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février 2008

El principio de lo contradictorio y la reciprocidad

Dominique TEMPLE

C. Lévi-Strauss sostiene que el principio dualista  (lire la définition) es un principio con el cual se ha podido reglamentar las condiciones de vida al servicio del ser del hombre. Este principio de organización social dependería de una facultad psicológica innata que permitiría al hombre concebir o representarse las cosas en términos de oposiciones complementarias (alto-bajo, este-oeste, negro-blanco, etc.) Este principio de oposición  (lire la définition) sería el modo de actuación de la función simbólica y se referiría a algo subyacente que sería la estructura fundamental del inconsciente.

Según nuestra tesis, ésta última, es un equilibrio entre el reconocimiento del otro como igual, idéntico a sí mismo y, a la vez, diferente ; es decir, un equilibrio contradictorio y simétrico entre los unos y los otros.

Evidentemente, la sola identidad de los hombres lograría una sociedad homogénea ; la sola diferenciación conseguiría una multiplicación infinita de familias hostiles las unas a las otras. Sólo el equilibrio contradictorio entre identidad y diferencia mantiene las relaciones sociales como base de una conciencia mutua del ser humano como humanidad.

Este equilibrio contradictorio se expresa fundamentalmente por la relación exogámica donde la nueva pareja de cónyuges no llega a una fusión total ; tampoco a una independencia total, por el hecho que cada uno sigue perteneciendo a su familia de origen, la cual mantiene distancia si no hostilidad frente a la familia del otro.

Es el equilibrio entre estas dos fuerzas de sentidos contradictorios, oposición y unión, atracción y repulsión, el que establece un espacio-tiempo social en el que domina el sentimiento de pertenecer a un ser irreductible a cada uno, más rico que la individualidad de cada uno ; un ser por tanto superior, indivisible y que consiste en la revelación del hombre a sí mismo como ser, como finalidad de ser, más como deseo de ser !

Esta revelación no pertenece a nadie sino a todos ; pero tampoco de manera colectiva porque depende de una estructura muy especial. En este sentido es estructurado el inconciente primordial, y la estructura del inconciente primordial es lo contradictorio.

Por este equilibrio contradictorio surge una conciencia del ser que es, en primer lugar, afectiva pero que en seguida se traduce en una forma más conceptual, en una representación ; a nivel de esta representación interviene el principio de oposición con el cual Lévi-Strauss fundamenta el principio dualista. Pero, según nuestro punto de vista, la función simbólica  (lire la définition) del hombre no se reduce a esta traducción. La función simbólica no sería más que un reflejo si no tuviera otro papel que este principio de oposición. En realidad, parece que tiene dos posibilidades ; una, que es el principio de oposición, la otra que es el principio de unión ; cada una siendo una traducción imperfecta de lo que quiere decir. Eso explica que la función simbólica no puede nunca decir todo lo que tiene que decir a través de una u otra de sus manifestaciones y, por tanto, tiene la necesidad de complementar su traducción por una otra. La representación no es un reflejo sino una traducción que pierde una parte de lo que se tiene que traducir lo cual es traducido por otra representación.

Se sigue de ello que no hay un solo principio de organización social : el principio dualista, sino dos (el segundo puede llamarse principio monista  (lire la définition) ), los cuales compiten contre sí para generar sociedades complejas.

En algunas circunstancias, que no voy a profundizar aquí, los participantes de estas estructuras contradictorias tienen la alta sensación de que la revelación de su ser humano, se recibe de una fuerza que no les pertenece y que más bien se impone como un poder absoluto. Este ser que tiene el nombre del hombre, de la humanidad, parece venir de afuera. Su poder, referido al absoluto, no puede ser localizado en ninguna parte material y parece sobrenatural aunque de hecho es una presencia y potencia real indiscutible, la más indiscutible posible porque la afectividad, la sensación, está en el origen mismo de toda experiencia de lo real.

Por eso se puede distinguir su origen « aparente » de su « realización » misma y llamar a la primera con el nombre de Dios ; a la segunda con el nombre del Hombre mismo. El nombre del Hombre entonces puede ser identificado al de Dios, por ejemplo, cuando se identifica con el del Padre o al de la Madre de los orígenes.

No hablo aquí del concepto de Dios que se desarrolló históricamente con definiciones muy particulares y específicas a cada civilización ; hablo del sentimiento primordial del hombre como revelación de sí mismo, como ser y deseo de ser ; lo que Lacan llama el Gran Otro y que representaría la primera identificación o, tal vez, personificación de la humanidad en una expresión simbólica de referencia universal.

Por tanto, la Ley fundamental de la sociedad escriba en organizarlo todo en función del equilibrio que la sustenta para reproducirse y crecer ; estriba en el equilibrio entre alianza y hostilidad, entre identidad y diferencia, entre unión y oposición.

Las primeras cosas que la conciencia humana organiza alrededor de su propio ser son las condiciones materiales que pueden sustentar su existencia y desarrollo, es decir las condiciones de vida cotidiana, la producción y distribución de los víveres. El orden que se impone por sí mismo entonces es el principio de reciprocidad  (lire la définition) .

Hay un equilibrio entre dar y coger, un equilibrio contradictorio reproducido por simetría entre los unos y los otros (sobre las bases de la reciprocidad de parentesco en general) que establece la conciencia del ser como conciencia de ser vivo, del ser generador de vida económica, social, material y espiritual.

El hombre hace la experiencia máxima de esta conciencia de ser generadora de la vida misma en prestaciones de reciprocidad, cuando ofrece al otro la totalidad de sus bienes porque dando todo, está en la situación de ser totalmente dependiente del otro. De este equilibrio contradictorio, ofrecer y necesitar todo, resulta un sentimiento de ser tan fuerte que se traduce por una afectividad máxima que puede ser amistad, confianza o alegría. En caso contrario, la inquietud o angustia, que presidía a la primera oferta como llamada a la reciprocidad, se convierte en odio o envidia.

Esta base ofrece entonces la oportunidad de dos evoluciones posibles. Si se llega a la abundancia económica se permite un equilibrio de fuerzas en el cual la simetría de los dones es más importante que la de las necesidades y se desarrolla una forma de reciprocidad dialéctica polarizada por el don, que podemos llamar reciprocidad positiva. Si, al contrario, la dependencia es más importante, cada uno viene a ser enemigo del otro por su necesidad de recibir (y por lo tanto coger) lo que va a traducirse por el ansia de arrebatar. La reciprocidad, empero, permanece porque cada uno reconoce que el otro también tiene que coger de manera simétrica y la reciprocidad da lugar a una forma de ser que vamos a llamar guerrera o negativa.

El sistema de rapto de mujeres era ya un sistema de reciprocidad negativa  (lire la définition) de parentesco.

Las sociedades Campa y Amuesha de la Amazonia peruana, por ejemplo, han conocido en el transcurso de su historia, sistemas de reciprocidad negativa. Las sociedades aymará y quechua han desarrollado sistemas muy complejos de reciprocidad positiva, pero también se recuerdan de la reciprocidad negativa en sus rituales y tradiciones.

Un mito maravilloso, de la tradición amuesha, cuenta el paso de la reciprocidad negativa a la reciprocidad positiva. Se cuenta que en tiempos antiguos, los hombres eran hermanos-enemigos y que se mataban unos a otros en alternancia simétrica, es decir, que la sociedad estaba organizada por reciprocidad negativa con un sistema de venganza  (lire la définition) .

En eso la mujer de un guerrero muerto, que había sido vengado por sus hermanos, se va sobre las alas del pájaro de los sueños al tiempo mítico, donde se encuentra con su esposo que estaba festejando con sus victimadores, con la sangre fermentada de su heridas. De regreso a su comunidad, la mujer exhorta a sus hermanos a invitar a los enemigos y festejar con libaciones de chicha de yuca fermentada (masato). Este mito nos enseña que la dominación de la naturaleza, por la agricultura, permitió producir excedentes con los cuales se ha podido superar las condiciones de la reciprocidad negativa por las de la reciprocidad positiva.

Pero no nos quedemos en el tiempo del mito, porque se podría creer entonces que la reciprocidad es algo arcaico y característico de los orígenes de la humanidad y, por tanto, hoy superado, lo que no es verdad porque en cualquier relación humana se requiere la reciprocidad como fundamento permanente del ser humano.

En esta forma de reciprocidad, el don tiene que adaptarse a la necesidad del otro y no sobrepasarla ; en este sentido, la reciprocidad es totalmente lo contrario del intercambio que se determina por la necesidad de sí mismo. Esta contradicción se desarrolla en los términos siguientes : La reciprocidad simétrica  (lire la définition) genera el bien común y el intercambio el interés privado. Aquí se encuentra la base de dos formas de desarrollo antagónicas.

Por la reciprocidad, se desarrolla el reconocimiento del otro como sujeto humano y por tanto como parte de una humanidad en la cual rige el principio de solidaridad. Por el intercambio se prefiere el reconocimiento de las propias necesidades en lugar de las de los demás, por lo cual rige el principio de competencia.

Se puede decir que al buscar el interés privado, el objetivo del intercambio  (lire la définition) es esencialmente material : lo que puede satisfacer las necesidades biológicas del individuo ; cuando por la reciprocidad se constituye el ser y, por tanto, produce valores éticos.

Los valores culturales, filosóficos, religiosos, morales se desarrollan en las sociedades de reciprocidad a partir de prestaciones materiales ; en tanto que el mercantilismo económico genera un sistema que reduce los valores humanos a cosas materiales.

La reciprocidad está ordenada al ser, en tanto que el intercambio al haber. Aquí se puede contraponer el materialismo del intercambio al simbolismo de la reciprocidad.

Sin embargo, el simbolismo, que traduce las relaciones de reciprocidad de toda comunidad, está limitado por sus propias condiciones de vida. Aquí el don será el del pescador, allá el del cazador, acullá del agricultor, del tal manera que las condiciones ecológicas, que se reflejan en el imaginario del hombre, podrían ser como la cáscara del simbolismo, una cáscara que puede tener diversos aspectos. En efecto, son expresiones específicas de cada lugar y, por lo tanto, pueden ser antagónicas y llegar a ser barreras entre las diferentes sociedades. Si son demasiado diferentes pueden determinar incomprensiones entre ellas. En determinadas comunidades, el viento del Oeste es el símbolo de la abundancia, en otras de la miseria, de la sequía o de las inundaciones. Aquí las piedras rojas matan, allá salvan o dan vida.

El mismo hecho que permite que los conceptos fundamentales de la humanidad sean universales, aunque nazcan espontáneamente en todos los tiempos y en todas partes, el principio contradictorio explica también, por las fuerzas que moviliza y por su ubicación en situaciones diferentes, que este ser y sus representaciones se traducen en imágenes diferentes y a veces opuestas.

No diré nada de la reciprocidad positiva, como tampoco de su alienación, porque se ha tratado de ello en otra intervención. Se puede recordar que el nombre del hombre depende de la reciprocidad y que el renombre es proporcional a la redistribución, lo cual deviene lógicamente en poder. Al contrario, quien acumula pierde su renombre, su cara, su dignidad, cayendo en la esclavitud (en el sentido indio de la palabra : es decir, en lo infra-humano) si no llega a reproducir el don. Recordemos solamente que si cada uno puede participar en la creación del ser por el don, en la comunidad se crea una jerarquía del poder de prestigio que es una función de la capacidad de redistribución, llegando de esta forma a la formación de imperios de reciprocidad vertical de tipo piramidal.

Se puede recordar, en fin, que la alienación del don emerge desde el momento en el que los más poderosos convierten la reciprocidad de los otros en tributo o servidumbre.

Hemos insistido sobre el principio de la reciprocidad como base del ser humano y sobre el hecho que su adaptación a las condiciones de la naturaleza están enmarcadas dentro de un imaginario cultural específico. Se deduce que la desaparición de las expresiones del imaginario propio de la comunidad no implica necesariamente la desagregación social sino, por lo menos en ciertos casos, que lo simbólico encuentra formas de expresión más amplias que superan el cuadro inicial.

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