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Dominique TEMPLE

9. Textos anexos a la tesis de “Las dos Palabras”

2003


Annexe 1 : De la física a la antropología

Niels Bohr [1] había remarcado que la interacción de las sociedades entre sí era de la misma naturaleza que la interacción de la medición sobre el acontecimiento observado en física cuántica, y lo había señalado claramente a los antropólogos en ocasión del Congreso internacional de antropología y de etnología de Copenhague (agosto 1938).

« Cuando estudiamos culturas diferentes a la nuestra, nos encontramos ante un problema particular de observación que, visto de cerca, presenta rasgos comunes con los problemas atómicos o psicobiológicos, en los cuales la interacción entre objetos e instrumentos de medida, o la inseparabilidad entre el contenido objetivo y el sujeto observante impiden toda aplicación inmediata de las convenciones de lenguaje adaptadas a nuestra experiencia cotidiana. Así como uno se sirve, en Física atómica, de la palabra complementariedad para expresar la relación que existe entre hechos de experiencia obtenidos por montages diferentes y no pueden ser descritos intuitivamente sino por imágenes mutuamente excluyentes las unas de las otras, así tenemos, de verdad, el derecho de decir que las culturas diferentes son complementarias entre sí » [2].

La complementariedad de Bohr se justifica para dar cuenta de un acontecimiento irreductible a una sola medida, ya que es en realidad contradictoria. Bohr, sin embargo, se ocupaba de la materia. Que el fenómeno atómico dependa, de su reacción con el instrumento de medida, no suprime el hecho de que sea más bien homogéneo o más bien heterogéneo. Hay, por cierto, una onda asociada al electrón, pero éste es “mayoritariamente”, si puede decirse, corpuscular, así como el campo electromagnético tiene una expresión ondulatoria más importante que su expresión corpuscular. Siempre hay un valor superior al otro.

¿Qué ocurre si ninguna de esas dimensiones puede imponerse a la otra, si un acontecimiento dado es confrontado no con aparatos de medición, ellos mismos polarizados unidimensionalmente, sino con otros acontecimientos cada uno de cuyos polos antagonistas no se impone tampoco sobre el otro, como en el frente a frente de los hombres ?

No hay medida posible, sino una intersubjetividad sede de una indeterminación llena de potencialidades. El fenómeno de humanidad que nace de esta interacción, fuera de toda medida, incluso de todo conocimiento, y que escapa a la complementariedad de Bohr, porque es esencialmente contradictorio ¿no es el advenimiento de esta parte del ser que llamamos el Inconsciente ?

Así como el lenguaje está estructurado por las dos modalidades de la función simbólica, los principios de Unión y de Oposición, de la misma manera el Inconsciente está estructurado por el principio de lo contradictorio. El Inconsciente primordial es afectividad pura, en el corazón de las conciencias de conciencias. Cada una de las dos Palabras es también creadora, por la función contradictorial, de más ser, en tanto que librada de todos sus condicionamientos de origen, librada de sus matrices biológicas ; más ser que se presenta así como pura gracia.

Annexe 2 : Reciprocidad positiva y reciprocidad negativa

Hemos supuesto que la reciprocidad de origen estaba organizada según el principio de lo contradictorio, pero una vez reconocido que esta forma de reciprocidad es la matriz del ser, podemos acordarle al ser mismo la eficiencia que organiza el equilibrio de las fuerzas antagonistas. El principio de lo contradictorio se convierte en una función del ser : hemos llamado a ésta función la función contradictorial.

Los dos principios de cruce y de liminalidad completan los principios de oposición y unión para hacer de la palabra no solamente la expresión de lo que es, sino una fuente de lo que ha de ser. La palabra, así realizada por la función contradictorial, no es solamente designación y significación, sino creación. Es verbo. Gracias a las dos palabras se instauran las organizaciones monista y dualista.

Pero hay, inmediatamente, una diferenciación de dos grandes orientaciones contrarias. Ya que el equilibrio entre la amistad y la enemistad puede ser relativo y, a partir de ello, si prevalece la amistad, se crea un sistema de reciprocidad positiva. O bien domina la enemistad, y es la reciprocidad negativa la que se convierte en característica de la comunidad.

¿Pero qué hay del principio de lo contradictorio ?

En la reciprocidad positiva, la hostilidad se transforma en competencia entre los unos y los otros. La hostilidad se convierte en el motor de la concurrencia por ser el más grande en términos de prestigio. El equilibrio de la organización dualista es transformado en dialéctica del don. La unidimensionalidad de la polaridad dialéctica es la fuente de una objetividad que se afirma como poder. El poder del uno provoca una reivindicación del otro, reivindicación ora de la restauración de lo recíproco ora de una misma pretensión al poder, pretensión que desnaturaliza la reciprocidad y la transforma en su contrario : una relación de intereses concurrentes.

La diferenciación entre reciprocidad negativa y reciprocidad positiva corresponde a la sobredeterminación del sentimiento del ser por la representación de sus actualizaciones. Cuando las actualizaciones son dones, entonces la imagen de esos dones, el prestigio, viene a medir la fuerza del ser. “Más da uno, más uno es, pero más da uno, más se es grande”. El don sobrepone, a la reciprocidad, su fuerza cuantitativa, y la conciencia de ser se convierte en la fuerza del donador. La autoridad del ser hablante, la responsabilidad del origen, se convierten en el renombre, es decir, el poder del don. Es lo mismo para la reciprocidad negativa. Según domine la amistad o lo haga la enemistad, la reciprocidad primitiva da entonces nacimiento a la dialéctica del don o a la dialéctica de la venganza [3].

Pero las dos dialécticas se equilibran, ya sea en la comunidad misma, en la que el jefe político hace juego igualmente con un “hechicero” maestro en suertes maléficas, o por el reparto del campo social en dos dominios, el uno de reciprocidad positiva y el otro de reciprocidad negativa, externa o a la inversa, el uno interno de reciprocidad negativa y el otro externo de reciprocidad positiva (como, por ejemplo, entre los Jíbaros del Perú y Ecuador). Tendríamos que estudiar, ahora, el despliegue de la organización monista, por una parte, la dualista, por la otra, bajo esos dos puntos de vista : la reciprocidad positiva y la negativa.

Annexe 3 : La estructura ternaria

Si la asociación de figuras concéntrica y diametral no significa el pasaje de la reciprocidad generalizada a una reciprocidad restringida ¿se debe mantener la prioridad de la reciprocidad generalizada o, si no es así, de dónde viene la reciprocidad generalizada, y qué significa ?

La estructura ternaria (la figura más simple de la reciprocidad generalizada) es el emblema de una relación circular que puede contar un número indefinido de participantes. Puedo, por ejemplo, recibir de uno mientras doy a otro, y así sucesivamente hasta que el último done al primero.

En una estructura ternaria, el donador ya no tiene necesidad de que su donatario le done recíprocamente, ya que él recibe de otro. Recibe de este otro y adquiere una conciencia de donatario que se encuentra con su conciencia de donador. Siempre es la sede de una doble conciencia. Desde el punto de vista de la función contradictorial, lo esencial es que cada uno queda siempre donando por un lado y recibiendo por el otro.

En la reciprocidad bilateral, es necesario que el donatario también sea donador. Cada uno es, así, dependiente de la iniciativa del otro. En un sistema de reciprocidad generalizada, un donador debe, también, ser el donatario de otro, pero este otro no está determinado. El donador tiene la iniciativa de elegirlo. No depende sino de él mismo el que haya una conciencia de conciencia, dando a quien sea y aceptando el don de un donador cualquiera. La reciprocidad generalizada tiene la ventaja de permitirle a cada uno estar en la iniciativa de su conciencia de conciencia de donatario y donador. La estructura ternaria permite, entonces, integrar la función contradictorial a la iniciativa del donador. La estructura ternaria corresponde a la individuación del ser.

Esta estructura ternaria instaura la individuación del ser, pero también su universalización, ya que ella abre la relación de reciprocidad sobre el infinito. Las cadenas de donadores pueden, en efecto, no tener límites, mientras que la estructura de la reciprocidad, a simetría bilateral, encierra a los donadores en un sistema inmediatamente saturado.

Figura 1
Figura 1

Pero el don circula en un solo sentido. Si el don circula en los dos sentidos, el tercero intermediario adquiere un doble rol : respecto a sí mismo, es para él la sede de la contradicción de dos conciencias, la fuente de un sentimiento del ser, la fuente de la Palabra. El ser se convierte en sinónimo de responsabilidad. Pero respecto a sus participantes, se encuentra ocupando el sitio que es el centro de una simetría bilateral de reciprocidad :

Figura 2
Figura 2

Ocupa entonces el sitio ideal de la Palabra de unión. Es el « él » que dice “yo”. Su juicio obliga a los otros a respetar su verdad común. Entonces, el ser es sinónimo de la justicia. La justicia está directamente fundada como verdad-para-el-otro.

La estructura ternaria hace aparecer las nociones de responsabilidad y justicia. Cuando él es el sujeto de la palabra, al ser la sede de dos conciencias antagonistas, el individuo es « responsable », ya que es el ser-que-no-puede-derogar-la-verdad. El sujeto es responsabilidad. Pero, cuando es el centro, entre dos frente a frente, y encarna su palabra de unión, es su verdad común y única. El es la justicia.

Hay que observar, aún, que la Palabra de unión de esos dos participantes se hace equivalente a su propia Palabra de oposición. La estructura ternaria permite entonces, a la Palabra de unión, ser el homólogo de la Palabra de oposición. Ella identifica la palabra universal y la palabra singular.

La complementariedad de las dos Palabras, en el sentido de Bohr, toma su fuente en una conjunción contradictoria que da sentido a sus dos expresiones : el sentido de la justicia es el de la responsabilidad.

En la organización monista, el centro se transforma en tercero intermediario entre aquellos que donan de forma centrípeta y aquellos que reciben, de forma centrífuga.

La reciprocidad, en fin, puede ser relacionada con los árboles, los ríos, las montañas, los astros, los animales, interpretados como donadores. Y el ser parece emerger de un más allá. Las comunidades polinesias que extendieron la reciprocidad al más allá del universo llaman a ésta eficiencia el mana.

Una estructura ternaria semejante supone que hayan varios donadores posibles, es decir, que supone la condición de un sistema en el que los miembros de la comunidad ya tienen la comprensión de los términos de recibir y de donar. Ella parece, pues, poder nacer de la complejización de la estructura binaria.

Pero basta imaginar una estructura dualista compleja para que los unos y los otros se conviertan en los centros de una relación ternaria. Por ejemplo, los polos de una estructura de parentesco de ocho clases son, cada uno, el centro de una relación ternaria. B recibe de A, pero dona a C, hijo de A, etc.…

Y bien , cada hombre tiene una hermana y tendrá un hijo y una hija, es decir, que existen ocho polos desde la primera estructura de parentesco. Es, sin duda, por la estructura más compleja de las estructuras elementales del parentesco que todo comenzó.

Las dos tesis de Las estructuras elementales del parentesco (primacía de la reciprocidad binaria) y de Antropología estructural (primacía de la reciprocidad ternaria) son ambas verdaderas con la condición de considerarlas juntas y de no imaginar que una prevalece sobre la otra [4].

La reciprocidad restringida y la reciprocidad generalizada se dan juntas desde los orígenes. El nacimiento de la estructura ternaria se acompaña, en fin, de una jerarquía debida a la circularidad de los dones en el sentido de la vida y de la generación. Cuando las dos Palabras de unión y de oposición son asociadas, su relevo le da al movimiento del ser una doble resolución : ya sea que la unión recoge el ser social en una totalidad y le confiere su universalidad, o ya sea que la oposición divida esta universalidad en singularidades que aparecen como la negación de la unidad, si no su alienación en lo particular. Pero entre la una y la otra, está el corazón mismo del sistema : lo contradictorio.

Annexe 4 : El ser contradictorial

Recurriremos a Stéphane Lupasco para introducir el principio de complementariedad de Bohr [5].

En el siglo XIX, la ciencia imaginaba que la lógica de la naturaleza era la lógica de la no contradicción. Esta lógica reposa sobre el postulado de que una idea no puede ser comunicada, recibida y comprendida si ella no es no-contradictoria. Es el principio llamado de “contradicción”. Los lógicos llaman principio de contradicción el postulado que una proposición considerada como verdadera no puede ser contradictoria. Hablar de principio de contradicción como fundamento de una lógica de no-contradicción, he aquí algo que no facilita la vulgarización de los conceptos.

Ese postulado encontraba, sin embargo, una dificultad : ¿era la sustancia última del universo homogénea, continua como una pelota de caucho que luego sufriría deformaciones, o bien era discontinua, formada por innumerables partículas heterogéneas que se combinarían entre sí de manera más o menos feliz, como en un juego de construcción ? ¿éter o átomos ?

Las dos tesis eran lógicamente posibles, ya que cada una reposaba en el “principio de contradicción” : la materia era llamada homogénea (continua) o heterogénea (discontinua), pero no ambas cosas a la vez. Las dos tesis disponían, cada una, de argumentos, pero no podían ser simultáneamente verdaderas.

En el siglo XIX parecía que el debate, que se remontaba a la más remota antigüedad, entre “continuistas” y “discontinuistas”, debía zanjarse pronto gracias a los progresos de las técnicas. Pero nadie se imaginaba que el “principio de contradicción” mismo sería rechazado un día y que todos estarían errados. Puede abordarse esta revolución con la cuestión de la naturaleza de la luz. Irrefutables experiencias demuestran que es de naturaleza ondulatoria (las interferencias de Young) : toda radiación es como un esfera que se dilata muy rápidamente. Y bien, apenas la teoría ondulatoria triunfó y he aquí que la radiación de ciertos objetos, los cuerpos negros, parece no ser homogénea. Sus mediciones experimentales son diferentes de las previstas por la teoría. Para resolver esta dificultad, Max Planck recurrió a lo que él mismo sólo cree ser un artificio matemático : asoció al valor de una onda (v) un valor discontinuo (h), la famosa constante de Planck. Ese recurso matemático da cuenta de las discontinuidades observadas. Planck piensa que ese recorte de la onda en pedazos, por el cuerpo negro, se debe al intercambio entre la radiación y la materia del cuerpo negro. La onda pasaría por especies de resonadores materiales que serían la causa de esta segmentación.

Einstein decide, al contrario, considerar ese aspecto corpuscular como una realidad de la radiación electromagnética y propone una nueva teoría, la teoría de los quanta. Experiencias igualmente irrefutables sostienen su tesis (el efecto fotoeléctrico, el efecto Compton). La luz se revela entonces homogénea (onda) con las experiencias de interferencia, heterogénea (quanta) según otras experiencias. La cosa es tan paradójica que Einstein imagina que el efecto ondulatorio es solamente macroscópico, mientras Bohr lo inverso : es el aspecto corpuscular el que sería estadístico…

Algunos años más tarde, Louis de Broglie propone la idea de que todo, en el universo, está trenzado con elementos construidos sobre el mismo principio que asocia, contradictoriamente, lo homogéneo y lo heterogéneo (onda y corpúsculo). Su hipótesis es inmediatamente coronada por el éxito. Allá domina lo homogéneo, y aquí lo heterogéneo pero, cualquiera que sea la fórmula, la no-contradicción nunca es absoluta y todo acontecimiento puede ser descrito, entonces, ya sea como un fenómeno ondulatorio, o ya sea como un fenómeno corpuscular, en función de la experiencia que permite tomar conocimiento de ello.

Como mínimo, la lógica de no contradicción, con la que los científicos y los filósofos dan cuenta de los fenómenos que observan, es diferente de la de los acontecimientos de los cuales provienen estos fenómenos. Estos, cualquiera que sea la actualización dominante que los caracteriza, homogeneización mayor o mayor heterogeneización, estos se mantienen contradictorios. Una parte de antagonismo queda siempre en acto e irreductible. Ningún acontecimiento puede nunca ser reducido a una objetividad pura.

El golpe de gracia, a las doctrinas clásicas, lo da Heisenberg. Las relaciones de Heisenberg precisan la irreductibilidad de lo contradictorio en todo acontecimiento natural por la medición de incertidumbres relativas a la interacción del acontecimiento y de su medición. No es, pues, posible disociar la realidad de un fenómeno de la experiencia que lo revela. Dicho de otra forma, no existe elemento de la realidad en sí que no sea contradictorio. Toda realidad es una interacción del instrumento de medida y del acontecimiento medido. Esta interacción no puede desembocar en una objetividad absoluta del acontecimiento observado. Según el aparato, con el cual se mide un acontecimiento microfísico, se lo manifiesta como una heterogeneización o como una homogeneización (onda o corpúsculo), pero es imposible reducirlo completamente a una u otra de sus actualizaciones. Ya que toda medición está limitada por una contradicción irreducible, subsiste siempre una indeterminación en el mismo fenómeno actualizado. Esta irreductibilidad no es una falta de precisión en la medición en que ella se debe a que el acontecimiento se realiza bajo una forma dada por su interacción con lo que lo revela, es decir, que esta indeterminación es constitutiva del acontecimiento mismo. No tener en cuenta esta indeterminación, por una aproximación que la haría aparecer como solamente homogénea o heterogénea, es algo que se puede calificar como falta de precisión. La precisión absoluta es la de definir la indeterminación recíproca de las dos experiencias contradictorias entre sí. Esta precisión se la pudo expresar matemáticamente.

La realidad « objetiva », tal como se la imaginaba en el siglo XIX, es pues incognoscible ; es parte de lo contradictorio. Einstein resistirá toda su vida a la idea de que la realidad última no sea totalmente no-contradictoria. Luis de Broglie no aceptará, tampoco, la realidad de lo contradictorio, que cree ser una manera de considerar las cosas a la espera de descubrir la univocidad última de la materia. En nuestros días, aún físicos eminentes o matemáticos como René Thom no acaban de admitir esta nueva realidad. Imaginaron que la incertidumbre no era operacional sino en y solamente en el conocimiento. Pero las experiencias de pensamiento, que elaboraron para sostener esta tesis, se pusieron contra ellos.

Bohr, Pauli, Heisenberg y, hoy, la mayoría de los teóricos de la Física ven las cosas de otra forma : Bohr propuso medir una de las dos actualizaciones relativas del acontecimiento cuántico, luego, la otra y considerar esas mediciones como complementarias. Un instrumento interpreta así un acontecimiento cuántico en partículas, luego otro instrumento lo aprehende en el campo electromagnético. Esas dos mediciones serán añadidas, la una a la otra, para “hacer el todo” del acontecimiento. De ahí el principio llamado de complementariedad. El principio de complementariedad enlaza dos mediciones, la una que actualiza el acontecimiento en una homogeneidad casi perfecta – esta homogeneidad corresponde a la Palabra de unión – y la otra, al contrario, lo actualiza bajo la forma de una oposición correlativa de singularidades, y corresponde a la Palabra de oposición. Bohr llama entonces complementarias a las dos actualizaciones, excluyentes la una de la otra, para poder proyectarlas en el plan de la lógica clásica.

Pero, además, una de esas actualizaciones puede, siempre, transformarse en su contrario, como si poseyere una memoria de actualización antagonista de la suya. Einstein ya mostró esta equivalencia, con el principio de la equivalencia de la masa (propiedad esencial de lo heterogéneo) y de la energía. Lupasco postulará que todo acontecimiento es una actualización redoblada por la potencialización o virtualización de la dinámica antagonista que considera como la memoria de su contrario y que llama una conciencia, elemental [6].

Lupasco va más lejos que Bohr. Enlaza lo real a la conciencia bajo la forma de una relación de contradicción irreducible : el principio de antagonismo. Según ese principio, toda actualización (real) está unida a la potencialización de su contrario (conciencia elemental). El mundo es, a la vez, energía y conciencia. Una remarcable ilustración de este principio es el desarrollo de lo que Weiszäcker llama “estados coexistentes” Entre los estados coexistentes hay uno en el que ninguna actualización engancha sobre una actualización contraria, lo que puede decirse : donde cada actualización es simultáneamente neutralizada por una actualización contraria. En términos de potencialización o de conciencia, esta neutralización conduce a un estado intermediario entre dos conciencias elementales antagonistas, donde Lupasco reconoció el despliegue de la “energía psíquica”.

El sentimiento de ser se manifiesta por la palabra. Esta aparece como una manifestación no contradictoria de lo contradictorio. Se inscribe en dos dinámicas contrarias que permiten a lo contradictorio dos actualizaciones que se llamarán Unión y Oposición. Llamaremos las dos Palabras a esas dos modalidades de la función simbólica.

Cada una de estas Palabras, llamadas Palabra de unión y Palabra de oposición, expresa entonces el ser en una actualización no contradictoria.

La Palabra de oposición fija el sentido entre dos imágenes opuestas que tiene, sin embargo, cada una su propia realidad, Sombra-Luz, Alto-Bajo, Este-Oeste, Hacia arriba-Hacia abajo, etc. No se puede, sin embargo, reducir el sentido a una adecuación del ser a esos opuestos, como si el ser estuviera repartido en dos partes y como si cada una encontrara su complementaria en la otra a la manera como una espiga encuentra su muesca. La palabra no queda anclada en los valores propios del significante. La palabra es la expresión del ser contradictorial por lo no-contradictorio, y reproduce inmediatamente estructuras contradictorias, por ejemplo a partir de la oposición de esos valores complementarios invirtiéndolos, como si lo Alto pudiera tener los atributos de lo Bajo y lo Bajo los atributos de lo Alto, o como si la mitad de lo alto alternara sus prerrogativas con la mitad de lo bajo. Ella asocia la sombra a la luz, que opone a la sombra, a la cual asocia la luz. Si la palabra de oposición opone el Negro al Blanco y el Blanco al Negro, el Negro ya contiene lo Blanco y lo Blanco lo Negro, como si lo Negro fuera un a priori rayado de Blanco y lo Blanco rayado de Negro. Lo Negro domina cuando el ser que habla elige expresarse por el Negro, pero el dominio del Negro indica entonces, simplemente, la presencia del Yo, es decir, la manifestación como sujeto del Tercero incluido.

El principio dualista obedece al principio de lo contradictorio, que llamamos, desde ahora, la función contradictorial. La función contradictorial tiene aquí como resultado que el enemigo es designado para ser también el amigo, y el amigo el enemigo (Sin ella, el principio de oposición diría : somos amigos y los otros son nuestros enemigos). Ella explica que las organizaciones dualistas se expresan por la reciprocidad positiva, al mismo tiempo, que por la reciprocidad negativa. El equilibrio entre la rivalidad y la solidaridad reestablece las condiciones de lo contradictorio. La palabra funda entonces al otro como otro sí mismo. El otro ya no es solamente el diferente ; es el del frente o aún el igual. Pero no el idéntico, no es el mismo ; está llamado por la reciprocidad a lo contradictorio. Toda palabra es un llamado de palabra, una necesidad de la palabra del otro. Ella traduce no solamente el principio de oposición, sino además la reciprocidad a partir de la cual se reconstruye lo que llamaremos, desde ahora, el ser contradictorial.

Las condiciones en la cuales puede nacer lo contradictorio : dar, tomar, amar, esposar, proteger, defender, matar, etc., se expresan así en términos complementarios. La Palabra de oposición interesa, tanto al ser contradictorial como a los dinamismos movilizados por la reciprocidad para darlo a luz.

Desde el momento en el que alimentar y ser alimentado, por ejemplo, son recíprocos, las dos nociones no serán solamente opuestas, sino se harán equivalentes. Ellas originan una conciencia de conciencia de la que reciben su sentido. La reciprocidad que permite esta equivalencia, a su vez, es programada en el enunciado de la palabra : « Os damos cuando recibeis ». Esta relación complementaria implica la relación complementaria inversa : « dais cuando recibimos ». El principio de lo contradictorio implica que, si donar quiere decir donar, es reversible en recibir. Donar contiene, pues, recibir ; contiene su contradictorio, y recibir contiene donar. De la misma forma, la oposición « hermana-esposa » significará que mi hermana es la esposa del otro, al mismo tiempo que la hermana del otro es mi esposa. Asimismo el amigo o el hermano es el enemigo o el esposo del otro, etc.

La palabra abre así un espacio de confianza, un tiempo a lo que no pasa, algo del todo distinto a la inmediata compensación del intercambio. Es el sentido que se despliega en la reciprocidad y que tiene lugar de equivalente en el intercambio. Es el sentido mismo el que es la alegría de la conciencia más que el consumo de los significantes. La reciprocidad no es reductible a un intercambio que reemplaza un objeto por otro y cierra toda relación intersubjetiva sobre el interés privado ; es, más bien, la confrontación permanente, de acciones antagonistas que son como los muros de una morada para lo imaginario.

Cuando el principio de lo contradictorio escapa a las condiciones que le dieron a luz en la naturaleza, manifiesta entonces su eficiencia propia y las palabras, ahora, se llaman entre ellas. Desde ese momento, el hombre se libera de toda naturaleza. Mientras que el ser contradictorial resulta estar en el origen de la reciprocidad, entre fuerzas físicas y biológicas, él se hace inherente al lenguaje.

Se deben estas consideraciones a Emile Benveniste :

« La conciencia de sí sólo es posible si se experimenta por contraste. Yo no empleo yo sino dirigiéndome a alguien, que en mi alocución será un tú. Es esta condición de diálogo la que es constitutiva de la persona, ya que ella implica, por reciprocidad, que yo me convierta en tú en la alocución de quien, a su vez, se designa por yo. Es ahí que vemos un principio cuyas consecuencias han de desarrollarse en todas las direcciones. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se plantea como sujeto, reenviando a sí mismo como yo en su discurso. Por ello, yo plantea a otra persona, la que, siéndome exterior del todo, se convierte en el eco al cual digo tú y que me dice tú. La polaridad de las personas, tal es en el lenguaje la condición fundamental de la que el proceso de comunicación, del que formamos parte, sólo es una consecuencia pragmática. Polaridad, por lo demás, muy singular en sí y que representa un tipo de oposición de la que no se encuentra el equivalente en otra parte fuera del lenguaje. Esta polaridad no significa igualdad ni simetría : “ego” tiene siempre una posición de trascendencia en relación a “tú” ; no obstante, ninguno de esos dos términos se concibe sin el otro : son complementarios, pero según una oposición “interior/exterior” y, al mismo tiempo, son reversibles. Que se busque un paralelo de ello, no se lo encontrará. Única es la condición del hombre en el lenguaje. Así caen las viejas antinomías del “yo” y del “otro”, del individuo y la sociedad, dualidad que es ilegítima y errónea al reducir a un solo término original y que ese término sea el “yo”, que debería estar instalado en su propia conciencia para abrirse entonces al “prójimo”, o que sea contrario a la sociedad, que preexistiría, como totalidad, al individuo y de donde éste no se habría desprendido sino a medida que adquiriese la conciencia de sí. Es en una realidad dialéctica, que engloba los dos términos al definirlos por relación mutua, que se descubre el fundamento lingüístico de la subjetividad » [7].

Dos tesis, la de la confusión primitiva de las representaciones colectivas de la horda de la que emergerían los individuos, haciendo valer progresivamente sus intereses ; y la de un innatismo biológico que haría de todos los hombres unos iguales, listos para el intercambio, son denunciadas aquí en provecho de la estructura de reciprocidad de origen en la que la conciencia humana, es decir, el ser como Tercero de la relación de reciprocidad, se expresa como sujeto gracias a una oposición complementaria y reversible. Al interior de esta palabra dual, recíproca, está el ser mismo, el tercero de lo contradictorio, que da preeminencia al que pronuncia la palabra. Yo es estrictamente reversible en y, pese a ello, dice algo de más, una suerte de superioridad que se manifiesta por la iniciativa de aquel que habla, que reenvía al hecho de que es el ser el que habla, por ello una preeminencia nueva, singular, trascendente, ya que ella no es reductible al yo-mismo del uno ni al yo-mismo del otro. Esta superioridad debida al nacimiento de un sujeto en el ser es capaz de reconstruir la reciprocidad para aquel que habla. Así los dos términos están en una oposición de cierta forma desigual, ya que el que tiene la iniciativa, el que habla y que llama al otro a la reciprocidad para crear, siempre, más ser, define una polaridad y una finalidad, un sentido para el acto de ser él mismo. Yo-tú es una “oposición” que implica la reversibilidad, ya que ella emana de lo contradictorio, contiene lo contradictorio al ser lo contradictorio su fuente, su vitalidad, aunque ella está polarizada, y esta polarización diseña una finalidad dialéctica y una demanda de ser relevada de suerte que se cree y se recree lo contradictorio según esta dirección, es decir, por oposición.

El que habla no solamente exige la escucha del otro : exige, más que la comprensión de éste, la reciprocidad. Es la palabra misma la que vehicula, desde ahora, esta exigencia ; es la palabra la que ya contiene la palabra del otro, contiene la reciprocidad del otro como principio de porvenir. El yo, que implica el tu, es la iniciativa de una nueva reciprocidad. Se podría decir que la función contradictorial anima también la Palabra de unión ; en este caso, es Él quien reemplaza al yo. El se vuelve sujeto en nombre de todos e implicará cierta reversibilidad que se expresará mediante el nosotros.

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Figura 1 Figura 2
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Notes

[1] BOHR, Niels. Physique atomique et connaissance humaine. Paris, Gauthier-Villars, 1972

[2] BOHR, Niels. “Le problème de la connaissance en physique et les cultures humaines”, allocution faite au Congrès International d’Anthropologie et d’Ethnographie, Copenhague, août 1938. In Physique atomique et connaissance humaine, Paris, Gauthier-Villars, 1972, pp. 33-46.

He aquí, cómo comenta Bohr, el problema epistemológico planteado por la Física cuántica a los antropólogos de esta época y cómo definía él la realidad del fenómeno por una parte y la complementariedad por la otra : « En la teoría de la relatividad, el punto decisivo había sido el de reconocer que observadores en movimiento los unos en relación con los otros, debían describir el comportamiento de objetos dados de manera esencialmente diferente. La elucidación de las paradojas de la física atómica ha revelado el hecho de que la interacción, inevitable entre objetos y aparatos de medición, fija un límite absoluto a nuestra posibilidad de hablar de un comportamiento de los objetos atómicos que sea independiente de los medios de observación. Nos encontramos, aquí, ante un problema epistemológico del todo nuevo para las ciencias de la naturaleza. Hasta entonces, todas las descripciones de los hechos de experiencia, reposaba en la hipótesis, inherente a las convenciones ordinarias de lenguaje, de que es posible hacer una distinción neta entre el comportamiento propio de los objetos y los instrumentos de observación. Esta hipótesis está plenamente justificada por nuestra experiencia cotidiana, además, ella constituye la base de la física clásica, y ésta ha alcanzado una perfección maravillosa gracias, justamente, a la teoría de la relatividad. Pero, desde que nos ocupamos de fenómenos tales como los procesos atómicos individuales que, por su misma naturaleza, están esencialmente determinados por la interacción entre los objetos estudiados y los aparatos de medición necesarios para definir las condiciones de la experiencia (…), ningúna información sobre un fenómeno que, en principio se encuentre fuera del campo de la física clásica, puede ser interpretado como una información sobre las propiedades independientes del objeto : esa información está intrínsecamente ligada a una situación definida, cuya descripción implica esencialmente los aparatos de medición en interacción con los objetos (…) ».

[3] En su análisis del principio de reciprocidad, Lévi-Strauss describió ese fenómeno a partir de un hecho universal que observó en un pequeño restaurante popular del Languedoc (Francia). He aquí que se encuentran extranjeros en mesas vecinas o en la misma mesa común. Ante cada convite se encuentra una jarra idéntica de vino. Lévi-Strauss observa que el acercamiento a la « misma mesa » de personas « extranjeras » crea una situación contradictoria. Entonces uno de los occitanos vierte de su jarra de vino en el vaso del otro. Algunos instantes más tarde, este último hace lo propio. Según nuestro planteamiento la reciprocidad de esta palabra silenciosa reestablece así lo contradictorio, ya que si, en un primer tiempo, al dar vino el uno se convierte en donador y el otro en donatario, con la reciprocidad, el donatario se convierte en donador y el donador igualmente en donatario. Desde que se reestablece esta situación contradictoria, la conciencia que resulta de ella se manifiesta y se entabla la conversación. Al vino le suceden las palabras. Esta conversación establecerá una serie de puntos comunes distanciados de de toda una importante serie de reticencias o demarcaciones. Todo el arte de la conversación será el guardar la buena distancia entre la familiaridad y la reserva. Los occitanos, al ofrecer vino, no hacen sino encontrar o perpetuar un gesto fundador de la comunidad humana. Pero Lévi-Strauss remarca que si el extranjero rechaza el vino, o la conversación, nada vuelve a ser como antes. El hombre ya no será el extranjero indiferente, será el adversario, reconocido en todas partes en el mundo, donde vaya, como el enemigo personal de aquel al que le ha rechazado el vino. Uno no puede ser sino el amigo o el enemigo del otro. La eficiencia del ser es una fuerza de lo real.

[4] Se puede ilustrar esta relación entre forma binaria y ternaria con el comentario de Sahlins del sistema matrimonial de los moalan, en el que el autor emplea una terminología muy cercana a la nuestra : « Los Moalans prescriben el matrimonio entre primos “cruzados” Pero existe una estipulación matrimonial suplementaria (…) : los primeros primos cruzados no tiene el derecho de casarse entre sí, el cónyuge potencial más cercano es un segundo primo cruzado (por ejemplo, la hija de la hija del hermano de la madre de la madre). Estos están clasificados, con los primeros primos cruzados, en terminología de parentesco. Técnicamente, el sistema que resulta de ello es “Aranda” teniendo en cuenta sus cuatro segmentos que se inter-esposan, aunque le falta la elaboración terminológica de un sistema de ocho secciones (…) El modelo lógico del matrimonio con el segundo primo cruzado es el de cuatro linajes (…) Considerado en su conjunto, el dominio del parentesco está compuesto de dos “clases” de personas, los parientes consanguíneos y los parientes por alianza. Por la regla de matrimonio, este universo dualista de parientes de parientes está inferiormente diferenciado en cuatro linajes. Sin embargo, las reglas de matrimonio impiden la repetición de alianzas entre dos linajes paternales con generaciones consecutivas, si bien en un lapso de tiempo relativamente breve, cada familia está ligada a dos grupos opuestos de parientes por alianza, en una relación de donadores de mujeres a algunos, de tomadores de mujeres en otros. Ese es el elemento triádico. Pero la estructura de cuatro partes es una condición necesaria de la estructura triádica ». SAHLINS, M. Au cœur des sociétés. Raison utilitaire et raison culturelle. Paris, Gallimard, 1980, pp. 45-46.

(Abramos un paréntesis : La estructura triádica está compuesta de « parientes paternales inmediatos de ego, del grupo de hermanos de la madre en relación con los cuales ego es vasu o “sangre sagrada” (dera tabú), y del grupo de los hijos de la hermana, objeto de respeto correspondiente ». Estos, como recibidores de mujeres, ocupan un sitio preeminente. Se ve aparecer aquí un principio de jerarquía como un atributo de la relación ternaria, aunque se esté en la extensión de una relación bilateral en principio igualitaria : es otra característica de la reciprocidad generalizada. La jerarquía es otro término para decir la unión).

[5] LUPASCO, S. L’expérience microphysique et la pensée humaine, Paris, PUF, 1941.

[6] LUPASCO, S. Le principe d’antagonisme et la logique de l’énergie, Paris, éd. Hermann, 1951.

[7] BENVENISTE, E. Problèmes de linguistique générale. Paris, Les éditions de Minuit, 1966, p. 260.

 
Benveniste añade : « Es un hecho notable – ¿pero quien piensa en remarcarlo de tan familiar que es ? – el que entre los signos de un lenguaje nunca falten los “pronombres personales” (…). Y bien, esos pronombres se distinguen de todas las designaciones que la lengua articula en esto : ¿no reenvían ni a un concepto ni a un individuo ? ¿A qué pues se refiere entonces yo ? A algo muy singular, que es exclusivamente lingüístico : yo se refiere al acto del discurso individual en el que es pronunciado y designa su locutor (…) Es, pues, cierto que, a la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua (…) El lenguaje está así organizado de manera que permite a cada locutor apropiarse de la lengua entera designándose como yo. » (Ibíd., pp. 261-262).
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