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Dominique Temple

TEORIA DE LA RECIPROCIDAD



Tomo II

LA ECONOMIA DE RECIPROCIDAD

Edición al cuidado de
Javier Medina y Jacqueline Michaux

Padep

   
   

® Los derechos de esta obra pertenecen a Dominique Temple

© Esta edición, de mil ejemplares, ha sido cedida por Dominique Temple al Programa de Apoyo a la Gestión Pública Descentralizada y Lucha contra la Pobreza, Padep, de la Cooperación Técnica Alemana, GTZ, a condición de que fuera distribuida gratuitamente.

D.L.: 4 - 1 - 1639 - 03

Primera Edición: Noviembre 2003

Traducción: Juan Cristobal MacLean, Rosa María Montes, Deniele Marie Marret, Jacqueline Michaux, Pedro Portugal, Javier Medina.

Corrección de la traducción: Javier Medina y Jacqueline Michaux

Redacción final: Javier Medina

Foto tapa: Estela lítica encontrada en Challapata, Bolivia, y que simboliza, en el mundo andino, la Ley del Ayni; 700 años después de Cristo.

Diseño de cubierta: Liliana Paniagua y Cristina Methfessel

Diagramación e impresión: Artes Gráficas Editorial “Garza Azul”.

La Paz, Bolivia


   
 


Índice

Introducción por Javier Medina 7

Prefacio 13


I. Los fundamentos lógicos
23

1. El principio de antagonismo de Stéphane Lupasco 25
2. La teoría de Lupasco y tres de sus aplicaciones 37
3. El principio de lo contradictorio y la afectividad 57


II. Los fundamentos antropológicos 61

4. Los orígenes antropológicos de la reciprocidad 63
5. Los fundamentos de la economía de reciprocidad 81
6. Lévi-Strauss o la reciprocidad y el origen del sentido 141
7. Apuntes filosóficos 171
8. Lo contradictorio y las estructuras elementales de la
reciprocidad 183
9. El nacimiento de la responsabilidad 195
10. Las dos palabras 203


III. La reciprocidad positiva o la dialéctica del don 305

11. La dialéctica del don 307
12. La economía humana 321
13. La fiesta 331
14. ¿Qué es el contrato shipibo? 345
15. El sello de la serpiente 349
16. El label o la honda de David 357
17. El label como interfase de sistema 361
18. La alocación universal 371
19. El mercado de reciprocidad positiva 377


IV. La reciprocidad negativa o la dialéctica de la venganza 387

20. La reciprocidad de venganza 389
21. La reciprocidad negativa 393
22. El mercado de reciprocidad negativa 473

Bibliografía 499


   
   

Introducción


Así como en el siglo XIX la crítica más aguda de la Nationalökonomie no provino de un economista sino de un filósofo hegeliano: Marx, de igual modo, y significativamente, la lectura más lúcida de la economía, en el cambio de milenio, proviene de un biólogo, en el cual convergen otras disciplinas como la historia, la etnología, la lógica, la física y la filosofía: Dominique Temple. Decimos más lúcida porque Temple entiende la Economía como la complementariedad de dos principios antagónicos: el principio de reciprocidad y el principio de intercambio; en tanto que los economistas de la edad moderna, ideológicamente, han absolutizado sólo el principio de intercambio como si fuese toda la economía y sus “externalidades informales”, que no pueden ignorar, se empeñan en entender como si fuesen formas arcaicas, a desarrollar, de un solo principio: el del intercambio.

La economía que regula el FMI y financia el Banco Mundial, el BID, la CAF...se halla en crisis porque, en la era de la globalización de los intercambios y la robotización de la producción, en vez de riqueza, produce pobreza y exclusión a escala mundial; la clerecía económica no está mostrando la capacidad intelectual de revisar su disciplina desde el nuevo paradigma científico; es más, lo desconoce e, incluso, parece ignorar, así mismo, el paradigma newtoniano que, sin embargo, los constituye epistemológicamente. Los economistas actuales, en el Norte y en el Sur, son repetidores de catecismos; se contemplan el ombligo con una mirada atemporal y teológica, desde la recámara de una inmensa pirámide sacrificial. La economía de intercambio es el dogma religioso de las sociedades secularizadas de occidente y las políticas de alivio a la pobreza son el ritual y la liturgia que las operativiza en el Tercer Mundo.

Este segundo tomo es el más denso y arduo de la Teoría de la Reciprocidad, pero, así mismo, el más importante porque en él, Dominique Temple nos ofrece una lectura de la reciprocidad y, a fortiori, de la economía a partir de la sistematización lógica, llevada a cabo por Stéphane Lupasco, del nuevo paradigma científico técnico que se alimenta, sobre todo, de los últimos descubrimientos científicos en física cuántica, biología y las así llamadas neurociencias.

La física cuántica, en efecto, reveló que la materia y la energía, proceden de un acontecimiento contradictorio en sí mismo. La noción de contradictorio apareció con el descubrimiento del quantum de Planck, en el estudio de la luz, cuando explicó que la luz podía manifestarse, ora como la vibración de un medio homogéneo, ora como un haz de partículas elementales. Dicho formalmente: todo acontecimiento contiene en sí mismo las potencialidades de sus contrarios. Como se sabe, la lógica clásica excluye la idea misma de contradictorio. Por ello, la homogeneización del mundo que ha propiciado, en la edad moderna, está llevando a la humanidad al desastre ecológico, económico y espiritual.

Esta dificultad: lo contradictorio, es salvada por los físicos gracias al principio de complementariedad, uno de cuyos antecedentes teóricos fue el concepto de “estados coexistentes” de Weizsäcker; todo ello todavía tratando de no entrar en conflicto con el principio de no-contradicción de la lógica moderna, para la cual el criterio de verdad es, justamente, la no-contradicción. Aquí se insinúa la gran ruptura epistemológica del nuevo paradigma científico del siglo XX que Temple lleva al análisis de la economía y que vale, incluso, para pensar nuestra nueva Constitución.

A la sazón, hacia 1935, otro principio ya permitía relacionar lo contradictorio y lo no-contradictorio: el principio de antagonismo de Stéphane Lupasco. El principio de antagonismo une la actualización de un fenómeno a la potencialización de su contrario. La potencialización es definida como una conciencia elemental. La onda actualizada está unida a una estructura corpuscular potencializada; la estructura corpuscular actualizada está unida a una onda potencializada y cada una de esas potencializaciones es una conciencia elemental. He aquí el punto de vista de Lupasco.

Heisenberg utiliza la noción de potencialidad en el sentido aristotélico de acto y potencia. Aristóteles, en efecto, entendía la Materia como una entidad diferenciada que contiene, en potencia, los contrarios: el engendramiento y la corrupción, la vida y la muerte, el orden y el desorden. Ahora bien, el aporte de Lupasco estriba en introducir un término nuevo para este estado particular de potencialidades coexistentes simétricas: “el estado T” que significa, justamente, lo contradictorio en sí mismo.

He aquí, empero, que ese Tercero es el tercero que la lógica clásica excluye y que, probablemente por ello, Lupasco llama Tercero incluído. Ese “estado T” menta, asimismo, la situación en la que las dos polaridades antagónicas de un acontecimiento son de intensidad igual y se anulan recíprocamente, para dar nacimiento a una tercera dinámica entre la energía y la materia, en sí misma contradictoria. Dicho de otro modo, el principio de antagonismo conduce al reconocimiento de una entidad sin materia ni energía, tan real, empero, como la realidad, que Lupasco denomina “Conciencia de conciencia”, que no viene a ser sino “energía psíquica” y que Temple llama “afectividad”. Con lo cual hemos entrado imperceptiblemente al dominio de la Reciprocidad: la liberación de las energías de las polaridades antagónicas que se topan en el cara a cara del encuentro interhumano.

La reciprocidad permite al ser humano descubrir su condición simultanea y latente de predador y presa, de asesino y víctima; el monoteísmo eligió ignorar y reprimir la polaridad, con las funestas consecuencias que todos conocemos: el holocausto del otro. Dicho de otra manera, la reciprocidad permite entender que el Agente, en su turno, sea Paciente y el Paciente, en su turno, sea Agente; con otras palabras: que cada uno es la sede de lo contradictorio, pero de tal suerte que el contexto de uno es anulado por el contexto antagonista del otro. La existencia del uno es puesta en juego por la existencia del otro y es la relativización mutua, del uno y el otro, lo que da nacimiento a un Tercero incluido que Temple llama “humanidad”.

De este modo, el principio de antagonismo, en la lógica sistémica del nuevo paradigma, propone una solución original al problema de las relaciones del espíritu con la materia y la energía. La teoría de Lupasco reduce la distancia entre el espíritu científico y el espíritu místico. Nos hallamos, pues, en las antípodas de la modernidad, donde la economía no tiene nada que ver con la ecología y ambas no tienen ninguna relación con la ética. De aquí dimana la incapacidad de las políticas globales actuales para resolver los problemas producidos por el despliegue de la modernidad: el colonialismo, la evangelización, la industrialización y los ajustes neoliberales de finales del siglo XX.

Por tanto, la Reciprocidad no es un comodín que se saca de la maga, como “economía informal” o “capital social”, para maquillar la crisis de la hegemonía unidimensional, monista, del Kapital y seguir desconociendo la alteridad de una visión compleja, interconectada, relativística de una realidad que la física mostró polar, contradictoria pero complementaria.

Eso significa e implica que, justamente, aquí donde la economía de intercambio no ha podido desarrollarse, por la presencia indígena que representa su polaridad opuesta y la bloquea; que aquí donde la economía de intercambio no tiene los agentes económicos que puedan implementarla, después que el Estado mismo se rediseñara para ponerse a su servicio: ajuste estructural de 1985; eso significa que aquí el así llamado ?desarrollo económico local?, ?municipio productivo?, ?lucha contra la pobreza? no pueden seguir pensándose desde solamente la economía de intercambio; pues ésta es nuestra mayor vulnerabilidad y debilidad.

Es preciso, para lo cualitativo y necesario, para la abundancia de lo bueno, reconocer nuestras economías indígenas como políticas públicas municipales. La nueva Constitución, que tendremos que consensuar en el corto plazo, sirva para introducir el principio de reciprocidad como complementario del principio de intercambio en nuestra comprensión de la Economía. Interculturalidad en Economía significa la complementariedad del intercambio y la reciprocidad en tiempo-espacios diferenciados. Intercambio para lo abstracto, lejano, general y cuantitativo; reciprocidad para lo concreto, interactivo, local y cualitativo. En medio, los pueblos indígenas han creado interfases de sistema, entre la reciprocidad y el intercambio, como sus redes feriales regionales o, en contextos urbanos: Gran Poder, Urkupiña o, más allá de las fronteras nacionales: la inmensa red que es la Feria 16 de Julio que desde El Alto se extiende hacia el pacífico, Lima, y hacia el atlántico, Buenos Aires, siguiendo las pautas del compadrazgo y la reciprocidad y, sobre lo cual, las políticas públicas lo desconocen casi todo y siguen produciendo “Estrategias productivas” sobre dos supuestos casi inexistentes en Bolivia: Estado y Mercado.

Este texto pretende ofrecer las herramientas conceptuales para poder leer la compleja realidad económica de sociedades no occidentales, como la boliviana, donde el capitalismo, sencillamente, no funciona y de sociedades postcapitalistas, al decir de Peter Drucker, donde los nuevos movimientos sociales están buscando, todavía a ciegas: “antiglobalización”, la complementariedad de la mundialización del intercambio y la mundialización de la reciprocidad.


Javier Medina

La Paz, octubre de 2003


   
   


Prefacio


Esta obra es una recopilación de artículos que hablan de la reciprocidad en cuanto matriz del sentido y matriz del lenguaje, es decir, no sólo como reproducción del don. Esta Introducción, que presenta una selección de textos de manera un tanto caleidoscópica, quisiera proponer aquí algunas indicaciones que podrían ser útiles para ordenar entre sí los conceptos abordados en estos artículos.

Es por el parágrafo III,1, La Dialéctica del Don, que se debería comenzar, para seguir el desarrollo de las ideas, según el orden de su aparición cronológica, pero se perdería el acceso inmediato a lo esencial, es decir, a las bases de la teoría de la reciprocidad. Y es más importante dar inmediatamente estas bases de la teoría.

¿Por qué entonces volver a publicar este ensayo en el parágrafo III,1? La cuestión que pretendía resolver este capítulo (¿la reciprocidad del don es irreducible al intercambio?) define la economía en términos de bienes materiales y servicios lo que es, efectivamente, el objeto del parágrafo III. Por otro lado, los límites de este ensayo (respecto a lo simbólico y a la reciprocidad negativa, entre otros) permiten situar lo que constituyó el meollo de la teoría de la reciprocidad desde entonces.

Me parece también que es imposible no rendir un homenaje a los estudiantes bolivianos que publicaron este ensayo a pesar de dificultades, lo que les es debido en este trabajo. Su fuerza de convicción fue el motor de las investigaciones posteriores. ¿Cómo encontraron el manuscrito en los años 80? Lo ignoro. Me escribieron para obtener la autorización de publicarlo y decidí encontrarles. Al sexto piso de una casa de París, tras una puerta vetusta sin indicación o nombre y que abría hacía unas gradas de servicio estrechas y oscuras que conducían a un desván debajo del techo, el instinto de cazador me permitió afortunadamente pillarles. Ahí se encontraban, entre otros, Pedro Portugal, quien tradujo este texto al castellano, y Jacqueline Michaux. Es sólo muchos años más tarde que entendí por qué estos jóvenes habían sido sensibles a este documento, a tal punto que lo publicaron a costa suya y a pesar de la oposición de sus colegas franceses, que no encontraron nada mejor que emparedar, tras un falso tabique, la casi totalidad de los ejemplares de la segunda edición. Lo entendí cuando investigadores tan diferentes como Robert Jaulin y Alain Caillé me dijeron que este pequeño ensayo había sido « al origen de una serie de nuevas investigaciones sobre el don ».

¿Por qué? La palabra contenida en el título basta para adivinar la respuesta: dialéctica. Si dialéctica hay, se debe aceptar una perspectiva muy singular e irreductible sobre una polaridad que concluye todo el proceso del don y de la reproducción del don. A partir de ahí, queda imposible poner término al proceso mismo y, por lo tanto, volcar la problemática de la reciprocidad del don en su contrario, como lo hizo Marcel Mauss cuando intentó interpretar la reciprocidad como un intercambio ordenado al interés privado, o como lo hizo también Franz Boas confundiendo más explícitamente la finalidad del don con aquella de la acumulación de bienes y servicios en beneficio del primer donador. La Dialéctica del Don ponía un punto final a la interpretación de la reciprocidad como intercambio motivado por el interés.

¿Por qué investigadores geniales como Marcel Mauss han podido imaginar que, al término de la lucha de los dones (el don agonístico: el potlatch), la dialéctica se invertía (que los hombres daban a los dioses para recibir más de lo que les ofrecían)? ¿Acaso Mauss mismo no era perfectamente consciente de la contradicción del don y del intercambio? Él y sus pares han sido obligados a negar la antinomia del don y del intercambio por una fuerza invencible; el don les pareció ser la forma y la razón del intercambio en las sociedades arcaicas por necesidad lógica: una necesidad interna al razonamiento científico. Es que todos los valores, para los investigadores de aquella época, eran y sólo podían ser valores objetivos marcados por el sello de la no-contradicción, so pena de no poder ser comunicados a otros, de no ser reconocidas como tales. Marcel Mauss afirma que los dones son palabras y, por supuesto, toda palabra sólo puede tener un sentido reconocido por otros si es no-contradictoria. Es, por lo tanto, la lógica de no-contradicción, la lógica clásica, que imponía tratar estos valores como cosas. A lo más alto de su esfuerzo, para escapar de esta lógica, Mauss hace del valor un modo de ser del autor del don, un sentimiento entonces, cuya representación está a cargo del regalo. El don se vuelve un símbolo, cuyo contenido no se aliena puesto que es el alma del donador (su mana) que, exigiendo la respuesta de otro, exigiendo el reconocimiento de otro, implica el retorno de otro regalo, de otro símbolo.

El ser del cual se trata, el mana, ¿se reduce a un predicado, a un sentimiento del donador, o este ser es irreductible a todo lo que podría ser aprehendido bajo una forma objetiva, aun una cualidad del donador, su benevolencia, por ejemplo? ¿Es algo que pertenece al donador, como un predicado (el prestigio del donador) o es lo que da sentido a la representación que el donador mismo tiene de su acto y que se constituye, desde entonces, como prestigio? ¿Este ser es la esencia de un individuo o de otro sujeto indiviso e invisible pero reconocido por todos como una referencia? La generosidad, la magnificencia, la magnanimidad, ¿son caracteres de los hombres, o expresiones de la potencia simbólica misma, expresiones de una potencia que no pertenece a nadie pero de la cual cada hombre recibe la dignidad de ser la voz, desde el momento en que participa de su génesis? Lo que buscamos es entonces el secreto de la Omnipotencia de lo Simbólico, de esta Omnipotencia que da sentido a todo lo que puede ser definido. Y la vemos nacer no en algún individuo, sino entre los individuos, allí y sólo allí donde los individuos están en relación de reciprocidad.

La Omnipotencia de la función simbólica no reside, evidentemente, en lo que puede iluminar. Y, por lo tanto, no puede ser reducible al imaginario del donador, a pesar de comunicarle su fuerza. No es de este mundo. Y, por ende, ¡no existe! En cambio, da sentido a todo lo que existe que, desde luego, puede ser conocido y transmitido. Admitiremos aquí que su lógica excede la lógica que rige todos los objetos del mundo. Y, en seguida, esta pregunta: ¿cuál es la lógica que podría rendir cuenta de aquel otro mundo, de aquel mundo sin existencia pero que daría sentido a las fuerzas y a las cosas?

He aquí por qué este libro no empieza con La Dialéctica del Don, a pesar de ser este ensayo al origen de La Teoría de la Reciprocidad. Empieza con La Lógica de lo Contradictorio, lógica descubierta por Stéphane Lupasco en los años 50. ¿Por qué esta lógica? Porque lo que es en sí contradictorio no tiene existencia y puede pretender a lo que acabamos de nombrar la Omnipotencia de la función simbólica... ¡lo que queda por demostrar...! Pero es, justamente, eso lo que logra demostrar La Teoría del Conocimiento de Stéphane Lupasco.

Así, ya no nos ocupamos de las fuerzas físicas y biológicas, que estudian las ciencias clásicas, incluida la sociología clásica, sino que dirigimos nuestros pasos hacia una tierra virgen, desnuda y sin puntos de referencia. Y la dificultad se acrecienta todavía más porque el principio de lo contradictorio es como la luz del día: ilumina, pero ella misma no se ve. Y, justamente, ¡queremos saber de qué se constituye esta luz y cómo producirla! Un paréntesis primero: si no se participa de su génesis, es imposible saber algo sobre ella, pues no se la conoce (ya lo dijimos) de manera objetiva. Sólo puede ser sentida, aprehendida como algo que se sufre mediante la experiencia. Esta cuestión de la experiencia, como requisito para la posesión de los valores producidos por la reciprocidad, es un obstáculo severo para una discusión con los promotores de un sistema de no-reciprocidad, pues entonces el “cara a cara” es un “cara frente al vacío”.

Hay que reconocer, tal vez, que acudir a la lógica de lo contradictorio hubiera tenido una eficacia menor, y que hubiéramos tenido menos oportunidad de convencer a interlocutores del mundo occidental de la validez de estas investigaciones, si las ciencias llamadas exactas ¡no hubieran encontrado sus propios límites en... la misma lógica de no-contradicción! Un nuevo campo de exploración, en el que se ubica fácilmente lo contradictorio, se abrió en el corazón mismo de la ciencia, gracias a la revolución de la física cuántica; esta revolución es el evento histórico que autoriza, hoy, a todo espíritu científico acudir a la lógica de lo contradictorio. La física cuántica ha marcado los límites del conocimiento objetivo y obligó a reconocer, más allá de nuestro mundo conocido de manera no-contradictoria, una parte reservada antes a Dios, parte hoy reservada no al azar, como dicen algunos físicos, sino a la génesis del espíritu.

Tales propuestas parecen bastante especulativas, pero dejan de ser especulativas desde el momento en que se pretende responder al desafío de dominar las condiciones de la génesis del espíritu, es decir, más precisamente de reconocer la reciprocidad como estructura de producción de valores humanos.

Esta cuestión de la producción de los valores humanos, los editores de este libro proponen abordarla inmediatamente después de aquella de la lógica de lo contradictorio: ¡el principio de reciprocidad por lo tanto! Es el principio de una economía centrada sobre la producción del sentido, de una economía que tiene por motor no el interés biológico sino la función simbólica.

Tal vez tenemos que enfocar ahora un texto que es cronológicamente el último escrito y que muestra el estado de nuestras reflexiones hoy (El principio de lo contradictorio y las estructuras elementales de la reciprocidad). El principio de reciprocidad no existe en realidad como tal. Está requerido en estructuras que sólo existen, pero hay que escribir estructuras en plural. Algunas son compatibles entre sí, otras no; dicho de otro modo, la humanidad y lo universal ¡son múltiples! Pero entonces, la investigación se vuelve una aventura con riesgos, lanzada en distintas direcciones para construir éticas y sociedades diferentes. Sólo la teoría de la reciprocidad me parece hoy capaz de establecer correspondencias y comprensión entre las unas y las otras, y eso ¡porque la reciprocidad es en todos los casos la matriz de la función simbólica...! La antropología (lévi-straussiana) tomando el relevo de la lingüística (saussuriana) no reconocía sino una modalidad de la función simbólica y que maravillaba: el principio de oposición. Sin embargo, el espíritu humano no procede únicamente de manera analítica y clasificatoria, cada uno lo sabe bien. La ciencia, en realidad, sólo pretendía ser la maestra de esta modalidad única dejando a la religión o a la magia la tarea de pelearse otras modalidades, con gusto calificadas de irracionales. La extensión del campo de la razón por la lógica de lo contradictorio, permite afiliar estas otras modalidades a la ciencia, entre otros bajo el título de palabra de unión. Las estructuras de producción de sentido se desarrollan entonces en dos direcciones opuestas, llamadas aquí Palabra de oposición y Palabra de unión. .

El tercero capítulo interpreta la economía como la producción de bienes y servicios necesarios para la existencia de la sociedad. ¡El término economía de reciprocidad será, evidentemente, contestado por los economistas del sistema capitalista! Si la reciprocidad, dirán, es la matriz de los valores humanos, entonces ¿por qué no reconocerla simplemente como la roca, según la expresión de Marcel Mauss, en la cual se funda la moral? Y, desde luego, ¿por qué no dejar a la teoría del intercambio la tarea de regular la producción y la repartición de las fuerzas que animan la economía de los seres vivos?

Pero el ser humano no requiere someterse a fuerza alguna, pues de eso depende su libertad. Es, contra del hecho de ser sólo un ser vivo, que inventa la economía política. Es tomando por fundamentos, relaciones que prevalecen sobre relaciones de fuerzas, que la economía política encuentra su dignidad. Por lo tanto, no se trata tampoco de dominar las relaciones de fuerzas por lo que sería la virtud de lo político sino, más fundamentalmente, de sustituir las relaciones de fuerzas, por relaciones de otro tipo, en las que la fuerza es reemplazada por la ética. El principio de la economía humana es lo inverso del de la economía capitalista y se resume en un adagio: no es posible reconocer al otro, sin reconocerle también sus condiciones de existencia. La reciprocidad, que es primero la matriz del sentido, es inmediatamente por lo tanto el principio de la economía política.

Este capítulo está introducido por La Dialéctica del Don, de la cual ya hemos hablado, para plantear la cuestión económica bajo el ángulo de la producción de los bienes y servicios. En este sentido, la segunda parte de La Dialéctica del Don atacaba la idea de Marshall Sahlins y de la escuela de Polanyi según la cual la reciprocidad sería sólo una forma de repartición de las riquezas. Le oponía la idea de una reciprocidad productiva, es decir, de una producción del don que sería previa a la donación, en vez de estarle subordinada. Pero para que esta tesis gane, hay que demostrar que el don no es el principio de la economía. Se puede lograr con la idea que el don recibe su sentido sólo de la reciprocidad.

Que el don sea un principio resulta prácticamente una conclusión obligatoria para los lectores de La Dialéctica del Don, puesto que el don es el equivalente de una polaridad dialéctica. Pero para ser don, tiene que ser reconocido como tal. Recién cuando el don es reconocido como don, es decir, cuando el don ha recibido un sentido como don, podemos considerarlo como un principio, para la humanidad al menos. Investigadores como Lewis Hyde o Jacques Godbout están realmente inspirados por una preocupación hacia la humanidad, preocupación intransigente e irreductible, cuando desafían a los ideólogos capitalistas, que reinan en sus países, mostrando a partir de ejemplos extraídos de la más reciente modernidad que el don puro es el resorte de la mayoría de las actividades humanas. Esta inspiración, espero haberlo mostrado, no es sólo espiritual, de orden ético, honor de sus autores, sino que puede ser considerada como racional, en el sentido más clásico del término, si se precisa que ¡el don tiene sentido como don puro, únicamente por la reciprocidad!

En La Dialéctica del Don, se encontrará solamente una frase que dará testimonio de la intuición de esta tesis. La reciprocidad de los dones está tratada todavía como la reproducción del don, aun si esta reproducción establece que la producción de lo que se debe dar es anterior a la donación. La cuestión de la relación del don puro y de la reciprocidad podría ser útilmente retomada, pues se debe hacer justicia a la tesis de Lewis Hyde o de Jacques Godbout1.

Los parágrafos anteriores (I y II) ayudan a captar el paso de esta tesis ingenua, de la reciprocidad como reproducción del don, a aquella de la economía humana en la cual la producción material está tan íntimamente conjuncionada, por lo simbólico, a la producción ética que no se puede disociar lo material de lo espiritual.

La fiesta es un texto escrito a pedido de Félix Layme, para una serie de cartillas (“Raymi”), destinadas a la enseñanza de los datos de base de la economía política andina, cartillas que tenían que ser distribuidas a los maestros de las comunidades bolivianas por el Centro Cultural Jayma.

Los artículos que siguen, respecto a la producción simbólica en las comunidades del Ucayali, ceden el primer rol a la práctica de la reciprocidad. Por supuesto, los hechos se han encargado de desmentir las mejores previsiones, y ¡enseguida relanzaron los debates!

Se descubre por la experiencia que hay agôn (palabra griega que significa competencia, lucha, tinku) en la reciprocidad, pero un agôn que puede no ser sometido a la polaridad del don (la competencia entre donadores), ¡un agôn libre! Un investigador catalán (Jean Luc Boilleau), se interesó en el agôn por el agôn, como otros investigadores se han interesado en el don por el don. No se debe confundir el agôn por el agôn, con el cara a cara de la reciprocidad que, en griego antiguo, se expresa mediante la preposición anti. El agôn es, efectivamente, la lucha cara a cara, pero el cara a cara puede ser sin lucha, inmóvil: es entonces el anti, que traduce el cara a cara de la reciprocidad pura, reciprocidad pura que he llamado simétrica, porque no tiene un nombre que permita distinguirla de la reciprocidad de dones o de la reciprocidad de lucha. Todo eso para introducir la idea que el equilibrio de la reciprocidad simétrica exige que el imaginario del don sea relativizado por un imaginario inverso. Podemos deducir esta tesis del simple hecho que si el sentido procede de lo contradictorio, este exige la relativización de una polaridad dialéctica por la polaridad antagonista, es decir, la polaridad del don por aquella del agôn.

Una nueva perspectiva se dibuja para relativizar la reciprocidad positiva: la reciprocidad negativa. Así como hay don y reproducción del don, hay también rapto, asesinato o razzia, y reproducción del rapto, del asesinato y de la razzia. Y hay espíritu de venganza... como hay espíritu del don.

Por un efecto en espejo, la tesis de la dialéctica del don encuentra, en aquella de la dialéctica de la venganza, una verificación inesperada.

El campo descubierto por la reciprocidad negativa es inmenso. Me parece que no presento aquí toda su amplitud. Sin embargo, me parece más extendido todavía que el campo de la reciprocidad positiva que es, o que fue, la vía de acceso a lo sobrenatural y que lo es todavía en grandes regiones del planeta.

El parágrafo IV propone entonces una teoría de la venganza, que es la contraparte de aquella de La Dialéctica del Don. Y así como se debe tratar la economía, en términos de reciprocidad del don, se debe también tratar la economía en términos de reciprocidad de venganza. Este descubrimiento ha sido hecho por Bartomeu Melià, en Paraguay, entre los guaraní.

Al término de este estudio, la Teoría de la reciprocidad ha cambiado de registro. Ya no es la reproducción del don. Se ha vuelto la teoría de los tres fundamentos de la economía: la reciprocidad positiva, que conduce a la economía de reciprocidad del don, es decir, al mercado de reciprocidad; la reciprocidad simétrica, que detenta el secreto de los valores éticos y, finalmente, la reciprocidad negativa de la cual, hoy en día, da testimonio el comercio mundial.

Se enriqueció también de varios niveles de análisis: aquel que podemos llamar de los orígenes que permanentemente vuelven a empezar; o de lo real que pone en juego nuestras condiciones biológicas y físicas de existencia; aquel del lenguaje, gracias al cual oponemos a la naturaleza, que nos es dada, las condiciones que construimos por artificio (respetando, sin embargo, sus leyes para mejor controlarla); finalmente, el nivel en el que la producción humana escapa a toda huella de esta naturaleza, física o biológica, y en el que se produce ella-misma como ciencia del espíritu, lo que llamo lo simbólico puro. Aquí, ¡los valores son ideales! Pero, cuidado: según la lógica de lo contradictorio, que hemos requerido, no es posible que una forma de reciprocidad, positiva, negativa o simétrica, se actualice de manera absoluta (aquí, las relaciones de incertidumbre de W. Heisenberg ¡podrían todavía hacer hablar de ellas mismas!); en otras palabras, no hay simbólico puro que se pueda decir sin recurrir a lo imaginario, o que pueda constituirse sin la participación de lo real.



Nota (1) Los sara del Níger han resuelto esta cuestión, pero su respuesta se ubica en un contexto tan diferente de aquel en el qué estamos con las comunidades amerindias que no la inscribí en este libro.

   
   



I

Los fundamentos lógicos


1

El principio de antagonismo de Stéphane Lupasco


La física cuántica reveló que la materia y la energía, de las que la física clásica daba una definición no-contradictoria, procedían, la una y la otra, de una entidad del orden del acontecimiento contradictoria en sí misma.

La noción de contradictorio apareció, en efecto, por primera vez, con el descubrimiento del quantum de Planck, en el estudio de la luz, cuando hubo que explicar que ella podía manifestarse, ora como la vibración de un medio homogéneo, ora como un haz de partículas elementales. Bohr expresó el embarazo de la física mediante la siguiente ilustración:

“Cuando un espejo semi-plateado es situado en el camino de un fotón ofreciéndole dos direcciones posibles de propagación, el fotón puede ser grabado sobre una y sólo una de las dos placas fotográficas situadas a gran distancia en las dos direcciones, pero, también podemos, reemplazando las placas fotográficas por espejos, observar los efectos que ponen en evidencia las interferencias entre dos trenes de ondas reflejados.”

He aquí cómo se planteaba un problema totalmente imprevisto para los físicos. En efecto, que el acontecimiento de origen sea capaz de contener en sí mismo las potencialidades de esos contrarios –continuo y discontinuo- puesto en evidencia en la ilustración de Bohr, el uno: por impactos sobre la placa fotográfica, el otro: por las interferencias, mientras que la lógica excluye, de todo conocimiento, la idea misma de lo contradictorio.

“Personalmente, comenta Bohr, pienso que hay sólo una solución: admitir que en ese dominio de la experiencia tenemos que ver con fenómenos individuales y que nuestro uso de los instrumentos de medida nos deja, solamente, la posibilidad de hacer una elección entre los diferentes tipos de fenómenos complementarios que queremos estudiar” (1).

Bohr añade:

“importa de manera decisiva reconocer que, cuan lejos los fenómenos puedan trascender el alcance de las explicaciones de la física clásica, la descripción de todos los resultados de experiencia deben ser expresados en términos clásicos” (2).

Según esos términos clásicos, los fenómenos complementarios no pueden dejar de ser independientes, los unos de los otros; lo que no permite esperar un conocimiento inmediato y total del acontecimiento del que provienen. La dificultad será salvada, entonces, gracias al principio de complementariedad. Es decir, gracias al uso de perspectivas, cada una no contradictoria en sí misma, excluyente la una y la otra, y que serán consideradas como complementarias entre sí.

Ciertos teóricos del formalismo cuántico propusieron acordar el nombre de complementario a las soluciones intermedias entre las mediciones de un acontecimiento dado; es decir, a los diferentes grados de actualización de cada fenómeno observado. Esos diferentes grados de actualización son llamados por Weizsäcker “estados coexistentes” (3).

Weizsäcker diferencia esos estados coexistentes por lo que llama grado de verdad; es decir, su grado de no-contradicción, ya que, según la lógica clásica, el criterio de verdad es la no-contradicción. El formalismo cuántico permite así relacionar a nuestra lógica del tercero excluido, que utilizamos cotidianamente para definir los fenómenos observados, con la lógica del tercero incluido que debe ser reconocida para los acontecimientos sobre los cuales trata la observación.

En el Congreso de Antropología y Etnografía de Copenhague, de 1938, Bohr hizo notar que, en el estudio de las comunidades y de las sociedades humanas, el observador no aprehende de lo que quiere estudiar sino una respuesta provocada por su observación. Bohr propuso, entonces, a los investigadores en ciencias humanas, recurrir también al principio de complementariedad (4).
Pero en esa época (1935) otro principio ya permitía relacionar lo contradictorio y lo no-contradictorio: el principio de antagonismo de Stéphane Lupasco (5). El principio de antagonismo de Lupasco une la actualización de un fenómeno a la potencialización de su contrario. La potencialización es definida como una conciencia elemental (co-ciencia, dirá Marc Beigbeder6 ya que no se trata sino de conciencia, sin conciencia de sí misma, y no de lo que llamamos conciencia, cuando hablamos de la conciencia humana). Para imaginar esta tesis, diremos que la onda actualizada está unida a una estructura corpuscular potencializada; que la estructura corpuscular actualizada está unida a una onda potencializada y que cada una de esas potencializaciones es una conciencia elemental.

A su vez, estas actualizaciones-potencializaciones pueden actualizarse (actualización, pues, de segundo grado). Si esta actualización es del mismo signo que la primera –y así sucesivamente- la serie de las actualizaciones se llamará una ortodialéctica; si ella es de signo inverso, se llamará paradialéctica.

La ortodialéctica de la homogeneización, según la definición de la física clásica, es aquella de la energía, cuya imagen es la luz. La ortodialéctica de la heterogeneización, llamada, ahora, neguentropía, es la de la vida, la de la organización de la materia, el átomo, la molécula, el código genético. La heterogeneización, sinónimo de diferenciación, es un término que, tal vez, puede valorar mejor el hecho de que ese fenómeno se constituye inicialmente a partir de una oposición entre dos polos, apareciendo cada uno como partícula correlacionada con su opuesto. No existen, pues, elementos materiales aislados de manera absoluta, sino parejas o díadas de elementos correlacionados (materia y antimateria). En cada fenómeno de diferenciación, al estar él mismo correlacionado con su opuesto, la diferenciación se convierte en la organización o la complejización.

Cada una de estas dos ortodialécticas tiende hacia un ideal de no-contradicción. La una, ilustrada por el principio de Pauli (7), engendra una organización siempre más compleja: la materia viviente; la otra, de la que da cuenta el principio de entropía de Carnot-Clasius, conduce a lo que se llama la muerte del universo.

Para Bohr los fenómenos son manifestaciones de una realidad cuya conciencia puede tener una traducción sólo gracias a dos lecturas parciales complementarias. Pero esas dos lecturas no son como las dos caras de una medalla. El fenómeno medido es cada vez todo el acontecimiento. La realidad se manifiesta, ora como onda ora como corpúsculo.

Para Lupasco, la realidad actualizada está unida a una potencialización, una conciencia elemental, de la que procederá la conciencia de conciencia (la conciencia humana) y ésta no será entonces arbitraria.
¿Qué pasa, en efecto, cuando dos actualizaciones-potencializaciones antagónicas son de igual intensidad y producen un equilibrio simétrico, es decir, cuando mutuamente se anulan de un modo riguroso?. Sucede que el principio de complementariedad de Bohr es inutilizable, que tales estados son incognoscibles, ya que no se puede tener ninguna imagen de ellos, ninguna idea, por el hecho de que no se actualiza ningún hecho que pueda ser medido. Podemos, ciertamente, imaginar, para este estado intermedio entre dos actualizaciones-potencializaciones antagónicas, un espacio de nuevo tipo, pero este espacio, al ser contradictorio, no tiene límite y está totalmente vacío. Nadie puede decir nada de él. Ese vacío caracteriza los estados coexistentes al grado de verdad cero. Costa de Beaugerard sostiene que ya que no es posible hablar de aquello que no se puede medir; el físico debe entonces callar ante lo desconocido.

Volvamos, sin embargo, a los estados coexistentes simétricos: ni ondas ni corpúsculos, ni homogéneos ni heterogéneos. Según Heisenberg, “Cada estado contiene hasta cierto punto los otros estados coexistentes... Por otra parte, si se considera la palabra “estado” como la que describe una potencialidad dada antes que una realidad, se podría incluso reemplazar el término “estado” por el término “potencialidad”. Entonces, el concepto de potencialidad coexistente es del todo razonable, ya que una potencialidad puede comportar todo o parte de otras potencialidades” (8).

Heisenberg utiliza la noción de potencialidad en el sentido que le daba Aristóteles, que definía la Materia como una entidad que contiene en potencia los contrarios tales como el engendramiento y la corrupción, la vida y la muerte, el orden y el desorden. Ha llegado el momento de introducir un término nuevo para este estado particular de potencialidades coexistentes simétricas. Se trata del estado T de Lupasco (9), que significa lo que es contradictorio en sí. Ese estado T es el tercero, que la lógica clásica excluye, y que Lupasco llama el tercero incluído. Ese estado T corresponde a esta situación particular en la que dos polaridades antagónicas de un acontecimiento son de intensidad igual y se anulan recíprocamente para dar nacimiento a una tercera potencia, en sí misma contradictoria.

Un estado tal, en sí mismo contradictorio, puede ser enunciado bajo forma negativa, por ejemplo: ni onda ni corpúsculo. Pero ¿cómo hablar de forma positiva?. Se podría decir que el tercero incluido es una semi-actualización de dinamismos antagónicos y, a la vez, una semi-potencialización de esos mismos dinamismos antagónicos. Sin embargo, uno no aprehende toda originalidad sino en tanto que tercera dinámica entre la energía y la materia.

Es ahora que se hace fecunda la proposición de Lupasco de considerar las potencialidades como conciencias elementales, ya que una conciencia elemental que se relativiza por su conciencia elemental antagónica deja de ser una cuestión ciega respecto de sí misma, mientras que adquiere una luz sobre sí misma a partir de la conciencia que le hace frente, la cual adquiere esta misma luz sobre sí misma, luz que puede describirse, luego, como una luz de luz, una conciencia de conciencia, una iluminación de sí misma. Ahora bien, es de la conciencia, propiamente dicha, de la que en realidad se trata: de la conciencia de conciencia, tal como la conocemos por nuestra propia experiencia humana y que llamaremos revelación.

Si se encara este estado T desde el punto de vista de la actualización, relativizada por la actualización antagónica, toda realidad cesa, tanto si se trata de la materia como de la energía, pero el estado intermediario, actualización relativizada por su actualización antagónica, no deja de ser muy real hasta el punto de que podría ser definido por el nombre de materia primordial. El principio de antagonismo conduce así al reconocimiento de una entidad sin materia ni energía, tan real como la realidad, que es, a la vez, una conciencia de conciencia. Lupasco la llama energía psíquica.

Aparece, pues, entre las actualizaciones-potencializaciones antagónicas, una tercera polaridad que es la de lo contradictorio mismo y que puede, a su vez, desplegarse como ortodialéctica (10). Su advenimiento puede ser llamado un fenómeno de auto-conciencia que no conoce otra cosa que aquello con lo cual está en interacción, es decir, él mismo.

La energía psíquica tiene una especificidad como conciencia de sí, como revelación transparente de sí misma, desprovista de todo otro conocimiento que no sea la sensación de su propia libertad, aunque esta dinámica no por ello está menos relacionada con los polos de lo contradictorio por todos los grados de verdad de Weizsäcker, de suerte que, entre la conciencia de sí y las conciencias elementales, pueden aparecer todas las conciencias de conciencias que nosotros llamamos conciencias objetivas (11).

Lupasco subraya una analogía de estructura entre los estados coexistentes de la física cuántica y la conciencia humana. Si no es posible conocer los estados coexistentes de grado de verdad cero, no es imposible que no se conozcan ellos mismos, que no sean conciencias de conciencias. Tal fue la intuición de la noosfera de Teilhard de Chardin y de su evolución continua del alfa al omega.

Lupasco se interesó en los sistemas vivos, luego en el sistema psíquico y constata inmediatamente que los sistemas vivos respetan el principio de antagonismo polarizado por la diferenciación (12), mientras que el sistema psíquico respeta el principio de antagonismo polarizado por lo contradictorio (13). Las neurociencias confirman el carácter contradictorio del sistema psíquico. El sistema psíquico resulta de la confrontación de informaciones antagónicas. Se construye, en efecto, por la complejización de antagonismos. La neurología descubre incluso diferentes fases de la aparición del tercero incluido: cuando las células nerviosas oscilan entre vida y muerte fabrican un equilibrio sin perturbaciones exteriores; participan en la elaboración del pre-concepto (no dejan de hacer recuerdo, con ello, a las potencialidades co-existentes de Heisenberg). Esos pre-conceptos son en efecto neutros, indeterminados, pero cuando los complejos de neuronas movilizadas en la elaboración de los pre-conceptos interactúan con el medio físico o biológico, sus pre-conceptos son orientados (como los acontecimientos cuánticos son fenomenalizados por su interacción con los instrumentos de medida). El campo del preconcepto se bordea de la conciencia elemental antagónica de la actualización biológica provocada por la acción del medio. Las potencialidades nacientes en el horizonte del preconcepto han de hacerse tanto más no-contradictorias cuanto las actualizaciones a las cuales esas potencialidades están unidas serán no contradictorias. La realidad del mundo es, pues, conocida de una manera no arbitraria (14). Las actualizaciones despóticas provocan reacciones cada vez más unilaterales, los reflejos, y las conciencias de conciencias son reemplazadas por conciencias elementales, como las del instinto o la costumbre.

Pero en el corazón de las conciencias de conciencia, en el estado T, cuando no domina ni la una ni la otra de las fuerzas antagónicas que se afrontan, no puede aparecer nada en el borde de la conciencia de conciencia, y ninguna conciencia puede ser definida. El concepto se reduce a un estado coexistente, complejo, es cierto, pero tan indeterminado como el vacío cuántico de los físicos. No sabríamos nada si la prueba por sí misma de la conciencia no se tradujera por la afectividad. Y bien, estando esta nueva paradoja, que confunde la reflexión sobre lo contradictorio, la afectividad se traduce por un en-sí absoluto (15).

Si para el físico los estados co-existentes de grado cero de verdad son incognoscibles, estos estados se revelan a sí mismos en la energía psíquica como pura afectividad (16). De ello resulta el sentimiento de sí como existencia. De una forma más elaborada, resulta igualmente de ello la conciencia de ese sentimiento como sentimiento de la conciencia. La experiencia introspectiva de duda sistemática es, en efecto, la sede de una certidumbre ontológica que se despliega con tanta más fuerza cuanto la duda se radicaliza.

El principio de antagonismo propone, así, una solución original al problema de las relaciones del espíritu con la materia y la energía. La energía psíquica es de la misma naturaleza fundamental que todo otro fenómeno, pero tiende hacia lo contradictorio en tanto que la materia y la energía tienden hacia lo no contradictorio. Las manifestaciones de la materia-energía psíquica son entonces irreductibles a las de la materia y la energía, lo que traduce la contradicción, cara a los idealistas del espíritu y de la naturaleza; sin embargo, ellas son aparentadas, lo que el materialismo había aprehendido intuitivamente. La teoría de Lupasco reduce la distancia entre la ciencia y la ética. No hay hiato entre el espíritu científico y el espíritu místico, solamente una orientación diferente.

Pero lo contradictorio puede actualizarse (actualización de segundo grado) y ser potencializado por una actualización antagónica o bien manifestarse de forma contradictoria. Conocemos bien esta última manifestación: la palabra.

En la expresión de la conciencia por un significante se pueden distinguir dos dinámicas opuestas: la una converge hacia la unidad, la llamaremos principio o palabra de unión; la otra va en sentido inverso y se manifiesta por la diferenciación: la llamaremos principio o palabra de oposición.

Si el estado T queda cabe sí mismo, es atrapado por esta identidad, lo que es una homogeneización de segundo grado. Si se actualiza por diferenciación, será atrapado por una diferenciación tal. Aquí la palabra no significaría sino para sí: se convertiría inmediatamente en una señal de lo que pone en peligro la existencia del yo. Lo contradictorio ¿cómo puede escapar, ya sea a su homogeneización definitiva o a su heterogeneización definitiva?. Sería necesario que pueda dejar de ser él mismo sin diferenciarse, sin embargo, de sí mismo, o diferenciarse permaneciendo idéntico a sí mismo. Lo contradictorio no puede renacer a menos que la palabra engendre su propia matriz. Una puesta en escena particularmente dramática de este devenir de lo contradictorio que muere en el significante y renace en la estructura del lenguaje, en el juego de significantes; es la escena de la Encarnación, de la Muerte y de la Resurrección, de lo que se llama a sí mismo Revelación.
Pero las dos palabras no pueden reencontrarse, ya que expresan dos actualizaciones que, por definición, son excluyentes la una de la otra. Cada una de las palabras de unión y de oposición debe encontrar en ella misma la posibilidad de su relativización. La cosa es inmediatamente posible desde que es reproducida por la otra de forma antagónica, es decir, para cada una en una relación de reciprocidad. Por ejemplo, la palabra de oposición hermana-esposa, o amigo-enemigo, puede ser redoblada por el frente a frente en estado invertido. Este frente a frente es, por ejemplo, el de las organizaciones así llamadas dualistas, es decir, compartidas en dos mitades que son, a la vez, amigas y enemigas. Así se reconstituye un espacio contradictorio, pero esta vez a nivel de lenguaje y no solamente de lo real. Y es entonces en estados T diferentes que han de descubrirse en una segunda generación. Ocurrirá lo mismo con la palabra de unión. Cada una de las dos palabras tiene, pues, un porvenir distinto para poder estructurarse según el principio de reciprocidad. Se puede ver en esos dos devenires opuestos el del pensamiento político y el del pensamiento religioso.

   
   

Nota sobre la relatividad

En 1905, Einstein mostró que para cada punto del universo, considerado como inmóvil, todo fenómeno obedece a leyes idénticas y que las coordenadas de espacio y tiempo, de cada sistema de referencia utilizado, se enlazan entre sí por las fórmulas de transformación de Lorentz. Esas relaciones fueron presentadas por Minkowski por un continuo de cuatro dimensiones: el espacio-tiempo.

Como quiera que fuese, el mismo año, Einstein aceptó dar al descubrimiento de Planck - el quantum contradictorio de luz - un alcance decisivo, considerándolo no como un artificio matemático sino como una realidad.

Ya que el análisis fino de la estructura de la energía daba cuenta de una discontinuidad constitutiva del fenómeno más unificado y homogéneo que se conocía de la naturaleza, la luz, Louis de Broglie imaginó que toda materia discreta era la manifestación de una entidad que podía manifestarse igualmente como una realidad homogénea (17). Así todo en el universo está marcado por el sello de lo contradictorio. Einstein aceptará, aunque a regañadientes, que la tesis de una realidad no contradictoria de la materia ya no tenga sino el carácter de un programa para el espíritu científico (18).

Nota sobre la expresión “materia”

En el siglo XIX, para los físicos, la materia se oponía a la energía como lo discontinuo a lo continuo. Einstein formuló el principio de equivalencia. Las nociones de materia y energía son entonces reductibles a dos formas de fenómenos de una misma naturaleza, las dos materias o las dos energías: una que tiende hacia lo continuo, lo homogéneo y la muerte; la otra hacia lo discontinuo, lo heterogéneo y la vida.

Los puntos materiales son la expresión de la heterogeneización de la vida, que implica por lo menos una dualidad, una oposición, una contradicción entre dos términos irreductibles el uno al otro aunque correlacionados el uno con el otro. Así, no existe partícula sin anti-partícula (electrón negativo-electrón positivo, por ejemplo). Pero, como se había llamado materia a la partícula observada primero, se llamó anti-materia a la partícula correlativa descubierta luego.

De ahí provienen tres sentidos para la palabra materia: un sentido muy general que significa todo aquello que puede ser objeto de medida; otro sentido que significa lo heterogéneo; un tercero, en fin, que significa, al interior de lo heterogéneo, uno de los dos términos de la diferenciación.

El sentido común da a la palabra materia otro sentido: lo indiferenciado, lo contrario de la organización y de la vida, o sea, lo inverso de la definición de los físicos.

En cuanto a Aristóteles, él le dió el sentido de Potencia, es decir, de una entidad que contiene los contrarios de la vida y de la muerte bajo la forma de potencialidades: lo contradictorio.

La palabra materia habrá recibido, entonces, las significaciones más opuestas, tanto lo homogéneo, como lo heterogéneo y lo contradictorio. Se podría encontrar otras definiciones de la palabra materia... Conviene entonces precisar el sentido de ese término según su contexto.

Nota sobre el vacío cuántico

Cuando una partícula de antimateria y su partícula de materia correspondiente se encuentran, se anulan. Se habla de desmateralización. Esta desmaterialización da nacimiento a un campo continuo, homogéneo: la energía. La experiencia es reversible (materialización de la energía). Parece, pues, que se podría pasar de manera progresiva de una materia discontinua a una energía continua, pero la física cuántica reveló un vacío entre la una y la otra, como si el pasaje de la una a la otra fuera un salto por encima de la nada. Materialización y desmaterialización de la energía están separadas, la una de la otra, por lo contradictorio de Lupasco.


   
   

2

La Teoría de Lupasco

y

tres de sus aplicaciones.


Introducción

Los principios de la lógica de identidad excluyen, por definición, que dos estados contradictorios puedan coexistir al mismo tiempo y bajo la misma relación. Sin embargo, desde sus comienzos, la filosofía griega, al mismo tiempo que teorizaba esta lógica, reconocía lo contradictorio en sí, bajo el nombre de potencia (Platón) y de materia (Aristóteles). La lógica modal, hoy las lógicas polivalentes o estadísticas... introducen un gran número de valores para dar cuenta de estados intermedios entre polaridades contrarias, por ejemplo, lo probable, lo aleatorio, lo incierto... etc. Como quiera que sea, lo contradictorio mismo está siempre situado fuera del marco de esas lógicas, ya que si cada uno de los valores describe un estado más o menos contradictorio, esa descripción es en sí misma no-contradictoria, como la fotografía de un cuerpo en movimiento es inmóvil. La función simbólica puede entonces expresar de forma no-contradictoria sensaciones, sentimientos o valores, tales como duda, libertad, etc., que son experiencias subjetivas del pensamiento y de las que algunas pueden ser llamadas contradictorias. Con mayor razón, ella puede representar realidades no-contradictorias de la naturaleza y que la experiencia viene a verificar como tales. Se está muy tentado a concluir que la función simbólica no hace sino conformarse a una no-contradicción dada por la naturaleza, y que la realidad última de ésta debe estar constituida por fenómenos no-contradictorios: así, la luz fue imaginada sucesivamente como un fenómeno continuo o discontinuo, pero nunca los dos a la vez. Y bien, el postulado de que ella debía ser necesariamente no contradictoria, sea discontinua o continua, se encontró puesta en duda. Max Planck debía mostrar, estudiando la irradiación de los cuerpos negros, que no puede darse cuenta de las propiedades de la estructura fina de la energía sin introducir en el seno de ésta una contradicción irreductible. La energía luminosa está en un estado indeciso entre lo continuo y lo discontinuo, estado que hay que llamar de una nueva manera. Es la interacción de ese estado, en sí mismo contradictorio, con el instrumento de observación el que produce un fenómeno no contradictorio y, según el aparato de medición requerido, un fenómeno continuo o discontinuo. Esta tesis fue generalizada por Louis de Broglie a toda estructura elemental del universo. Todo fenómeno físico cuántico es entonces un dinamismo que tiende hacia uno u otro de los polos de una estructura contradictoria según el instrumento de medición utilizado para aprehenderlo.

Para representarse lo contradictorio mismo, Bohr propone realizar, sucesivamente, las experiencias que lo transforman en discontinuo y continuo, e interpretar esas medidas como complementarias. El quantum contradictorio es traducido así como por observaciones no contradictorias (un acontecimiento continuo o discontinuo). Es posible guardar el valor de verdad de la lógica clásica para significar la no-contradicción, que da cuenta de la experiencia, y guardar la noción de falso para lo contradictorio mismo, con la condición de establecer entre el uno y el otro grados de verdad. Cada uno de esos grados de verdad será en sí mismo un valor no-contradictorio que satisfará nuestra lógica usual. Los grados de verdad son comparables a los valores modales o a los valores de las lógicas polivalentes, para representar de forma no-contradictoria lo que es más o menos contradictorio. Heisenberg nota que lo cuántico mismo, por tanto lo contradictorio, puede ser definido como la coexistencia de las potencialidades de esos valores. La “coexistencia de potencialidades antagónicas” de Heisenberg es una fórmula que nos permite acercarnos bastante a la lógica de lo contradictorio de Stéphane Lupasco.


Una lógica dinámica

Un itinerario intuitivo nos permitirá prolongar la perspectiva de Heisenberg con la de Lupasco: si se multiplican al infinito los valores intermedios de esos dos contrarios, o aún los grados de verdad, se puede reemplazar esta infinidad por un vector que significa el pasaje de un contrario al otro. La manifestación progresiva de un contrario será llamada actualización. Pero también se puede encarar este acontecimiento como la dinámica del otro contrario, es decir, como una desactualización de éste. Lupasco propone considerar que la desactualización sea definida de forma positiva y la llama potencialización. El postulado que funda la lógica de lo contradictorio (el principio de antagonismo) enuncia que toda actualización va unida a una potencialización antagónica. Cada estado intermedio será constituido, entonces, por una dinámica que se actualiza unida a su dinámica antagonista potencializándose. Los valores pueden llevarse así a diferentes momentos de esta actualización-potencialización y parece, esta vez, que cada uno está constituido por un grado de antagonismo entre dos opuestos no-contradictorios (actualización y potencialización). Cada grado será definido por tres parámetros: por la actualización y la potencialización de cada uno de sus contrarios, y por su quantum de antagonismo, mientras que, en la lógica clásica, no puede ser definido sino por su grado de verdad, es decir, de no-contradicción. El quantum de antagonismo es lo contradictorio excluido de las lógicas tradicionales y, de este modo, se reintroduce en el corazón de toda expresión lógica.

La actualización absoluta de la no-contradicción está excluida, en esta lógica de lo contradictorio, ya que la actualización absoluta de una dinámica prohibiría toda conjunción antagónica. Ese postulado está alentado por las relaciones de indeterminación de Heisenberg, que muestran cómo toda actualización tiende asintóticamente hacia la no-contradicción absoluta, aunque sin alcanzarla jamás. Es importante notar que el quantum de antagonismo, lo contradictorio mismo, que Lupasco llama el Tercero incluido, puede acrecentarse en detrimento de la actualización potencialización de los polos contrarios. Esta lógica dialéctica reconoce tres polos: dos polos definidos por cada uno de sus contrarios y un polo que resulta de su relativización recíproca.

El principio de antagonismo se aplica, en fin, a la contradicción que encubre y la no-contradicción que igualmente encubre como a dos contrarios: si la contradicción se actualiza, ella potencializa la no-contradicción (las potencialidades coexistentes de Heisenberg). Si la no-contradicción se actualiza ella potencializa la contradicción. Así como la lógica de identidad lograba hablar de lo contradictorio de forma no contradictoria, a su vez la lógica de Lupasco logra hablar de la no-contradicción de forma contradictoria.

Lupasco representa la matriz original de esta lógica así:

e ..............no-e
_____________

A .................P
T .................T
P .................A

Que se lee: e se actualiza potencializando no-e; e ni se actualiza ni se potencializa y no-e igual para engendrar un estado contradictorio (T); no-e se actualiza, e se potencializa.


Una lógica de la energía y una lógica formal

Es posible dar a esta lógica un contenido intuitivo: se dirá, por ejemplo, que la actualización de lo homogéneo va unida a la potencialización de lo heterogéneo... etc. Estas nociones interesan a realidades físicas y biológicas. Así, las nociones de campo, de inercia, de onda, entran en el dominio de la homogeneización del universo; las de la materia y antimateria, de corpúsculo, de átomo, de vida, entran en el dominio de la heterogeneización.

El razonamiento siguiente permite entonces acceder a una lógica formal:

en virtud del principio de antagonismo, la actualización absoluta de un acontecimiento es imposible: el principio de identidad que se expresaría: (e implica e) y el principio inverso de alteridad absoluta (e excluye e) están, de hecho, enlazados por el principio de antagonismo. Si el uno se actualiza el otro se potencializa

(e implica e) A es conjunto a (e excluye e) P

(e excluye e) A es conjunto a (e implica e) P

(e implica e) y (e excluye e) pudiendo ser no importa qué pareja de contrarios; es posible no tener en cuenta sino las relaciones que los caracterizan. El principio de antagonismo trata entonces de estas relaciones lógicas: se obtiene el cuadro siguiente :

tabla


Las observaciones de la física moderna parecen inscribirse fácilmente en el campo de la lógica de Lupasco, ya que todo fenómeno resultante de la interacción entre el instrumento de medición y la cosa observada puede ser interpretado como una actualización. El cociente de antagonismo sin duda no es observable, pero las relaciones de indeterminación de Heisenberg describen la imposibilidad de ignorarlo, precisando los límites de las actualizaciones-potencializaciones antagónicas, es decir, los límites de cada fenómeno en el sentido de la no-contradicción.
La física reveló, pues, contrariamente a lo que preveía, que la naturaleza puede interpretarse a partir de una relación entre tres polos, de los que uno es aquello que es en sí contradictorio. Y uno está llevado a preguntarse si no es a este nivel de lo contradictorio que puede instaurarse una relación directa entre lo real y la conciencia.


Una nueva teoría del conocimiento

¿Puede la lógica de Lupasco resolver el enigma de la relación entre la conciencia y lo real, entre lo conocido y el cognocente?. Lupasco responde con un postulado de una fecundidad inaudita. Llama a la potenciacialización conciencia elemental, dejando a la actualización todos los atributos de lo que llamamos lo real. ¿De qué puede servir duplicar lo real con conciencias elementales, o viceversa?. Y si el pensamiento da cuenta de un mundo de una forma u otra, ¿por qué imaginar que ello sea a partir de conciencias elementales inversas de lo real?. Lupasco entiende por conciencia elemental una conciencia que no tiene conciencia de sí misma. Es ahora que hay que referirse a los contrarios, como polos de una relación contradictoria, y a lo que es contradictorio en sí (excluido de todas las lógicas clásicas y modernas) y reinsertado por Lupasco bajo el nombre de Tercero incluido. El Tercero incluido es, en suma, la resultante de la aniquilación recíproca de dos contrarios. No es, por ello, ninguna realidad observable. Los físicos lo llaman vacío cuántico o la energía vacía o aún el azar puro. Este vacío puede, entonces, tomarse desde el punto de vista de la definición propuesta por Lupasco de la potencialización. Cuando lo contradictorio se desarrolla en detrimento de las actualizaciones-potencializaciones antagónicas, el carácter elemental de cada una de las conciencias elementales se aniquila mientras que la resultante de esta aniquilación recíproca es una conciencia contradictoria en sí misma, solamente ocupada en apreciarse a sí misma, ser una conciencia de sí misma. Pero bastaría que, la simetría de los contrarios que se aniquilan, no sea perfecta para que quede en el horizonte de esta conciencia de conciencia pura una parte de conciencia elemental. La conciencia de conciencia pura que no puede ser sino una conciencia de sí misma; por tanto, un sujeto puro deviene conciencia de esta conciencia elemental, lo que se llama una conciencia objetiva. Habría que decir más exactamente una conciencia objetivante.

Lo que hemos llamado azar puro y que se presenta desde ahora como una conciencia contradictoria en sí misma, es un acontecimiento del que no se podría tener ninguna idea si no se revelara de manera específica, ya que no es una conciencia objetivante, ya que no es conciencia de algo. De esta experiencia subjetiva, de esta revelación específica de la conciencia de sí, no tendríamos idea si no fuéramos la sede. Y bien, somos la sede... La lógica de lo contradictorio de Lupasco no es, pues, una lógica de la energía, verificable por la experiencia, no es sólo una lógica formal, ella es también una lógica de la conciencia y que propone una teoría de las relaciones de lo real y la conciencia, es decir, una teoría de la conciencia de sí y del conocimiento.




   
   


Una visión física de la lógica lupasquiana: la interpretación de Basarab Nicolescu

A principios del siglo veinte, los físicos (Einstein, de Broglie, Pauli...) quedaron estupefactos ante el descubrimiento de Planck. Planck había estado obligado, para explicar las propiedades de la irradiación de los cuerpos negros, a unir a las ecuaciones matemáticas que describían los fenómenos ondulatorios –por tanto estrictamente continuos-, una constante numérica, la constante h, que tenía por efecto asociar a lo continuo lo discontinuo, es decir, de tratar la irradiación como algo a la vez continuo y discontinuo o ni continuo ni discontinuo. ¿Cómo la realidad última podía estar marcada por el sello de lo contradictorio, cuando todo el aparato conceptual de la física la postulaba como no-contradictoria?. Planck, se dice, se prohibió creer en su descubrimiento. Einstein fue el primero que tuvo la audacia de tratar la radiación como si estuviera constituida por quanta, es decir, entidades en sí misma contradictorias, pero no por ello dejó de rehusarse a creer en su realidad. De Broglie, quien imaginó para aquello que la física concebía bajo forma discontinua (las partículas elementales) la solución que Planck, hubiera debido postular para la irradiación una estructura contradictoria; pero se rehusó, igualmente, a creer que su descubrimiento fuera definitivo. De Broglie, requerido por Georges Mathieu, se negó a discutir el hecho de que la no-contradicción sea o no sea un fundamento de la estructura del universo. Einstein, invocado como en un procedimiento de apelación, se negó a desautorizar a de Broglie y de tomar las cosas desde el punto de vista de Lupasco. Sin embargo, la lógica de lo contradictorio, de la que unos y otros sabían (a veces esta lógica les fue más que una simple referencia) que se hallaba alentada por cada uno de sus descubrimientos o, al contrario, los explicaba, por ejemplo, las relaciones de indeterminación de Heisenberg, o el principio de Pauli, el principio de equivalencia o, aún, la constante cosmológica necesaria para equilibrar las ecuaciones de la teoría generalizada.

El teórico Basarab Nicolescu es el primero en servirse de la lógica lupasquiana. Nicolescu afronta el problema que interesaba a Bohr: ¿cómo realizar el objetivo de la física de traducirlo todo a una visión no-contradictoria cuando el objeto inicial de la física se muestra contradictorio?. Nicolescu definió lo que llama los niveles de realidad. Un nivel de realidad es un plan de actualización-potencialización de dos contrarios, por ejemplo, el que la física reconoce cuando, según el instrumento de medición utilizado, éste hace aparecer la luz ora como onda ora como partícula. Para el físico, el estado T de Lupasco, en el cual los dos contrarios se anulan para dar a luz a lo contradictorio, queda entonces fuera del alcance de la observación... a menos que pueda ser prisionero de un fenómeno no contradictorio a otro nivel. El estado T, ese momento contradictorio, puede en efecto actualizarse-potencializarse (e que implica contradictoriamente no-e) puede actualizarse implicando la potencialización de su contrario (e que excluye contradictoriamente a no-e) y ello según dos direcciones opuestas, cada una no-contradictoria: esas actualizaciones-potencializaciones son llamadas de segundo nivel.

No deben ser confundidas con las actualizaciones-potencializaciones del primer nivel, actualizaciones-potencializaciones de la relativización de las cuales procede el Tercero incluido. Ellas son, en efecto, el devenir de ese Tercero y no su matriz.

Es, pues, posible apreciar un momento contradictorio como el contenido de una actualización de segundo nivel, ya que esta actualización puede ser medida y conocida.

Nicolescu no presume del número de niveles de realidad cognoscibles por la naturaleza humana. Sin embargo, el sistema psíquico humano no podría reconocer sino algunos niveles de realidad. Más allá, los niveles de realidad se desvanecerían en lo que describe como no-resistencia o aún transparencia y que llama lo sagrado. El momento contradictorio incluido en los niveles vividos o conocidos por el hombre, carece, igualmente, de resistencia. Nicolescu lo llama lo invisible. Propone, entonces, una nueva relatividad generalizada y un nuevo principio de equivalencia que permitiría enlazar entre sí los diversos niveles de realidad por lo que hace a su punto común: su no-contradicción. Se puede deducir de esta visión que todo lo que es contradictorio se habría enlazado en la red de sus manifestaciones no-contradictorias, ya que lo que escaparía de un nivel de realidad como invisible, se manifestaría de forma no-contradictoria a otro nivel de realidad. El conocimiento sería así siempre el cumplimiento supremo de la experiencia humana, bajo la reserva de que lo sagrado no pueda revelarse por su propia cuenta. Esta tesis que da al conocimiento un gran poder (el de dar cuenta no sólo de la realidad de la naturaleza, sino de los contenidos de la experiencia contradictoria como tal, es decir, de la experiencia subjetiva), Lupasco mismo la apreciaba, hasta el punto más alto, como la ambición de la ciencia; pero notaba, también, que el arte y la experiencia mística exploran otras perspectivas, abiertas por su nueva Tabla.


   
     


La teoría de Lupasco y la teología, según Bernard Morel

¿Hay una relación posible entre lo invisible, presente en nosotros mismos, que da sentido a todo lo que conocemos del mundo, y lo que está situado por Nicolescu en la transparencia, es decir, fuera del campo reconocido por la conciencia objetiva y que llama lo sagrado?.

¿La parte de lo invisible que pertenece a la humanidad puede interrogar a lo sagrado del universo? ¿Es esta interrogación la de los místicos?.

La lógica de Lupasco permite tocar esos problemas antes reservados a la teología, cuyo discurso trataba de establecer una coherencia entre diversas experiencias místicas a fuerza de afirmaciones y condenas dogmáticas, ejerciendo un poder no desdeñable sobre el mundo. Morel nos invita a imaginar el diálogo entre lo invisible del hombre y el más allá de la percepción humana, la transparencia. Convengamos en llamar al primero Hombre y al segundo Dios. Se trata, evidentemente, de convenciones, y ya que este diálogo es invisible, convengamos en llamarlo Misterio.

La conjunción Dios y Hombre es, en términos lupasquianos, una implicación positiva o negativa, que se expresa a partir de Dios o a partir del Hombre, con cuatro implicaciones de base: la implicación positiva del Hombre por Dios (el amor de Dios por el hombre), la implicación negativa (el juicio del Hombre por Dios), la implicación de Dios por el Hombre (la fe), y la implicación negativa (el pecado)...
Implicándose contradictoriamente, las dos primeras implicaciones determinan una dialéctica divina del Misterio, las otras dos determinan una dialéctica humana del Misterio. Cada una de esas dialécticas tiene ella misma tres expresiones posibles: por implicación positiva, o por implicación negativa o, en fin, por implicación contradictoria; cada una de esas implicaciones de base tiene, a su vez, tres desarrollos posibles, sean nueve dialécticas de segundo y tercer grado. Morel muestra luego, con una facilidad desconcertante, que esas dialécticas corresponden a afirmaciones dogmáticas. Y reproduce la demostración para las nueve dialécticas humanas del Misterio... Morel se interesa entonces por las relaciones de las dialécticas humana y divina del misterio. Define primero lo que llama las relaciones diagonales de esas dos dialécticas. Se trata de unir el primer término de la dialéctica divina del Misterio, por ejemplo la implicación positiva del uno y la implicación negativa del otro, lo que nos da seis relaciones diagonales con cada una que corresponde a un enunciado dogmático simple y claro sobre el que no profundizaremos aquí.

Sigámoslo más adelante: ahora estudia lo que llama las conjunciones de base, es decir, la relación entre las dos dialécticas identificantes del Misterio, divino y humano, y la relación entre las dos dialécticas diversificantes, humana y divina; sea la asociación fe-gracia (identificación del hombre a Dios e identificación de Dios al Hombre) y la pareja pecado-juicio (exclusión de Dios por el Hombre y exclusión del Hombre por Dios). Morel observa que “la teología tiene exigencias canónicas que van a determinar la definición de esas conjunciones”. Ellas no están unidas de manera igual: de una se dice que arrastra a la otra por una relación de causa a efecto (el pecado provoca el juicio, la gracia suscita la fe). Por otra parte, esas orientaciones son llamadas irreversibles. Las afirmaciones inversas son rechazadas (no se puede decir que el juicio de Dios provoca el pecado...)

Observemos cuál es la suerte de esas dos conjunciones para comprender su selección. La primera tiende a la identificación de Dios y el Hombre. La implicación positiva es una homogeneización: la fusión de Dios con el hombre, que arrastra la del Hombre con Dios, no forma sino un sacrificio único. En la segunda, la desunión lleva hasta la indiferencia mutua. Aquí aún interviene la teología e impone sus elecciones particulares. Hace abstracción del hecho de que esas dialécticas están orientadas, y considera la primera como una implicación mutua y la segunda como una exclusión mutua. Cada una de ellas tiene tres desarrollos, retiene las dos contradialécticas siguientes: 1) la actualización de la implicación mutua positiva implica la potencialización de una exclusión mutua (la pareja de la inmanencia y la fe tiende a suprimir el pecado-juicio) 2) la actualización de la implicación mutua negativa implica la potencialización de una implicación positiva (el pecado que acarrea el juicio aleja la gracia que acarrea la fe). Morel las llama las dialécticas de las conjunciones impuestas. Ellas, en efecto, son impuestas canónicamente de dos formas: la primera, ya se dijo, por el sentido unidireccional que se les da: la implicación del Hombre por Dios arrastra la implicación de Dios por el Hombre, y la exclusión de Dios por el Hombre implica la exclusión del Hombre por Dios, sin reversibilidad posible. La segunda debida al hecho de que la relación del signo de las implicaciones de cada una de esas dialécticas está, a su vez, definido en un sentido determinado: para la primera, el pecado que acarrea la trascendencia de Dios (exclusión mutua) implica positivamente la potencialización de la gracia que acarrea la fe (inclusión mutua). Dicho de otra forma, la actualización de una exclusión que implica la potencialización de una inclusión es orientada según una dialéctica de implicaciones positivas: la relación de base es una implicación negativa, pero su desarrollo es una implicación positiva.

Para la segunda, la inmanencia, juntamente con la respuesta humana que acarrea, tiende a excluir el pecado. Esta vez, la actualización de una implicación positiva que implica la potencialización de una exclusión mutua se desarrolla dialécticamente sobre la línea de las implicaciones negativas. De nuevo, hay una contradicción entre el signo de conjunción de base (positivo) y el de su devenir (negativo). A esas contradialécticas, Morel las llama del tipo (4) y (5) (las ortodialécticas son del tipo (1) , (2) y (3) – [(1) = la implicación mutua de Dios por el Hombre implica la potencialización de su exclusión, etc...] El lector que habrá tenido la paciencia de seguir esta argumentación encontrará en las tablas de deducciones las dos dialécticas en cuestión: sobre la diecinueveava línea punteada partiendo de arriba de la tabla, la dialéctica (4), y sobre la novena línea punteada, la dialéctica (5). El solo encontrar esos casos de desarrollos tan complejos sobre una matriz lógica, tranquiliza...

Pero ¿qué significan esas contradialécticas y por qué son retenidas como dialécticas ortodoxas? En la dialéctica del tipo (4), cuando los términos del Misterio tienden a separarse (la exclusión de base), el Misterio tiende a la homogeneización de segundo nivel: cuando el Hombre lucha por vivir sin Dios y Dios es juntamente rechazado en la trascendencia, la muerte espiritual es el salario del pecado. En la dialéctica del tipo (5), la primera conjunción evoluciona hacia la identidad, mientras que la implicación de segundo grado tiende a la diversidad: cuando el Hombre y Dios se acercan y se identifican, la conjunción del sacrificio de Dios y del martirio de los creyentes es estructurante del Misterio viviente (Dios ha muerto en Jesucristo y el Hombre ha muerto en la cruz), pero la conjunción de esos dos martirios es la resurrección, la vida eterna. Esas dos dialécticas son, la una, la de la Muerte del Misterio, y, la otra, la de la Vida del Misterio. La elección de esas dos dialécticas es, según Morel, la clave de la doctrina de la salvación (la soteriología).

La cuestión es: “¿cómo el hombre que tiene la iniciativa de la separación y del abandono podría elegir la Vida del Misterio? “Es ahí que la noción de salvación toma todo su sentido, dice Morel. Hay que confrontar, pues, los devenires para tratar de hacer aparecer el sentido de su afrontamiento dialéctico”.

La teología confronta esas dos dialécticas. Se observa inmediatamente que la actualización de la dialéctica Vida del Misterio (la implicación del Hombre por Dios excluye la potencialización de la exclusión de Dios por el Hombre) al desarrollarse sobre la línea de las exclusiones, excluye la Muerte del Misterio (la exclusión de Dios por el Hombre que implica la potencialización de su unión) al desarrollarse según la línea de las implicaciones positivas, implica la potencialización de la Vida del Misterio.

La actualización de la dialéctica de la Vida del Misterio excluye la potencialización de la Muerte del Misterio; dicho de otra forma, la Muerte del Misterio se despotencializa a la medida de sus actualizaciones, sin ser repotencializada por las actualizaciones de la dialéctica de la Vida del Misterio; mientras que la Vida del Misterio, al estar despotencializada por sus actualizaciones, es repotencializada por las de la Muerte del Misterio.

Esta observación, dice Morel, es importante: el enfrentamiento de las contradialécticas no se anula en la simetría de una dialéctica contradictorial. Su enfrentamiento manifiesta una evolución del Misterio hacia la Vida (la gracia triunfa sobre el pecado, el amor sobre el juicio).

Las elecciones canónicas no son inocentes. Si Dios tiene la iniciativa de la dialéctica de la Vida, uniéndose a los hombres para conducir el misterio de la salvación... se ve despuntar, lógicamente, una dialéctica precisa: la de la doctrina de la salvación de la que Cristo se convertiría, en el curso de las elaboraciones teológicas, en el mediador.

Se ve hasta qué punto la lógica lupasquiana es aquí útil: revela cómo tal elección inicial fuerza a tal otra para que la vida afectiva de los espíritus religiosos se abra camino o, aún, para que tal opción de base haya sido elegida en función de una finalidad dada.

Postular, por ejemplo, que Dios tiene la iniciativa de la implicación positiva, y el Hombre la de la implicación negativa, acarrea toda una serie de obligaciones para que el Misterio pueda desarrollarse de forma viviente, lo que impone las elecciones canónicas. La lógica de Lupasco permite comprender tales elecciones; sitúa la menor afirmación o condenación dogmática según su contexto, pero también de considerar otras convenciones y explorar otras vías... Ella relativiza el fanatismo de cada doctrina reduciéndola a simples deducciones lógicas de ciertas opciones de base. En ese sentido, ella es una nueva grilla de lectura científica para textos que, hasta tiempos recientes, se pretendían fuera del alcance de la razón, ofreciéndonos la posibilidad de una teología positiva.

Hemos dado una definición del misterio según dos polos (Dios y el Hombre). Pero Dios y el Hombre son convenciones, nos dice Morel, que sólo significan la intervención de la no-contradicción sobre lo contradictorio para poder hablar de ello según la lógica de la no contradicción. Se reconoce la empresa de la lógica, el yugo de los significantes no contradictorios (aquí Dios y el Hombre). Pero, en la vida espiritual, ¿es obligatoria esta empresa del significante? ¿No puede, la vida espiritual, prescindir de la vida intelectual? ¿No pretenden acaso los místicos llegar al éxtasis por la noche de los sentidos, de la imaginación y la inteligencia?. La teoría lupasquiana nos recuerda, sin embargo, que el absoluto, aunque fuera el de lo contradictorio puro, está interdicto. Dios mismo no es sino relación.

El logos es la encarnación de lo contradictorio en la carne; decimos que es la mediación de los significantes. Sin embargo, Morel pensaba que la Vida del Misterio era una opción eminente. Justificaba esta elección diciendo que: “La ortodialéctica (T) representa, de alguna forma, el estado congelado por tantas contradicciones simétricas que queda la sola contradicción.” Morel compartía la primera impresión de Lupasco ante la ortodialéctica (T) cuando se descubrió: ella no hubiera permitido ninguna respiración de la conciencia de conciencia. Se confunden en esta época (1962, para Las dialécticas del Misterio) el término de contradicción y el de contradictorio (contradictorial no existe todavía), y los términos cristalizado o congelado son utilizados para caracterizar el estado (T). Más tarde, Lupasco dirá que, al contrario, lo contradictorial libera de la presión de la no-contradicción, que amenaza con fijarlo o disolverlo en el segundo nivel (la unidad de la contradicción es por ejemplo la homogeneización de lo contradictorio en el segundo nivel).
La ortodialéctica (T) le parecerá, de golpe, como la dialéctica del amor, cuya potencia inaudita escapa a toda teología.


   
   

De lo cuántico a lo psíquico con Lupasco

Según Lupasco, hay que extender el principio de equivalencia entre las dos materias física y biológica (materialización y desmaterialización de la energía) a lo contradictorio mismo (el quantum de antagonismo, la energía del vacío o el azar puro de los teóricos actuales de la física cuántica).

Que el ojo humano trate las ondas luminosas de tal forma que puedan proporcionarnos una imagen de nuestro entorno a cada instante, como un aparato óptico muy simple, y que esas corrientes de ondas recibidas sobre la retina sean convertidas en fotones discretos por otro aparato similar a una placa fotográfica, nos recuerda que la más elemental y común de nuestras sensaciones, la sensación visual, ¡tiene por origen las dos experiencias experimentales de Bohr!. Y lo que transmite nuestro cerebro al sistema nervioso aferente, una corriente de ondas magnéticas corriendo sobre la membrana del axón como sobre un cable eléctrico, pero alternado por la variación de los niveles de energías de las proteínas celulares, todas en interacción las unas con las otras, he aquí lo que hace intervenir dos fenómenos complementarios, en el sentido de Bohr. A ello se añadirá que el fenómeno ondulatorio es interpretado, hoy, como una agresión, una lesión, una forma de muerte, mientras que el fenómeno discreto, material, antagonista que reestablece la integridad celular, es interpretado como un fenómeno de vida, y se deberá concluir que al estar ambos fenómenos emparejados antagonistamente, su resultante contradictoria se constituye en informaciones de las que se puede presumir su carácter cuántico. Esas informaciones son alternas, difusas, desmultiplicadas o juntadas y, sistemáticamente, tratadas como para acrecentar el balance contradictorio de un sistema que hay que llamar, a la vez, cuántico y psíquico. ¿Qué se haría, en efecto, de toda esta energía cuántica que nos suministran nuestros sentidos si no se convirtiera en energía psíquica, y de dónde vendría nuestra energía psíquica si no estuviera alimentada por esta energía cuántica?. Lupasco, en rigor, se apega a la idea de una analogía de estructura entre lo cuántico y lo psíquico, una analogía proporcional. Muestra, enseguida, que nuestro sistema psíquico es un sistema complejo que tiende hacia un antagonismo generalizado, equilibrado y que, en contacto con el mundo, es más o menos alterado. Esas alteraciones vienen a inscribir, en el horizonte de su campo, ligeras actualizaciones no-contradictorias, inmediatamente potencializadas, es decir, transformadas en conciencias objetivas. Se anticipaba a lo que hoy dicen los biólogos: somos generadores permanentes de preconceptos que se precisan en conceptos cuando entran en interacción con el mundo. De esos preconceptos, tan vacíos como el vacío cuántico, no sabemos nada aparte de que se graban sobre nuestros oscilógrafos evidentemente como los símbolos de la ortodialéctica contradictorial sobre la hoja de papel blanco sobre la que Lupasco inscribía las implicaciones del principio de antagonismo. Pero ¿cómo se manifiesta esta energía sin espacio ni tiempo? ¿No se revela a sí misma y en sí misma como la afectividad?.

La afectividad no aparece como una interacción, una relación de actualización-potencialización. Ella es en sí. Ella es o no es o no puede ser comunicada. Es una esencia que escapa a toda definición lógica y que, a Lupasco, le parecía introducirse como una intrusa en el psiquismo sin que se puedan conocer las razones de ello. Sin embargo, el ser humano experimenta, como síntesis de su actividad psíquica, el sentimiento imperceptible de sí mismo, un sentimiento de alguna forma transparente, aunque suficientemente poderoso como para permitirnos afirmarnos frente a la vida o el mundo.

El absoluto que caracteriza toda afectividad y, primero, el sentimiento de sí, parece ser el fruto de lo contradictorio puro, la resultante de la relación contradictoria que se produce donde los contrarios se autodestruyen. Pero cuando un momento contradictorio de nuestra energía psíquica es sometido a las actualizaciones de segundo nivel, esta afectividad transparente y perfecta es modificada y se convierte en una afectividad particular: sufrimiento, alegría, cólera, pena... ¡angustia!. Las actualizaciones-potencializaciones, de segundo nivel, actúan sobre lo contradictorio como un prisma sobre la luz: reducen la afectividad pura en valores distintos. Lupasco observaba, por ejemplo, que la paradialéctica de la unión contradictoria transformaba la afectividad de lo contradictorio (el sentimiento de sí) en sentimiento de angustia. Desde entonces, pues, es posible estudiar los diferentes momentos de la génesis de la conciencia del sujeto que es, fundamentalmente, de naturaleza afectiva, por medio de las paradialécticas.

Así, el animal, sin duda, ya tiene un sentimiento de sí mismo pero sujeto a las condiciones vitales y a las de su entorno. Ese sentimiento es desde entonces un sentimiento de existencia, modulado por los objetivos de la vida biológica. La autonomía del animal está al servicio de su vida, aunque ya pueda aparecer cierta capacidad de liberarse de la vida en el juego, el sueño y una cierta gratuidad que se inmiscuye a veces en los constreñimientos de la existencia biológica. Hay que esperar las estructuras sociales humanas para que se despliegue un sí mismo autónomo y libre de todo condicionamiento biológico y de todo contexto físico, un sí mismo separado de los dos universos biológico y físico; un sí mismo librado de la preocupación de la existencia misma. Las tradiciones hacen alusión a la emergencia de esta libertad de la conciencia de sí con la imagen del día o del sol, que disipa las tinieblas originales, y describen la eficiencia de esta conciencia como la palabra que nombra las cosas, las unas tras las otras, separándolas del caos de las fuerzas ciegas. A menudo ella está presente como el resultado de una metamorfosis de las fuerzas primitivas o, aún, como una liberación del caos de los orígenes y a menudo como una revelación. En lo contradictorio más puro, la conciencia de conciencia está, en efecto, desprovista de todo horizonte objetivo, y todo está comprometido en la prueba de su propia experiencia. Llamaremos desde ahora a esta experiencia la revelación, ya que no puede ser aprehendida si no a partir de ella misma, independientemente de todo conocimiento del mundo.


   
   
La teoría de la reciprocidad

Una revelación semejante se nos aparece entonces como la liberación de una energía de las condiciones de su nacimiento. ¿Cómo una conciencia de sí puede depasar todo contexto y merecer desde entonces el nombre de libertad? ¿Cómo lo contradictorio puede ser liberado de las polaridades antagónicas de las que proviene? Esta liberación: he ahí lo que autoriza el principio de reciprocidad.

La reciprocidad permite que el agente sea simultáneamente paciente y el paciente agente, que cada uno sea entonces la sede de lo contradictorio, pero de tal suerte que el contexto del uno es anulado por el contexto antagonista del otro. La existencia del uno está puesta en juego, frente a la existencia del otro, y la relativización mutua, del uno y el otro, da nacimiento a un Tercero incluido nuevo, la humanidad; nuevo ya que está situado en otro nivel que el del sí mismo de cada uno. La dialéctica que retendrá nuestra atención, desde ahora, es la ortodialéctica contradictorial. En esta dialéctica, lo contradictorio no está sometido a las actualizaciones-potencializaciones de ningún nivel de realidad. Se despliega por el mismo signo que lo define, es decir, de forma igualmente contradictoria. Esta ortodialéctica pone de manifiesto momentos contradictorios que son iguales y distintos, que se yuxtaponen, los unos a los otros, sin mediación aparente de ninguna realidad. El término creación podría dar cuenta de esa relación contradictoria, de un momento contradictorio a otro momento contradictorio. ¿Cuál es el primero y cuál el segundo? El uno supone al otro, pero es el otro el que le da derecho al primero. Y bien, como es claro que el primer momento no podría quedar en sí mismo sin ser atrapado en esta identidad no-contradictoria, aunque el segundo no podría ser distinto sin ser atrapado por una diferencia igualmente no contradictoria, se ve que el primero debe derivar en la no contradicción de la diferencia, mientras que aquel que hemos llamado el segundo debe derivar, al contrario, en la no-contradicción de la identidad y recíprocamente. Esas dos derivas, en una relativa no-contradicción, se traducen por la manifestación de lo contradictorio en términos no contradictorios, pero ello a la cuenta de un momento contradictorio de segundo nivel. Esta deriva es en realidad sumisión de lo no-contradictorio a lo contradictorio (y no la inversa). Se dirá que la conciencia contradictorial utiliza entonces la naturaleza como sus propios significantes. Se habrá reconocido en el primer momento contradictorial la figura del Padre según todas las Tradiciones, y en la expresión de donde procede el segundo nivel, que hemos llamado deriva, el Logos (la figura del Hijo). Pero precisemos inmediatamente que el Padre, el nombre del Padre, es fundamentalmente una relación, ya que no se sostiene en sí mismo, al ser un momento contradictorio, sino solamente en el frente a frente con su otro sí mismo (la relación de Alianza, entonces; la Alianza tal como la descubrió Lévi-Strauss en el umbral de la cultura, y de la que nos habla Lacan como matriz de la función simbólica; el Nosotros de los Elohim de las primeras narraciones bíblicas). Se ve reaparecer, aquí, una de las intuiciones de las Tradiciones de numerosas sociedades humanas: la relación que asocia, en una común naturaleza contradictorial, tres momentos contradictorios distintos pero inseparables al comienzo de la historia humana. La relación, de un momento contradictorio a otro momento contradictorio, es el principio de reciprocidad, y este principio es la matriz de los valores éticos de todas las sociedades.

La conciencia, la conciencia humana, nace de la reciprocidad; es primero la expresión de una libertad soberana. So pena de ser retomada por el contexto del uno o el otro, ella debe inventar imperativamente un modo de expresión que le sea no solamente propio, sino que someta a la naturaleza a su ley: cuando en su horizonte aparecen los reflejos de las fuerzas de la naturaleza, ella los nombra. Todas las Tradiciones, o casi, dicen que al disipar del día las tinieblas originales, las cosas fueron nombradas en esta luz. Dos lógicas se enfrentan para esta nominación: la una, polarizada por la dialéctica de la diferenciación, la otra, por la dialéctica inversa de la unión. La primera perspectiva es muy reconocida por la lingüística, la segunda (que engendra, sin embargo, la palabra religiosa) seguramente menos.

Las dos proponen, sin embargo, algo más que la simple significación, ya que la dialéctica de lo contradictorio se continúa: el engendramiento de más sentido. Los significantes deben entonces obedecer al principio de lo contradictorio: comprometerse los unos con los otros en estructuras de discurso que regenerarían las condiciones de emergencia de momentos contradictorios cuyos polos no contradictorios constituirán nuevos horizontes (las representaciones colectivas). Comprometerse los unos y los otros... se ve que las estructuras que permiten esta resurrección de lo contradictorio son semejantes a las matrices originales: estructuras de reciprocidad. La interlocución utiliza la naturaleza en su provecho: se sirve de la naturaleza como significante con el objeto de engendrar siempre más sentido. La naturaleza es movilizada como mediación por la génesis de una libertad superior a la libertad de cada uno. ¿Cuáles son las matrices originales? ¿Existe una estructura inicial, o muchas que tengan por objeto crear un momento contradictorio compartido por las unas y las otras? La más simple es el frente a frente, hasta el punto, incluso, que se reduce la noción de reciprocidad a ese frente a frente. Pero el frente-a-frente ha sido también tomado como la expresión más reducida de una estructura de reciprocidad generalizada en el que la cantidad de los que intervienen es indeterminado (Lévi-Strauss). Basta, en efecto, que el que actúa sobre un asociado sea el paciente de otro asociado y así sucesivamente para que cada uno sea la sede de un momento contradictorio. Con tres asociados se puede construir un modelo reducido de ese tipo de reciprocidad generalizada, de donde proviene su nombre de reciprocidad ternaria, por oposición a la precedente, calificada de binaria (o restringida). Como quiera que fuese, en los sistemas de reciprocidad más antiguos, los sistemas de reciprocidad de parentesco, una relación recíproca binaria (la alianza) y una relación ternaria unilateral (filiación) se dan juntas. En ese caso, los valores producidos por esas estructuras elementales son indisociables, aunque sean diferentes.

Otras estructuras elementales aparecen pronto, y algunas de ellas pueden ser excluyentes las unas de las otras, de suerte que no pueden ser asociadas a no ser por la coexistencia de instituciones que les son propias. Las modalidades de esta coexistencia explican que hayan sistemas de valores diferentes. Las civilizaciones ya no se nos aparecen, entonces, como variantes de una sola humanidad (según los imaginarios que cambian al albur de las situaciones) sino como una génesis compleja a partir de matrices que autorizan un desarrollo plural.

Esas estructuras pueden asumir formas opuestas: por ejemplo, la reciprocidad de venganza, de asesinato o rapto, se opone a la reciprocidad de dones o alianza. La separación de las estructuras de reciprocidad de sus condiciones de origen (lo real), por su reproducción a otro nivel (lo imaginario), autoriza una invención libre de valores. Una invención que se perdería en una multiplicidad de manifestaciones, si la reciprocidad en el lenguaje no las relativizara a su vez, para engendrar lo simbólico puro. No hay palabra dirigida al otro que no deba tomar en cuenta el contexto de éste y preocuparse por sus condiciones de existencia. Esta réplica de la reciprocidad de origen, en reciprocidad deseada por el pensamiento, se convierte en la regla, de la reciprocidad (al cabo del encuentro de dos grupos de nambikwara, descrito en Tristes Trópicos de Lévi-Strauss, los nambikwara deciden llamarse cuñados). Esta superposición de la regla a la reciprocidad de los orígenes, puede hacer creer que lo imaginario es tributario de lo real; pero, he aquí que es al revés: se separa de él, ya que se hace capaz de organizarlo. La conciencia, ante lo real, retorna como una voluntad liberada por la reciprocidad de todo determinismo. A partir de entonces la reciprocidad es su propia ley. La palabra no es solamente designación o proclamación de sentido; ella es un principio de organización de la sociedad por la creación, siempre, de más sentido. Se acostumbra llamar dones a los procedimientos que tienen que ver con las condiciones de la existencia del otro. Las relaciones primitivas son así reproducidas o traducidas en términos de dones recíprocos y, a veces, esos dones se superponen a las relaciones de reciprocidad de parentesco e, incluso, las reemplazan: acuerdos o compensaciones son promesas de reciprocidad (prendas) que, empero, pueden confundirse con los dones. Los dones son, así, símbolos, palabras silenciosas que le permiten al imaginario atravesar los límites de lo real, alejarse del cuerpo a cuerpo de los primeros seres humanos para dar una vida propia a sus valores, desconocidos por la naturaleza, y que producen las estructuras de reciprocidad, valores como la amistad, la justicia, la responsabilidad, etc... Así, el pasaje de lo real a lo imaginario, luego a lo simbólico, prácticamente no tiene solución de continuidad, por mucho que se pase de un nivel de realidad a otros niveles de realidad.

Lewis Hyde ilustró esta dinámica en los maorí y los inuit: la reciprocidad del frente a frente produce la amistad, luego el círculo se agranda a la sociedad entera. Después, los maorí integran, a la reciprocidad de los dones, los bosques que les dan pájaros, y los inuit los ríos que les dan peces, luego, la tierra, el sol, el cielo, y construyen así las quimeras de la reciprocidad que le procuran un alma al universo... Hay, así, tres asociados en el ciclo del don: la naturaleza, uno mismo y el otro. Pero los maorí no se detienen ahí, ya que la naturaleza sería como un primer donador y el prestigio se acumularía en beneficio suyo y se convertiría en un poder oculto. Los maorí invitan a lo desconocido a la teoría del don. Esta vez, el don se sigue hasta el infinito, se constituye en principio del anti-poder, lo que se llama “Señor” en la tradición judía. Y cuando el hombre concibe el principio del don, como origen de lo político, y ya no se contenta con recibir de la naturaleza, sino que produce en su lugar las cosas buenas para ser donadas que, sin duda, las produce para donarlas, él mismo se convierte en Señor.¿No realiza la revolución neolítica el pasaje de una época en la que la reciprocidad se expresaba en lo real: casarse, alimentarse, recolectar, a una época en la que el trabajo permite al hombre estar en el origen de la conciencia del don?.

O bien los hombres vuelven a poner en la hornalla de la reciprocidad sus representaciones para elaborar más sentido, o bien cada uno se hace, en su imaginario, de valores producidos y los transforma en poder. El hombre adquiere para sí el prestigio más grande y puede convertirlo en potencia material o simbólica en provecho suyo y sojuzgar a su donatario. El señor se convierte en el noble o el sacerdote. Del poder del prestigio a la propiedad de medios de producción de riquezas, no hay un hiato. El intercambio, ciertamente, es una revolución que anula los privilegios, pero generaliza el interés para sí más de lo que generaliza el interés por el otro. La lucha entre la reciprocidad y la no-reciprocidad, la lucha entre la liberación y el poder, es la constante de la historia.


   
     

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El principio de lo contradictorio y la afectividad

El principio fundamental de la lógica de lo contradictorio, el principio de antagonismo, enuncia que a todo fenómeno le va aparejado un anti-fenómeno, de tal suerte que la actualización del uno es también la potencialización del otro y recíprocamente.

Pero ¿qué significa potencialización si ninguna medida puede dar cuenta de ello? ¿De qué puede servir redoblar el mundo real o, por lo menos, tal como éste se nos aparece en la experiencia, con un mundo inverso y declarado potencial?. La importancia de esta proposición se pone de manifiesto solamente cuando se redobla con otra hipótesis: Lupasco da a la potencialización el estatuto de conciencia elemental. Este último postulado abre la vía a una teoría de la conciencia humana, ya que los momentos intermedios entre dos contrarios deben, en efecto, interpretarse como conciencias de conciencias.

A medida que uno tiende hacia lo que es contradictorio en sí, Tercero incluido de la lógica de lo contradictorio, excluido de la lógica clásica, los fenómenos y sus conciencias elementales se hacen cada vez más indeterminados, mientras lo que es contradictorio en sí se despliega como conciencia de conciencia pura.

Si una de las dos conciencias elementales antagonistas queda dominante, ella emerge de lo que es contradictorio en sí, y la conciencia de conciencia se convierte entonces en una conciencia de conciencia determinada; una conciencia que se podrá llamar objetiva.

En el momento del advenimiento del Tercero incluido, es decir, de aquello que es perfectamente contradictorio en sí, ya no hay actualización ni potencialización, no hay medida posible y no puede decirse nada de ello. Al ser toda conciencia elemental relativizada por su contraria, la conciencia de conciencia se convierte en una pura conciencia de sí misma.

Al cesar toda distinción no contradictoria, le es imposible a la conciencia ser conciente de sí misma como de su propio objeto. La experiencia ya no autoriza ninguna visión de lo que sea, aunque sea esto interior, y debe poder reducirse sólo a la experiencia del sujeto. Desde entonces, es necesario que seamos nosotros mismos la sede de esta experiencia para poder dar testimonio de ella.

Si en el Tercero incluido la conciencia de conciencia no puede ser sino la prueba de sí misma, ella es como la revelación sin relación a lo que sea, revelación entonces de su ser como absoluto. Esta prueba de sí es de naturaleza afectiva. La conciencia afectiva parece así una manifestación de la conciencia de conciencia pura. Lupasco pensaba que esta conciencia de conciencia no dejaba de ser conciencia de sí misma como de algo y, como no encontraba en la afectividad ninguna objetividad, creía que ella sobrevendría según un procedimiento misterioso.

Con todo, su obra conduce al umbral de lo que llamo el principio de lo contradictorio: la equivalencia de lo que es en sí contradictorio y de la afectividad.

Se presume que la afectividad ya se encuentra en los animales, ya que ellos se manifiestan con expresiones comparables a las de nuestros propios sentimientos. Y bien, los animales afrontan, constantemente, la muerte y pasan por instantes en que la vida y la muerte se dan la cara. Son, pues, la sede de momentos que son en sí mismo contradictorios. Los animales, pues, según el principio de lo contradictorio, deben poder experimentar una conciencia de conciencia que sea un sentimiento de existencia, por muy efímero y frágil que sea. Tal vez, incluso, esta afectividad está por todas partes, comprendiendo ello el nivel de los quarks, como una suerte de sensibilidad primordial del universo. ¿Por qué el gozo o el sufrimiento serían propiedad exclusiva de los seres vivos?.

La conciencia afectiva de los animales parece, sin embargo, más elemental que la conciencia afectiva de los hombres. Así, la afectividad fue interpretada como una primera experiencia del mundo. La afectividad nace, sin duda, con la sensación, en la frontera de la actividad biológica y el mundo, donde se la puede llamar primitiva, pero su cualidad depende de las fuerzas puestas en juego para darle nacimiento. Hay, pues, una posibilidad de evolución de la conciencia afectiva como hay una evolución de la conciencia objetiva.

Pero si la afectividad es manifestación de lo que es en sí perfectamente contradictorio ¿no debiera ser ella una en sí misma en vez de múltiple como nos lo revelan la alegría, el dolor, etc.?. Es posible responder, siempre gracias a la teoría de Lupasco, que todo fenómeno, toda actualización potencialización, es susceptible de una actualización-potencialización de segundo nivel, para retomar una expresión cara a Basarab Nicolescu. Así, un acontecimiento en sí mismo contradictorio puede igualmente actualizarse por homogeneización, potencializando su contrario que, si se actualiza, sería un acontecimiento contradictorio que se diferenciaría. Se constata que la conciencia afectiva del primer nivel, replegada sobre sí misma por la homogeneización de segundo nivel, o aún desplegada por la heterogeneización de segundo nivel, se traduce por sentimientos diferentes. No sabemos por qué la conciencia afectiva se convierte en angustia cuando se condensa en la unidad de la contradicción (homogeneización de segundo nivel), ni por qué, diferenciada en el segundo nivel, da nacimiento a sensaciones intensas que van del dolor al placer y, luego, se desvanece en el aburrimiento. Constatamos solamente que así, prisionera de lo que Lupasco llama para-dialécticas, se convierte en señalética de lo que pone en peligro el porvenir contradictorial del Tercero incluido mismo.

Ya que no puede ser nombrada sino cuando es experimentada, la conciencia afectiva no tiene explicación, manifestación del sujeto que no puede ser reportada fuera de él. En el Tercero incluido, ninguna determinación de la naturaleza física o biológica se refleja en el horizonte de la conciencia de conciencia. La conciencia afectiva pura, la del desarrollo contradictorial del Tercero incluido, es una efusión evanescente que es incluso indiferente a toda pena o alegría, que se escapa al ser mismo para aventurarse en el infinito, la afectividad de la libertad.

¿Cómo puede esta afectividad de la libertad evitar ser replegada sobre ella misma por la homogeneización de segundo nivel, sino actualizándose en los diferentes momentos de la existencia a los cuales ella da sentido?. Pero ¿cómo escaparía ella entonces a esta dispersión si no estuviera, a su vez, realitivizada por una homogeneización inversa?. Esas dos dinámicas de segundo nivel pueden relativizarse la una a la otra si son confrontadas en una estructura que les sea común: esta estructura es el cara a cara que llamamos reciprocidad, y que la antropología descubre en el umbral de toda comunidad humana. La actualización del Tercero incluido en la homogeneización o heterogeneización del otro y viceversa, lo que en términos antropológicos se diría: cuando la identidad entre los seres humanos hace juego igual con sus diferencias.

El sentimiento compartido en la reciprocidad, que el Tercero incluido engendra en cada uno, se le llama gracia. Para nacer de una estructura de reciprocidad, la gracia hace resplandecer a cada uno, pero se ve primero como el rostro de otro. El otro se convierte en el espejo del Otro, es decir, de la vida espiritual. La gracia, reconocida como recibida del otro, es la amistad.

Los primeros hombres fueron tan trastornados por esta revelación, que se presentaron los unos a los otros buscando ser transparentes a su presencia, desnudos. Luego, subrayaron el esplendor de la gracia mediante la pintura facial y el adorno, las diademas de plumas de oro, los grandes collares cruzados de perlas azules, los mocasines de pieles blancas, y fabricaron máscaras… El infinito se presentó en el cuerpo de cada uno para engendrar el más allá del ser. Se revelaron así los unos a los otros como sobrenaturales, dotados de la palabra, danzando al son de los tambores y las flautas…

   
     
NOTAS DE PIE DE PAGINAS

1 Werner Heisenberg, Physique et philosophie, Albin Michel, 1971.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Ibid.
5 Stéphane Lupasco, Le principe d’antagonisme et la logique de l’energie, Hermann, 1951.
6 Marc Beigbeder, Contradiction et nouvel entendement, Bordas, 1972.
7 La Física clasifica las entidades elementales en dos categorías, los bosones, llamados así porque responden a la estadística de Bose-Einstein, y los fermiones, que responden a la estadística de Fermi-Dirac. Los bosones pueden asociarse indiferentemente los unos a los otros, mientras que los fermiones no pueden ser asociados sino con la condición de diferenciarse los unos de los otros (principio de Pauli).
8 En: Werner Heisenbergr, obra citada.
9 Stéphane Lupasco, Le Principe d’antagonisme, obra citada; L’Energie et la matière psychique, Julliard, 1974.
10 Lupasco definió la actualización-potencialización por los dos polos de lo contradictorio, pero no ha propuesto un término preciso para la manifestación de lo contradictorio como tal. Por otra parte, siempre consideró la afectividad como exterior a la conciencia de conciencia y no aceptó la idea de que ella pueda ser la conciencia experimentándose a sí misma.
11 El principio de antagonismo implica que la actualización de la energía y de la materia no pueden alcanzar una no-contradicción absoluta. En toda materia o energía queda pues lo contradictorio que la enlaza a la energía psíquica, pero, recíprocamente, lo contradictorio no puede pasarse de los dinamismos que le dan nacimiento por su confrontación. No hay espíritu sin materia y sin energía.
12 Stéphane Lupasco, L’Energie et la matière vivante, Julliard, 1974.
13 Stéphane Lupasco, L’Expérience microphysique et la pensée humaine, PUF, 1941.
14 Jean Pierre Changeux, " Remarques sur la complexité du système nerveux et sur son ontogènese ". En: Information et communication, Séminaires interdisciplinaires au Collège de France, Maloine, Paris, 1983.
15 A causa de ese carácter absoluto, Lupasco situaba la afectividad fuera de la conciencia de conciencia, y no aceptaba la idea de que la iluminación de la conciencia pueda fundirse en una afectividad pura; el pasaje le parecía implicar una solución de continuidad irreductible entre dos naturalezas.
16 Las técnicas de los budistas tienen por objeto crear este estado de vacío de todas las conciencias objetivas, que se traduce por una afectividad perfecta.
17 Louis de Broglie, Matière et lumière, Albin Michel, 1937.
18 Albert Einstein, “Introduction” à Louis de Broglie physicien et penseur, Albin Michel, 1959