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Teoria de la reciprocidad

   
   
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Carta a Javier Medina

   
       
       
     

 

Querido Javier,

 

Quisiera aclarar un problema en el que introduje alguna confusión. En Bolivia, los diferentes escritores e investigadores ilustraron el concepto de “complementariedad antagonista” o “complementariedad de opuestos”.

 

En mi libro “Estructura comunitaria y reciprocidad” mostré que todo lo que resulta de una relación de reciprocidad como momento contradictorio, es decir como resultante de la relativización de los contrarios, da sentido al uno y al otro según uno de ellos domine. El sentido, pues, consiste en el hecho de que lo que es contradictorio en sí ¡interfiere con los contrarios!

 

Pero el sentido en cuestión no puede expresarse sino por significantes no contradictorios. Toda la función simbólica resulta de ello.

 

La estructura lógica no contradictoria de los significantes puede entonces ser ya sea la diferenciación o la uniformización. ¿Cómo denominar a esos dos referentes lógicos de la palabra? Primero los llamé como “palabra de complementariedad” al uno y “palabra de contradicción” al otro. ¿Por qué? Porque la complementariedad recuerda que los dos términos que se diferencian están correlacionados el uno con el otro, es decir que los dos son simultáneamente reales... Son complementarios ya que uno no puede ser sin el otro. Y “palabra de contradicción” ya que la contradicción reúne en la unidad a términos opuestos.

 

Y bien, releyendo tus textos, comprendí que el principio de complementariedad antagonista al que te refieres es de hecho el principio de complementariedad de Bohr. El punto de vista de Bohr es el siguiente: puesto que la realidad se manifiesta de forma no contradictoria ora bajo una forma homogénea, ora bajo otra forma heterogénea, según la naturaleza de la medición que se hace de un hecho, se harán sucesivamente mediciones antagonistas y se dirá que esas mediciones son “complementarias”. El principio de complementariedad se convierte entonces en una operación mental destinada a enlazar entre ellas las mediciones no contradictorias pero antagonistas entre ellas de una entidad realmente contradictoria en sí misma, pero que se manifiesta ya sea por una o por otra de esas formas no contradictorias y antagonistas entre ellas bajo el efecto de la medición.

 

El principio de complementariedad de Bohr significa entonces aquí que el espíritu humano trata de fenómenos como si fueran realmente complementarios. PERO ES ÉL EL QUE HACE LA OPERACIÓN. El “como si” permite tratar a “contrarios verdaderos” (la onda y la dualidad corpuscular en su caso) que se excluyen mutuamente, como a oposiciones correlativas. Así, se podrá decir que la onda es complementaria de la dualidad corpuscular: que la salud -que es en realidad exclusiva de la enfermedad- y la enfermedad son complementarias entre ellas, que la vida y la muerte son complementarias como si fueran la derecha y la izquierda o lo alto y lo bajo, que son realmente complementarios. Así, usted dice de la oposición y la unión complementarias como se dice del este y el oeste, etc... Pero el erudito que hace esta operación porque se representa así, de forma no contradictoria, el hecho de que los dos contrarios habitan simultáneamente en lo contradictorio.

 

Introduje una confusión entre lo que llamo la palabra complementaria y el principio de complementariedad antagonista al que usted se refiere ya que este significa la capacidad, para los aymaras, de expresarse ora mediante esta palabra que llamo la complementariedad (adjudicada por los aymaras principalmente al linaje masculino) ora por la palabra opuesta, la que llamo principio de contradicción (y que los aymaras la adjudican al linaje femenino)... Así, cuando me di cuenta de que había introducido esta confusión y que la anterioridad del uso de la palabra complementariedad le pertenecía a usted, renuncié a la definición de las dos palabras como palabra de complementariedad y palabra de contradicción y sustituí esas apelaciones por las de palabra de oposición y palabra de unión. Por oposición, esta vez hay oposición correlativa y no oposición de contrarios. Es todavía una ligera causa de error, ya que usted llama a veces al principio de complementariedad antagonista, “principio de de complementarios de opuestos”, pero no creo que sea infranqueable para los espíritus atentos.

 

Va de por sí que las investigaciones suyas sobre el tema son importantes, ya que a menudo se califica de irracionales a los espíritus que se expresan ora por la palabra de unión, ora por la palabra de oposición en función de su principio de complementariedad antagonista. Como quiera, a causa de esas discusiones que tuvieron lugar a propósito del principio de complementariedad de Bohr, se sabe de lo que se trata, y el hecho de que usted recuerde sistemáticamente el principio de Bohr cuando apela al principio de complementariedad antagonista le permite ser comprendido por sus interlocutores.

 

Sin embargo, hay que precisar que si el hombre aymara habla con la palabra de oposición, aspira a la verdad. Pero cuando la mujer aymara habla con la palabra de unión para decir lo mismo, también aspira a la verdad, ya que cada una de esas manifestaciones compromete a la totalidad de la energía invertida originalmente. La alternancia de las palabras es una alternancia de soberanía, lo que da la mujer y al hombre actitudes inversas de las de los pueblos en los que el hombre y la mujer sólo son soberanos en la medida en la que dicen lo mismo con la misma palabra. Ya no sigo...

 

Otro concepto que he encontrado en las tesis de usted, y sobre el que falta volver para aportar alguna precisión, es el de holismo.

 

Cuando yo estudiaba botánica, me había interesado en las primeras formas vegetales y recuerdo haberme impresionado por tipos de algas que viven en los estanques salobres. Esas algas, según las circunstancias, podían disociarse: era entonces algas unicelulares. Pero si las condiciones de salinidad se modificaban, he aquí que podían unirse mediante un gel y formar entonces una suerte de hoja que llamamos un talo, uno de cuyos lados se diferenciaba del otro: uno era reproductor y el otro aseguraba el crecimiento. En otras especies esta hoja se redoblaba y formaba un saco, con las dos hojas que podían quedar pegadas la una a la otra o al contrario separarse. Entre los dos pliegos (feuillets) el aire le permitía al alga flotar y tener siempre una parte en el agua y otra en el aire. Me interesaba en esas algas y veía en ellas las formas de organización que les permitían a los vegetales marinos ¡subir a tierra!

 

Estaba entonces sorprendido por la relatividad de nuestros conceptos de célula, talo, tejidos, órgano y organismo y por la plasticidad de la vida, que podía expresarse tan bien tanto bajo una forma unicelular como multicelular o sino pluricelular, etc.

 

Cuando comprendí el principio vital de Bergson, del que dices que era una intuición justa, que había encontrado su expresión científica con el principio de Pauli, me di cuenta de que, desde el origen todo lo que es material es viviente, es decir que la vida no es otra que la diferenciación, pero quien dice diferenciación dice también correlación de polos opuestos que se diferencian el uno del otro, y esta correlación es el factor de unidad que da a los diferentes elementos su forma compuesta. Aristóteles decía que la diferenciación sería mejor llamada la organización. Así, cuando el alga se diferenciaba, ella se organizaba, y cuando se de-diferenciaba, volvía convertirse en células todas iguales entre sí.

 

Si se sigue en los animales ese proceso biológico evocado aquí, en un nivel muy superior al de las células, el proceso de diferenciación de los individuos en provecho de una forma compuesta superior llamada holística, esta organización también es perceptible: así en las hormigas o las abejas.

 

Se ha estado tentado de comprender los lazos de las relaciones humanas de las comunidades de la misma forma, pero no es entonces necesario, para ello, apelar a la conciencia de conciencia ni a los valores humanos, que no tienen ningún lugar en un determinismo semejante. El materialismo vitalista hace, en realidad impasse en la conciencia.

 

Se puede preguntar entonces si entre la diferenciación-organización biológica y la diferenciación antagonista no puede abrirse una tercera vía que sería la de nuestra conciencia humana. En esta hipótesis, el equilibrio metabólico entre catabolismo y anabolismo, que ciertamente no tiene señal química o física, puede ser llamado el espacio psíquico.

El animal, el vegetal, son formas de existencia cuyo equilibrio queda polarizado por la vida, aunque el hombre parece haber podido relativizar esta polaridad dominante. Retorna esta polaridad contra sí misma, en efecto, gracias a la reciprocidad. La reciprocidad crea el equilibrio sistemático de las fuerzas, ya que la vuelve simétricamente contra ellas mismas.

 

Ella crea además, para cada uno de los participantes, un equilibrio oscilante entre el uno y el otro y que es la sede de una conciencia de conciencia, simultáneamente en todos los individuos que participan en una relación de reciprocidad. Pero no como una totalidad constituida a partir de una diferenciación biológica. Esta conciencia humana resulta de un acontecimiento social: la reciprocidad; es por ello que digo que la reciprocidad es la matriz o la cuna de la humanidad.

 

El sí mismo conciente de sí mismo pertenece a todos y a nadie en particular. No constituye sin embargo un tercer personaje en relación a cada uno. Es el principio del sujeto y de la libertad en cada uno (lo que es expresado a veces por la metáfora de una trinidad, el espíritu entre padre e hijo). Se puede especificar la cosa por un nombre simbólico: el dios, y decir entonces que la encarnación de dios, su actualización, es decir la eficiencia de esta conciencia de conciencia , es el verbo.

 

Pero entonces se sabe que las fuerzas puestas en juego en la reciprocidad para ser relativizadas en una resultante que es la conciencia de sí, han desaparecido para ser y ser transformadas en ese verbo que así parece no tener precedente.

 

También se puede decir que lo que presento como la resultante de dos contrarios es en realidad la fuente de esos dos contrarios como lo pensaban los primeros filósofos griegos (la potencia). Y nadie puede decir, aquí, si el dios nace de la relativización de contrarios, cada uno de ellos ciego a sí mismo (el caos), o si el dios es el principio de la naturaleza primitiva inconsciente de ella misma, es decir que él la crea o la norma.

 

Decir lo uno o lo otro es decir lo mismo desde el punto de vista simbólico, es decir desde el interior de una lógica de lo contradictorio. Pero lo que puede afirmarse en los dos casos es que el dios es la luz en las tinieblas, ya que los contrarios son ciegos a sí mismos, mientras que la conciencia de conciencia es conciente de ella misma.

 

Basta imaginar equilibrios intermedios entre los contrarios y lo contradictorio para tener que ver como una luz que ya no es un puro deslumbramiento del alma sino una iluminación de un horizonte, horizonte que es un reflejo del mundo en exceso en relación a lo que es consumido para engendrar la conciencia de sí.

 

El absoluto caracteriza lo contradictorio perfecto y se opone entonces a lo que lo relativiza y lo pone en peligro o lo corrompe de manera que el mundo y sus horizontes no contradictorios aparecen como un peligro. De ahí ciertos fanatismos que en nombre de dios matan todo lo que no se les sojuzga.

 

Pero, recíprocamente, el materialismo biológico conduce a un enfrentamiento con lo que relativiza su polaridad orgánica en beneficio de la vida espiritual: por ejemplo el enfrentamiento del hitlerismo con el pensamiento judío. El pueblo judío nace de la revelación, como todos los pueblos de la tierra y lo dice proclamándose el elegido del dios. Y el hitlerismo preconiza el triunfo de la raza superior, es decir de la organización biológica susceptible de imponerse sobre todas las otras. El enfrentamiento de esas dos teorías condujo a la exterminación del pueblo judío. Existen todavía analistas que confunden genocidio y solución final y que no comprenden que el crimen contra la humanidad alcanzó, con el antisemitismo, un desafío infranqueable.

 

Pero todo eso debe aclarase y es necesario proseguir la reflexión en cuanto concierne a lo que se dice bajo la máscara del holismo: el holismo que se constituye en el imaginario de un dios o el holismo hitleriano que sacrifica la conciencia a la organización de una nación biológica.

 

La manifestación de los valores éticos en los que se comparte la libertad según las estructuras de reciprocidad en vigor es la manifestación de algo que es absoluto en sí en tanto que el resultado de la desaparición de lo que se relativiza mutuamente, ¿pero absoluto de qué? De la libertad, pues (aún de los valores en los cuales traduce esta libertad). Como quiera, es cierto que, en nombre de los valores constituidos, la palabra puede instaurar una dominación con carácter imperioso. Es el mandamiento o la ley. Una ley de la que el hombre quiere ser el autor y no el sujeto (assujetti) Resulta de ello que un pensamiento que se dice revolucionario no acepta el mundo dado tal como es dado, aunque sea el de dios, pues quiere crearlo comprendiendo, en él, sus riesgos y peligros.

 

Pero existe entonces otra definición del holismo que también puede engendrar cierta confusión. La libertad puede expresarse, en efecto, por la palabra de oposición o la palabra de unión de las que hemos hablado: si se expresa mediante la palabra de oposición, conduce a una dignidad humana en cada uno de nosotros, es decir a la individuación del sujeto, pero si expresa por la palabra de unión, conduce a una expresión única para todos: la religión. Mis amigos africanos dicen que la palabra religiosa islámica es una calabaza que rueda y traga todo lo que encuentra a su paso. He ahí un holismo que es dominado entre los aymaras y quechuas, ya que no es sino la palabra de unión del linaje femenino constantemente relativizado por la palabra de oposición del linaje masculino... Es tiempo de interesarse en las matrices y las condiciones de existencia de los valores éticos.

 

Vuelvo, en fin, sobre una cuestión que usted ha planteado bajo el nombre de técnica simbólica.

 

Si todo en el mundo contiene una parte, por débil que sea, de contradictorio, ella posee un alma, una alma natural.

 

Y bien, reforzados (foros) por la reciprocidad entre ellos, los hombre se propusieron reproducirla con la naturaleza e inventaron lo que llamo quimeras de reciprocidad, confiriendo a la naturaleza el ser una participante al mismo título que otro hombre. Así el cielo donaría la lluvia, el sol la luz, el fuego el calor, el agua peces, la selva los pájaros y la naturaleza sería nutridora del género humano y los hombres responderían entonces a la naturaleza cuidándola mediante el labrado y la crianza de animales. Los hombres, mediante las quimeras de reciprocidad, crearon así, en ellos mismo, sentimientos que se pueden llamar espíritus. Hay una posibilidad de confusión entre lo que acabo de llamar las almas naturales y esos espíritus.

 

¿Puede o no el hombre entrar directamente en contacto con las almas naturales? Si esta relación es posible, ¡nada impide que las quimeras sean estructuras de diálogo con la naturaleza, y las técnicas simbólicas (los rituales) reales debates con la naturaleza! Para un espíritu utilitarista ¡estoy en pleno delirio! Pero observo que, cuando un hombre se dirige a otro hombre, la comunicación se realiza con esta parte de lo que se manifiesta bajo la forma no contradictoria, es decir de un significante, pero no es el significante lo que es importante, es lo que significa y que, él, da cuenta a menudo de lo que acabo de llamar el alma -es decir de lo contradictorio. Y bien, si el lenguaje nace de una relación entre almas, no veo porqué un lenguaje adaptado no permitiría a los hombres entrar en relación con las almas de los animales y los vegetales... lenguaje apropiado, digo, ya que la reciprocidad con la naturaleza es desequilibrada. Con todo, los animales domésticos, ¿acaso no testimonian de una inteligencia afectiva cuando son llamados a relaciones de reciprocidad con los hombres? El juego, que es reconocido por muchas sabidurías como un pasaje de la naturaleza a la cultura, ya que la gratuidad suspende en él la determinación rigurosa de la vida y de la muerte, ¿no es una ocasión de dicha para los animales, por ejemplo el caballo, el perro, la llama, el camello, muchos pájaros, etc...?

 

Las técnicas simbólicas no tienen solamente un sentido utilitario. Hay que reconocer, ciertamente, el carácter útil de cierto ritos: el Anciano que sabe que la nueva luna aumenta los riesgos de helada o que el fenómeno del Niño se produce cada cuatro años, al tomar la iniciativa de las siembras de forma apropiada y diciéndoles a los suyos que el año será bueno y que pueden sembrar mucho, o que será malo y que deben proteger los campos, utiliza rituales que movilizan a toda la comunidad en una catexis (investissement) a que no tendría lugar sin su iniciativa. Pero no solo asegura que unos y otros tengan una información reguladora de la producción, no crea solamente, entre todos, un sentimiento de pertenencia colectiva frente al destino, o aún un lazo social que resulta eficaz para precaverse de los accidentes de unos y otros, pues él también crea espíritus que encantan la naturaleza y trata de entrar en connivencia con el mundo, intenta encontrar las armónicas de la confianza que lo instauran como a uno entre los otros seres que tiene un alma, por mucho que estas estén sumergidas en lo más profundo de las actualizaciones físicas y biológicas dominantes, una inmersión pues en un mundo inexplorado en el que el lenguaje ordinario ciertamente ya no tiene contacto, pero en el que la experiencia de una sensibilidad fina puede unirnos al mana, al alma de las cosas.

 

Ese misterioso sumergimiento espiritual exige la regresión de nuestra conciencia de conciencia al nivel de las conciencias de conciencias primitivas, al nivel de las almas minerales, vegetales y animales, o bien el acuerdo es posible en sentido inverso: esas almas serían, entonces, soñadoras de eso en lo que se sentirían llamadas ¡a sumergirse ellas mismas!

 

No sé nada de todo eso, sé solamente que la materia misma no obedece a los dictados de la conciencia, ya que ella obedece a sus propias leyes, pero que la parte cuantificada que está en ella, el alma, por frágil que sea, es sensible, y que esta sensibilidad esta disponible en todas partes, sin lo que el mundo no tendría ningún sentido fuera del que nosotros le daríamos.

 

Observo también que cuando el hombre trata de alcanzar una expresión más pura de su espiritualidad o de su energía psíquica, trata, mediante la técnica simbólica, de escapar al peso de los significantes, al yugo de lo no contradictorio. Las palabras van entonces a entrecruzarse según la geometría de lo contradictorio, donde los significantes serán destruidos los unos por los otros. El murmuro que acompaña el pensamiento se confunde con el de esos bellos molinos de oración que inventaron los tibetanos. Es así como los yatiris combinan colores, sustancias, signos o incluso símbolos y erigen figuras en las que lo contradictorio es rey, consumando la palabra de oposición y la palabra de unión: es la mesa que se dirige a los ancestros y los vivientes, pero también a la naturaleza, llamas, ovejas, cielos, montañas, aguas, tierra y cielo, a manera de hacer nacer uno(s) espíritu(s) universal(es).

 

He ahí porqué, a mis ojos, tu idea de una técnica simbólica es importante. La técnica simbólica no es una técnica solamente productora de comodidad social o medioambiental para el mayor reposo de nuestro espíritu, ella es una invitación a los árboles y las flores, a los pájaros, a las praderas, a la dicha. Así el hombre tiene el sentimiento de que su alma es una parte del alma divina, como dicen los guaraníes, y que el alma del mundo es ella misma feliz cuando el hombre se dirige a ella con humanidad.

 

Contigo,

 Dominique.