La tesis de la primacía del intercambio sobre la reciprocidad
¿Puede seguir sosteniéndose que el intercambio precede a la reciprocidad como si la reciprocidad no fuera sino una relación de simetría entre dos participantes interesados por el intercambio ? Si se trata del intercambio, en el sentido moderno del término, es decir, el intercambio de valores reificados, entonces la respuesta es negativa.
En una de las grandes polémicas de Las estructuras elementales del parentesco, Lévi-Strauss establece que la reciprocidad precede al intercambio. Frazer había observado, en numerosas comunidades australianas, que el sistema clasificatorio en uso indicaba que la hija del hermano de la madre (prima cruzada), con la cual el matrimonio está prescrito, era también la hija de la hermana del padre (dos veces prima cruzada).
Frazer adelantó la idea de que la base de las relaciones matrimoniales era un simple intercambio de hermanas de la primera generación, luego, de primas de las generaciones siguientes [1].
Pero, entonces, se encontró ante un enigma : ¿por qué los matrimonios entre primos paralelos son prohibidos en esas comunidades ? Los primos paralelos (hija del hermano del padre o hija de la hermana de la madre) ¿No tienen el mismo valor de intercambio que los primos cruzados (hija del hermano de la madre, hija de la hermana del padre) ? [2].
Lévi-Strauss responde que para resolver el enigma, antes que pensar en el intercambio hay que pensar en la reciprocidad y, para ello, partir del principio de oposición [3] : un hombre recibe una mujer, que los hijos heredan, y puede afectarse esa prestación con el signo “menos”. Si su hermano recibe igualmente una mujer, sus hijos heredan el mismo signo “menos”. Los primos (llamados paralelos, ya que los padres comunes son del mismo sexo) son pues del mismo signo (heredan los unos como los otros la deuda de una mujer). En cambio, si un hombre da a su hermana en matrimonio, esta prestación será connotada por el signo “más”, que heredan sus hijos. Los primos (primos cruzados, ya que los parientes comunes son de sexo opuesto) son de signos diferentes ya que heredan los unos una deuda, los otros un crédito. El intercambio no tiene lugar si la mujer no está marcada con el signo de alteridad, es decir, que no se da sino entre primos cruzados [4]. He ahí recusada toda la teoría de la primacía del intercambio…
Puede decirse que el intercambio es rechazado en aval de la reciprocidad. La reciprocidad es concebida como la aplicación, por cada participante, del principio de oposición necesario para definir la alteridad. El principio de oposición es una modalidad de la función simbólica que permite neutralizar la naturaleza contradictoria de cierta posición entre dos asociados. La distinción entre el intercambio y la reciprocidad, como regla sicológica, permite situar el intercambio como una consecuencia de una relación de objetos, y la reciprocidad como una relación entre sujetos.
Queda por precisar esta relación ínter-subjetiva. ¿Pertenece la regla de reciprocidad a la conciencia de cada uno de los sujetos antes de que entren en interacción o la conciencia misma nace de una relación de reciprocidad previa y aún inconsciente ?
Mientras que en la interpretación de Mauss la función simbólica es una representación, la representación, por ejemplo, de la benevolencia mediante un regalo, aquí ella asegura el desdoblamiento de una aprehensión contradictoria en sí misma en una oposición de dos términos, cada uno no contradictorio, pero complementario del otro. Este principio conduce a la reciprocidad, incluso antes de que el intercambio tenga lugar, ya que al encontrarse cada uno, simultánea o alternativamente, en la situación del otro, encuentra interés en la regla de reciprocidad : « No renuncio a mi hija o a mi hermana sino con la condición de que el vecino también renuncie a las suyas » [5].
De manera que :
« El intercambio es solamente un aspecto de una estructura global de reciprocidad que hace el objeto (en condiciones que aún quedan por precisar) de una aprehensión inmediata e intuitiva de la parte del hombre social » [6].
Sin embargo, si la reciprocidad en tanto que regla sicológica parece convertirse en un preámbulo al intercambio, el intercambio queda como la operación fundamental, ya que exige la reciprocidad como el medio de pensar el valor del que dispone el otro como el equivalente del que dispone uno. La reciprocidad es un marco conceptual ; es el intercambio el que es relacional. ¿Cómo se construye la relación de reciprocidad a partir del principio de oposición ? Lévi-Strauss responde : por la simetría de los dos grupos que están en una situación idéntica. Las representaciones obtenidas por el principio de oposición se hacen comunes a los dos participantes por aproximaciones sucesivas en el curso de múltiples tentativas de intercambio. Esas representaciones serían así valores en sí mismos.
« Era de la naturaleza del signo lingüístico el no poder quedar mucho tiempo en el estado al cual Babel puso fin, cuando las palabras eran aún los bienes esenciales de cada grupo particular : valores tanto como signos, preciosamente conservadas, pronunciadas a propósito, intercambiadas contra otras palabras cuyo sentido velado enlazaría al extranjero, como uno mismo se enlazaba al iniciarlo ; ya que, al comprender y hacer comprender, uno suelta algo de sí, y que se toma algo del otro. La actitud respectiva de dos individuos que comunican adquiere un sentido del que otra forma estaría desprovista : desde ahora, los actos y los pensamientos se hacen recíprocamente solidarios ; se ha perdido la libertad de confundirse » [7].
Lévi-Strauss estima que al origen las palabras fueron valores, como lo son las mujeres. Pero entonces las mujeres quedan como valores al convertirse en signos, las palabras dejan de ser valores para devenir sino signos (salvo para los poetas...) ¿Cómo se efectúa este pasaje del valor al signo ? El intercambio conduce al reconocimiento mutuo de la significación de las palabras. El sí mismo que se supone ya ahí, como valor, es propuesto al otro por un término que lo designa y que se hace signo cuando esta competencia es reconocida y aceptada de forma idéntica por los dos participantes.
Sin embargo, Lévi-Strauss se une al punto de vista de los lingüistas : no es posible reducir la palabra a « un intermediario inerte y privado de eficacia por sí mismo, el soporte pasivo de ideas a las cuales la expresión no confiere ningún carácter suplementario » [8]. Cita a Cassirer :
« El lenguaje no entra en un mundo de percepciones objetivas terminadas, solamente para agregarse a objetos individuales dados y claramente delimitados los unos en relación a otros, “nombres” que serían signos puramente exteriores y arbitrarios ; él mismo es un mediador en la formación de objetos ; es, en un sentido, el denominador por excelencia » [9].
Lévi-Strauss concluye Las estructuras elementales del parentesco comparando el lenguaje de la alianza matrimonial con el lenguaje que estudian los lingüistas y propone una nueva perspectiva :
« Si la interpretación que hemos propuesto es exacta, las reglas de parentesco y del matrimonio no se hacen necesarias por el estado de la sociedad. Ellas son el estado de sociedad misma, que modifica las relaciones biológicas y los sentimientos naturales, obligando a tomar posición en estructuras que los implican al mismo tiempo que otras y obligándolas a sobrepasar sus primeros caracteres. El estado de naturaleza no conoce sino la indivisión y la apropiación y su azarosa mezcla. Pero como lo había remarcado Proudhon, a propósito de otro problema, no se puede desplazar esas nociones sino con la condición de situarse en un nuevo plan : “La propiedad es la no-reciprocidad, y la no-reciprocidad es el robo (…) Pero la comunidad (se entiende una entidad colectiva homogénea) es también la no-reciprocidad, ya que es la negación de términos adversos ; es aún el robo. Entre la propiedad y la comunidad, yo construiré un mundo”. Y bien, qué es ese mundo sino aquel cuya vida social se aplica con todo a construir y reconstruir sin cesar una imagen cercana y nunca integralmente lograda, el mundo de la reciprocidad que las leyes del parentesco y del matrimonio hacen, por su cuenta, salir laboriosamente de relaciones condenadas, sin ello, a quedar ya sea estériles, ya sea abusivas » [10].
¿Designan las palabras objetos aprehendidos en función de su utilidad y que es necesario intercambiar para evitar una contradicción de otra forma insoluble o dicen, más bien, el sentido que nace de la relación de reciprocidad ?
¿Debe uno primero iniciar al otro en su vocabulario, intercambiar signos para que pueda proceder a las equivalencias simbólicas que permitirían el intercambio real ? ¿Sería necesario que se intercambie el valor de las palabras para que pueda tener lugar el intercambio de cosas ? ¿Procede el lenguaje mismo de una función simbólica dominada individualmente ? ¿Puede tener un sentido el enunciado de la palabra antes de tenerlo para el otro ? O bien, ¿no emerge el sentido a partir de una relación de reciprocidad previa y la palabra es comprendida simultáneamente por todo participante en esta reciprocidad ? ¿Precede la subjetividad a la inter-subjetividad o a la inversa ?
El intercambio generalizado
Si la función simbólica fuera una propiedad innata de la conciencia individual, cada primo podría reproducir con su primo paralelo un nuevo intercambio fundador. Uno no saldría de la problemática de Frazer.
Se puede responder a esta crítica diciendo que el individuo pertenece a una totalidad, obedece a las representaciones colectivas de un grupo cuyo interés aún está indiviso, de manera que es natural que la segunda o tercera generación respete la representación de la pareja inicial. Lévi-Strauss acepta la idea de prestación total de Mauss : es el clan entero el que intercambia, no los individuos. La reciprocidad puede ser siempre considerada como una estructura sicológica, pero al servicio de la identidad del grupo. Lévi-Strauss se inquieta, sin embargo, por la cuestión.
« Con la organización dualista, el riesgo de ver una familia biológica erigirse en sistema cerrado está, sin duda, definitivamente eliminado (…) Pero otro riesgo aparece inmediatamente : el de ver dos familias, o dos linajes, aislarse en el continuum social bajo la forma de un sistema bipolar, el de un par íntimamente unido por una serie de inter-matrimonios y que se basta a sí mismo, indefinidamente. La regla de exogamia, que determina las modalidades de formación de tales pares, les confiere un carácter definitivamente social y cultural, pero lo social podría no ser dado sino para ser, inmediatamente dividido (…) Es ese peligro que evitan las formas más complejas de exogamia, como el principio del intercambio generalizado : así también, las subdivisiones de las mitades en secciones y sub-secciones, o grupos locales, cada vez más numerosos, que constituyen sistemas indefinidamente más complejos. Ocurre pues con las mujeres como con la moneda de intercambio, de la que a menudo ellas llevan el nombre y que, según la admirable palabra indígena “figura el juego de una aguja de coser los techos y que, ya sea dentro, ya sea fuera, lleva y trae siempre la misma liana que fija la paja” » [11].
Lévi-Strauss desplaza la cuestión del intercambio y de la reciprocidad, del intercambio restringido al intercambio generalizado. Y el debate resurge.
Los términos son claros : se trata de intercambio y la mujer es entonces moneda. Se puede comparar el intercambio restringido a un trueque, y el intercambio generalizado al intercambio monetario, intercambio a donde un valor de uso es utilizado como equivalente general. Las comunidades de reciprocidad llaman a menudo a las muchachas con el nombre de “moneda”. ¿Pero se trata de una moneda de intercambio ?
Que la futura esposa sea llamada con el nombre de moneda nos parece significar para los interesados que es llamada por la humanidad producida por la reciprocidad, como pura manifestación de la espiritualidad. La moneda en cuestión significa lo que ha aparecido entre los hombres y que no puede pertenecer a nadie, ya que nació de su relación de reciprocidad, de la relación misma y no de la equivalencia de los objetos entre ellos. Para ser intercambiada, sería necesario que la moneda ya no sea el símbolo del valor producido por la reciprocidad, sino la encarnación de la representación que permite la comunicación humana que Lévi-Strauss reduce al intercambio [12].
¿Pero no es eso lo que propone lo imaginario : ofrecer una representación material de lo que está más allá de la naturaleza ? ¿No se puede, a partir de entonces, interpretar como un intercambio la comunicación de esas representaciones ? Sin duda, pero esta moneda es el símbolo del valor creado por la reciprocidad y puede, también, ser implicada otra vez en nuevos ciclos de reciprocidad…
El principio de oposición
Lévi-Strauss se interrogaba sobre la estructura que permite resolver el problema planteado por la percepción de varias cosas a la vez « bajo la relación de yo con otro. » « Que las cosas sean, del uno y el otro, representa una situación derivada en relación al carácter relacional inicial » y es entonces « en ese carácter relacional del pensamiento simbólico que podemos buscar la respuesta a nuestro problema » [13].
Sin embargo, este pensamiento simbólico le parece nacer en el seno del individuo ; es, por lo menos, lo que postula en lo que llama el intercambio generalizado. Piensa que el otro está instalado a priori en cada uno. Lo diferente estaría inscrito en el principio de oposición y, por consiguiente, en el inconsciente del individuo. Observa, en efecto, que el principio de oposición ya es eficiente a nivel del inconsciente del lenguaje. Los fonemas, por ejemplo, no están movilizados por ellos mismos, sino por sus oposiciones. A su vez están constituidos por rasgos distintivos (semas) que igualmente sólo son significativos por su oposición. Imagina entonces que el pensamiento no hace sino perseguir el trabajo de un inconsciente biológico, y este el trabajo del sentido, ya que los sentidos analizan el mundo por este mismo proceso. Y se puede encontrar, así, analogías en todos los estadios de la evolución, remontándose hasta los quarks…
Disponiendo entonces de una actitud predeterminada para desmantelar las contradicciones, se hace natural que, frente a una contradicción con otro, cada uno recurra a la misma solución para evitar el enfrentamiento. ¿Pero por qué los animales no proceden de la misma forma ? ¿No sería sino una cuestión de grado en la evolución biológica ?
Lévi-Strauss dejará calificar a su teoría de materialismo biológico. Pero piensa en un desarrollo del que cada etapa es una sistematización más compleja que la precedente y consecuentemente enriquecida con nuevas cualidades y propiedades.
El precedente lingüístico
El « materialismo biológico » de Lévi-Strauss nos enseña que el pensamiento utiliza los mecanismos de la vida ¿pero no se arriesga uno, al juntar tan estrechamente el pensamiento y la vida, a que la conciencia humana aparezca como la última invención de la vida, con la consecuencia de la homotecia estructural del consciente y el inconsciente, como si la conciencia fuera la superficie del inconsciente y el inconsciente la suma de las invenciones precedentes de la vida ?
Jakobson, al que Lévi-Strauss se refiere, señala que el lenguaje humano no es reductible a la comunicación biológica incluso si utiliza toda su riqueza instrumental. Insiste sobre el hecho que no se trata de una cuestión de grado en la evolución. Jakobson aísla el problema del sentido del de la comunicación que hace intervenir mensajes y señales según un código determinado.
« El pasaje de la zoosemiótica a la palabra humana es un salto cualitativo gigantesco, contrariamente a la vieja creencia behaviorista según la cual existiría una diferencia de grado y no de naturaleza entre el lenguaje del hombre y el lenguaje del animal » [14].
Pero ¿cómo definir esta diferencia de naturaleza entre la comunicación humana y la comunicación biológica ? Jakobson es el inspirador del principio de oposición de Lévi-Strauss. Descubrió, en efecto, que los fonemas son tributarios de un principio que llama el principium divisionis. Observa también que el elemento de correlación, que enlaza entre ellos los dos fonemas de cada par, ese nudo común, puede aislarse y constituirse como un fonema particular dotado por sí solo de un valor operatorio. Es entonces un archifonema, que llama también el tertium comparationis [15]. Jakobson habla entonces de dos principios donde, hasta ahora, Lévi-Strauss no había utilizado sino uno solo.
Pero se pueden descomponer los fonemas en rasgos distintivos, componentes últimos que permiten diferenciar los morfemas (elementos que poseen una significación propia) entre ellos. Parece, esta vez, que no se encuentran equivalentes del archí-fonema. El binarismo estaría, pues, en la base de las estructuras elementales del lenguaje. Sin embargo, los rasgos distintivos no son aleatorios. Están correlacionados. Dos términos son correlativos verdaderos si la existencia del uno hace suponer necesariamente la existencia del otro. Los rasgos correlativos tienen entonces una parte común, comparten cierta identidad fundamental, el equivalente del tertium comparationis.
Se ve aparecer otro dinamismo diferente al de la oposición o de la diferenciación que es el de la unión o correlación.
Hemos tomado como referencia los trabajos de Jakobson, pero podrían convocarse a otros análisis lingüísticos que llevan a las mismas observaciones. Greimas, por ejemplo, propone llamar articulación semica a la oposición de los rasgos distintivos, y eje semántico al denominador común de los dos términos :
« Una estructura elemental puede ser aprehendida y descrita sea bajo la forma de eje semántico, sea bajo la de articulación semica » [16].
Guardemos la terminología de Jakobson… Al principium divisionis hay que añadirle entonces el tertium comparationis. A la oposición, a la dualidad, hay que añadir la correlación, la unión de contrarios.
Como le es inmediatamente necesario normar las dos funciones, una de disyunción y la otra de conjunción, y como no retiene lo que es contradictorio en sí, como su origen común, el estructuralismo debe acordar la primacía a la una o a la otra. Y elige la disyunción. La oposición sería primera, la unión segunda. Se plantea, sin embargo, la cuestión de saber si el principio de oposición basta para dar cuenta de la función simbólica.
El principio de unión
Si la lingüística ofrece con el tertium comparationis la idea de un segundo principio, distinto del de oposición ¿no deberíamos remontarnos del lenguaje a las estructuras de parentesco y buscar si un equivalente de este principio no sería igualmente operacional a su nivel ? ¿No habría que redoblar el análisis de Lévi-Strauss ? Queda por hacer, en efecto, una analogía entre el tertium comparationis y una nueva modalidad de la función simbólica, analogía equivalente a aquella que proponía Lévi-Strauss entre el principio de oposición y el principium divisionis.
El mismo Lévi-Strauss es el que nos invita a hacerlo. Si se imagina que dos grupos se manifiestan, el uno en relación al otro, como semi-aliados, semi-enemigos, la aprehensión de esta situación, en sí misma contradictoria, debe neutralizarse por una solución no-contradictoria. Y bien, esta no es siempre la representación desdoblada que propone el principio de oposición sino, al contrario, la unidad de la contradicción, una síntesis, que se presenta como un objeto sagrado [17].
Lévi-Strauss reconoció este principio de unión bajo el nombre de unidad y antagonismo (principio de unidad del que da igualmente cuenta por la noción de casa) [18]. Y también opone esos dos principios de oposición y de unión, que también llama disyuntivo y conjuntivo o diferencial y orgánico, en ocasión de algunas de sus aplicaciones…
« El juego parece disyuntivo, crea una separación diferencial entre dos jugadores de campos que no estaban marcados así al inicio. De forma simétrica e inversa, el ritual es conjuntivo, ya que establece una unión (se puede decir una comunión) o, por lo menos, una relación orgánica entre dos grupos (que pueden, en el límite, confundirse el uno con la persona del sacerdote, el otro con la colectividad de fieles) dados como disociados al inicio » [19].
El sacerdote parece más bien el árbitro, el centro, la unidad de todo, el único hablante, la Palabra de unión. Subrayemos el carácter religioso de esta Palabra de unión. Podemos decir que el factor de correlación se impone sobre el factor de oposición ; y más, que el tertium comparationis se imponga sobre el principium divisionis. Desde el momento que el sacerdote expresa la palabra de todos, se convierte en análogo a un archí-fonema…
El principio de oposición, primera modalidad de la función simbólica, puede dar nacimiento al intercambio ; pero el principio de unión, si es una segunda modalidad de la función simbólica, no conduce al intercambio, sino, al contrario, a la comunión o al compartir. A partir de ahí, debemos abandonar la idea de que el intercambio sea la razón de la mediación simbólica. ¿Pero cuál es la razón de esta ?