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mai 2008

Prólogo

Dominique TEMPLE

Simón Yampara propuso un análisis del mercado tan nuevo que le hemos pedido ampliar los aspectos que nos parecían más importantes en una serie de entrevistas, realizadas durante su viaje a Europa en los meses de octubre y noviembre de 2006.

En su trabajo sobre el mercado de la 16 de Julio, Simón Yampara muestra que las prestaciones de los diferentes concurrentes no son impulsadas, tanto por el deseo de cada uno de adecuar la oferta a la demanda y conseguir el provecho más grande, como por el deseo de crear con otros una relación que produce un sentimiento común de pertenencia a una sociedad más humana. Esta relación es el ayni.

Simón Yampara pone en evidencia, en el mercado de la 16 de julio, un dinamismo que no tiene nada que ver con la regulación automática de los intereses, la mano invisible de Adam Smith, sino que es, más bien, un dinamismo espiritual ; más precisamente la eficiencia del valor creado por el ayni. El fundamento del mercado 16 de julio es entonces totalmente opuesto al fundamento que propone la teoría liberal. ¿Cómo llegar a aquel resultado ?

Simón Yampara analiza el mercado con categorías nuevas que competen a lo que llamamos Palabra de unión. Por ejemplo, para definir el ayni, Simón Yampara considera la mayoría de los eventos en los cuales el ayni actúa, y los une de una manera que puede parecer, en primer lugar, caótica o, por lo menos, con cierto desdén hacia el análisis occidental, mientras que la definición del ayni que proponen los occidentales (en los términos de Mauss (1923-24), Sahlins (1954), Godelier (1998), y Temple (2003) de dones, contradones (obligaciones de dar y recibir) y reciprocidad…) es ejecutada por una sentencia muy corta : “No tiene comprensión del ayni”.

Apenas las prestaciones del ayni entre los hombres fueron enumeradas, Simón Yampara llama a Mendoza Santander Hurtado (2001) citado por Martha Gonzalez (2005) para añadir otras ilustraciones del ayni implicando, esta vez, a la naturaleza, como si el primer círculo de prestaciones de ayni fuese rodeado por otro más amplio o como si, volviendo al campo de donde recogió su cosecha, quería asegurarse de no haber olvidado algo. Somos incitados así, directamente, a seguir su método, el método UTA, que ata hechos aparentados, no tanto por analogía proporcional como por analogía atributiva, que incluye la diferencia de cada uno dentro de una composición compleja. Ahora bien, ese método se revela muy eficaz para el análisis del mercado de la 16 de julio, lo cual quedaba hasta hoy fuera de alcance del análisis liberal, obligado a calificarlo de “informal”. Parece que las prestaciones del mercado de la 16 de julio no pueden ser aprehendidas sino por este enfoque que Simón Yampara califica de holista.

Pero hay más. Este análisis muestra que el mercado de la 16 de julio es una matriz de otros valores, muy diferentes del valor de cambio. Es un descubrimiento de primera, por el hecho que estos valores son valores éticos.

Ahora bien, por los usos y costumbres, por el derecho consuetudinario de los pueblos aymara y qhichwa, aquellos valores estaban enfocados, hasta hoy, como un patrimonio de valores ya constituidos en el pasado y heredados de tiempos inmemoriales. Pero, si pueden ser engendrados hoy por el ayni, eso significa que la sociedad puede producirlos a voluntad y, por otra parte, la eficiencia de estos valores puede ser constantemente aumentada a medida que sus matrices sean reactualizadas. Lo que está en juego, en el ayni, sobrepasa el horizonte de la economía política occidental.

Hay mercado y mercado : mercado de librecambio y mercado de reciprocidad. El método UTA pone primero en evidencia la Triada feria-entorno-contorno. Triada que se declina luego como producción-feria-celebración la cual se declina, a su vez, como producción-feria-fiesta. Con la fiesta, Simón Yampara pone de manifiesto la autonomía del mercado de la 16 de julio que produce las condiciones ampliadas de su reproducción material, pero también social, cultural y espiritual, porque la Triada se declina ahora como producción-feria-celebración. El mercado 16 de Julio – que podemos desde entonces llamar qhathu – viene a ser el resorte de una economía convergente que fundamenta una cultura y una espiritualidad. Aquí se entiende que el qhathu viene a ser una ciudad, El Alto, con ya más de un millón de ciudadanos, y cuyo corazón es todo el año la celebración que culmina con la Entrada… ¡Estaríamos, cada vez, más lejos del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial ¡... ¿Una economía convergente, autogestionada, culturalmente irreducible a la mundialización capitalista ? ¿Una economía fundada sobre la armonización y no la explotación, la emulación y no la competencia, la reciprocidad y no el intercambio, la despensa y no la acumulación y, por fin, por la eficiencia de los valores éticos, creados por el mercado mismo, y no el interés privado ?

La celebración que aparece como el cuarto invitado a la Triada es, en realidad, el motor invisible de las tres fases de la Triada. ¿Por qué invisible ? Por el hecho que – según Simón Yampara –, lo invisible (la eficiencia de los valores éticos) y lo visible (las prestaciones materiales del ayni) están intrínsecamente unidas y no pueden ser separados por el análisis científico tradicional. Esta no-separabilidad tiene que ser aprehendida con categorías apropiadas que exigen, a su vez, una lógica diferente de la lógica utilizada por la razón utilitarista.

La idea, me parece, es que todas las manifestaciones del universo son fuerzas interaccionando las unas con las otras y que tienen su principio en su equilibrio. La conciencia humana es una expresión de (o también refleja) aquel equilibrio. La conciencia ética (chuyma), que resulta del equilibrio de las prestaciones del mercado en vista de la vida buena (suma qamaña), es entonces, a priori, respetuosa de la naturaleza o, mejor dicho, de sus equilibrios ; incluso de los equilibrios de la compra y venta en el mercado. El ritual de la celebración es la consagración de esta armonía.

No existen entonces fuerzas naturales (y también en el mercado) que no sean, al final, integradas en aquella armonía, por ser dependientes de aquel equilibrio fundamental. Simón insiste sobre la conjunción (la implicación mutua) de los contrarios en el seno de la armonía, incluso sobre la conjunción de las fuerzas del mercado de tipo qhathu y de las fuerzas contrarias del mercado capitalista y, mirando las cosas de un punto de vista filosófico, insiste sobre la conjunción del Bien y del Mal, siendo el hecho que la distinción del Bien y del Mal no parece tener un sentido tan fuerte, como lo tiene en la ética de los occidentales.

Sin embargo, sí es posible integrar la violencia en la reciprocidad (el tinku en Potosí) de manera de sacar provecho de la violencia misma para crear un Bien. La no-reciprocidad parece constituirse como una fuerza irreducible.

Simón Yampara propone, por lo tanto, el término convivialidad que sustituye a la noción de coexistencia de sistemas antagonistas. La coexistencia fue definida como una interfaz estática, un modus vivendi que permite evitar el enfrentamiento, en espera de que las cosas cambien. La convivialidad pretende ser una relación positiva, para los unos y para los otros, dinamizada por el tinku entre los diferentes sistemas en vigencia, dentro del espacio boliviano (la propiedad individual y familiar de los campesinos, la propiedad comunitaria universal de los ayllus, y la propiedad privada capitalista).

Pero parece que la dificultad persiste : si la relación de reciprocidad que relativiza el Mal por el Mal (la violencia por la violencia, como en el tinku) engendra una resultante que es un Bien, ¿es posible reproducir esta relación entre la reciprocidad negativa y la no-reciprocidad ? ¿Cuál puede ser la resultante entre la reciprocidad y la no-reciprocidad ? La idea es estudiada con el concepto de los Huni Kuin “bemakia”, es decir, una interfaz que permite sacar provecho de los daños hechos por la no-reciprocidad a la reciprocidad – bajo la modalidad del sufrimiento – con el fin de salvar el principio del equilibrio contradictorio (la armonía). Pero persiste la dificultad, pues ¿se debe aceptar que la celebración sea ella misma desnaturalizada al punto que el sacrificio ritual sea transformado en sacrificio humano de niños por empresas capitalistas aymaras ?

Jacqueline Michaux subraya la dificultad cuando escribe :

« Pienso que lo importante para los aymaras es de crear lo contradictorio en sí, y que el concepto de equilibrio contradictorio es muy cercano a lo que en algunos casos Simon Yampara quiere decir por “armonización”. Es la razón por la cual asimila la relación aymara-colonizador a la relación aransaya-urinsaya o a la relación hombre-mujer, porque en todos los casos se trata de construir lo contradictorio por la relativización de fuerzas antagonistas... ¡hasta con el colonizador ! No existe la exclusión total porque sería como perder una ocasión de construir lo contradictorio y eso sería un fracaso. [...] El Bien y el Mal se encuentran en las dos civilizaciones pero el tratamiento de su diferencia varía : para el cristianismo son inconciliables, para los aymaras son relativizados en los ritos, las fiestas, etc. – el Mal es excluido en el mundo occidental cuando es relativizado por el Bien en el mundo aymara » [1].

La dificultad entonces es la siguiente : quien niega la disyunción del Bien y del Mal, practica una disyunción, excluye la disyunción del Bien y del Mal y no practica la inclusión a la cual se refiere por principio, lo que la lógica occidental estima sin sentido por ser proposiciones contradictorios entre sí.

¿Cómo resolver esta paradoja lógica ? Simón Yampara podría responder como Confucio : una vez excluida la disyunción del Bien y del Mal, se debe también excluir aquella exclusión de la disyunción, pero excluyendo esta exclusión de la disyunción, no se propone por ello una conjunción sino, por lo contrario, se excluye igualmente la exclusión de la no-disyunción, es decir, la conjunción. Entonces queda : ni la exclusión, ni la no-exclusión, sino una solución aparentemente vacía o, mejor dicho, contradictoria en sí misma.

Típico de ello es, quizás, nuestro tinku sobre la palabra tinku, interpretada, primero, como un modo del agon (la lucha violenta) y, enseguida, considerada por Simón con un sentido inverso, siendo el hecho que el tinku presida también a las relaciones de reciprocidad positiva (como el agon de los dones agonísticos del potlatch, una competición entre grandes donadores para ser el más prestigioso). Pero, inmediatamente, esas dos concepciones son relativizadas y reducidas a una tercera : un encuentro que hace prevalecer, encima de la competición de los dones y la competición de las luchas violentes, la armonía y el equilibrio entre los unos y los otros ; tercera forma de encuentro entonces que, incluso al interior de las dos otras, resulta ser la apuesta principal : la armonía, es decir, el absoluto afectivo de lo que es en sí contradictorio, excluido de las lógicas instrumentalizadas por la Razón occidental, vale decir, el “Tercero excluido” de la lógica de identidad, pero que es el “Tercero incluido” de la lógica dinámica de lo contradictorio a la cual tiene que apelar la Razón universal.

Lo “limitado” de la civilización occidental nos parece que se debe entonces a una colonización del saber y de la Razón por una lógica que tiene cierta eficacia, pero sólo una competencia finita. Para descubrir lo que ignora o encubre, la Razón misma – estima Simón Yampara – tiene que ser cuestionada.

El análisis del qhatu de la 16 de julio, la proposición de categorías congruentes (la metodología UTA), la puesta en evidencia de una economía no-capitalista (la Triada...), ponen en duda la lógica utilitarista de la ideología liberal y, también, la razón instrumental de los occidentales, por lo menos cuando éstos pretenden imponer sus metas a la ética. Una refundación epistemológica parece necesaria y también un mejoramiento del aparato lógico utilizado por los occidentales, para que la humanidad pueda precaverse de los peligros que la amenazan de todas partes. Podríamos multiplicar los ejemplos sobre el tema. Pero aquí nos importa sólo introducir esta publicación y decir que hemos encontrado, en el transcurso de estas entrevistas, que el filósofo aymara inauguraba, no sólo una nueva perspectiva sobre el mercado, que interesará a todos los mercados que el liberalismo considera como “informales”, sino que pone en juego, en jaque, la teoría económica, lo que implica también los postulados de la civilización dominante.

Nota

Cualquiera sea la modalidad elegida por la función simbólica (la Palabra de unión o la Palabra de oposición) la una excluye a la otra, la una dice de la otra que es “irracional”, la otra contesta que la una “no tiene la comprensión del ayni”. El análisis conceptual occidental (de Sahlins, Mauss, Temple, etc.) intenta extraer de las manifestaciones de los eventos innumerables del ayni, el concepto de reciprocidad, como el biólogo aísla la fibra muscular de los músculos, que encuentra en varias partes del cuerpo, para entender su funcionamiento propio, independientemente de las condiciones en las cuales está sumergido y, a veces, escondido, cuando aquí Simón Yampara construye una intuición global que es cuanto más segura y completa que reúne en uno solo “Todo” una serie más amplia de eventos, hechos, acontecimientos en los cuales se despliega la reciprocidad y que todos se llaman ayni, una intuición que él llama noúmeno, lo que es raro, puesto que el noúmeno es definido por Kant como una intuición intelectual y no sensible. Sin embargo, podemos imaginar que las afectividades de las intuiciones sensibles, resultando de las experiencias concretas llamadas ayni, se neutralizan todas, las unas con las otras, un poco como el arco iris se desvanece en la luz, y resulta una intuición que podrá decirse suprasensible y neutra, por el hecho que no podrá caracterizarse por una sensación particular. Esta intuición será sin afectividad particular tanto como la luz sin color particular. Aquella aprehensión suprasensible intuitiva que Simón Yampara califica de holista, él la llama noúmeno, mientras que Kant estima problemática la posibilidad del noúmeno, Simón Yampara afirma su realidad (ver la posición de Kant en la edición francesa de la Critica de la Razón Pura :

« Siendo el hecho que no podemos aplicarle ninguno de los conceptos de nuestro entendimiento, esta representación (el noúmeno) se queda en todo caso para nosotros vacía y sirve de nada, o sólo a significar los límites de nuestro conocimiento sensible y por dejar disponible un espacio que no podemos llenar sea por una experiencia sensible, sea por el entendimiento puro » [2].

Las dos aprehensiones aquí son opuestas, una puede decir de la otra que es irracional, la otra puede decir “que no entiende”. ¿No tendríamos que reconocer, entonces, que cada una tiene un poder diferente y poner fin a la doble ceguera o al doble analfabetismo denunciado por Simón Yampara ? Sin embargo sería, quizás, mejor todavía reconocer que ciertos eventos requieren en prioridad del análisis conceptual, mientras otros del análisis holista, como dice Simón, sobre todo, cuando tratar a éstos con una metodología inadecuada conduce a callejones sin salida o juicios de valor despreciativos que no son más que pruebas de impotencia. Y si para una comprensión total tendría que ser añadida la una a la otra, ¿no sería ese el método para asegurar la convivencia de sistemas opuestos ? En este caso tendríamos que decir que cuando la armonía se representa por la unidad de la totalidad es la coherencia formal bajo la cual las categorías de la Palabra de unión permiten de aprehender todas las cosas. Pero la armonía primordial, ella misma, procede del equilibrio de la diferencia y de la identidad, de lo que es en sí mismo contradictorio, es decir, ni solamente de la identidad que las cosas pueden compartir por su participación a la unidad de una totalidad y que se representa por una intuición holista, ni de la distinción de cada cosa de las demás por un análisis puramente instrumental, sino que queda más allá, y por hacer.

Si se refiere solo a la una o la otra se tiene que decir (incluso en la paradoja confuciana) que no es legítimo oponer lo contradictorio a lo no contradictorio, porque en esas lógicas el contradictorio por sí mismo no existe : está excluido.

Para poder enfocar una relación del contradictorio y del no-contradictorio se tiene que recurrir a la lógica dinámica del contradictorio. En este caso, se tiene que, primero, reconocer que lo contradictorio implica el otro como contradictorio, en tanto y como son cada uno la sede del contradictorio que resulta de la reciprocidad de ellos : es la estructura que se puede decir primordial. Tenemos, luego, que averiguar que es solamente la actualización de esta implicación mutua que puede ser no-contradictoria y puede ser una implicación positiva, sea una implicación negativa, sea una implicación contradictoria, es decir, una palabra holista (aymara), una palabra analítica (occidental) y la tercera implicación es convivencia (que es comprensión mutua de las dos Palabras). En los dos primeros casos tenemos una relación del contradictorio con el no-contradictorio. Esta relación se desarrolla, entonces, por lo que se puede llamar dos niveles ; el primer nivel, donde se produce el contradictorio en cada uno por la reciprocidad y, el segundo nivel, donde se produce la implicación del uno y del otro por la Palabra. Existen, entonces, dos Palabras, cada una con su dinámica propia no-contradictoria. Se excluyen porque son dinamizadas por vectores lógicos opuestos. Pero... Intentamos decir, aquí, que la tercera implicación es la que produce la convivialidad propuesta por Simón Yampara y, por lo tanto, la comprensión mutua de la realidad del otro ; lo que puede poner fin al doble analfabetismo y permite caminar con un pié en el terreno del otro y otro pié en el suyo, lo que se practica ya bastante en América del Sur, pero que sería mejor si se lo practicara con los ojos abiertos.

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Notes

[1] MICHAUX, Jacqueline.

[2] Kant, E. Critique de la raison pure, Paris, Flammarion, p. 326.


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