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février 2008

El Principio de lo contradictorio y la afectividad

Dominique TEMPLE

El principio fundamental de la Lógica de lo contradictorio, el Principio de antagonismo  (lire la définition) de Stéphane Lupasco, enuncia que : A todo fenómeno le va aparejado un anti-fenómeno, de tal modo que la actualización del uno es también la potencialización del otro, y recíprocamente [1].

Pero ¿qué significa potencialización si ninguna medida puede dar cuenta de ello ?

¿De qué puede servir redoblar el mundo real, o por lo menos tal como éste se nos aparece en la experiencia, con un mundo inverso y declarado potencial ?

La importancia de esta proposición se pone de manifiesto solamente cuando se redobla con otra hipótesis : Lupasco da a la potencialización el estatuto de conciencia elemental. Este último postulado abre la vía a una teoría de la conciencia humana, ya que los momentos intermedios entre dos contrarios deben, en efecto, interpretarse como conciencias de conciencias  (lire la définition) .

A medida que uno tiende hacia lo que es contradictorio “en sí”, Tercero incluido de la lógica de lo contradictorio, excluido de la lógica clásica, los fenómenos y sus conciencias elementales se hacen cada vez más indeterminados, mientras lo que es contradictorio en sí se despliega como conciencia de conciencia pura.

Si una de las dos conciencias elementales antagonistas queda dominante, ella emerge de lo que es contradictorio en sí, y la conciencia de conciencia se convierte entonces en una conciencia de conciencia determinada ; una conciencia que se podrá llamar objetiva  (lire la définition) .

En el momento del advenimiento del Tercero incluido, es decir de aquello que es perfectamente contradictorio en sí, ya no hay actualización ni potencialización, no hay medida posible y no puede decirse nada de ello. Al ser toda conciencia elemental relativizada por su contraria, la conciencia de conciencia se convierte en una pura conciencia de sí misma.

Al cesar toda distinción no-contradictoria, le es imposible a la conciencia ser conciente de sí misma como de su propio objeto. La experiencia ya no autoriza ninguna visión de lo que sea, aunque sea esto interior, y debe poder reducirse sólo a la experiencia del sujeto. Desde entonces, es necesario que seamos nosotros mismos la sede de esta experiencia para poder dar testimonio de ella.

Si en el Tercero incluido, la conciencia de conciencia no puede ser sino la prueba de sí misma, ella es como la revelación sin relación a lo que sea, revelación entonces de su ser como absoluto. Esta prueba de sí es de naturaleza afectiva. La conciencia afectiva parece así una manifestación de la conciencia de conciencia pura. Lupasco pensaba que esta conciencia de conciencia no dejaba de ser conciencia de sí misma como de algo y, como no encontraba en la afectividad ninguna objetividad, creía que ella sobrevendría según un procedimiento misterioso. Con todo, su obra conduce al umbral de lo que llamo el Principio de lo contradictorio  (lire la définition)  : la equivalencia de lo que es en sí contradictorio y de la afectividad.

Se presume que la afectividad ya se encuentra en los animales, ya que ellos se manifiestan con expresiones comparables a las de nuestros propios sentimientos. Y bien, los animales afrontan, constantemente, la muerte y pasan por instantes en que la vida y la muerte se dan la cara. Son, pues, la sede de momentos que son en sí mismo contradictorios. Los animales, pues, según el principio de lo contradictorio, deben poder experimentar una conciencia de conciencia que sea un sentimiento de existencia, por muy efímero y frágil que sea. Tal vez, incluso, esta afectividad está por todas partes, comprendiendo ello el nivel de los quarks, como una suerte de sensibilidad primordial del universo. ¿Por qué el gozo o el sufrimiento serían propiedad exclusiva de los seres vivos ?

La conciencia afectiva de los animales parece, sin embargo, más elemental que la conciencia afectiva de los hombres. Así, la afectividad fue interpretada como una primera experiencia del mundo. La afectividad nace, sin duda, con la sensación, en la frontera de la actividad biológica y el mundo, donde se la puede llamar primitiva, pero su cualidad depende de las fuerzas puestas en juego para darle nacimiento. Hay, pues, una posibilidad de evolución de la conciencia afectiva como hay una evolución de la conciencia objetiva.

Pero, si la afectividad es manifestación de lo que es en sí perfectamente contradictorio ¿no debiera ser ella una en sí misma en vez de múltiple como nos lo revelan la alegría, el dolor, etc. ? Es posible responder, siempre gracias a la teoría de Lupasco, que todo fenómeno, toda actualización-potencialización, es susceptible de una actualización-potencialización de segundo nivel, para retomar una expresión cara a Basarab Nicolescu. Así, un acontecimiento en sí mismo contradictorio puede igualmente actualizarse por homogeneización, potencializando su contrario que, si se actualiza, sería un acontecimiento contradictorio que se diferenciaría.

Se constata que la conciencia afectiva del primer nivel, replegada sobre sí misma por la homogeneización de segundo nivel, o aún desplegada por la heterogeneización de segundo nivel, se traduce por sentimientos diferentes. No sabemos por qué la conciencia afectiva se convierte en angustia cuando se condensa en la unidad de la contradicción (homogeneización de segundo nivel), ni por qué, diferenciada en el segundo nivel, da nacimiento a sensaciones intensas que van del dolor al placer y, luego, se desvanece en el aburrimiento. Constatamos solamente que así, prisionera de lo que Lupasco llama para-dialécticas  (lire la définition) , se convierte en señalética de lo que pone en peligro el porvenir contradictorial del Tercero incluido mismo.

Ya que no puede ser nombrada sino cuando es experimentada, la conciencia afectiva no tiene explicación, manifestación del sujeto que no puede ser reportada fuera de él. En el Tercero incluido, ninguna determinación de la naturaleza física o biológica se refleja en el horizonte de la conciencia de conciencia. La conciencia afectiva pura, la del desarrollo contradictorial del Tercero incluido, es una efusión evanescente que es incluso indiferente a toda pena o alegría, que se escapa al ser mismo para aventurarse en el infinito, la afectividad de la libertad.

¿Cómo puede esta afectividad de la libertad evitar ser replegada sobre ella misma por la homogeneización de segundo nivel, sino actualizándose en los diferentes momentos de la existencia a los cuales ella da sentido ? Pero ¿cómo escaparía ella entonces a esta dispersión si no estuviera, a su vez, realitivizada por una homogeneización inversa ? Esas dos dinámicas de segundo nivel pueden relativizarse la una a la otra si son confrontadas en una estructura que les sea común : esta estructura es el cara a cara que llamamos reciprocidad primordial  (lire la définition) , y que la antropología descubre en el umbral de toda comunidad humana. La actualización del Tercero incluido en la homogeneización o heterogeneización del otro y viceversa, lo que en términos antropológicos se diría : cuando la identidad entre los seres humanos hace juego igual con sus diferencias.

El sentimiento compartido en la reciprocidad, que el Tercero incluido engendra en cada uno, se le llama gracia. Para nacer de una estructura de reciprocidad  (lire la définition) , la gracia hace resplandecer a cada uno, pero se ve primero como el rostro de otro. El otro se convierte en el espejo del Otro, es decir, de la vida espiritual. La gracia, reconocida como recibida del otro, es la amistad.

Los primeros hombres fueron tan trastornados por esta revelación, que se presentaron los unos a los otros buscando ser transparentes a su presencia, desnudos. Luego, subrayaron el esplendor de la gracia mediante la pintura facial y el adorno, las diademas de plumas de oro, los grandes collares cruzados de perlas azules, los mocasines de pieles blancas, y fabricaron máscaras… El infinito se presentó en el cuerpo de cada uno para engendrar el “más allá” del ser. Se revelaron así los unos a los otros como sobrenaturales, dotados de la palabra, danzando al son de los tambores y de las flautas…

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Notes

[1] LUPASCO, Stéphane. Le principe d’antagonisme et la logique de l’énergie, Paris, éd. Hermann, 1951. Réed. Monaco : éd. du Rocher, Coll. L’Esprit et la matière, 1987.

« À tout phénomène ou élément ou événement logique quelconque, et donc au jugement qui le pense, à la proposition qui l’exprime, au signe qui le symbolise : e, par exemple, doit toujours être associé, structurellement et fonctionnellement, un anti-phénomène ou anti-élément ou anti-événement logique, et donc un jugement, une proposition, un signe contradictoire : non-e… » LUPASCO, Le principe d’antagonisme et la logique de l’énergie, p. 9.


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