que les resuelve todos sus problemas pero sólo contemplan sus propios intereses y no conceden a su título de aliados el sentido de “protector” que le dan las comunidades guaraníes ; muy al contrario, utilizan las obligaciones de parentesco para sus expediciones a través del Chaco, de las que aquellos ignoran las razones. Pero ante todo no respetan la autoridad de los mburivicha que les han donado sus mujeres. L. Necker [56] sostiene que los primeros conflictos, entre Guaraníes y los españoles, tienen su origen en querellas de precedencia política, por tanto, por asuntos que tienen que ver con prestigio. Los Guaraníes no comprenden que los españoles, que aceptan sus dones, no se someten a su autoridad ; es más, que sin dar nada y recibiéndolo todo, los traten como a sirvientes.

Más grave aún : los Guaraníes pronto se percatan que los españoles no tratan a sus hijas y hermanas con el respeto que merecen las esposas, sino, como piezas de ganado.

Las observaciones de B. Susnik [57], sugieren que lo que revela a los Guaraníes la naturaleza del sistema español, es el hecho de cómo las mujeres son utilizadas como valor de cambio. No hay, pues, ningún equívoco sobre la manera como los españoles consideran a sus mujeres :

« La documentación a este respecto, es abrumadora y continuada. Poco a poco, Asunción y sus alrededores, así como las pequeñísimas ciudades de Guairá se estaban convirtiendo en campo de concentración de mujeres guaraníes humanamente prostituidas, físicamente violentadas, gimiendo bajo el peso de trabajos forzados. Como un caballo, o como un pedazo de tela, la mujer era una “pieza” : una pieza que puede ser comprada, vendida, trocada, jugada junto a una mesa de naipes. “Los españoles han tomado una mala costumbre en sí de vender estas indias unos a otros por rescate”, decía un tal Andrada en 1545. Y una relación anónima de aquel siglo habla asimismo de las muchas indias que los españoles tienen y “las venden, y juegan, y truecan y dan en casamiento ; habrá en la ciudad de Asunción de 20 y hasta 30 mil indias que se contratan por puercos y ganados, y otras cosas menores, de las cuales se sirven para las labores del campo” (citado por Bruno 1966 : 188). A veces, se recurría a una venta larvada, como lo testifica el padre Gonzáles Paniagua. Los comuneros “hacían venir a palos (a los indios) a trabajar y les tomaron sus mujeres e hijas por fuerza y contra su voluntad, vendiéndolas, trocándolas por ropas y rescates” (citado por Susnik 1965 : 12) » [58].

Entonces el quid pro quo está desenmascarado. De la alianza se pasa a la guerra. Las cosas se radicalizan más aún cuando los españoles se enteran que el Perú es conquistado por Pizarro. Reciben la orden de sus correligionarios de regresar su pena de muerte. Deben renunciar a los tesoros de los Andes e instalarse en las tierras que les han acogido. En adelante, para reinar como amos, van a reducir a la esclavitud a sus anfitriones o suprimirlos si se rehusan a inclinarse al nuevo poder. De este modo, deciden apropiarse del territorio ; destruyen las grandes comunidades agrícolas, usurpan las tierras cultivadas, convierten el servicio de parentesco en trabajo forzado.

Para los Guaraníes, la esclavitud ya no está motivada por el consumo de los españoles, sino por la acumulación, una acumulación sin límites, puesto que se la dispone no solo para el aprovechamiento familiar sino para el provecho. En 1555, los españoles se reparten el país en trescientas “encomiendas”, cuando hasta entonces, la tierra para los Guaraníes no era atributo de nadie [59]. Así, pues, a partir de ese momento ya no existe ningún espacio de libertad donde el sistema guaraní de reciprocidad pueda perpetuarse.

Pero la rebelión es tal, que el gobernador de Asunción, Pedro de Orantes, debe pronto instaurar la “mita” : los Guaraníes pueden vivir con sus familias, pero están obligados a trabajar al servicio de los colonos en las épocas de siembra y de cosecha.

Entre 1537, fecha de la fundación del puerto de Asunción y 1609, fecha de la fundación de las reducciones jesuitas, Necker enumera al menos 23 campañas de represión militar para hacer frente a los levantamientos de los Guaraníes [60].

En 1575, la población es diezmada por las campanas punitivas. No obstante, la resistencia es tal que los españoles tienen que replegarse en Asunción donde su situación es incierta, mientras que en la selva los caciques y los chamanes prohíben sembrar, cosechar o emprender cualquier actividad productiva que pudiera beneficiar a los extranjeros.

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Notes

[1] Así nombrados porque los indígenas vistos en las orillas parecían llevar adornos de plata.

[2] SCHMIDL, Ulrico. Viaje al Río de la Plata, (1567), Buenos Aires, Argentina, Emecé editores S. A, Alsina 2062, 1997.

[3] SCHMIDL, U. Viaje al Río de la Plata, op. cit., p. 22.

[4] Los españoles son acompañados por mercenarios alemanes, neerlandeses y austriacos. Schmidl era alemán.

[5] Ibíd., p. 25.

[6] Ibíd., p. 27.

[7] Ibid., p. 28.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd., pp. 28-29.

[10] Ibíd., p. 31.

[11] En el texto de Ulrico Schmidl se encuentra la palabra “rescatar” en oraciones como estas : « … y obtuvimos todo lo que queríamos sin gastar dinero, con estas cosas que habíamos traído de Alemania, tijeras, hachas, agujas, etc. » ; variante : “como medio de rescate” ; otra variante : “para rescatar”.

[12] Ibíd., p. 33.

[13] Ibíd., p. 37.

[14] Ibíd., p. 38.

[15] Ibíd., p. 40.

[16] Ibíd., p. 41.

[17] Ibíd., p. 42.

[18] Ibíd., p. 45.

[19] Ibíd., p. 77.

[20] Ibíd., p. 23.

[21] Ibíd., p. 24.

[22] Ibíd., p. 107.

[23] Ibíd., p. 45.

[24] Ibíd., p. 46.

[25] Ibíd., pp. 103-104.

[26] Ibíd., p. 77.

[27] Ibíd., p. 79.

[28] Ibíd., p. 78.

[29] Ibíd., p. 104.

[30] Ibíd., pp. 42-46.

[31] Ibíd., p. 69.

[32] Ibíd., pp. 99-100.

[33] Ibíd., p. 47.

[34] Ibíd., p. 95.

[35] Ibíd., p. 105.

[36] Ibíd., p. 115.

[37] Ibíd., pp. 122-123.

[38] Ibíd., p. 72.

[39] Ibíd., p. 87.

[40] Ibíd., p. 87.

[41] Ibíd., p. 79.

[42] Ibíd., p. 123.

[43] Cf. Bartomeu MELIÀ y Dominique TEMPLE. El don, la venganza y otras formas de economía guaraní, capítulo : “El nombre que viene por la venganza, la reciprocidad negativa entre los Tupinambás”, Asunción del Paraguay, Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch, 2004.

[44] SCHMIDL, U. Viaje al Río de la Plata, op. cit., pp. 43-44.

[45] Ibíd., p. 92.

[46] TEMPLE, D. (2003), Teoría de la reciprocidad, Tomo I, La Paz, Bolivia : Padep-GTZ. En francés : D. TEMPLE y M. CHABAL. La réciprocité et la naissance des valeurs humaines, Paris, L’harmattan, 1995.

[47] MELIÀ, B. y D. TEMPLE. “El nombre que viene por la venganza, la reciprocidad negativa entre los Tupinambá”, op. cit.

[48] SCHMIDL, U. Viaje al Río de la Plata, op. cit., pp. 79-80.

[49] Lévi-Strauss pensó primero las relaciones de parentesco de las comunidades de reciprocidad, como “intercambios” de mujeres y este término daba a entender que las mujeres podían ser tratadas, en esas comunidades, como objetos. Ellas no serían parte decisiva de las estructuras de reciprocidad al mismo título que los hombres : ellas no serían más que el objeto sobre el cual se asentarían sus relaciones de reciprocidad, las que se establecerían, primero, entre clanes, entre familias, según el deseo de los hombres. Lévi-Strauss ha defendido al comienzo de su tesis, que esta idea de intercambio interesado, sea el factor determinante de las estructuras de parentesco. El argumento prevalecía que los hombres, pudiendo imponer su voluntad a las mujeres, debieron haber tratado directamente entre ellos sobre su redistribución, en función de sus intereses. La reciprocidad, dentro de este espíritu, no es más que una modalidad del intercambio. Se reduce a una regla de cálculo económico que, imponiéndose a todos, suprime el exceso de la concurrencia.

Pero, al mismo tiempo, Lévi-Strauss mostró que lo esencial no era que la mujer sea transformada en cosa (de intercambio o de don) sino que ella esté marcada por el signo de la alteridad dentro de una estructura de reciprocidad. La mujer recibe una atribución dentro de una red de relaciones, donde cada uno, mujer, niño, hombre, adquiere su status, su rol, en términos de relación de reciprocidad. Lévi-Strauss da prioridad a la estructura de reciprocidad en relación al hecho que es el hombre quien da su lugar a las mujeres, mediante el discurso. El objeto del discurso ya no es la apropiación de las mujeres para disfrute alguno, sino la restauración, siempre y en todo lugar, de estructuras sociales en las cuales todos estén asegurados poder participar de la comunidad y de la humanidad. La terminología conservada, “intercambio restringido”, “intercambio generalizado”, no pone precisamente en relieve esta precisión.

La mujer se convierte en signo. Antes de ser signos, las palabras, como las mujeres, eran valores, dice él, que intercambiaban entre ellos. Restaura, pues, así el primado del intercambio. Lévi-Strauss restaura de este modo el primado del intercambio y propone hacer de la reciprocidad la consecuencia de una facultad psicológica innata en el ser humano (que él llama el principio de oposición). Cf. TEMPLE, D. “Lévistraussique : La réciprocité et l’origine du sens”, in Transdisciplines, Revue d’épistémologie et d’anthropologie fondamentale, Paris, Ed. L’Harmattan, 1997.

El psicoanálisis contemporáneo sugiere, al contrario, que la relación fundadora de las estructuras de parentesco, sea una relación inter-subjetiva, de la cual participen tanto mujeres como hombres, aunque la representación de las cosas está expresada en el discurso político, principalmente por el hombre. Cf. MARTENS, Francis. “À propos de l’oncle maternel”, Revue de L’Homme, vol. XV (3-4), 1975, pp. 155-175.

[50] Es probable que en las comunidades de origen, la filiación biológica haya sido el primer significante utilizado para nombrar el fruto de la alianza. Se puede imaginar que, luego, un segundo significado entre en juego para equilibrar esta ventaja maternal, la de la residencia, entonces patrilocal. Pero entre los Guaraníes, los roles son invertidos ya que la filiación es patrilineal y la residencia matrilocal. El sistema de parentesco guaraní es uno de los más simples (matrimonio preferencial entre primos cruzados y tendencia matrilateral), pero tal vez no es originario. La adquisición de la patrilinealidad puede, en efecto, ser el signo de un progreso de la función simbólica : el significante maternal perdería su rol preponderante porque, tributario de la naturaleza.

A partir del momento en que la sociedad pueda producir ella misma los recursos necesarios para la vida, la reciprocidad económica vendría a alternar el don de la vida biológica y esta autonomía del hombre por el trabajo se traduciría por el de la autoridad del hombre sobre la palabra. Hay reciprocidad de parentesco gracias a la mujer y a la naturaleza por el hecho de engendrar a los niños. Pero con el trabajo, el hombre puede pretender liberarse de la naturaleza, pues es él quien ordena y, por lo tanto, la reciprocidad a partir del don del producto de su trabajo le otorga una autoridad más autónoma que la de la mujer. Así, hay sucesión de significantes primarios : primero, la mujer y, luego, el don del hombre. « Es verdad que en las sociedades donde el poder político toma el paso de las otras formas de organización, no se puede dejar subsistir la dualidad que resultaría del carácter masculino de la autoridad político y del carácter matrilineal de la filiación. Las sociedades que alcanzan el estadio de la organización política tienen pues la tendencia a generalizar el derecho paternal, esto es que la autoridad política o simplemente social sigue perteneciendo a los hombres. » LÉVI-STRAUSS, C. Les structures élémentaires de la parenté, Paris, Mouton (1947), 1967, p. 136.

[51] Los etnólogos interpretan, algunas veces, la poligamia como resultado de un cálculo interesado. Se trataría para el hombre de drenar sus servicios de parentesco y aumentar así la riqueza de su familia por la explotación de la fuerzadel trabajo femenino. Tal objetivo es, según nosotros, lo contrario de lo que se fijan los hombres más prestigiosos de una comunidad de reciprocidad, no es que la preocupación de acumular no exista en el que tiene por meta el dar (evidentemente hay que producir para dar), pero porque su meta esencial es el prestigio. Según nuestro punto de vista, mientras más un hombre se va haciendo prestigioso por el don de víveres o por sus hazañas guerreras, más oportunidades tiene de merecer el homenaje de varias mujeres. El ser social nace de la reciprocidad matrimonial. Pero para participar de esta estructura mejor que los otros, hay que dar también más que los otros. El don de bienes es anterior a la poligamia.

[52] SCHMIDL, U., op. cit., p. 83.

[53] Ibíd., p. 84.

[54] MELIÀ, B. “Culturas indígenas y evangelización. Desafios para una misión liberadora”, Ponencia presentada en la IV semana de Estudios Interdisciplinares - Linha 2-CNBB, São Paulo, 16 al 20 de Octubre 1989, pp. 8-9.

[55] MELIÀ, B. “El Guaraní Conquistado y Reducido”, Ensayos de etnohistoria, vol. 5, Asunción del Paraguay, Universidad Catolica, Biblioteca Paraguaya de Antropologia, Centro de Estudios Antropológicos, 1988, p. 18.

[56] NECKER, Louis. “La reacción de los Guaraníes frente a la conquista española del Paraguay : Movimientos de resistencia indígena”, Suplemento Antropológico, vol. XVIII, Asunción del Paraguay, Universidad Católica, (1975), 1983, pp. 7-29.

[57] SUSNIK, Branislava. El indio colonial del Paraguay, vol. I. El Guaraní colonial, Asunción del Paraguay, Museo Etnográfico “Andres Barbero”, 1965-1971.

[58] MELIÀ, B. Una nación, Dos culturas, Asunción del Paraguay, ediciones CEPAG, 1988, pp. 82-83

[59] GRUNBERG, Georg et Friedl. Proyecto “Pa’ï Tavytera”, Programa de Desarrollo de Comunidades Indígenas, Asunción del Paraguay, C. C., 1975.

[60] NECKER, L., “La reacción de los Guaraníes frente a la conquista española del Paraguay : Movimientos de resistencia indígena”, op. cit., pp. 21-25.


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