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 CARTAS

18.

Carta a Mijail Gorbachov

Enero 1989

Jean Cardonnel, Mireille Chabal, Dominique Temple

   
   

Primera publicación :

Revista Iberoamericana de Autogestión y Acción communal

Año VIII, n° 19-20, 1990.

INAUCO

   
 

sommaire

Carta a Gorbatchev

La Perestroíka: un salto cualitativo en economia

Glasnost, Democracia y Perestroïka

   
       
  Mijail Gorbachov    
 

 

Un gran soplo vino del Este para reanimar la esperanza de paz.  Nos sorprendió o, más bien, no nos esperábamos que viniera de las nieves del Kremlin.  Es la primavera en Moscú... Usted sueña con un templo o con una ciudad radiante en la cima de una colina.  Su palabra nos recuerda el pensamiento de Gandhi, su provocación no violenta por la paz.  Nos vuelve a descubrir los horizontes deslumbrados de un gran negro americano, Martín Luther King, quien decía: “Vi la tierra prometida”.

 

Oímos casi por primera vez en el mundo occidental a un responsable político tener un lenguaje de humanidad, un lenguaje no utópico, ya que atestigua un profundo respeto de la realidad, puesto que nace de la inteligencia de la vida concreta de los hombres de hoy día.

 

“Desde siempre filósofos y teólogos han tratado ideas sobre valores hu-manos eternos pero no se trataba sino de especulaciones escolásticas condenadas a no ser sino un sueño utópico” (1).

 

Hoy en día, la Humanidad está obligada, bajo la amenaza de una muerte nuclear, a recurrir, para pensar en su supervivencia, a la solidaridad.

 

“Clásico en su tiempo, el precepto de Clausewitz, según el cual la guerra es la continuación de la política por otros medios, está irremediablemente superado... Por primera vez en la Historia, basar la política internacional sobre normas morales y éticas comunes a la Humanidad entera se ha convertido en una exigencia vita ”(2).

 

Una amenaza planea sobre la inmortalidad del género humano.  No es porque é1 fuera mortal sino porque los mismos hombres tienen, a partir de ahora, el poder de destruirlo.

 

“Nosotros – la Humanidad en-tera– estamos embarcados en el mismo navío y no tenemos otra posibilidad que zozobrar o navegar juntos... Debemos ganar todos; si no, perderemos todos”(3).

 

“La espina dorsal de una nueva manera de pensar es el reconocimiento de la prioridad dada a los valores humanos, o para ser más precisos, a la supervivencia de la Humanidad”(4).

 

Usted revela que la supervivencia de la Humanidad depende de un últi-mo recurso: la ética. Vemos ahí, de repente, como al llegar al borde de un  precipicio, el abismo de nuestro sistema de civilización.  Al Este como al Oeste, los valores humanos son tragados.  Es la muerte total, la muerte del ser.  Desde entonces la perestroika es más que una gran reforma económica: es una revolución.  No concierne solamente a la Unión Soviética, sino al mundo entero.

 

“Hoy en día, hemos entrado en una época donde el interés de la Humanidad entera deber situarse en la base del progreso.  La comprensión de este hecho exige que la política mundial parta, a su vez, de la prioridad de los valores universales”(5).

 

Las Naciones Unidas escuchan por fin una voz que coloca a los detentadores del realismo político entre los ingenuos.

 

“Sería ingenuo pensar que los problemas que desgarran a la Humanidad contemporánea pueden ser resueltos por los medios y métodos que han sido utilizados o parecían convenientes en el pasado”(6).

 

Pero he ahí que usted renuncia a la captura de la paz, a su apropiación en las normas de su ideología.  Es a la desimperialización del mundo a la que usted procede cuando propone que la paz sea desde ahora el fruto del diálogo, de la comprensión mutua, en fin, de la reciprocidad.

 

“Estamos lejos de considerar que nuestra visión sea la única buena.  No disponemos de ninguna solución universal, pero estamos dispuestos a cooperar con toda sinceridad y honestamente con miras de buscar respuestas a todos los problemas, hasta a los más arduos, pero queremos cooperar sobre un pie de igualdad en la comprensión mutua y en la reciprocidad”(7).

 

El diálogo, y mejor aun, la comprensión mutua.  He ahí lo que se opone radicalmente a toda solución unila­teral y que nos lleva a esa claridad luminosa de la reciprocidad.  Según nosotros, no es por azar que usted ha colocado en tercer y último lugar este término de reciprocidad.  He ahí una palabra que tomamos en toda su resonancia.  La igualdad podría concebirse en la línea de una corrección de las desigualdades de nuestro sistema ac­tual —el sistema de intercambio, indi­vidual o colectivo— pero la comprensión mutua, he ahí que ella ya va contra el objetivo clásico del interés, motor del intercambio.  Ella nos conduce inmediatamente a la reciprocidad.

 

Me parece percibir que usted pone en duda algo más que el intercambio desigual: el intercambio mismo.

 

Al contrario de una opinión común que admiten bastantes revolucionarios, el intercambio no es la for­ma suprema del respeto del prójimo,  parte siempre de la consideración de sí y no de la consideración del otro.  Incluso en el intercambio igualitario, el interés de cada uno se impone sobre el bien común,

 

“La fórmula del desarrollo en detrimento del otro llega por sí misma a su fin; a la luz de las realidades de hoy, un verdadero progreso no es posible ni en detrimento de los derechos y libertades del hombre y de los pueblos, ni en detrimento de la naturaleza”(8).

 

Estamos felices de ver que usted cuestiona, como nunca esto se ha hecho de manera tan firme, no solamente todo lo que es hegemónico en el mundo sino también la única fórmula considerada como reguladora de la economía mundial, el mismo intercambio.

 

“Nos hemos aproximado al límite, más allá del cual la espontaneidad desordenada conduce a un callejón sin salida.  Así, la comunidad internacional deberá aprender a formar y a dirigir los procesos de forma que se pueda salvar la civilización, de hacerla más segura para todos y más favorable para una vida normal”(9).

 

“Se trata de una cooperación cuyo sentido podría más bien ser expresado por las palabras “cocreación”  y “codesarrollo”(10).

 

Usted se identifica con las aspiraciones de la Humanidad entera que se abre hacia un horizonte muy diferente al del interés.  Ahí nos pone en evidencia todo su rigor, puesto que usted se eleva directamente contra la primacía de aquello que, privado o colectivizado, conduce al imperialismo.

 

Usted ha visto en el orden del desarmamento la vanidad de lo absoluto de una fuerza destructora.

 

“Símbolos materiales y portadores de una potencia militar absoluta han puesto al mismo tiempo en evidencia los límites absolutos de esta potencia”(11).

 

Usted no podía dejar de ver hasta qué punto la gran potencia es vana tanto por su forma militar o económica.

 

“El crecimiento económico mun-dial descubre las contradicciones y los límites de la industrialización de tipo tradicional.  Su extensión a lo largo y en profundidad nos empuja a una catástrofe ecológica”(12).

 

Bajo la presión de los hechos, los dos pilares de la real política se derrumban:

 

1) La potencia todopoderosa de un Estado, obtenida gracias al crecimien­to de la fuerza militar.

 

2) La industrialización ilimitada, el concepto de un desarrollo económico tal como se practica, “en detrimen­to del otro” o de la  naturaleza.

 

La cuestión, hoy en día, no es situarse sobre el mismo terreno que las naciones capitalistas sino mostrar que el socialismo es una capacidad innovadora de relaciones humanas.  También usted propone transformar la competencia entre las naciones en emulación para contribuir a la felicidad de todos.

 

Es la vida de la Humanidad la que usted escoge para fundar la economía en lugar del interés privado, principio de la muerte del ser.  No obstante, hasta ahora nuestras reformas y revoluciones han sido hechas en un marco motivado por el interés, en el estricto marco del intercambio: por sus formas colectivistas, las revoluciones, que han inspirado el marxismo, no han cuestionado este intercambio.

 

Todas las estructuras económicas actuales, planificadas en el Este, privatizadas en el Oeste, son estructuras de intercambio y el modo de producción occidental entero está unificado por el interés.  Pero la ética que usted invoca, como el potencial del socialismo, es justamente lo que destruye el interés.  Sería naturalmente una paradoja referirse a la ética universal si la reforma económica de la perestroika no tuviera sino como último efecto exacerbar el interés privado.  Es necesario entonces inscribir esta misma reforma económica en la estructura fundamen­tal que usted llama la reciprocidad que lejos de justificar el interés, libera por el contrario la iniciativa de cada cual al servicio de la felicidad del otro.

 

“La economía mundial está en trance de convertirse en organismo único fuera del cual ningún Estado puede desarrollarse normalmente, cualquiera que sea su régimen y cualquiera que sea su nivel de desa-rrollo económico”.

 

“Esto pone en el orden del día la cuestión de la elaboración de un mecanismo fundamentalmente nuevo de funcionamiento de la economía mundial, de una nueva estructura de la división internacional del trabajo”(13).

 

Elaborar un nuevo mecanismo de la economía, una nueva estructura de la división del trabajo, es reemplazar la vieja estructura del intercambio por la nueva estructura de la reciprocidad.

 

Usted pone en evidencia que se vuelve imposible no sobrepasar el egoísmo del intercambio.  La reciprocidad, por el contrario, da vida a un Tercero, Otro diferente de sí mismo, que no se reduce a ningún otro particular: se trata de la Humanidad, ese Otro al infinito, el ser al cual cada uno está llamado en lo que hay de más singular, un ser-más, una "plusvalía de ser".

 

El descubrimiento del principio de reciprocidad, como fundamento de la ética, pone a disposición de todos el poder de construir la Humanidad.  He ahí el ideal que animaba a los grandes revolucionarios:

 

“Elevar el nivel de las responsabilidades sociales como el de la esperanza”(14).

 

Su sentido de la ética y de su fe en la Humanidad son los frutos del Arbol de la Vida reencontrado.

 

Nos parece que todo su esfuerzo conduce hoy a plantar ese Arbol de la Vida sobre el suelo común de toda la Humanidad para que sus raíces vengan de todas las naciones y sus hojas y sus frutos se extiendan sobre la tierra. 

 

Lo que en un principio usted planeaba para la Unión Soviética concierne ahora al mundo entero.  Mientras que usted reconoce que la fuerza de las naciones y hasta la amenaza de la fuer­za no puede determinar más las rela­ciones mundiales, usted ve surgir una nueva energía en los pueblos que subordina los intereses particulares al in­terés superior de la Humanidad.

 

“El impulso hacia la independencia, la democracia y la justicia social se manifiesta en toda la multiplicidad de sus planes y de sus contradicciones por movimientos populares amplios y con frecuencia violentos.  La idea de democratización del orden mundial en su conjunto se ha convertido en una potente fuerza política y social.

 

Unas fuerzas se han constituido en el mundo que empujan, de una manera  u otra, a entrar en un periodo de paz.  Los pueblos, amplios sectores de la opinión pública, desean en efecto arduamente que las cosas mejoren y quieren aprender a cooperar.  A veces incluso estamos impresionados por la fuerza de esta tendencia. Es importante que este género de sentimientos comience a concretarse en la política”(15).

 

Esta internacionalización de la cooperación y del respeto del prójimo está en el origen de una democratización radical que usted coloca como el epicentro de la revolución en el corazón de las relaciones de todos los pueblos de la tierra, al más alto nivel :  La Organización de las Naciones Unidas.

 

 

Usted no renuncia al ideal de la Revolución de Octubre cuando usted constata, a partir de los hechos históricos, que hay que superar la idea de un partido o de una nación revolucionaria por aquella de una vida democrática en la cual todos los hombres y todos los pueblos tienen los mismos derechos.

 

“El carácter obligatorio del principio de libre elección está igualmente claro para nosotros.  No reconocer ese principio conlleva a la consecuencias más graves para la paz universal.  Negar ese derecho de los pueblos, bajo cualquier pretexto, bajo cualquier fórmula, significa atacar al equilibrio frágil que se ha conseguido instaurar. La libertad de elección es un principio universal que no debe conocer excepciones”(16).

 

Es una ruptura decisiva con la estrategia de ayer, la estrategia de Lenin.  Hoy usted propone inaugurar la práctica de una democracia directa y generalizada.

 

Pero esta democracia es lo contrario de la tiranía del liberalismo y del colectivismo; usted no minimiza el peligro que un gran número decepcionado por tal socialismo, cerrado al deseo de la felicidad de cada persona, se dirija hacia una concepción liberal de la libertad.  Su apuesta es tan audaz que corresponde a la exigencia del momento: liberar la iniciativa, sin volver a la ganancia como móvil de las actividades humanas.  La fragmentación de los individuos polarizados por su éxito no puede ser de ninguna manera un remedio al régimen autoritario.

 

La libertad del liberalismo, la libertad privada de complemento, la liber­tad autosuficiente es aquella de un tipo de hombres que se bastan a ellos mis­mos, libertad de estar aislados los unos de los otros.

 

Algunos hoy, hasta en la misma URSS, evocan todavía un paraíso donde el intercambio produjera la abundancia y la paz.  Se sueña con un intercambio sin explotación del hombre, como los aztecas soñaban, antes de la llegada de los occidentales, con un tiempo nuevo donde el sacrificio a los dioses no implicara el sacrificio humano.

 

En su libro Perestroika, A. Aganbeguian recuerda con nostalgia:

 

La producción de mercancías y las relaciones mercantiles y monetarias aparecieron muchos siglos antes del capitalismo.  En la antigua Grecia y en la antigua Roma había mercados bastante desarrollados, el sistema monetario funcionaba; las relaciones mercantiles existían igualmente en la sociedad feudal de la Edad Media (17).

 

Pero en la antigua Grecia, el valor no se elaboraba a partir del intercam­bio; la teoría del valor económico era aquella del valor de reciprocidad.  El prestigio obtenido por la redistribución establecía la jerarquía de las responsabilidades.  El crecimiento económico estaba él mismo motivado por la competencia, por el prestigio.  El inter­cambio existía pero se veía menospreciado, reservado a los esclavos. Evidentemente, el simple hecho de que se encontraran acorralados seres humanos vistos como subhombres muestra que todas aquellas formas antiguas de reciprocidad estaban condenadas a muerte, puesto que su concepto excluía al extranjero y engendraba la esclavitud.

 

La reciprocidad no se libera de sus alienaciones si no se da, a la vez, un horizonte universal.  Sin la humanidad, la reciprocidad es un privilegio. Sin la reciprocidad, la humanidad no es más que un engaño.

 

El intercambio, práctica universal, puede cumplir con su papel con la condición de estar subordinado a la reci­procidad.  Ahí donde se despliega sin mesura, provoca el subdesarrollo del Tercer y del Cuarto Mundo, la desaparición de los más fundamentales valores humanos.  En el sistema capitalista, la misma crítica es incapaz de aceptar el reto y la vida no tiene refugio.

 

Usted rechaza el engranaje liberal y la mecánica colectivista como los únicos polos de la alternativa de nuestra Humanidad.

 

Apreciamos el coraje con el cual trata de liberar el impulso revolucionario de lo que lo frenaba, la sumisión religiosa a la transcendencia de la colectivización: de igual modo que, sobre el altar del culto de la personalidad, se inmola a la personas; sobre el altar de la colectivización, se sacrifica a la comunidad.  En todos los sitios en donde fue impuesto, el colectivismo forzó a los pueblos al repliegue sobre unas bases de subsistencia al margen del so­cialismo, de la industrialización y hasta de la historia, porque paralizó la reci­procidad.

 

Colectivizar es retirar a cada cual la iniciativa del don; es militarizar la riqueza de la imaginación y la extraordinaria variedad del nombre del hombre, hasta su dignidad y su mismo prestigio.

 

Colectivizar es caricaturizar la comunidad, es matar la vida.  Es como si todos los escalones que suben al templo en la cima de la verde colina fuesen suprimidos; como si el estado no fuese más que una alta meseta inaccesible a los humildes para sólo estar reservado a aquellos que supiesen acoplarse al aparato del partido para acceder a é1.

 

La ciudad radiante se convierte en la ciudad prohibida.

 

Ese comunismo vulgar, decía Marx, esa primera superación positiva de la propiedad privada no es sino una manifestación de la ignominia de la propiedad privada.

 

Si en su país la colectivización fue, según usted, necesaria a la victoria ganada en nombre de la Humanidad entera sobre el nazismo, no se deduce que sea una fase normal del desarrollo socialista; es por lo tanto así como fue interpretada por el stalinismo.  Este error le cuesta hoy al movimiento socialista a escala mundial estar en el callejón sin salida, ya que la colectivización rompe el resorte fundamental del progreso que usted llama el factor humano:

“Lo que es grave es que la gente haya perdido el hábito de pensar o de actuar de manera independiente y responsable”.

 

Nosotros basamos la realidad humana y el mismo nombre de Humani­dad sobre la reciprocidad; decimos que es la reciprocidad lo que permite al hombre ser el origen de su ser.  Entonces, sin reciprocidad, fuera de alcanzar un pensamiento común, lejos de al­canzar la paz, fuera de toda responsabilidad, separada de toda esperanza, sólo quedan nuestras conciencias individuales, unidas a la defensa de los intereses egoístas, aquella que usted denomina justamente como de consumo vulgar, es decir, burgués.  Es la colectivización la que, en los países socialistas, destruyó la participación de cada cual en la reciprocidad.  También es indispensable recordar que el socialismo no puede ser una construcción a priori:

 

“El desarrollo de la democracia es la principal garantía de la irreversibilidad de la perestroika.  Cuanto más democracia socialista tengamos, más socialismo tendremos. Tal es nuestra inquebrantable convicción, una convicción que no nos dejará jamás.  Haremos avanzar la democracia en economía, en política y en el interior del partido mismo.  La creatividad de las masas sigue siendo la fuerza decisiva de la perestroika.  No hay nada más poderoso”.

 

Es indispensable, y no solamente en la Unión Soviética, reafirmar como soberano el poder democrático sobre bases nuevas y redefinir los soviets como unas comunidades de reciproci­dad.  Será un formidable ejemplo para todas las comunidades socialistas del mundo.

 

Es, sin duda, vital para la misma perestroika descubrir sus relaciones con las comunidades de reciprocidad instauradas a lo largo de la historia en el mundo entero.

 

Si los soviets no se reconocen en las estructuras ya establecidas por las tradiciones de reciprocidad de cada pue-blo, los valores más modernos no se arraigarán, los pueblos serán prisioneros de su identidad negada hasta que el frente de la independencia étnica se convierta en un frente revolucionario. 

 

Hoy, toda comunidad étnica opone sus valores de reciprocidad a la alienación del poder erigido sobre la ganancia.  La dinámica étnica, de todas las luchas de liberación del Tercer Mundo, es lo que salva del imperialismo del intercambio a los valores de reciprocidad fundamental.  Civilizaciones enteras se yerguen contra el materialismo del intercambio.

 

Su Estado es el mejor situado en el mundo para no ignorar las cuestiones étnicas que pueden ensangrentar el planeta.  El diálogo, sobre la cuestión previa del respeto de las fronteras étnicas, debe poder evitar el desmoronamiento de Babel.

 

Volver a descubrir el sentido de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas es apelar a la desverticalización del poder.

 

No se atacará en sus raíces el principio de hegemonía, contrario a la re­ciprocidad, mientras permanezca viva la idea de una etnia dominante.  Del mismo modo que usted no puede concebir una patria del socialismo, no puede contemplar la primacía de una cultura.  Si la tierra armenia tiembla, el poder imperial de Moscú no es mejor solución que el separatismo.  Estamos seguros de que, en nombre de su principio absoluto de inviolabilidad de la libre elección, usted preferirá coordinar a dar órdenes.

 

Es de capital importancia que la Humanidad reconozca lo más pronto posible la reciprocidad, como principio de la ética, si quiere evitar que los unos y los otros no retrocedan hacia los espejismos del pasado o no se pierdan en la falsa solución del intercam-bio.

 

Existe un prejuicio coriáceo según el cual las comunidades de reciproci­dad tradicionales serían primitivas.  Tenemos que invertir este postulado: esas comunidades prefirieron quedarse al margen de nuestra evolución, para salvar lo que hay de eterno en el hom­bre.  Su negativa a participar en un mundo  materialista, preservó  hasta ahora su ser espiritual como el propio corazón de la humanidad.  La resistencia de las comunidades de recipro­cidad al movimiento, aunque irresisti­ble,  de la economía de intercambio, demuestra el respeto de las condiciones del advenimiento del ser humano.

 

Nosotros disociamos hoy la idea de “primordial” de la de “primitivo”. Lo que guardan, para los tiempos futuros, esas comunidades son los principios fundamentales del nacimiento y del renacimiento de la Humanidad universal; son las raíces del ser.  Es del claro reconocimiento de esos principios, de lo que esperamos la generalización de las bases revolucionarias de la Humani­dad de mañana.

 

Como usted propone la idea de reunir regularmente, bajo la égida de las Naciones Unidas, una asamblea de organizaciones sociales del mundo entero, no sería más conforme a su proyecto de suscitar una conferencia internacional para que todas las comu-nidades étnicas sean reconocidas universalmente como culturas y palabras imprescriptibles de la Humanidad y que sus derechos sean protegidos por una nueva Carta.  ¿No es ya hora de condenar solemnemente todo etnocidio, ahora, que esas culturas capitales del patrimonio de la Humanidad están amenazadas de desaparición?

 

Cuán felices seríamos si usted utilizara su prestigio, al lado del movimiento comunista internacional para que se reconozca a las comunidades de reciprocidad, como los fermentos de una nueva revolución, en vez de reducirla a una mano de obra proletaria.  ¿En vísperas de su muerte, el mismo Marx no había abierto esta vía reconociendo las bases de la revolución futura en las comunas campesinas de su país?

 

“El estudio especial que hice y donde busqué los materiales en las fuentes ori-ginales me convenció de que esta comuna es el punto de partida de la regeneración social en Rusia, pero con el fin de que pueda funcionar como tal habría, primero, que eliminar las influencias deletéreas que la acosan desde todos los lados y después asegurarle las condiciones normales de un desarrollo espontáneo”.

 

Esas comunidades, irreductibles al culto de la acumulación y del intercambio soberano puesto que son indiferentes u hostiles a la privatización y a la ganancia, se convertirían en otras tantas fuentes de revolución que usted desea para construir una sociedad al fin solidaria.

 

Es posible generalizar los principios que usted propone en la cima y de redoblar la dinámica que viene desde arriba por una dinámica que viene desde abajo.  Descubriendo la reciprocidad, como estructura generalizada del ser de la Humanidad y como la base de la democracia, usted ha hecho de esta manera renacer la esperanza para toda la Humanidad.

 

La reciprocidad se convierte en el principio de una tercera revolución.

 

“Los más grandes filósofos han tratado de comprender las leyes del desarrollo social y responder a esta pregunta capi-tal: Cómo hacer feliz, justa y segura la vida del hombre.  Dos grandes revoluciones, la francesa de 1789 y la rusa de 1917, ejercieron una influencia poderosa sobre el carácter mismo del proceso histórico y modificaron fundamentalmente el curso de los acontecimientos mundiales.  Pero hoy un nuevo mundo está naciendo delante de nuestros ojos.  Exige la búsqueda de nuevas vías hacia el futuro”.

 

La Revolución francesa opuso a la alienación de los sistemas de reciproci­dad en la imaginación de los poderosos, el sistema de intercambio, pero éste no suprimió solamente las alienaciones de la reciprocidad; suprimió la reciprocidad misma.

 

En cuanto a la Revolución de Octubre, por su colectivización del intercambio, rompió con la ganancia pe­ro sin restaurar la reciprocidad; más aun: la destruyó donde existía todavía.

 

Usted vuelve a descubrir el princi­pio universal que funda a toda la Humanidad desde los orígenes.  Y usted desea volver a poner en las manos de los propios pueblos, representados en las Naciones Unidas, una formidable ambición.  Ellos no sabrían responderle si no innovan una revolución que hiciera referencia desde una tradición menos profunda a una tradición más profunda.

 

Una palabra maestra nos llega, cuya fuerza simbólica transciende las fronteras del país y del pueblo que la profiere.

 

La perestroika desencadena la visión de un cuadro que se mueve y parte hacia un horizonte insospechable.  Las últimas sílabas de la perestroika sugieren la troika.  Los poetas de los pueblos y los pueblos poetas miraban con ojo escéptico donde la tristeza le disputaba a las ilusiones muertas, una troika inmóvil, petrificada.  Ella evocaba el fin de todos los impulsos populares y de repente se mueve, arranca al ritmo de una esperanza indesarraigable y sus campanas, campanillas y campaniles no cesan de tocar en la gran estepa rusa... hacia el infinito.  Sus caballos precipitan su paso.  Ella despega de la tierra congelada, alcanza las alturas de un universo donde se borran las querellas de campanarios en la hora en que hombres y mujeres de su tierra viajan a través del espacio.

 

Si la troika se libera de su carril, si tiene alas, sabemos que el imperio del frío puede desaparecer y los mismos Estados podrían bien no ser monstruos fríos, ya que usted invita a Esta­dos y pueblos a corresponder de ma­nera creativa a los acontecimientos.

 

El tiempo ha dado materia a la reflexión.

 

La evolución del mundo atraviesa un momento crucial.

 

Por más importantes que sean, las dos grandes revoluciones de nuestra civilización no han llegado hasta las raíces del Arbol de la Vida.

 

En sus límites, se plantea la pregunta sobre la supervivencia de la Humanidad.  Es su ser lo que está en juego.  Se arraiga en la reciprocidad.

 

Millares de hombres la suscitan y la re-suscitan en las fronteras del intercambio.

 

El hielo del intercambio está roto entre los pueblos.  Comienza la solidaridad.  Van a surgir iniciativas.  Se esboza entonces el “co-desarrollo” y la “co-creación”: gestos estructurales de inagotable reciprocidad.

 

 

   
 
La perestroika: un salto cualitativo en economía

(D. Temple)

   
   

 Una cosa es segura: toda economía basada en la competencia, todo poder basado en la acumulación sin límites, conducen hoy en día a la Humanidad al abismo.

 En la Unión Soviética, una parte de los responsables tomaron conciencia de estos datos históricos y propusieron parar la competencia entre las naciones.

 ¡Desde el momento en que los comunistas proponen reestructurar las relaciones de las naciones sobre otros principios, algunos se imaginan que esos principios deben de ser los suyos y que tienen el campo libre!  No comprenden que la competencia militar está condenada, que la competencia ideológica está condenada, que la competencia económica está conde­nada.  No comprenden o fingen no comprender que la competencia, el librecambio y el capitalismo deben ceder el puesto a la solidaridad, a la reciprocidad, a un nuevo orden económico mundial, en el cual serán, sin embargo, llamados a participar en el diálogo.

 Está claro que las condiciones de la lucha por la liberación humana han cambiado radicalmente.  El análisis “gorbachoviano” recalca:

 

1. La lucha entre las naciones capitalistas y revolucionarias no puede ser sancionada por la victoria de uno o del otro campo, sin acarrear la muerte de la Humanidad.

 

2. La eficacia de la tecnología moderna permite alcanzar inmediatamente los límites de la explotación del planeta.  Mas la tierra no puede ser explotada absolutamente sin ser herida en sus mecanismos vitales.  La muerte ecológica amenaza al mundo.

 

He aquí las condiciones objetivas debidamente reconocidas hoy en día por el análisis político de los marxistas y que modifican su estrategia revolucionaria.

 Hay otra que cambia sus perspectivas desde el interior.  Es el fracaso de la colectivización.  Hay, pues, que revisar la idea de que la neutralización del librecambio, por la colectivización, sea una solución económica.  Basándose en recursos más profundos que la polémica del “intercambio desigual”, la crítica debe poner en duda el intercam­bio por su materialismo.

 El interés individual, incluso cuando está colectivizado, no da cabida a los derechos humanos: el intercambio, incluso cuando está planificado, no generaliza más que intereses materiales.

 

Pero las relaciones que apoyan los valores espirituales o éticos, a los cuales aspira la Humanidad, dependen de un principio que se opone radicalmente al del interés privado: la solidaridad, y de una estructura diferente a la del intercambio: la reciprocidad.  Los valores humanos fundamentales son engendrados por la solidaridad y la reciprocidad.  Hemos olvidado que, gracias a la intervención de la reciprocidad, el hombre se ha liberado de la ley universal del intercambio para dominar a la naturaleza.  Nuestra civilización, a pesar de estar establecida desde el origen sobre el principio de la reci-procidad, ha escogido reactualizar para nuestro beneficio la ley natu-ral del intercambio.  Hemos domesticado la barbarie, la hemos adiestrado contra el prójimo y nos hemos apropiado de la riqueza de toda la tierra.  No solamente hemos sacrificado la ética a nuestro éxito material... hemos puesto en duda hoy hasta la supervivencia del género humano.

 

De una parte, Marx, al cual se vilipendia por moda, no se había equivocado :  el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado un nivel caracterizado por contradicciones decisivas y que nos obligan a inventar nuestra sociedad. 

 

El análisis de M. Gorbachov, quien concluye en la necesidad de poner en el orden día de las Naciones Unidas “la cuestión de la elaboración de un mecanismo fundamentalmente nuevo del funcionamiento de la economía mundial, de una nueva estruc-tura de la división internacional del trabajo”, nos obliga a un salto “cualitativo” que consiste en dotar a la economía mundial de un nuevo motor, cuyos efectos puedan acumularse indefinidamente sin poner en peligro el equilibrio de la vida.  Aquí solidaridad y reciprocidad no son solamente reconocidos por ser generadores de valores éticos de la Humanidad sino porque son necesarios para los límites objetivos del desarrollo capitalista y socialista occidental.

 

   
 

Glasnost, Democracia, Perestroika 

   
   

No conocemos sino una interpretación occidental de la perestroika, la interpretación capitalista.  Tomadas por sorpresa, las fuerzas de la izquierda están mudas o muy turbadas.

 Sería imposible que democracia, reciprocidad y transparencia, ideales de la revolución, emerjan de los últimos decenios del socialismo: se alzarían más bien contra la herencia socialista, hasta cuando son puestas en marcha por comunistas.  La condena del colectivismo es, en efecto, tan radical que permite al mundo capitalista hacer la amalgama del colectivismo y del socia­lismo.  Ahí mismo la perestroika está interpretada como la adhesión del so­cialismo al liberalismo, la confesión de una derrota, el desmoronamiento mismo del comunismo.  No es sola­mente el colectivismo stalinista, sino hasta la crítica de Marx, los que serían arrastrados por el movimiento popular liberado por la glásnost, la democracia y la perestroika.

 Esta manera de ver perpetúa la competencia entre el Este y el Oeste, da hasta la victoria al Oeste.  Sin duda, podemos hacer algo mejor.  Por tanto, los mismos representantes soviéticos, aunque rechazan la interpretación de la perestroika como una rendición al librecambio y a la democracia burguesa, no proponen las premisas de ninguna otra teoría; su tesis de una economía de mercado socialista nos depara la idea de una descentralización de la planificación y se reúne con aquella de la economía mixta: ahí no hay nada de revolucionario.

 No nos queda sino el pensamiento de Gorbachov para ver lejos y afianzar los principios de una nueva economía mundial: los principios de solidaridad y de reciprocidad entre las naciones.  Gorbachov se refiere igualmente a los valores éticos.  Durante mucho tiempo, los marxistas, para oponerse al idealismo, a la utopía religiosa, a la metafísica, se definían como materialistas, aunque su materialismo tenga poco que ver con el cientifismo del siglo XIX.  Este materialismo firmaba la reconquista para todos del derecho a participar en la génesis de la Humanidad.  Pero de ese materialismo, muchos se pasaron a un materialismo que se mide por la vara del materialismo capitalista.

 El materialismo hoy en día reivindica para el hombre la responsabilidad de ser el creador de los valores éticos, de ser el origen de la vida espiritual.  Los valores humanos son los frutos del árbol, el árbol hunde sus raíces en la tierra.  La reciprocidad, la perestroika, son la estructura elemental que hacen existir los valores humanos.  Ella es el principio de vida de toda democracia.

 Cuando Mijail Gorbachov habla de tercera revolución, propone sobrepasar las dos primeras o que la reflexión alcance más profundamente lo que es el orden de lo primordial.  Llama a la revelación, a las raíces del ser.  El marxismo-leninismo debe consecuentemente ser profundizado e incluso superado por una crítica más radical y no mitigada del liberalismo burgués. Sobre las cuestiones de la propiedad, del interés privado, de la acumulación capitalista, la crítica se mantiene tan rígida como la de Marx, y pone en duda lo que los análisis de 1789, de la Comuna, o de Octubre de 1917 no se atrevieron a tocar: la estructura misma del intercambio: la crítica debe alcanzar hoy hasta las razones de las comunidades humanas, volver a encontrar los principios de reciprocidad que las fundaran.

 Las organizaciones revolucionarias del mundo entero tienen un reflejo tibio ante la perestroika: están de acuerdo sobre la débil idea de que el “gorbachovismo” sería un asunto de la Unión Soviética.  Es incontestable de todas formas que el análisis teórico de Gorbachov sobrepasa el marco soviético, no a causa de la influencia mundial de ese gran país, sino porque sus bases de pensamiento son universales.  Es la Humanidad entera que se encuentra ante la cuestión de la supervivencia, obligada a la reflexión común: el argumento pacifista y el argumento ecológico no tienen fronteras, ponen en duda la competencia, el poder para todas las naciones y obligan a recurrir a la ética universal.  La libre decisión reconocida por la Unión Soviética para todas las naciones es ella misma la condición de validez de un diálogo internacional.  Pero lo que es insostenible es dejar creer que los capitalistas tienen, gracias al hecho de la democracia, toda libertad para imponer su punto de vista.

 La democracia no es sumisión a la ley del más fuerte económico, irreductible a la colaboración.  Las nuevas tesis hacen más necesario que nunca un nuevo orden económico mundial.  Ya es tiempo para darse cuenta de la importancia de los principios que sustituyen a los del colectivismo y dan vida a las comunidades.  Hay que reconocer en la perestroika, en la reciprocidad, el nuevo mecanismo de desarrollo.  Sobre la territorialidad recobrada de las comunidades humanas, el intercambio debe ser enfeudado a la reciprocidad fundadora.

   
     
   Referencias

   
 

1 Mikhaïl Gorbatchev “Perestroïka”. Vues noeuves sur notre pays et le monde; editions françaises, Flammarion, 1987, p. 207.

2 Ibid., p. 200.

3 Ibid., p. 207.

4 Discurso de M. Gorbatchev ante la O.N.U. del 7 De diciembre 1988, Bulletin édité par le Bureau soviétique d' information, 14, place du General Catroux, 75017, Paris, p. 3.

5 Ibid., p. 3.

6 Pérestroïka, op.cit. , p. 14.

7 Ibid., p. 13.

8 Discurso ante la O.N.U., op. cit., p. 4.

9 Ibid., p. 4.

10 Ibid., p. 2.

11 Ibid., p. 2.

12 Ibid., p. 2.

13 Perestroïka, p. 38

14 Discurso ante la O.N.U., p. 2

15 Ibid., p. 6-7.

16 Ibid., p. 5.

17 Abel G. Aganbeguian, Perestroïka, le double défi soviétiaue. Edition française, Economica, 1987, p. 139.

18 Marx, Manuscritos de 44, tercero manuscrito.

19 Perestroïka, op.cit., p. 88.

20 Ibid., p. 86.

Marx, Lettra a Vera Zassoulitch, 8 Mars 1881.

22 Discurso ante la O.N.U., op. cit., p. 3.

23 Ibid., p. 1.